Read El Valor de los Recuerdos Online
Authors: Carlos A. Paramio Danta
—Vale, veo que ya me escuchas. Imagino que te debe resultar muy frustrante querer contestarme y no poder hacerlo, pero no te preocupes, me hago cargo. Eso sí, debo pedirte que sigas intentando hablar, pues necesito algunas muestras más para poder activar un sintetizador de voz acorde a tu forma de pensar en el habla. Voy a tener que pedirte que intentes pronunciar algunas palabras. ¿Estás listo?
Jesús no entendía nada. ¿Quién era esta persona? ¿Qué era aquello del sintetizador de voz? Nadie le explicó que iban a comunicarse con él a través de un aparato. ¿No se suponía que debían simplemente criogenizarlo y ya está? Aquello debía ser una broma.
—Bueno, supondré que lo estás —continuó la chica. —Empecemos por algo básico. ¿Puedes repetir "Mi nombre es Jesús Blanco"?
La frase resonó en su cabeza. Blanco, ojalá fuese capaz de percibir al menos ese color. Toda esta situación le resultaba muy frustrante. Nadie lo había preparado para esto.
—Veo que sigues dándole vueltas a la cabeza, pero me temo que así no conseguiremos nada. Aún no somos capaces de poder leer lo que estás pensando, así que te pediría que por favor te concentrases en intentar pronunciar las palabras que he mencionado. Concéntrate en decirlas sin más, no pienses en otra cosa. Como cuando mueves un brazo que sientes que está dormido. Escucha a tu propia voz en tu cabeza.
Jesús se resignó, e intentó hacer caso a la invisible voz. Procuró que las palabras saliesen de su boca, aunque no recibió estímulo físico alguno. Imaginó mentalmente que las pronunciaba con claridad.
—¡Estupendo! Vale, la damos por buena. Ahora di: "El césped es de color verde".
Nuevamente hizo caso a la voz, sin aparente resultado.
—¡Guau! Esto está muy bien, realmente bien. Veo que no te cuesta nada. Mejor, así se te hará más leve, pues aún nos quedan 2998 frases más. ¡Ja!
¿2998 frases? ¿Pero qué propósito tenía todo esto? Sólo quería saber qué estaba sucediendo ahí fuera.
—¡Eh! Estás inquieto, ¿cierto? Lo veo en el monitor. Supongo que te estarás preguntando a qué viene todo esto. Me resultará difícil explicarlo ahora, pero te adelanto que es necesario que sigas mis instrucciones para que podamos comunicarnos. Si no seguimos correctamente este proceso, no podré conseguir que vuelvas a hablar. Así que te pido un poco de confianza, y que intentes hacer lo que te digo. ¿De acuerdo? Lo estás haciendo muy bien. Concéntrate ahora en esto, y te prometo que cuando acabemos podremos hablar sobre todo lo que quieras, y aclararé cualquier duda que pueda estar atormentándote. Será pesado para ambos, pues si dedicamos una media de 10 segundos por cada frase, el proceso completo nos llevará algo más de 8 horas. Pero bueno, ya tendremos tiempo para descansar luego, ¿no?
Se resignó, y decidió dar un voto de confianza a la abrumadora voz que repartía esperanzas.
Aquel extraño juego parecía hacerse eterno. De cuando en cuando, su oradora —de la cual no conocía siquiera su nombre —le animaba indicándole cuántas frases llevaban y lo poco que faltaba para finalizar. Parecía bastante contenta con los resultados. Durante casi todo el proceso, aprovechando algunos diminutos ratos muertos, Jesús continuó intentando gesticular con cualquiera de los miembros de su cuerpo, pero seguía sin sentir nada, ni siquiera hormigueo. Sorprendentemente, en una de esas ocasiones aquella vocecilla sonó en tono de reprobación:
—Vamos, Jesús, deja de intentar moverte. Recuerda que te tengo vigilado. Tenemos que terminar de realizar el ajuste del habla. Luego nos encargaremos de todo lo demás.
Al cabo de lo que le parecieron las horas más largas de su existencia, terminaron con la última frase. La curiosidad por todo aquello le carcomía por dentro.
—Felicidades. Esa era la última. Dame unos segundos y hacemos la primera prueba.
Se percató de que, en todo este tiempo, sólo era capaz de oír la voz de aquella chica. No había ruido de fondo. No se distinguía nada más. Ni su respiración, ni la de su misteriosa compañera, que debía estar realmente quieta en su puesto pues tampoco hizo nada de ruido en todo momento.
—Y... ¡acción! ¿No era eso lo que se solía decir? Jijiji —rió. —Veamos, prueba a decir algo, cualquier cosa.
—¿Como qué? —pensó Jesús, exhausto.
—Uy, espera, que no he activado la retroalimentación. Ahora, prueba otra vez.
—¿Hasta cuándo va a durar...? —Se cayó repentinamente. ¡Lo había oído! Había percibido su propia voz. Aunque le sonaba un poco rara, posiblemente por el mal estado en que se encontrarían su garganta y sus cuerdas vocales.
—¿Ves? Esto es otra cosa. Ahora ya podemos hablar.
—¿Este soy yo? Quiero decir, ¿esta es mi voz? Vaya, casi no me reconozco. ¿Cómo es que sigo sin sentir nada? Ni siquiera noto el aire saliendo de mi boca. De hecho, ¡ni siquiera siento la boca!
—Vale, veamos, iremos poco a poco. En primer lugar, quiero darte la bienvenida. Mi nombre es Annette Vogel. Estás en la sala "despertar" del complejo C de Transhumanity 2. Han pasado exactamente... —breve pausa de silencio absoluto —... 1312 años desde la criogenización del cuerpo de Jesús Blanco.
¡Madre mía! ¿Acaso era eso posible? Estaba seguro de que apenas habrían transcurrido varias horas desde que se acomodara en la camilla, y le colocaran aquella vía sanguínea. Pretendían hacer recircular su sangre por la máquina que le induciría una hipotermia previa al paso final de criogenización, una especie de estado de animación suspendida que facilitara el proceso. Poco después de esto, sólo recordaba desorientación, aquel dolor momentáneo, y la aparición de la voz de su nuevo acompañante. ¿Sería razonable pensar que todo esto se trataba de una farsa? No podía imaginarlo posible, pues a priori no se le ocurría ni un solo motivo.
—¿Es cierto que ha transcurrido tanto tiempo? —dijo Jesús muy serenamente, intentando transmitirse tranquilidad a sí mismo. —Para mí ha sido casi un suspiro.
—Es natural. Ten en cuenta que toda tu actividad cerebral ha estado completamente paralizada durante todos estos años. El tiempo es moldeado según la manera en que lo percibimos. Y su percepción puede ser comprimida o estirada según varía la velocidad de transmisión de tus pensamientos en su soporte vital: tu cerebro. Es como si pasásemos una película de 24 fotogramas por segundo a sólo 12 fotogramas por segundo: La película duraría justo el doble. En tu caso, hemos separado tu último pensamiento antes de que tu actividad de detuviese, del primero tras la recuperación de la actividad, por un lapso de 1312 años.
—O sea, que han sido capaces de recuperarme. ¡Increíble! ¿Cómo han resuelto el problema del desorden y destrucción celular provocado por la criogenización? Y hablando de eso... ¿por qué ha utilizado antes la tercera persona para referirse a mi cuerpo? ¿Y por qué no puedo ver nada?
—Sí, supongo que tienes muchas preguntas. Veo que eres muy perspicaz. Por favor, tutéame, abandonemos los formalismos, en mi idioma natal no existen y me resultan complicados de seguir. Empezaré contestando a tu última pregunta. El problema de recuperación del cuerpo ha sido una de las mayores dificultades técnicas que hemos padecido durante los últimos años. Después de muchos intentos fallidos, nos dimos cuenta de que probablemente sería un esfuerzo inútil, ya que la cantidad de daños que se producen en la materia orgánica imposibilita traerlo de nuevo a la vida con éxito. Perdimos muchos cuerpos durante esos experimentos, algunos de los cuales estamos seguros que debieron sufrir lo indecible. Puedes considerarte afortunado al estar aquí hablando conmigo en este preciso instante, sin apenas haber notado el salto. Al final, y gracias a los enormes avances que se produjeron en el estudio del funcionamiento del cerebro y su simulación, se nos ocurrió atacar el problema desde otra perspectiva: ¿Y si en lugar de recuperar el cuerpo físico, utilizábamos algunos de esos simuladores, y copiábamos la estructura cerebral del organismo latente?
Hizo una pequeña pausa. Jesús estuvo a punto de intervenir, pero las palabras de Annette le interrumpieron.
—El problema era casi tan complejo como el primero, pero esta vez tenía visos de poder hallar una solución factible. Por fortuna, las personas que decidieron criogenizaros pensaron que sería buena idea aportar todo tipo de datos adicionales sobre el funcionamiento de vuestros cerebros. Así, pudimos disponer de información verdaderamente útil. Un buen ejemplo de ello son las decenas de electroencefalografías, que nos permiten conformar toda una cartografía de la actividad cerebral frente a diversos estímulos. Además, incorporaron las imágenes en vídeo y audio, muestras de olor y sabor, e incluso diversos objetos sólidos con diferentes texturas, que provocaban esos estímulos registrados en las pruebas, además de esquemas de construcción de los aparatos de reproducción de audio y vídeo en caso de que no supiésemos cómo leer los datos allí almacenados. Con todo este conglomerado de datos, pudimos interpretar correctamente los resultados.
—Sí, recuerdo que pensé si todas aquellas pruebas servirían verdaderamente para algo. Ellos se limitaron a justificarme que, si bien no podían estar seguros de su utilidad, nunca estaba de más aportar toda la información que fuera humanamente posible con la tecnología de la que disponíamos.
—Pues hicieron muy bien, ya que de lo contrario probablemente no podríamos estar manteniendo esta conversación. La configuración de las distintas sinapsis entre neuronas es específica de cada individuo. Es más, la forma en que registramos los datos que nos proporcionan nuestros sentidos, y los ordenamos en forma de pensamiento, depende mucho de cómo sea esta estructura, que cambia constantemente, eliminando viejas conexiones y creando otras nuevas. Dependen mucho de las distintas experiencias que haya vivido el individuo previamente. Por ejemplo, si yo pronunciara ahora la palabra "árbol", probablemente estarás creando en tu cabeza una imagen y unos estímulos que son completamente diferentes a los que se crearían en la mía al pensar en ese mismo concepto, y seguramente se parecerán a algún árbol que habremos elegido inconscientemente como modelo y que habremos contemplado alguna vez en nuestra vida. Es necesario, por tanto, estudiar también la forma de la estructura cerebral, el soporte de hardware sobre el que se ejecuta el software, pues sólo la combinación de estos nos permiten describir el proceso cognitivo completo. Los datos sobre el software nos lo proporcionaron las electroencefalografías, y los del hardware las tomografías axiales computerizadas, que también fueron incluidas. Aunque he de decir que éstas últimas tuvimos que repetirlas con otras técnicas actuales, las cuales nos proporcionan una mayor resolución. Pero a pesar de todo, las tomografías originales nos permitieron comparar nuestros resultados con los datos originales, algo necesario ya que las neuronas se encontraban muy dañadas tras la congelación, y a pesar del nivel de detalle que podemos alcanzar hoy en día, a veces nos costaba entender la disposición previa de ciertos grupos de células. De todas formas, fue sorprendente descubrir que nuestro sistema cognitivo es bastante tolerante a fallos físicos, y pequeñas diferencias aquí y allá no tendrían por qué ocasionar una diferencia notable sobre el comportamiento que nos define. En definitiva, que me voy por las ramas: Gracias a todos esos modelos, a nuestra mejor comprensión del funcionamiento del pensamiento, al aumento de la capacidad de cómputo, y a la adición de modelos propios de individuos de nuestra época, hemos sido capaces de simular con resultados aceptables buena parte de tu masa encefálica.
—Entonces... A ver si lo entiendo... ¿me estás diciendo que soy fruto de la ejecución de un programa en un ordenador?
—Más o menos, pero eso debería alegrarte. Las máquinas que dan soporte a la simulación son bastante más complejas que lo que tú llamarías un ordenador. Utilizamos millones de unidades de proceso diminutas, cada una de ellas mucho más simples que los microprocesadores de tu época. El poder computacional actual está en la posibilidad de combinarlas de diversas formas. Nuestros cerebros funcionan en forma muy similar: Imagínate, lo conforman aproximadamente un billón de células, de las cuales al menos una décima parte son células nerviosas capaces de realizar hasta 20.000 conexiones diferentes con las otras. El número de combinaciones posibles que podrían formar es superior al número de átomos que existe en todo el Universo.
—Pero este no soy yo. Ya no soy Jesús Blanco. Soy sólo un programa ejecutándose en una máquina —dijo con cierto tono de insumisión, incapaz de aceptar la realidad que se le planteaba.
—¿Acaso hay diferencia? En la práctica, no somos más que máquinas electro-químicas de base orgánica, y nuestro mundo se reduce a lo que podemos percibir de la realidad gracias a nuestros sentidos, más lo que podemos inferir a partir de dichos estímulos. Si llamas Jesús Blanco al cuerpo que alojaba toda esa información, entonces sí, podrías considerarte un nuevo individuo. Pero tu pensamiento no diferiría mucho de aquel que llevaría a cabo el individuo original, incluidos todos sus recuerdos.
Recuerdos. Es cierto, apenas le costó rememorar algunos de los acontecimientos que más le marcaron durante su vida. Se vio con su amigo Gonzalo y con Lucía, riendo durante una íntima cena en un bonito restaurante de Cádiz que daba al paseo marítimo. Algunos bañistas disfrutaban de la intimidad de la noche en un mar encrespado, y ellos bromeaban sobre la posibilidad de ir a remojar sus cabezas nada más salir de allí. Un par de copas de vino más tarde acabarían con el cumplimiento de ese pensamiento, y acabaron la jornada con los trajes empapados en agua salada, y una enorme sonrisa en el rostro.
—Dime, Annette. ¿Cómo es que hablas perfectamente mi idioma? Me extrañaría muchísimo pensar que precisamente el español sea el idioma oficial de vuestra época, especialmente sin que se aprecie ninguna variación.
—Buena pregunta. ¿Recuerdas todo el proceso inicial que llevamos a cabo tras tu despertar, cuando me repetías aquellas frases? Durante ese proceso, estaba calibrando el simulador para poder estimular tu cerebro virtual mediante unos impulsos similares a los que recibirías en caso de escuchar mi voz. Porque claro, ya no tienes oídos. Dado que, como te comentaba antes, cada individuo interpreta los datos de forma diferente, es necesario realizar este proceso de calibración para poder comprender cómo lo haces tú, y que así te parezca que estás oyendo mi voz. En realidad, un complejo sistema de traducción simultánea convierte previamente mi verdadera voz y mis palabras en una nueva onda de sonido simulada por ordenador que sería muy similar a la pronunciación de esas mismas palabras en tu idioma. Y este mismo sistema lo usamos para convertir tus intentos de hablar en el sonido que experimentarías si de verdad hubieses pronunciado esas palabras, nuevamente convirtiéndolos antes en mi idioma. Aunque claro, las voces nunca son fieles a las originales, y por eso te oyes en un tono que no reconoces. Seguramente mi voz también la aprecies muy diferente a como es en realidad.