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Authors: Anne McCaffrey

El vuelo del dragón (4 page)

BOOK: El vuelo del dragón
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Su tono reflejaba un profundo desdén. Se apoyó en la pesada mesa que casi llenaba una esquina de la pequeña habitación. Sus manos agarraban con tanta fuerza el ancho cinturón que sujetaba a su cuerpo la túnica suelta que el recio cuero estaba doblado.

—Uno casi esperaría lo contrario, ¿no es cierto? —continuó Lytol. Estaba hablando demasiado y con demasiada rapidez. Ello hubiera resultado ofensivamente brusco en otro hombre inferior. Lo que en Lytol provocaba aquella locuacidad era la terrible soledad derivada de su exilio del Weyr. Lytol rozaba las superficies con apresuradas preguntas que él mismo se contestaba, en vez de profundizar en materias demasiado delicadas para ser tocadas... tales como su insaciable necesidad de aquellos de su raza. Pero estaba proporcionando a los dragoneros exactamente la información que necesitaban—. Pero a Fax le gusta que sus mujeres sean cómodamente gordas y dóciles —añadió Lytol—. Incluso la Dama Gemma ha claudicado. Sería distinto si Fax no necesitara el apoyo de la familia de ella. Ah, sería muy distinto. De modo que la mantiene constantemente embarazada, esperando matarla en un parto cualquier día. Y lo hará. Lo hará.

La risa de Lytol resonó desagradablemente.

—Cuando Fax accedió al poder, todos los hombres listos enviaron a sus hijas lejos de las Altas Extensiones o marcaron sus rostros con un hierro candente. —Hizo una pausa, sumido en amargos recuerdos, con los ojos llenos de odio—. Yo fui un estúpido y me creí inmune debido a mi posición.

Lytol se irguió, cuadrando sus hombros y encarándose con los dos dragoneros. Su expresión era vengativa, su voz baja y tensa.

—Matad a ese tirano, dragoneros, por el bien y la seguridad de Pern. Del Weyr. De la reina. El sólo espera su momento. Propaga el descontento entre los otros Señores. El... —la risa de Lytol se hizo histérica ahora— ...se imagina a sí mismo tan bueno como los dragoneros.

—Entonces, ¿no hay candidatas en este Fuerte? —inquirió F'lar, con voz suficientemente aguda como para introducirse a través de la preocupación del hombre con su curiosa teoría.

Lytol miró fijamente al caballero bronce.

—¿Acaso no lo he dicho? Las mejores murieron a manos de Fax o fueron enviadas lejos. Las que quedan no son nada, nada. Débiles mentales, ignorantes, estúpidas, sosas. Ya tuvisteis eso con Jora. Ella...

Se interrumpió súbitamente y agitó la cabeza, apretándose las sienes con las manos, incapaz de disimular su angustia y su desesperación.

—¿Y en los otros Fuertes?

Lytol movió negativamente la cabeza, frunciendo el ceño.

—Igual que aquí. Muertas o fugitivas.

—¿Qué me dices del Fuerte de Ruatha?

Lytol dejó de agitar la cabeza y miró fijamente a F'lar, con los labios curvados en una astuta sonrisa. Luego rió sin alegría.

—¿Piensas encontrar una Torene o una Moreta ocultas en el Fuerte de Ruatha en estos tiempos? Bueno, caballero bronce, todos los de sangre Ruatha están muertos. La espada de Fax estaba sedienta aquel día. Conocía la verdad de los relatos de los arpistas en los que se hablaba de la hospitalidad que los Señores de Ruatha otorgaban a los dragoneros y se afirmaba que los Ruatha eran una raza aparte. En aquella Línea —la voz de Lytol se convirtió en un susurro confidencial— había hombres de Weyr exiliados, como yo...

F'lar asintió seriamente, no queriendo privar al hombre del ingenuo placer de aquella supervaloración de sí mismo.

—No, en el Valle de Ruatha apenas queda nada —continuó Lytol—. Y Fax no obtiene nada de aquel Fuerte, nada que no sean problemas... —Esta reflexión pareció tranquilizar a Lytol, y el cambio de humor se reflejó en su rostro—. Los de este Fuerte somos ahora los mejores pañeros de todo Pern. Y nuestros herreros fabrican las armas mejor templadas. —En sus ojos chispeó el orgullo por su comunidad de adopción—. Los reclutas de Ruatha tienden a morir de extrañas enfermedades o accidentes. Y las mujeres que Fax solía tomar... —Su risa se hizo desagradable—. Se rumoreó que quedó impotente por espacio de muchos meses.

La activa mente de F'lar saltó a una curiosa conclusión.

—¿No queda nadie de la Sangre?

—¡Nadie!

—¿Ninguna familia en tierras del Fuerte con sangre Weyr? Lytol frunció el ceño y miró a F'lar con aire de sorpresa. Se frotó pensativamente las cicatrices de su rostro.

—Las había —admitió lentamente—. Las había. Pero dudo que hayan sobrevivido. —Meditó unos instantes, y luego sacudió la cabeza enfáticamente—. La resistencia a la invasión fue encarnizada, y no se dio cuartel. En el Fuerte, Fax no respetó ni a las damas ni a los niños. Y encarceló o ejecutó a cualquiera que hubiera empuñado las armas por Ruatha.

F'lar se encogió de hombros. La idea había sido una mera posibilidad. Con unas represalias tan severas, Fax había eliminado indudablemente la resistencia así como a los mejores artesanos. Eso justificaría la mala calidad de los productos de Ruatha y el hecho de que los pañeros de las Altas Extensiones se hubieran convertido en los mejores en su oficio.

—Me gustaría tener mejores noticias para ti, dragonero —murmuró Lytol.

—No importa —le tranquilizó F'Iar, extendiendo una mano para apartar la cortina que separaba la pequeña habitación del vestíbulo.

Lytol se acercó a él y habló en tono apremiante.

—No olvides lo que te he dicho acerca de las ambiciones de Fax. Obliga a R'gul, o a quienquiera que sea el próximo caudillo del Weyr, a mantener vigilancia sobre las Altas Extensiones.

—¿Está enterado Fax de tus inclinaciones? El hambriento anhelo volvió a reflejarse en el rostro de Lytol. Tragó saliva nerviosamente y respondió, sin ninguna emoción en su voz:

—Eso no tendría la menor importancia si al Señor de las Altas Extensiones le diera por meterse conmigo, pero mi gremio me protege de la persecución. En el artesanado estoy a salvo. Fax depende demasiado de la buena marcha de nuestra industria. —Se echó a reír, con una risa burlona—. Soy el mejor tejedor de escenas bélicas. Desde luego —añadió, enarcando una ceja jocosamente—, los dragones ya no se tejen en la tela como los camaradas de los héroes. Habrás observado, desde luego, el predominio de la vegetación...

F'lar hizo una mueca de disgusto.

—Eso no es lo único que hemos observado. Pero Fax conserva las otras tradiciones...

Lytol descartó esta consideración con un gesto de su mano.

—Obra así por pura exigencia militar. Sus vecinos se han armado después de que tomó Ruatha, ya que lo hizo valiéndose de la traición, permíteme que te lo diga. Y permíteme también que te advierta —Lytol disparó un dedo en dirección al Fuerte— que se mofa abiertamente de las leyendas de las Hebras. Les reprocha a los arpistas las absurdas tonterías de las antiguas baladas, y ha eliminado de su repertorio toda alusión a los dragones. La nueva generación crecerá completamente ignorante del deber, de la tradición y de las precauciones.

A F'lar no le sorprendió oír eso como remate de las revelaciones de Lytol, aunque le preocupó mucho más que todo lo demás que había oído. Otros hombres, también, renegaban de las transmisiones verbales de acontecimientos históricos, calificándolas de simples chismorreos de los arpistas. Pero la Estrella Roja latía en el cielo, y se acercaba el momento en que aquellos hombres volverían histéricamente al redil de los antiguos ritos, temiendo por sus vidas.

—¿Has estado en el exterior a primeras horas de la mañana últimamente? —preguntó F'nor, sonriendo maliciosamente.

—He... —empezó a decir Lytol, pero se interrumpió bruscamente, como si se hubiera atragantado. Suspiró audiblemente y se apartó de los dragoneros, con la cabeza inclinada entre sus hundidos hombros—. Marchaos —dijo, rechinando sus dientes. Y, al ver que vacilaban, suplicó—:
¡Marchaos!

F'lar salió rápidamente del cuarto, seguido por F'nor. El caballero bronce atravesó el silencioso Vestíbulo a grandes zancadas y emergió a la radiante luz del sol. Su impulso le llevó hasta el centro de la plaza. Allí se detuvo tan bruscamente que F'nor, pegado a sus talones, casi tropezó con él.

—Pasaremos exactamente el mismo tiempo dentro de los otros Vestíbulos —anunció F'lar con voz ronca, hurtando el rostro a la mirada de F'nor. Tenía un nudo en la garganta. Súbitamente, le resultaba difícil hablar. Tragó saliva varias veces.

—Encontrarse sin dragón... —murmuró F'nor en tono compasivo.

La conversación con Lytol le había deprimido, sumiéndole en una especie de melancolía a la que no estaba acostumbrado. El hecho de que F'lar apareciera igualmente impresionado era un rotundo mentís a la opinión particular de F'nor de que su hermanastro era incapaz de emocionarse.

—No existe otro camino una vez se ha realizado la Primera Impresión. Lo sabes perfectamente —logró decir F'lar, y echó a andar en dirección al Vestíbulo que ostentaba el emblema de los curtidores.

Honra a los que cuidan de los dragones,

En pensamiento y favor, de palabra y de obra.

Se pierden mundos o se salvan mundos

De los peligros que los dragones arrostran.

Dragonero, evita los excesos;

La codicia atraerá desgracia al Weyr;

Respeta las antiguas Leyes,

Para que así prospere el Weyr.

F'lar estaba divertido... y no estaba divertido. Este era su cuarto día en compañía de Fax, y únicamente el firme control que F'lar ejercía sobre sí mismo y sobre su escuadrón estaba evitando que la situación desembocara en un estallido de violencia.

Había sido una afortunada casualidad, pensaba F'lar, mientras Mnementh se deslizaba plácidamente hacia el Paso de los Senos de Ruatha, que él, F'lar, hubiera escogido las Altas Extensiones. La táctica de Fax habría tenido éxito con R'gul, que era muy consciente de su honor, o con S'lan o D'nol, que eran demasiado jóvenes para haber desarrollado mucha paciencia o discreción. S'lel se hubiera retirado lleno de confusión, un desenlace casi tan desastroso como el combate para el Weyr.

Él tenía que haber correlacionado las indicaciones hacía mucho tiempo. La decadencia del Weyr y de su influencia no procedía únicamente de los Señores de los Fuertes y de sus gentes. Procedía también del interior del Weyr, un resultado de reinas inferiores y de Damas del Weyr incompetentes. Procedía de la inexplicable insistencia de R'gul en no «molestar» a los Señores, en mantener los dragoneros dentro del Weyr. Y dentro del mismo Weyr se había puesto demasiado énfasis en los preparativos para los Juegos, hasta que la competición interna entre escuadrones se había convertido en la principal, por no decir la única, de las actividades del Weyr.

El crecimiento de la hierba no se había producido de la noche a la mañana, ni los Señores se habían despertado un buen día, recientemente, decididos a no seguir pagando el tradicional diezmo al Weyr. La cosa había tenido un desarrollo paulatino, abonado por la lenidad del Weyr, hasta desembocar en una situación en la que un advenedizo, heredero colateral de un antiguo Fuerte, podía permitirse el lujo de despreciar a los dragoneros y de omitir las precauciones elementales que mantenían a Pern libre de Hebras.

F'lar dudaba de que Fax hubiera desarrollado su programa de agresión contra los Fuertes vecinos si el Weyr hubiese conservado su antigua autoridad. Cada Hold debía tener su Señor para proteger al valle y a la gente de las Hebras. Un Fuerte, un Señor... y no un Señor reclamando siete Fuertes. Esto último, además de ir contra la antigua tradición, era un craso error ya que, ¿cómo podía proteger un hombre siete valles al mismo tiempo? Un hombre, a excepción de un dragonero, sólo puede estar en un lugar cada vez. Y a menos de que un hombre montara en un dragón, tardaba horas en trasladarse de un Fuerte a otro. El antiguo Weyr no hubiera permitido esa falta de respeto a los viejos usos.

F'lar vio los chorros de llamas a lo largo de las áridas alturas del Paso, y Mnementh modificó obedientemente su deslizamiento para una mejor visión. F'lar había enviado a la mitad del escuadrón por delante de la cabalgata principal. El vuelo rasante sobre un terreno irregular era un buen entrenamiento para ellos. Les había entregado pequeños trozos de pedernal con instrucciones para agostar cualquier tipo de vegetación como práctica. Esto le recordaría a Fax, así como a sus soldados, la terrible capacidad de los dragoneros, un fenómeno que la gente normal de Pern parecía haber olvidado.

Las ígneas emisiones de fosfina, a medida que los dragones eructaban gases, eran todo un espectáculo. R'gul podía argüir contra la necesidad de extraer pedernal, podía citar incidentes tales como el que había exiliado a Lytol, pero F'lar conservaba la tradición... y lo mismo hacía cualquier hombre que volara con él, so pena de tener que abandonar el escuadrón. Ninguno le fallaba.

F'lar sabía que los hombres disfrutaban tanto como él mismo cabalgando sobre un dragón llameante; las emanaciones de la fosfina eran exhilarantes a su manera, y la sensación de poder que surgía a través del hombre que controlaba la potencia y la majestad de un dragón no tenía parangón en la experiencia humana. Una vez realizada la Primera Impresión, los jinetes de los dragones se convertían en hombres aparte para siempre. Y cabalgar sobre un dragón combativo, azul, verde, pardo o bronce, compensaba los riesgos, el incesante estado de alerta, el aislamiento del resto del género humano.

Mnementh plegó sus alas oblicuamente para deslizarse a través de la angosta hendidura del Paso que conducía de Crom a Ruatha. Inmediatamente después de haberla cruzado, la diferencia entre los dos Fuertes se hizo patente.

F'lar quedó anonadado. A través de los cuatro últimos Fuertes había estado seguro de que el final de la Búsqueda se encontraba en Ruatha.

Habían encontrado a aquella morenita cuyo padre era pañero en Nabol, pero... Y una muchacha alta y cimbreante con unos ojos enormes, la hija de un Guardián de baja categoría de Crom, pero... Eran posibilidades, y si F'lar hubiese sido S'lel o K'net o D'nol podría haberlas tomado a las dos como parejas potenciales, aunque no como posibles Damas del Weyr.

Pero F'lar se había convencido a sí mismo de que la verdadera elección tendría lugar en el sur. Ahora, contemplando la ruina que era Ruatha, sus esperanzas se desvanecían. Debajo de él, vio el estandarte de Fax formando la secuencia que le reclamaba a su lado.

Dominando su sensación de desaliento, ordenó a Mnementh que descendiera. Fax, controlando a duras penas el terror de su montura terrestre, agitó una mano en dirección al valle de aspecto abandonado.

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