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Authors: Anne McCaffrey

El vuelo del dragón (6 page)

BOOK: El vuelo del dragón
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Lessa se inclinó afanosamente sobre su tarea de sacarle brillo a las bandejas.

Wher guardián, wher guardián,

en tu madriguera,

¡Vigila bien, wher guardián!

¿Quién entra ahí?

—El wher guardián está ocultando algo —le dijo F'lar a F'nor mientras conferenciaban en la gran cámara limpiada apresuradamente. La temperatura ambiente de la habitación seguía siendo helada, a pesar de que ahora ardía un generoso fuego en el hogar.

—Cuando Canth le habló, no hizo más que farfullar —observó F'nor. Estaba apoyado contra la repisa de la chimenea, volviéndose ligeramente de un lado a otro para calentarse. Contempló a su jefe de escuadrón, que paseaba impacientemente de un extremo a otro de la cámara.

—Mnementh lo está tranquilizando —replicó F'lar—. Y es muy capaz de conseguirlo. Es posible que el animal sea más senil que cuerdo, pero...

—Lo dudo —completó la frase F'nor. Miró con aprensión hacia el techo cubierto de telarañas. Estaba seguro de que podría localizar a la mayoría de las tejedoras, pero no deseaba exponerse a sus picaduras, como remate de las incomodidades experimentadas ya en este maldito Fuerte. Si la noche no era demasiado fría, se proponía pasarla con Canth en las alturas—. Eso sería una sugerencia más razonable que la que han hecho Fax o su Gobernador.

—Hummm —murmuró F'lar, mirando al caballero pardo con el ceño fruncido.

—Bueno, es increíble que Ruatha pueda haber llegado a semejante estado de decadencia en diez breves Revoluciones. Todos los dragones han captado la sensación de poder, y es evidente que el wher guardián ha sido manipulado. Eso requiere una gran cantidad de control.

—Por parte de alguien de la Sangre —le recordó F'lar.

F'nor dirigió a su jefe de escuadrón una rápida mirada, preguntándose si podía hablar en serio a la luz de todas las informaciones en sentido contrario.

—Te concedo que existe poder aquí, F'lar —admitió F'nor—. Pero podría tratarse fácilmente de un oculto varón bastardo de la antigua Sangre. Y nosotros necesitamos una hembra. Pero Fax dio a entender claramente, con su estilo inimitable, que no había dejado a nadie de la antigua Sangre con vida en el Fuerte el día que lo tomó. Damas, niños, todos. No, no...

El caballero pardo agitó la cabeza, como si con ese gesto pudiera disipar su falta de fe en la curiosa insistencia de su jefe de escuadrón en que la Búsqueda terminaría en Ruatha con sangre de Ruatha.

—Ese wher guardián está ocultando algo, y únicamente alguien de. la Sangre de su Fuerte puede preparar eso, caballero pardo —dijo F'lar enfáticamente. Hizo un gesto en tomo a la cámara y hacia la ventana—. Ruatha ha sido dominada. Pero sigue resistiendo... sutilmente. Yo digo que eso apunta a la Sangre y al poder antiguos. No sólo al poder.

La obstinada expresión en los ojos de F'lar, la rigidez de su mandíbula, sugerían que F'nor debía buscar otro tema de conversación.

—Voy a ver lo que puede ser visto alrededor de la marchita Ruatha —murmuró, y salió de la cámara.

F'lar estaba mortalmente aburrido con la dama que Fax le había asignado cortésmente. Reía incesantemente y estornudaba sin parar. Y no aplicaba a su nariz el pañuelo que sus mocos estaban pidiendo a gritos. Desprendía un olor agrio, mezcla de sudor y aceite enranciado. También estaba embarazada de Fax. No visiblemente aún, pero le había confiado su estado a F'lar, inconsciente de la ofensa que significaba para el dragonero... u obedeciendo órdenes de su Señor. F'lar ignoró deliberadamente el asunto y, salvo cuando su compañía era obligada en este viaje de Búsqueda, la ignoró también a ella.

Dama Tela le estaba hablando nerviosamente del horrible estado en que se encontraban las habitaciones asignadas a Dama Gemma y a las otras damas del cortejo del Señor.

—Los postigos han permanecido entreabiertos todo el invierno, y tendríais que haber visto la de porquería que había en los suelos. Finalmente conseguimos que dos de las sirvientas lo barrieran todo y echaran la basura al hogar. Y luego, al encender el fuego, todo se llenó de humo y no había quien aguantara allí, hasta que enviaron a un hombre —Dama Tela dejó oír la inevitable risita—. Descubrió que la chimenea estaba atascada por una piedra de la misma chimenea que había caído de través. Por verdadero milagro, el resto de la chimenea estaba en buenas condiciones.

Dama Tela agitó su pañuelo. F'lar contuvo la respiración, ya que el gesto envió un desagradable olor en su dirección.

Alzó la mirada hacia la puerta interior del Fuerte y vio a Dama Gemma descendiendo con pasos lentos y torpes. Alguna sutil diferencia en su modo de andar le llamó la atención, y trató de identificarla, mirando fijamente a la Dama.

—Oh, sí, pobre Dama Gemma —murmuró Dama Tela, suspirando profundamente—. Todos estamos muy preocupados. No sé por qué mi Señor Fax insistió en que ella viniera. No está aún a punto de cumplir, y sin embargo...

La preocupación de Dama Tela parecía sincera.

El odio incipiente de F'lar hacia Fax y su brutalidad maduró bruscamente. Dejó a su compañera con la palabra en la boca, y extendió cortésmente su brazo hacia Dama Gemma para ayudarla a bajar los últimos peldaños y acompañarla hasta la mesa. Sólo la breve presión de los dedos de la Dama sobre su antebrazo traicionó su gratitud. Dama Gemma tenía el rostro muy pálido, y las arrugas alrededor de su boca y de sus ojos se habían hecho más profundas, revelando el esfuerzo que estaba realizando.

—Veo que han intentado adecentar el Vestíbulo —observó Dama Gemma por decir algo.

—Eso parece —admitió F'lar secamente, dirigiendo una mirada circular al amplio y proporcionado Vestíbulo, con sus vigas adornadas con las telarañas de numerosas Revoluciones. Las inquilinas de aquellos nidos de gasa caían de cuando en cuando al suelo, sobre la mesa y en las bandejas de la comida. Nada reemplazaba a los antiguos estandartes de la Sangre ruathana, eliminados de las oscuras paredes de piedra. Las mesas montadas sobre caballetes aparecían recién lavadas y frotadas con arena, y las bandejas resplandecían con un brillo mate a la luz de las renovadas lámparas. Desgraciadamente, eso era un error, ya que la claridad no era lo más conveniente para un escenario que hubiera resultado más tranquilizador en una semipenumbra.

—Este era un Vestíbulo muy agradable —murmuró Dama Gemma, de modo que sólo pudiera oírlo F'lar.

—¿Erais una amiga? —preguntó cortésmente F'lar.

—Sí, en mi juventud —Dama Gemma subrayó significativamente la última palabra, evocando para F'lar una doncellez más feliz—. ¡Era una noble línea!

—¿Creéis que alguien podría haber escapado de la espada?

Dama Gemma le miró con aire de desconcierto, y luego compuso rápidamente sus facciones para no llamar la atención. Inclinó afirmativamente la cabeza de un modo apenas perceptible, y pasó a ocupar su lugar en la mesa, saludando a F'lar con un gracioso gesto con el que le despedía y le daba las gracias al mismo tiempo.

F'lar fue en busca de su compañera, y la situó en la mesa a su izquierda. Como únicas personas de categoría que cenarían aquella noche en el Fuerte de Ruatha, Dama Gemma estaba sentada a su derecha; Fax se sentaría al otro lado de ella. Los dragoneros y los oficiales de la tropa de Fax ocuparían las mesas inferiores. Ningún miembro de los gremios había sido invitado.

Fax llegó en aquel preciso instante, con su dama actual y dos subjefes. El Gobernador les precedía, haciendo grandes reverencias. F'lar observó que el hombre se mantenía a cierta distancia de su soberano... tal como era de esperar de un Gobernador que atendía de un modo tan lamentable a sus responsabilidades. F'lar barrió de la mesa una araña que acababa de caer encima de ella. Por el rabillo del ojo vio que Dama Gemma parpadeaba y se estremecía.

Fax se acercó a la mesa con el rostro congestionado por la rabia reprimida. Echó bruscamente su silla hacia atrás, golpeando la de Dama Gemma antes de sentarse. Luego empujó la silla hacia la mesa con tanta fuerza que estuvo a punto de derribar la mesa, no demasiado estable con los caballetes en vez de patas. Frunciendo el ceño, examinó su copa y su plato, pasando un dedo por la superficie, dispuesto a tirarlos al suelo si no le complacían.

—Un asado, mi Señor Fax, y pan tierno, Señor Fax, y las frutas y raíces que quedaban.

—¿Quedaban? ¿Quedaban? Dijiste que no se había cosechado nada.

El Gobernador desorbitó los ojos y tragó saliva, tartamudeando:

—Nada para ser enviado. Nada suficientemente bueno para ser enviado. Nada. Si hubiera sabido que íbais a venir, podría haber pedido a Crom...

—¿Pedido a Crom? —rugió Fax, golpeando el plato que estaba examinando contra la mesa con tanta fuerza que el borde se dobló bajo sus manos. El Gobernador parpadeó como si le hubieran golpeado a él.

—Algo decente para comer, mi señor —gimoteó.

—El día que uno de mis Fuertes no pueda mantenerse a sí mismo ni recibir con dignidad la visita de su legítimo soberano, renunciaré a él.

Dama Gemma ahogó una exclamación de sorpresa. Simultáneamente, los dragones rugieron. F'lar sintió la inconfundible oleada de poder. Sus ojos buscaron instintivamente a F'nor en la mesa inferior. El caballero pardo, todos los dragoneros, habían experimentado la misma inexplicable exultación.

—¿Qué ocurre, dragonero? —estalló Fax.

F'lar, fingiendo despreocupación, extendió sus piernas debajo de la mesa y asumió una postura indolente en la pesada silla.

—¿A qué te refieres?

—¡A los dragones!

—Oh, nada. Rugen a menudo... al ponerse el sol, al ver pasar una bandada de pájaros, a las horas de comer... —y F'lar sonrió afablemente al Señor de las Altas Extensiones. A su lado, su compañera de mesa emitió un leve chillido.

—¿A las horas de comer? ¿Acaso no han comido?

—Oh, sí. Hace cinco días.

—Oh. ¿Hace... cinco días? ¿Y tienen hambre... ahora?

La voz de Dama Tela estaba alterada por el miedo, y sus ojos se habían desorbitado ligeramente.

—Dentro de unos días —le aseguró F'lar.

Aprovechando el pretexto de aquella conversación, F'lar escrutó el Vestíbulo. Aquella oleada de poder había llegado desde muy cerca. Posiblemente desde el interior del propio Vestíbulo. Se había producido tan inmediatamente después de la declaración de Fax, que sus palabras tenían que haberla desencadenado. F'lar vio que F'nor y los otros dragoneros estaban investigando disimuladamente todos los rostros en el Vestíbulo. Los soldados de Fax podían ser descartados, lo mismo que los hombres del Gobernador. Y el poder tenía un indefinible toque femenino.

¿Una de las mujeres de Fax? A F'lar le pareció increíble. Mnementh había estado cerca de todas ellas y ninguna había mostrado un vestigio de poder, y mucho menos —a excepción de Dama Gemma— de inteligencia.

¿Una de las mujeres del Vestíbulo? Hasta entonces sólo había visto a las deplorables fregonas y las hembras de edad madura que el Gobernador tenía como sirvientas. ¿La mujer personal del Gobernador? No sabía aún si aquel hombre tenía una. ¿Una de las mujeres de los guardianes del Fuerte? F'lar reprimió un intenso deseo de levantarse e investigar.

—¿Has montado una guardia? —le preguntó a Fax de un modo casual.

—¡Doble en el Fuerte de Ruatha! —fue la dura respuesta, surgida de una parte muy profunda del pecho de Fax.

—¿Aquí? —inquirió F'lar, estallando en una carcajada y mirando alrededor de la destartalada cámara.

—¡Aquí! —Fax cambió de tema con un rugido—. ¡Comida!

Cinco marmitones, dos de ellos mujeres vestidas con unos harapos tan sucios que F'lar confió en que no hubieran tenido nada que ver con la preparación de la comida, se presentaron tambaleándose bajo el peso del asado. Nadie que poseyera un rastro de poder se degradaría hasta el punto de realizar aquellas tareas, a menos...

El aroma que brotaba de la bandeja que acababa de ser depositada sobre la mesa de trinchar le distrajo. Olía a hueso quemado y a carne carbonizada. Incluso el cántaro de
klah
que circulaba por la mesa olía mal. El Gobernador afilaba frenéticamente sus herramientas, como si un filo agudo pudiera cortar porciones aceptables de aquel inverosímil asado.

Dama Gemma contuvo de nuevo la respiración, y F'lar vio que sus manos se engarfiaban alrededor de los brazos de su silla. Vio el movimiento convulsivo de su garganta al tragar. Tampoco a él le apetecía la perspectiva de aquella comida.

Los marmitones reaparecieron con bandejas de madera llenas de pan. Antes de servirlo, hubo que rascar y cortar, en algunos lugares, las cortezas quemadas. Mientras eran traídas nuevas bandejas, F'lar trató de examinar los rostros de los sirvientes. Una mata de cabellos ocultaba casi del todo la cara de la criada que ofreció a Dama Gemma un plato de legumbres nadando en un caldo grasiento. Asqueado, F'lar hurgó a través de las legumbres para encontrar porciones adecuadamente cocidas y ofrecérselas a Dama Gemma. Ella las apartó a un lado, tratando de disimular su malestar.

Cuando F'lar estaba a punto de volverse y servir a Dama Tela, vio que la mano de Dama Gemma se aferraba convulsivamente al brazo de su silla. Entonces se dio cuenta de que no estaba simplemente asqueada por la poco apetitosa comida. Se encontraba bajo los efectos de los dolores de parto.

F'lar miró en dirección a Fax. El soberano contemplaba con el ceño fruncido los esfuerzos del Gobernador por encontrar porciones comestibles de carne.

F'lar tocó ligeramente el brazo de Dama Gemma con sus dedos. Ella volvió el rostro lo suficiente para poder ver a F'lar por el rabillo del ojo. Logró esbozar una media sonrisa socialmente correcta.

—No me atrevo a marcharme precisamente ahora, Señor F'lar. Siempre es peligroso en Ruatha. Y es posible que sólo sean falsos dolores... a mi edad.

F'lar no quedó demasiado convencido al ver que Dama Gemma se estremecía de nuevo. Dama Gemma hubiera sido una excelente Dama del Weyr, pensó melancólicamente, si fuera más joven.

El Gobernador, con manos temblorosas, presentó a Fax las tajadas de carne, unas porciones casi comestibles, aunque no en mucha cantidad.

El ancho puño de Fax salió disparado, y el Gobernador recibió el plato, la carne y el jugo en pleno rostro. A pesar de sí mismo, F'lar suspiró, ya que aquellas eran indudablemente las únicas porciones comestibles de todo el animal.

—¿Llamas comida a
esto
?
¿Llamas comida a esto?
—aulló Fax. Su voz resonó contra la cúpula desnuda del techo, sacudiendo las frágiles telarañas y haciendo caer a muchas de sus inquilinas—.
¡Porquería! ¡Porquería!

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