Ella (15 page)

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Authors: H. Rider Haggard

Tags: #Aventura, Fantástico, Clásico, Romántico

BOOK: Ella
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Púseme a pensar luego en la empresa en que estábamos empeñados... ¡Cuán loca era! Y, sin embargo, ¡qué bien se compadecía con la inscripción trazada desde tantos siglos atrás en el tiesto de ánfora!... ¿Quién era esa mujer extraordinaria reina de un pueblo tan singular como ella y que vivía en medio de los vestigios de una civilización perdida?... Y ¿qué podría significar esa historia del fuego que producía la existencia imperecedera?... ¿Sería posible que hubiera alguna esencia o fluido para fortificar de tal modo estos muros de la carne que los haga resistentes a las minas y proyectiles del tiempo? Era posible quizá; pero no probable. Después de todo, la continuación de la vida no sería cosa tan maravillosa ni con mucho, como la producción de la vida y su resistencia temporal... Suponiendo que fuera verdad, ¿qué resultaría entonces? La persona que descubriese la manera de ser inmortal, dominaría al mundo. Podría acumular todas las riquezas de la tierra y todo el poder y todo el saber que es poder. Para aprender cada arte o cada ciencia podría dedicar todo el espacio de una existencia ordinaria. Pues bien, siendo esto así, y que esa
Ella
fuera realmente inmortal (lo que yo no podía creer ni por un momento) ¿cómo es que con todas estas ventajas a su disposición prefería vivir en una cueva en medio de una sociedad de caníbales?.. Por supuesto, que esta última consideración bastaba para aclarar el asunto.

Toda la historia era pura necedad, digna solamente de los supersticiosos días en que, fue escrita. Y de cualquier modo que fuese estaba segurísimo yo, por mi parte, que no trabaría de adquirir la inmortalidad de mi propia existencia. Había sufrido muchas mortificaciones y desengaños, y amarguras secretas, durante los cuarenta y pico que ya había vivido, para desear que este estado de cosas continuara indefinidamente. Y eso que me parece que mi vida ha sido relativamente hablando bastante dichosa.

Mas, pensando luego en que nuestras propias vidas en aquellos momentos tenían más trazas de ser cortadas violentamente que de prolongarse fuera de lo debido, fuíme, al fin, quedando dormido, de lo que probablemente se alegrarán los que lean esta historia ni es que la lee alguien.

Cuando desperté, estaba amaneciendo, y los hombres del séquito se movían por el campamento, pareciendo sombras entre la densa niebla matutina

La hoguera se había apagado por completo, y yo me levante y desperté temblando en todos mis miembros con la fría humedad de la madrugada. Entonces pensé en Leo. Allí estaba junto a mí, sentado en el suelo, sosteniéndose la cabeza con las manos. Tenía el rostro encendido y brillantes los ojos con un cerco amarillo en torno, de las pupilas.

—¿Qué tal, Leo —le pregunté, —cómo te encuentras?

—Como si me fuera a morir... —contestó roncamente. —Parece que me va a estallar la cabeza; todo el cuerpo me tiembla ¡Chico, estoy malo, malo, y tanto, que me figuro ser un gato apaleado!

Púseme a silbar... O si no silbé, tuve la intención de hacerlo. Leo, sufría de un feroz ataque febril. Fuíme donde Job a pedirle quinina de cuya droga teníamos aún bastante cantidad, y me encontré con que Job no estaba mejor que Leo. Quejábase de grandes dolores en la espalda y de vértigos, y de que no podía moverse casi. Hice entonces lo que en aquellas circunstancias pude darles a ambos una buena dosis de diez granos de quinina y tomarme yo otra menor por vía de precaución. Busqué a Billali luego y le conté lo que pasaba preguntándole qué deberíamos hacer. El fue entonces conmigo a ver a Leo y a Job, a quien él llamaba el
Puerco
por razón de su gordura de su rostro redondo y sus pequeños ojos.

—Ambos tienen la fiebre —me dijo cuando nos apartarnos, bastante. —El león está grave, pero es joven y puede salvarse; el puerco no está tan malo, tiene la fiebre chica que comienza con dolores de espalda y que se consumirá en su propio, manteca

—¿Y podrán seguir el viaje, padre mío?

—Deben continuarlo, hijo mío. Si permanecen aquí ambos morirán de seguro, y, además, mejor estarán en las literas que sobre el suelo. Hacia esta noche si no se presenta ninguna novedad, habremos salido del pantano y respiraremos, aires más puros. Vamos, coloquémoslos en sus literas y partamos: es muy malo estarse quieto en esta niebla de la madrugada. Almorzaremos andando.

Hízose todo como él dijo, y continuamos con un peso en el corazón nuestro extraño viaje. Durante como tres horas no hubo novedad, pero entonces ocurrió un accidente que, por poco no nos priva de la compañía agradable de nuestro anciano amigo Billali, cuya litera era la que abría la marcha. Cruzábamos precisamente, a la sazón un tramo peligroso de ciénaga en la que a veces se hundían los cargadores hasta las rodillas: y a la verdad, no me explico aún cómo podían aquellos hombres avanzar tan cargados, siquiera dos pasos.

De súbito, mientras así íbamos dando tumbos y sumiéndonos, oyóse un chillido agrio, luego una tempestad de interjecciones y últimamente, el choque de un gran cuerpo contra el agua. La caravana se detuvo.

Salté de mi litera y corrí hacia delante. Como a unas veinte yardas hallábase un recodo del gran charco sucio y sombrío, por cuya margen alta y resbaladiza empezaba a entrar la fila de literas, y horrorizado vi que la de Billali flotaba en él, sin que se pudiera encontrar trazas, de dónde estaba su cuerpo. Para que se comprenda bien la situación, contaré lo que había pasado.

Uno de los cargadores de la litera de Billali había pisado infortunadamente una culebra que se calentaba al sol, y ésta mordió en la pierna. El hombre, como es natural, soltó la vara y al ver que resbalaba hacia el agua agarróse de la litera para salvarse. El resultado fue de esperarse: la litera se inclinó demasiado, la gravedad la llevó hacia el vacío, los cargadores la soltaron, y fuese al agua con Billali dentro y con el hombre mordido por la serpiente. Cuando acudí al lugar no se veía a ninguno de los dos hombres y al desgraciado cargador no se le vio nunca más tampoco; quedaría preso en el fango, se habría dado con el cráneo en alguna cosa o la mordedura lo habría paralizado; el hecho es que no se vio más. Pero aunque no se veía entonces a BillaIi sabía adónde estaba por la agitación de la flotante, litera y de sus paños en que estaba enredado.

—¡Ahí está! ¡ahí está nuestro padre! —exclamó uno de los hombres; pero ninguno de ellos movía para salvarle ni un solo dedo. Allí se estaban parados mirando el agua.

—¡Fuera del camino, bruto! —exclamé yo en inglés entonces; y quitándome el sombrero tomó algún impulso y me lancé a aquel charco fangoso y horrible. En dos braceadas estuve junto a la litera. Desenredéla de los paños de ella en un momento, no sé cómo, y su venerable cabeza toda cubierta de verdoso fango, parecida a la de un Baco anciano y amarillo, coronado de yedra, surgió de la superficie, del agua.

Lo demás fue fácil, porque Billali, que era un hombre eminentemente práctico, tuvo bastante presencia de ánimo para no agarrarme como hacen generalmente los que se ahogan; sostúvele por un brazo y le remolqué a la orilla de cuyo fango nos extrajeron con bastante trabajo. No veré jamás de nuevo gente de más churriento aspecto que el de nosotros dos entonces; y quizá dé una idea de la casi sobrehumana apariencia de dignidad que, Billali tenía diciendo que aún me parecía venerable é imponente así como estaba: tosiendo, medio ahogado, cubierto de lodo y hierbas, y con la larga barba blanca toda mojada y acabada en punta como la recién engrasada mecha caudal pilosa de un hijo del celeste Imperio.

—¡Ah, perros! —díjoles a sus conductores apenas recobró el habla. —¡Me dejábais ahogar a mí que soy vuestro padre! Si no hubiera sido por este extranjero, por mi hijo el Babuino, me ahogo de seguro!... ¡Bueno está; no he de olvidarlo!.. —agregó fijándoles la mirada brillante, aunque un tanto húmeda aún, de un modo que a pesar de la fingida y terca indiferencia de aquellos hombres vi que los inquietaba.

—Y tú, hijo mío —continuó dirigiéndose a mí y tomándome la mano, —ten la seguridad de que seré tu amigo en todo trance, cualquiera que sea. ¡Me has salvado la vida; quizá pueda yo salvártela algún día!...

Limpiámonos del mejor modo que pudimos, pescamos la litera y proseguimos el viaje todos, menos el hombre que se había ahogado.

No sé si atribuirlo al carácter nacional, de temperamento egoísta y despreocupado, o a que el desaparecido fuese hombre impopulas lo cierto es que no noté que se lamentasen poco ni mucho de su pérdida, a no ser aquellos que tenían que trabajar más cargando la litera por su ausencia

LA LLANURA DE KOR

Como una hora antes del anochecer, salimos por dicha nuestra de aquella inmensa ciénaga y nos encontramos en una comarca que, formando grandes ondulaciones subía en ascensión indeterminada. Detuvímonos para pasar la noche del lado acá de la cresta de la primera loma que encontramos. Mi primer acto al bajarme de la litera fue ir a ver al pobre Leo. Su condición me pareció más grave quizá que por la mañana y se le presentó entonces el pésimo síntoma de los vómitos que le duraron toda la noche. No pude dormir ni un momento, pues hasta que amaneció estuve velándolos a él y a Job con Ustane, que era una de las más cariñosas o incansables enfermeras que he conocido. El ambiente en aquel lugar era agradable y no había mosquitos. Nos encontrábamos también sobre el nivel de la niebla pantanosa, que se extendía por debajo de nosotros como el pálpalio sombrío de humo de una ciudad manufacturera inglesa a trechos cruzada por las fugitivas lenguas lívidas de los fuegos, fatuos. Nos hallábamos, pues, en grande, relativamente hablando.

Al amanecer, Leo tenía por completo perdida la cabeza y se figuraba que le habían partido en dos mitades. Yo estaba desesperado, y empecé a pensar aterrorizado en la manera con que el acceso concluiría.. ¡ay!... bastantes veces me habían dicho cómo concluyen por lo general... Billali llegó en esto, y me dijo que debíamos seguir andando, porque creía que si Leo no podía llegar a algún punto donde estuviera bien cuidado y tranquilo durante las doce horas siguientes por lo menos, no duraría ni dos días. En ello convine yo, lo colocamos, por tanto, en su litera y rompimos la marcha caminando Ustane a su lado para espantarle las moscas y para que en un rapto no se tirara al suelo.

A la media hora después de salir el sol llegamos a la cima de la loma de que antes hablé, y nos encontramos un hermoso espectáculo. Extendíase ante nosotros un bello país cubierto de prados y de verduras floridas. Allá, al fondo, a una distancia de dieciocho millas según creo, de donde estábamos, surgía abruptamente en la llanura una elevadísima y rara montaña. Su base parecía consistir en una suave é inmensa pendiente cubierta de hierba pero de ella se elevaba de súbito a una altura de quinientos pies (como pude saber luego) sobre el nivel de la llanura, un paredón absolutamente cortado a pico de peña viva de unos mil doscientos o mil quinientos pies. La forma de esta montaña de origen volcánico, sin duda era redonda y como desde donde estábamos no era visible más que un segmento de su círculo, no pude estimar exactamente su tamaño, que era enormísimo. Más tarde supe que no ocupaba su asiento menos de cincuenta millas cuadradas de terreno.

Creo que no existe en parte alguna espectáculo más imponente por su grandeza que el que ofrecía aquella torre natural destacándose solitariamente sobre el llano. Esta soledad suya la hacía más majestuosa, y sus excelsas almenas parecían tocar al cielo, y a la verdad que casi siempre estaban envueltas en las nubes cuyas masas de vellón lucían como colgadas de ellas.

Incorporéme en la litera a contemplar tan conmovedor espectáculo, y Billali parece que lo notó, porque hizo aparear la suya con la mía.

—Ahí tienes la morada de
Quien debe ser obedecida...
¿Tuvo nunca ninguna reina un trono como ese?

—Es cosa maravillosa, padre mío —respondí. Más ¿cómo se entra ahí? Esos, muros parecen muy recios de trepar.

—Ya lo sabrás, Babuino. Contempla ahora la llanura que está a nuestros pies... ¿Qué crees tú que es eso?.. Tú, que eres hombre tan sabio, vamos, dímelo.

Considerándolo estuve por un rato y me llamó principalmente la atención la calzada toda cubierta de hierba que en la línea recta conducía hasta la base misma de la montaña. Tenía a ambos lados altos terraplenes como banquetas, continuos aunque con algunas brechas, y cuya utilidad no pude explicarme. Parecíame tan raro ¡un camino con malecones!

—Figúrome, padre mío, que eso es un camino; aunque tiene trazas de haber sido en otro tiempo, el cauce de un río o de un canal, más bien —añadí al observar la gran rectitud de su dirección.

Billali que, entre paréntesis sea dicho, no parecía perjudicado por su baño forzado de la víspera inclinó lentamente la cabeza y dijo:

—Razón tienes hijo mío. Es un canal, labrado por, los que antes que nosotros, ocuparon este país, para desviar las aguas, estoy seguro de ello, porque ese círculo cerrado por rocas en cuyo centro se alza esa montaña como una gran taza llena de agua fue una vez un gran lago. Pero esos hombres anteriores a nosotros que ya te he mentado, valiéndose de medios que desconozco, abrieron un paso a las aguas por entre las montañas hasta el lago mismo. Pero, primero, hicieron ese canal que miras al través de la llanura. Y así las aguas se precipitaron por él y fueron a inundar las tierras bajas que están detrás de estas lomas, formando quizá el pantano por donde hemos, venido. Entonces ya seco el lago del monte, ese pueblo fabricó una gran ciudad en su lecho, de la que hoy no existen más que las ruinas y el nombre de Kor, conservado por milagro, y luego en las edades sucesivas, labró las cavernas y galerías de esa montaña que tú verás en breve.

—Así debe ser —repuse, —más ¿cómo es que el lago no vuelve a llenarse con las lluvias?

—¡Ah! porque aquel pueblo no era tonto y conservó un desagüe permanente. ¿Ves aquel río allí a la derecha? —y me señaló uno de buen tamaño que serpenteaba por el llano a unas cuatro millas de nosotros. —Pues ese es el desagüe, y atraviesa la montaña por donde pasa el canal, que al principio, sin duda conducía el agua pero que, luego los hombres aquellos dejaron libre para utilizarlo como un camino.

—¿Y no se puede entrar en la gran montaña por otra parte más que por donde sale el canal? —le preguntó.

—Otro paso existe para la gente a pie y para el ganado, aunque es muy expuesto; pero es un paso secreto que pudieras estar buscando sin encontrarlo por espacio de un año. No se utiliza más que una vez al año para dar entrada al ganado que se ceba en las faldas de la montaña y en esta llanura

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