Read Elminster en Myth Drannor Online
Authors: Ed Greenwood
Elandorr pareció percibir su muda censura; bajó la altiva mirada, se llevó las manos a la espalda, y empezó a describir círculos a su alrededor.
—Si bien resulta refrescante ver cómo las casas más jóvenes y vigorosas de Cormanthor acaban demostrando interés en las actividades del reino —dijo con frivolidad—, debo advertiros, señoras, que un exceso de charla sobre los asuntos de importancia sería algo malo, muy malo. Recientemente ha sido mi doloroso deber el... refrenar los excesos de conducta de la díscola lady Symrustar, de la bisoña Casa Auglamyr. ¿Sin duda habréis oído algo al respecto, transportado por los lamentables vientos del comadreo que de un modo tan intolerable parece sufrir nuestra hermosa ciudad...?
La elevación inquisitorial de su tono de voz y sus cejas enarcadas exigían una respuesta, por lo que se sintió momentáneamente desconcertado cuando ambas damas hicieron un gesto de desdén, sostuvieron su mirada, y no dijeron nada.
Sus ojos centellearon irritados mientras Elandorr giraba sobre sus talones para alejarse del peso de dos miradas fijas, realizando un majestuoso molinete con la capa. Acto seguido se llevó la mano al pecho, suspiró con teatralidad, y se volvió de nuevo hacia ellas.
—Me apenaría profundamente —manifestó con pasión— escuchar la misma clase de trágica noticia comentada por la ciudad con respecto a las orgullosas damas de Bruma Matinal y Tornglara. Sin embargo, tales infortunios pueden acontecer con facilidad a cualquier elfa que no sepa cuál es su puesto en el nuevo Cormanthor.
—Y ¿qué «nuevo Cormanthor» sería ése, lord Waelvor? —inquirió Alaglossa en tono quedo, los ojos muy abiertos, dos dedos apoyados en la barbilla.
—Pues este reino que nos rodea, conocido y amado por todos los auténticos cormanthianos. Este reino tal y como será en una luna aproximadamente, renovado y devuelto al sendero correcto que ya estaba bien para nuestros antepasados, y los suyos antes que ellos.
—¿Renovado? ¿Por quién, y cómo? —Ithrythra se unió al juego del desconcierto—. ¿Por jóvenes lores que se refocilan con afectación?
Elandorr la miró frunciendo el entrecejo, y separó los labios de los dientes en una desagradable sonrisa.
—No olvidaré vuestra insolencia, «señora», y actuaré en consecuencia; ¡podéis estar segura de ello!
—Señor, os estaré esperando —repuso ella, bajando la cabeza en un gesto de deferencia. Mientras lo hacía, puso los ojos en blanco.
Con un gruñido, Elandorr pasó junto a ella con paso majestuoso, al tiempo que extendía deliberadamente el codo para golpearla en la cabeza al hacerlo; pero de algún modo, mientras ella se ponía fuera de su alcance, él se encontró de repente con la espalda de un sirviente que había aparecido de la nada para ayudar a lady Bruma Matinal. El noble elfo lanzó una mirada furiosa a su alrededor y descubrió que los sirvientes de ambas damas lo iban rodeando, con los ojos apartados de él pero con dagas, fustas y otras armas en las manos. El retoño de los Waelvor rezongó y apresuró el paso, alejándose a grandes zancadas del grupito que se cerraba en torno a él.
Los criados rodearon a ambas damas, que intercambiaron miradas y descubrieron que tenían la expresión sombría, la respiración apresurada, y las ventanas de la nariz muy abiertas. Las puntas de sus orejas estaban rojas de rabia.
—Un enemigo peligroso, y ahora del todo consciente de tu existencia, Ithrythra —indicó Alaglossa en queda advertencia.
—Ah, pero fijaos en lo mucho que dejó escapar sobre los futuros planes de alguien para el reino, al perder los estribos —replicó Ithrythra. Luego miró a los sirvientes que las rodeaban a ambas y añadió—: Os doy las gracias a todos. Fue muy valiente que nos defendierais del peligro cuando podríais, deberíais, haberos mantenido a una distancia segura.
—No, señora; era lo menos que podíamos hacer para seguir manteniendo el honor —murmuró uno de los senescales de más edad.
—Bien, si alguna vez me comporto con la misma grosería que nuestro caballerete —le respondió ella con una sonrisa—, ¡tenéis mi permiso para arrojarme sobre el fango y usar esa fusta vuestra una o dos veces en mi trasero!
—Sería mejor advertir antes a vuestro señor de su llegada —apuntó Alaglossa con otra sonrisa—. ¡Este servidor es uno de los míos!
Prorrumpieron todos entonces en una carcajada general de alegría, que luego se apagó lentamente a medida que, uno a uno, se volvían y miraban al final de la calle para descubrir que Elandorr Waelvor no se había alejado tanto en realidad. Era evidente que creía que sus risas eran a su costa, y permanecía inmóvil observándolos a todos con mirada asesina.
Lord Ihimbraskar Crepúsculo Apacible flotaba con tranquilidad a varios centímetros de su propia cama, tan desnudo como el día en que vino al mundo, mientras sonreía a su dama como un joven amante elfo lleno de admiración.
Lady Duilya Crepúsculo Apacible le devolvió la sonrisa, la barbilla apoyada en las manos, y los codos descansando también en el aire. Se cubría únicamente con cadenas de oro adornadas con joyas; cadenas que colgaban en semicírculos en dirección al lecho situado debajo.
—Y bien, mi señor, ¿qué noticias tenéis hoy? —musitó ella, encantada todavía de que él hubiera corrido directamente a casa para desvestirse una vez que todos hubieron abandonado la corte... y que hubiera reaccionado con satisfacción, y no irritación, al encontrarla esperando en la cama del señor de la casa.
La desdeñada botella de jerez
tripleshroom
seguía en el suelo, donde ella había ordenado que la depositaran; Duilya dudaba que su señor hubiera tomado una gota desde que la había visto vaciar una de aquellas botellas. Se preguntó cuándo —si es que lo hacía— se atrevería a hablarle de la magia que sus amigas y ellas habían empleado, para permitir que ella se bebiera todo aquello.
—Tres caballeros decanos —le contó su Ihimbraskar—, Haladavar, Urddusk y esa serpiente de Malgath, se presentaron en la corte y exigieron que el Ungido reconsiderara la apertura. Llevaban espadas de tormenta, y amenazaron con usarlas.
—¿Y todavía siguen vivos? —inquirió ella con frialdad.
—Así es, Eltargrim prefirió considerar las armas como un «error de juicio».
—El enemigo
armathor
—declamó Duilya con grandilocuencia y agitando una mano— escupió sangre por la boca mientras mi error de juicio le perforaba las partes vitales. —Su señor lanzó una risita ahogada.
—Espera, amor mío, todavía hay más —siguió él, rodando sobre sí mismo. Ella le hizo un gesto para que siguiera; su larga melena se deslizó sobre el hombro y cayó libremente.
Ihimbraskar contempló cómo las largas guedejas de su esposa se extendían y balanceaban de un lado a otro mientras seguía con su relato:
—El soberano dijo que sus preocupaciones eran válidas, hizo que su lady heraldo nos atemorizara a todos con relatos sobre el poderío guerrero de los humanos, y anunció que la apertura seguirá adelante de todos modos: ¡una vez que la ciudad quede cubierta por un enorme manto mágico!
—¿Qué? —Duilya arrugó la frente—. ¿Otra vez el Mythal de ese viejo loco de Mythanthar? ¿De qué servirá eso, si el reino queda abierto a todos?
—Sí, Mythanthar. Y, por lo que parece, nos concederá el control sobre lo que esos intrusos no elfos hagan, y la magia que utilicen, y lo que puedan ocultar —respondió él.
Duilya flotó más cerca y, mientras extendía la mano para acariciarle el pecho, añadió con dulzura:
—También sobre los elfos, mi señor... ¡Sobre los elfos también!
Lord Crepúsculo Apacible hizo intención de menear negativamente la cabeza, pero se detuvo de repente, muy pensativo, y dijo en voz muy baja:
—Duilya... ¿cómo he conseguido evitar caer en la más total estupidez, todos estos años que he hecho caso omiso de tu existencia? Se pueden crear hechizos que funcionen tan sólo sobre criaturas de ciertas razas, y no hagan caso de otras... pero ¿será así? ¡Qué arma en manos de quienquiera que sea el Ungido!
—Creo, mi señor —indicó ella al tiempo que giraba sobre sí misma para apoyar la mejilla sobre la de él y dedicarle una muy solemne mirada—, que lo mejor será que nos ocupemos con todas nuestras fuerzas de que Eltargrim siga siendo nuestro Ungido, y no uno de esos ambiciosos
ardavanshee
, en especial, que no lo sea uno de los tan nobles hijos de nuestras tres casas principales. Puede que consideren a los humanos y seres parecidos no mejores que las serpientes y las babosas, pero al resto de los elfos de Cormanthor nos contemplan como si fuéramos ganado. La apertura hará que teman por la seguridad de sus elevadas posiciones y, por lo tanto, actuarán con implacable desesperación.
—¿Cómo es que no eres consejero en la corte? —suspiró Ihimbraskar.
—Ya lo soy —respondió Duilya colocándose sobre él—. Aconsejo a la corte a través de vos.
—Muy cierto —gimió él—. Haces que parezca una especie de lacayo que envías al peligro cada día para dar a conocer tus puntos de vista.
Lady Duilya Crepúsculo Apacible sonrió y no dijo nada. Sus miradas se encontraron, y se sostuvieron mutuamente. Había un centelleo en los ojos de la mujer mientras seguía en silencio.
Una lenta sonrisa curvó la boca de Ihimbraskar, por lo general dura.
—Que Corellon te alabe y te condene, señora —dijo en un susurro antes de echarse a reír sin poder evitarlo.
Sucedió que Elminster fue asesinado por los elfos, o casi, y por la gracia de Mystra revoloteó por Cormanthor bajo la apariencia de espectro o fantasma, impotente e invisible; semejante, han dicho algunos, al destino de las fregonas al servicio de una dama de alcurnia. Como en el caso de tales mozas, grandes calamidades habrían caído sin duda sobre el último príncipe de Athalantar si su presencia hubiera sido advertida por los poderosos. Los sumos hechiceros de los elfos eran poderosos en aquellos tiempos, y muy rápidos para declarar la guerra y lanzar magia temeraria. Consideraban el mundo que los rodeaba, y a los humanos que había en él, como juguetes rebeldes que había que domar a menudo, con rapidez y dureza. Entre algunos elfos, tal modo de pensar ha variado muy poco hasta hoy.
Antarn el Sabio
Historia de los grandes archimagos de Faerun,
publicado aproximadamente el Año del Báculo
Symrustar estaba desnuda, el rostro una oscura máscara de sangre seca. Miró por entre la sombra que proyectaba la mata de cabello que le caía sobre la cara, sin ver ni a Elminster ni a ninguna otra cosa en Faerun. De las comisuras de los temblorosos labios rezumaba espuma mientras jadeaba y lloriqueaba. Si tras aquellos ojos quedaba todavía una mente intacta, el joven príncipe no pudo ver ninguna prueba de ello.
Elandorr debía de haber sido un rival aun más pervertido de lo que ella había pensado. Elminster se sintió enfermo; él había hecho esto al introducir al joven noble tras las defensas de la joven y dejar que leyera en su mente. Ahora era su deber enmendarlo, si podía.
Señora
, dijo, o lo intentó.
Symrustar Auglamyr
, llamó con suavidad, sabiendo que no producía ningún sonido. Quizá si se introducía en su cabeza... ¿o resultaría más dañino aun?
La muchacha medio cayó sobre el rostro entonces, al tropezar con la parte superior de una hondonada, y El se encogió de hombros. ¿Cómo podía hacérsele algo peor? El peligro de un depredador era muy real, y aumentaría a medida que oscureciera. Flotó al interior, al fondo de sus ojos, a la confusa oscuridad del otro lado, en un intento por percibir cualquier cosa a su alrededor al tiempo que volvía a pronunciar su nombre. Nada.
Elminster atravesó a la torturada dama elfa, y contempló con tristeza su espalda mientras ella se alejaba de él dando bandazos, babeando y profiriendo sonidos confusos e inarticulados. El joven no podía hacer nada.
En su estado actual, no podía siquiera ofrecerle una caricia consoladora, o hablarle. Era realmente un fantasma... y ella quizás estaba agonizando, y probablemente loca. La Srinshee tal vez podría ayudarla, pero él no sabía dónde encontrar a lady Oluevaera.
Mystra
, volvió a gritar,
¡ayúdame! ¡Por favor!
Aguardó, flotando, para mirar ansiosamente de vez en cuando al interior de los ojos ciegos de Symrustar mientras ésta anadeaba hacia adelante, pero no importaba durante cuánto tiempo o cuán a menudo la llamara: no se producía respuesta alguna. Indeciso, El se dedicó a flotar junto a la reptante y gimoteante hechicera elfa, que seguía con su lento y penoso avance por el bosque.
En una ocasión, la joven jadeó: «¡Elandorr, no!», y El esperó que siguieran otras frases lúcidas, pero ella se limitó a gruñir, profirió una serie de sonidos quejicosos, y luego prorrumpió en lágrimas, lágrimas que al final se convirtieron otra vez en el susurrante sonido.
Tal vez ni Mystra podía oírlo ahora. No, eso era una estupidez; sin duda había sido ella quien lo había reconstituido tras el desatino cometido en el castillo en ruinas. Sin embargo, parecía como si la diosa quisiera que aprendiera una lección ahora.
Si volaba a través de las montañas y el desierto hasta aquel templo de Mystra situado más allá de Athalantar, o a alguno de los otros lugares sagrados de la diosa de los que había oído hablar, tal vez los sacerdotes consiguieran devolverle el cuerpo.
Si es que podían verlo, claro. ¿Quién podía asegurar que podrían, si no conseguían hacerlo los elfos lanzadores de hechizos de Cormanthor?
Tal vez su presencia sería detectada si atravesaba un hechizo cuando se estaba realizando, o iba a parar a los aposentos de un mago que intentara crear magia nueva. No obstante, si abandonaba a Symrustar...
Revoloteó por el aire exasperado, hasta que llegó a una dolorosa decisión. En aquellos momentos no podía hacer más que observar si ella se hería o la atacaban o la mataban. Si recuperaba su cuerpo, sin duda podría usar hechizos para localizarla, o al menos enviar a alguien a rescatarla; la Srinshee, quizá. No confiaba en absoluto en sus posibilidades de convencer a la Casa Auglamyr de que él, el odiado armathor humano, de algún modo sabía que Elandorr Waelvor había abandonado a su queridísima hija y heredera arrastrándose por el bosque como un animal demente.
No, no podía hacer nada por Symrustar. Si ella moría allí fuera, no se trataría de una criatura inocente que no había hecho nada para que le sucediera tal cosa. No, por los dioses de las alturas que se lo había ganado con creces ya antes de que el torpe humano Elminster hubiera aparecido por allí y ella lo hubiera considerado muy apropiado para caer en sus garras.