Read Enciclopedia de las curiosidades: El libro de los hechos insólitos Online
Authors: Gregorio Doval
Tags: #Referencia, Otros
E
l emperador romano Domicio Claudio Enobarbo
Nerón
(37-68) hizo un viaje artístico a Grecia en el año 66 y aprovechó para participar en los Juegos de Olimpia, Delfos y Corinto. Fue necesario coronar al imperial concursante con los laureles de vencedor. Regresó a Roma dos años después, llevando consigo más de mil ochocientas coronas de triunfador. Por ejemplo, obtuvo un título olímpico de carreras de carros en el año 67, además de algunos otros en poesía. En aquella ocasión, ganó, entre otras razones, porque corrió en solitario. Años después, tal vez en recuerdo de sus
glorias
olímpicas, Nerón instituyó los
Juegos Juvenales
para conmemorar que se había afeitado la barba, dedicándola a Júpiter.
En otra época de su vida, Nerón tomó lecciones de canto y debutó en la actual Nápoles. El público huyó despavorido al coincidir su interpretación con un temblor sísmico. En las siguientes actuaciones, sin dejarse intimidar por los elementos, Nerón obligó a cerrar las puertas para que nadie se marchase durante su actuación.
De Nerón también se dice que fue el inventor de la moda del agua de rosas, por la que sentía tal predilección que en cierta ocasión gastó 4 millones de sestercios (equivalentes a unos 20 millones de pesetas actuales) en aceite, agua y pétalos de rosa para sí mismo y sus invitados en una sola fiesta nocturna ofrecida en pleno invierno a uno de sus mejores amigos personales. Y se sabe que en el entierro de su esposa Popea, en el año 65, se gastó una cantidad de perfume que superaba la producción anual de Arabia. Incluso se perfumó a las mulas que formaron parte del cortejo fúnebre.
P
ero si la vida del emperador Nerón estuvo llena de excentricidades, no le fue mucho a la zaga la de su esposa, la mencionada Popea Sabina, de quien, por ejemplo, las crónicas históricas cuentan que no se separaba nunca de su bañera de plata ni de las 500 asnas que suministraban la leche necesaria para sus baños, con lo que pretendía mantener la famosa blancura de su piel. Popea, por cierto, murió a consecuencia de un puntapié de su cruel marido que complicó fatalmente su embarazo.
E
l general George Smith Patton (1885-1945), héroe militar estadounidense de las dos Grandes Guerras, aseguraba haber vivido otras muchas vidas anteriores, en las que había luchado en la guerra de Troya, en las legiones de César contra Atila, en las Cruzadas, en defensa de los Estuardo de Escocia y en el ejército de Napoleón. Por eso decía que era invulnerable, cosa que intentaba demostrar avanzando a cuerpo descubierto al frente de sus tropas. Aseguraba que no moriría hasta que no hubiera acabado victoriosamente la guerra. Y así fue: tres meses después de la rendición de Japón, un tanque de la marca
Sherman
, e irónicamente del modelo
Patton
, con los frenos rotos, aplastaba su
Jeep
en la ciudad alemana de Heidelberg, causándole graves heridas que le provocaron una embolia fatal.
L
a bailarina rusa Ana Paulova (1885-1931), genial intérprete de la coreografía original de Fokine sobre
La muerte del cisne
del compositor francés Camine Saint-Säens, llevó su amor a los cisnes hasta el extremo de cuidar con verdadera dedicación a varios ejemplares en un estanque especialmente diseñado por ella en su residencia londinense,
Ivy House
, en la que también tenía algunos flamencos, un pavo real y una gran pajarera llena con ejemplares de muchas especies reunidos en sus viajes.
A
los 27 años, el escritor estadounidense Edgar Allan Poe (1809-1849) se casó con su prima Virginia Clemm, que por entonces sólo tenía 13. Poe pasó a vivir en Baltimore, en la casa de su tía y suegra María Clemm, que rápidamente se convirtió en una nueva madre para el escritor. Cuando escribía, exigía de ella que se quedase a su lado sirviéndole café hasta la madrugada. Fue su época más fructífera. Por entonces, gustaba de leer en público sus composiciones; para ello, pegaba con engrudo sus manuscritos, formando un largo rollo que iba desenrollando a medida que avanzaba su lectura, obteniendo un efecto dramático muy a tono con el talante de sus poemas.
H
ijo de una familia de clase media acomodada, el escritor francés Marcel Proust (1871-1922) luchó durante años por hacerse un hueco en la alta sociedad parisina. Una vez conseguido tal propósito, comprobó que ese ambiente le hastiaba y a partir de entonces dio rienda suelta a su excentricidad. Conocido bisexual, contribuyó a financiar un burdel homosexual, al que acudía frecuentemente como espectador de sesiones de sadomasoquismo. Tal hecho trascendió tanto a la opinión pública que el escritor intentó defender su honor retando a duelo de pistola (que se saldó sin heridos) a un periodista que comentó en un artículo sus hábitos sexuales. En otro momento de su vida, vivió un apasionado
menage à trois
con la actriz Louise de Mornand y uno de sus amigos.
Pero sus peculiaridades no terminaban ahí. Se cuenta que trabajaba hasta altas horas de la madrugada, acostándose hacia las ocho de la mañana y durmiendo, al parecer, completamente vestido, incluso con los guantes puestos, como correspondía a un friolero compulsivo que, por ejemplo, con ocasión de la boda de su hermano, apareció abrumado por tres abrigos, varias bufandas y protección especial en el pecho. Proust era además un hipocondríaco impenitente y extremadamente sensible a los ruidos y a los olores. Por eso aisló su fumigado apartamento parisino con paredes de corcho.
S
egún se cuenta, el rey Carlos XII de Suecia (1697-1718) permaneció diecisiete meses seguidos en la cama, postrado por la depresión que le produjo la derrota infligida a su ejército por las tropas del zar ruso Pedro
El Grande
en la batalla de Poltawa (1709). Esta marca fue superada, sin embargo, por el francés Raoul Duval que, depresivo y andrógino, odió a todo y a todos lo suficiente como para no levantarse de la cama durante dieciocho años seguidos.
E
l astrónomo danés Tycho Brahe (1546-1601) perdió la nariz en un duelo que sostuvo a los 19 años tras una discusión sobre temas matemáticos. El resto de su vida llevó siempre una nariz postiza de oro y plata.
E
l escritor satírico británico Alexander Pope (1688-1744) era descrito, sobre todo por sus enemigos, como «un viejo cascarón chiflado» debido a la extrema delgadez de sus brazos y piernas debida a la tuberculosis ósea que sufría. Se dice que para dar más encarnadura a sus esqueléticas piernas siempre calzaba no menos de tres pares de medias y que para mantener erguido su cuerpo vestía siempre trajes de la más rígida lona.
E
n la corte de Luis XV de Francia (1710-1774) se creó la figura del portacorbatas, un criado cuyo único cometido era anudarle y desanudarle la corbata al rey.
E
l cirujano real inglés Henry Halford practicó la autopsia del rey Carlos I de Inglaterra (1600-1649) en 1813, casi doscientos años después de que el monarca fuera decapitado. En el transcurso de dicha autopsia, Halford se quedó con la cuarta vértebra cervical, que había sido cortada por el hacha del verdugo. Durante los siguientes treinta años sorprendía a sus invitados utilizándola como salero. Sin embargo, tal práctica llegó a oídos de la reina Victoria que, no muy satisfecha con el humor negro del cirujano, mandó enterrar la vértebra con el resto del cuerpo del monarca.
C
uando el rey Pedro I de Castilla (1334-1369) aún era príncipe, se enamoró de Inés de Castro, con la que se casó secretamente. Su padre, Alfonso XI, temiendo posibles complicaciones políticas, inventó cargos contra la joven, que fue juzgada, hallada culpable y decapitada, lo que provocó la insurrección de su hijo y una guerra civil que sólo acabaría con la muerte del rey en 1357. Al llegar al trono, Pedro mandó exhumar el cadáver de su amada y arrancar el corazón de sus verdugos. El cuerpo de Inés de Castro, vestido y engalanado para la ocasión, fue sentado en un trono y coronado como reina consorte. Todos los altos dignatarios de la corte hubieron de rendirle pleitesía, besándole la mano y tratándola como si estuviera viva. La desventurada vida de Inés de Castro sirvió de tema al escritor Luis Vélez de Guevara para escribir su drama
Reinar después de morir
(1652).
S
e cuenta que el rey Carlos I de Inglaterra (1600-1649), mientras jugaba una partida de golf en las instalaciones del condado de Leith un día del año 1642, recibió la noticia de que los católicos irlandeses se habían sublevado. El rey no tomó ninguna iniciativa para atajar la peligrosa revuelta hasta que hubo terminado la partida sin ninguna prisa especial. Años más tarde, siendo prisionero de los escoceses, recibió permiso de los carceleros para seguir jugando al golf. Y es que la locura de los británicos por el golf es un hecho bien conocido. Por ejemplo, en tiempos del rey Eduardo VII (1901-1910), los miembros de la Cámara de los Comunes acordaron modificar el programa parlamentario para poder jugar al golf los sábados.
S
egún relatos históricos bien documentados, el sabio y gran visir persa Abdul Kassem Ismael (936-995), apodado por su trato siempre afable Saheb
El Camarada
, viajaba siempre acompañado de su enorme biblioteca formada por unos 117.000 volúmenes. Tal cantidad de manuscritos era transportada por 400 camellos, adiestrados para marchar en perfecta y ordenada fila india, de forma que las obras fueran siempre bien ordenadas en sus consecutivos lomos por el orden alfabético de sus títulos. De este modo, los camelleros bibliotecarios podían poner inmediatamente en manos de su señor cualquier manuscrito que solicitase.
E
l célebre cuadro de
La Gioconda
fue adquirido en 1517 por el rey Francisco I de Francia (1494-1547), en cuya corte pasó Leonardo da Vinci los tres últimos años de su vida. El monarca francés, que pagó la por entonces respetable cifra de 492 onzas de oro, lo utilizó para decorar su cuarto de baño.
S
egún cuentan sus biógrafos, Armand Jean du Plessis, más conocido como Cardenal Richelieu (1585-1642), tuvo muchas y diversas excentricidades. Una de las principales fue su gran aficiónalos gatos (a los que, además de profesarles amor, utilizaba para probar su comida y librarse de cualquier posible veneno). Dispuso en su palacio una estancia especialmente acondicionada para su crianza y cuidado. En ella, los cuidadores (de los que nos ha llegado el nombre de dos: Abel y Teyssandier) los alimentaban con paté de pollo dos veces al día. Al morir, legó una pensión para el sostenimiento de los gatos y de sus cuidadores.
En una determinada época de su vida, según cuenta la tradición, el Cardenal Richelieu pasaba casi todo el día tumbado en la cama, bien defendido por un buen número de almohadones de seda. Tanto es así que, al parecer, en jornadas sin actos sociales, sólo abandonaba su lecho lo justo para despachar con el rey los asuntos diarios. Para mantener mínimamente su forma física, una vez al día se levantaba de la cama y solía hacer ejercicios gimnásticos en su propio palacio, corriendo por los pasillos y saltando por encima de los muebles.
U
n gran bebedor de café fue el rey Federico II
El Grande
de Prusia (1712-1786), que solía tomar grandes dosis de café preparado con champán, en vez de con agua. Menos sofisticado en sus gustos, pero también mucho más constante y enardecido fue el sabio francés François Marie Arouet
Voltaire
(1694-1778), del que se dice que era tan aficionado al café que bebió unas cincuenta tazas al día durante toda su vida de adulto, que por cierto duró hasta los 85 años de edad. No sería raro pensar que si alguien le hubiera prohibido tomarlo hubiese reaccionado como el sultán otomano Selim I (1467-1520), del que se cuenta que hizo colgar a dos médicos por aconsejarle que dejara de tomar café.
Y hablando de consumos abusivos, hay que citar el caso de Ahmed Mati Bey Zogú (1895-1961), autoproclamado rey de Albania con el nombre de Zogú I, que aseguraba haberse fumado 300 cigarrillos en un solo día.
E
l compositor alemán Robert Schumann (1810-1856) sufrió una parálisis intermitente en su mano derecha, provocada por su obsesión por mejorar su técnica de interpretación. Gustaba de ensayar largas horas al piano atando su dedo medio a una tablilla, para así independizar los movimientos del resto, lo que, al parecer, le causó la inutilización total de este dedo. Al final de su vida perdió la razón, diagnosticándosele una neurastenia aguda, manifestada por insomnio, rigidez, aletargamiento, insensibilidad, congestiones violentas y terrores repentinos.
C
uenta una leyenda que el gran filósofo griego Demócrito de Abriera (460-h. 390 a. de C.) se arrancó los ojos para poder meditar mejor.
E
l escritor sueco August Strindberg (1849-1912), gran aficionado al esoterismo, el ocultismo y la alquimia, se creía poseído de una sobrenatural capacidad para influir psíquicamente en la mente de los demás. Aseguraba, por ejemplo, haber hecho que sus hijas enfermasen levemente para así poder visitar a su tercera esposa, de la que acababa de separarse.
A
l parecer, el pasatiempo favorito del filósofo holandés de origen judeo-portugués Baruch Spinoza (1623-1677) era cazar arañas y verlas luchar entre sí.
E
l escritor irlandés Jonathan Swift (1667-1745), famoso autor de
Los viajes de Gulliver
, solterón amargado y misántropo, vestía de negro en el día de su cumpleaños y rechazaba cualquier alimento. Murió enloquecido a los setenta y ocho años de edad.
C
omo es bien conocido, el caballo
Incitatus
, el predilecto del emperador Calígula, fue nombrado cónsul y corregente de Roma y como tal era dignificado con los honores propios de su cargo. Claudio, sucesor de Calígula, aunque
destituyó
al caballo, ordenó que siguiera siendo tratado a cuerpo de rey en su establo de marfil, aunque, eso sí, no le invitó a su propia mesa, como hacía su antecesor.
A
lfonso de Borbón y Borbón (1866-1934), tataranieto de Carlos III de España, fue bautizado con un total de 94 nombres de pila, algunos de ellos, además, compuestos.
E
l rey de Inglaterra Carlos II (1630-1685) exhibía en ciertas ocasiones especiales una peluca que había mandado hacer con el vello púbico de sus cortesanas favoritas.