Enciclopedia de las curiosidades: El libro de los hechos insólitos (15 page)

BOOK: Enciclopedia de las curiosidades: El libro de los hechos insólitos
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En una ocasión, llevado por su obsesión experimental, Babbage se introdujo en un horno encendido para constatar y poder registrar lo que le pasaba a su cuerpo sometido a una temperatura de 50° centígrados. De esta experiencia sacó la conclusión de que podría soportar el calor del cráter del Vesubio, al que por cierto descendería años después durante un viaje a Italia. Y es que la personalidad de Babbage fue muy excéntrica; y así, mientras se arruinaba varias veces por su obsesión por construir una máquina de cálculo cada vez más perfecta, protagonizó constantes incidentes curiosos en su vida personal. Por ejemplo, en una ocasión asombró a sus conciudadanos londinenses cuando, llevado por su aversión a los ruidos y especialmente a los producidos por la música callejera, centró sus iras en los organilleros italianos que abundaban en aquellos días por las calles de la capital inglesa. Se propuso perseguirlos legalmente y, mientras él recababa legislación al efecto, los músicos reaccionaron convirtiendo en una costumbre situarse bajo las ventanas de su domicilio de Dorset Street y
ofrecerle
serenatas y cencerradas. El enfrentamiento entre ambos bandos se hizo famoso en la ciudad y cuando Babbage acudía a la policía, irritado por las bandas de músicos callejeros que le perseguían gritándole y mofándose, aquélla optaba por contemporizar y hacerse la sorda (nunca mejor dicho, quizás).

Mientras el científico seguía adelante con sus investigaciones, su casa se fue convirtiendo paulatinamente en un centro de reunión al que acudían toda clase de personas, deseosas de establecer contacto personal con Babbage y ver personalmente sus máquinas inconclusas, famosas ya en todo Londres. Si bien Babbage no encontraba en todos sus visitantes la suficiente comprensión para sus visionarios avances, sí la halló en una joven, Ada Augusta Lovelace, hija de Lord Byron, muy avezada en matemáticas, con quien el científico inició una colaboración muy fructífera y también una relación personal muy íntima. Años después, la joven pergeñaría el que sería primer lenguaje de programación de la historia. Sin embargo, la amistad entre ambos se fue complicando con los años. Ada se aficionó a las apuestas en las carreras de caballos (muchas veces empleando el dinero del científico) y Babbage, acuciado por sus continuos dispendios, abandonó prácticamente todo para dedicarse a buscar una fórmula inflable de apuestas con que acertar los caballos ganadores. Ni que decir tiene que nunca lo consiguió y el desastre acabó con la prematura muerte de Ada Augusta Lovelace, cargada de deudas, a los 37 años por un cáncer de matriz.

J
ohann Sebastian Bach (1685-1750) se quedó ciego en los últimos años de su vida, a lo que contribuyó en gran medida el hecho de que durante los años de su infancia, vividos al cargo de su hermano mayor, tuviera que copiar música a la luz de la luna, por falta del dinero suficiente para comprarse velas. A pesar de ser considerado hoy en día como uno de los más grandes genios de la música de todos los tiempos, durante toda su vida fue casi más famoso, sin embargo, por sus prodigiosas actitudes para el canto y para el órgano que como compositor. Y su fama, que fue ciertamente grande, corrió pareja a la de otros muchos componentes de su gran familia. Que se conozcan, hubo hasta 52 músicos de primera fila dentro de la familia Bach, y entre ellos, muchos de los 20 hijos que tuvo el propio Juan Sebastián con sus dos esposas.

H
onoré de Balzac (1799-1850) concibió su vasto retablo literario
La comedia humana
como un conjunto formado por tres corpus de obras distintos: unos estudios analíticos sobre los principios fundamentales que gobiernan la vida humana (que nunca llegaría a redactar); unos tratados filosóficos sobre las causas últimas de las acciones humanas, y unas narraciones costumbristas divididas en seis tipos de escenas de, respectivamente, la vida privada, provincial, parisina, política, militar y rural de la Francia de su tiempo. La obra completa hubiera constado de unos 137 volúmenes. Su relativamente prematura muerte a los cincuenta años abortó la completa realización de su magno proyecto literario, aunque no fue óbice para que nos legara una amplia e importantísima obra.

E
l fisiólogo escocés, naturalizado estadounidense, Alexander Graham Bell (1847-1922) es conocido sobre todo por haber sido el inventor del teléfono, pero no acaban ahí ni mucho menos sus méritos científicos. Por ejemplo, inventó también la balanza de inducción, un prototipo del pulmón de acero para la respiración artificial, el fotófono, el radiófono y el gramófono. Además, entre 1896 y 1904, presidió la Sociedad Geográfica de los Estados Unidos y desde 1898 también la Institución Smithsoniana. En otro momento de su vida, Bell también estuvo seriamente interesado en la eugenesia, es decir, en el desarrollo de nuevas especies animales mejoradas, llegando a crear una raza de ovejas mucho más prolífica. La habilidad innovadora y la versatilidad del genio de Bell quedan quizás explicada comentando que ya en su infancia ideó y construyó una muñeca parlante que decía «mamá».

Pero uno de los inventos más curiosos y menos conocidos de Bell fue un instrumento localizador de metales dentro del cuerpo humano. Este invento surgió al serle encargado urgentemente que encontrase dentro del cuerpo del presidente de los Estados Unidos James A. Garfield (1831-1881) la bala que le había herido gravemente en un atentado ocurrido en 1881. La máquina que él diseñó para este fin, teóricamente perfecta, no fue eficaz, sin embargo, por la absurda razón de que las pruebas se llevaron a efecto en el propio lecho en que yacía Garfield y nadie cayó en la cuenta de retirar el colchón de muelles metálicos sobre el que reposaba el cuerpo herido del presidente. Fracasado por tamaña negligencia este intento de exploración mecánica externa, los médicos se decidieron a llevar a cabo una exploración quirúrgica que trajo como consecuencia una infección que, al extenderse por todo el organismo del desdichado presidente, le causó la muerte pocos días después. Sin embargo, el prototipo de detector de metales de Alexander Graham Bell funcionaba a la perfección, como luego se comprobó. Mas la casi inmediata aplicación de los rayos X a la medicina hizo que la máquina quedara pronto obsoleta.

Por otro lado, Bell, dando una nueva prueba de su versatilidad, fue un apasionado de la velocidad. Aficionado a las lanchas hidroplano, estableció con una de ellas una marca de velocidad sobre el agua en 1919, cuando tenía ya 72 años, superando los 116 kilómetros por hora.

E
l matemático y naturalista francés Pierre Bouguer (1698-1758), uno de los fundadores de la fotometría científica, obtuvo el puesto de profesor en la Escuela Hidrográfica de París a los 15 años de edad.

E
l escultor, pintor, arquitecto, ingeniero, estratega y poeta italiano Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564) tenía en su primera juventud un temperamento tan fogoso y apasionado que, en cierta ocasión, llegó a las manos con su condiscípulo Torrigiano, pelea de la cual salió Miguel Ángel mal parado, al desfigurársele la nariz para toda la vida.

G
irolamo Cardano (1501-1576), filósofo, matemático y médico milanés, fue conocido en su tiempo en los círculos científicos de todo el mundo por su extensa cultura y su escasa aceptación de los errores, así como por su heterodoxia científica y su ferviente defensa de la astrología. Por ejemplo, en 1570, fue encarcelado por la Inquisición por haber hecho el horóscopo de Jesucristo. Por otra parte, curó a un cardenal escocés de asma, prohibiéndole dormir en su lecho de plumas, es decir, anticipando el concepto que hoy en día llamamos
alergia
. Más increíble resulta el hecho, que algunos biógrafos afirman, de que Cardano pronosticó su muerte para el 21 de septiembre de 1576. Al ver que se acercaba a esa fecha sin ningún signo de enfermedad o debilidad, no pudo soportar equivocarse y tomó la firme resolución de completar un ayuno total, que provocó su muerte… y el cumplimiento de su profecía en la fecha señalada.

L
a cátedra de matemáticas y de filosofía natural de la universidad inglesa de Cambridge, conocida como
Cátedra Lucasian
por haber sido fundada en 1663 por el hacendado Henry Lucas, ha sido ocupada por una serie extraordinaria de grandes científicos, comenzando por Isaac Barrow, que la legó personalmente a Isaac Newton, al que seguirían Charles Babbage —poco más de un siglo después—, el físico Paul Adrien Maurice Dirac (pionero de la mecánica cuántica y premio Nobel) y su actual poseedor, el famoso Stephen Hawking.

J
ean François Champollion (1790-1832), el lingüista francés que descifró la
Piedra Rosetta
y, con ella, los secretos de la escritura jeroglífica egipcia, dominaba en 1801 a los 11 años de edad, el latín, el griego y el hebreo. Dos años después había aprendido también árabe, sirio, caldeo y copto. A los diecisiete años proyectó el primer mapa histórico de Egipto, a la vez que leía ante la Academia de Grenoble, ciudad en la que se educó, una memoria defendiendo la tesis de que el idioma copto era una reminiscencia del antiguo egipcio.

E
l astrónomo Nicolás Copérnico [Niklas Koppernigk] (1473-1543) fue canónico de la catedral de Frauenburgo sin ser sacerdote, pero también gobernador militar, baile, juez, recaudador de impuestos, vicario general y médico. Su gran contribución científica consistió en remover los cimientos de la astronomía occidental con la publicación de su célebre libro
De revolutionibus orbium coelestium
(«La revolución de los mundos celestes»), de cuyo fenomenal éxito en los ambientes científicos de toda Europa no pudo ser testigo, pues murió, según cuentan las crónicas, el mismo día que el primer ejemplar se ponía a la venta.

C
harles Chaplin tuvo su primera actuación pública conocida a los cinco años de edad, cuando su madre, una artista de variedades, perdió la voz durante una actuación y tuvo que dejar el escenario. Entonces salió Charlie y cantó una canción. A mitad de la improvisada actuación, una lluvia de monedas comenzó a caer en el escenario. Charlie dejó de cantar y dijo al auditorio que iba a recoger primero el dinero y después terminaría la canción, consiguiendo por primera vez hacer reír a su público. Se trató del primer detalle genial de alguien de quien el escritor británico George Bernard Shaw (tal vez, con una pizca de cinismo) dijo en cierta ocasión: «Si alguna vez se nos recuerda, será porque fuimos contemporáneos de Charles Chaplin».

T
al vez, sólo tal vez, una de las causas de la peculiar personalidad de Salvador Dalí (1904-1989) sea el hecho de que tuvo un hermano, muerto prematuramente, llamado, como él, Salvador. Esto, según algunos psiquiatras, suele generar en la madre un deseo de sustitución que, a su vez, provoca en el hijo lo que ellos llaman un
trauma pre-natal
, que marcaría de algún modo el resto de su vida, poniendo en peligro su equilibrio mental, pero también agudizando su sensibilidad y su introspección creativa. Este trauma también se manifestó, según la misma teoría, en Vincent van Gogh (1853-1890), el genial y loco pintor holandés, que también vino a sustituir, a ojos de sus padres, a un hermano (del mismo nombre) muerto prematuramente.

Entre las innumerables anécdotas atribuidas a Salvador Dalí recordemos aquí, como ejemplar de su peculiar personalidad, aquella vez en que, con ocasión de una conferencia que había de pronunciar en Londres, el artista gerundés se presentó ante el atónito auditorio con una escafandra en la cabeza, con un impresionante puñal de pedrería ensartado en un ancho cinturón de cuero, asiendo en su mano derecha un taco de billar y conduciendo por el dogal a dos perros lobos con la izquierda. Su explicación para tan excéntrica presentación fue que con su extraño atuendo pretendía manifestar al público su voluntad de «bucear hondamente en la mente humana».

E
n su famosa obra
Vidas paralelas
, el historiador y biógrafo Plutarco relata la peripecia vital del gran orador griego Demóstenes (384-322 a. de C.). Según él, Demóstenes, hijo de un acaudalado fabricante de armas, quedó huérfano de padre a los siete años, viviendo su infancia entre los mimos de su madre con un total descuido de su educación. A los 16 años oyó hablar a Calistrato y esto decidió su vocación de orador. Sin embargo, adolecía en los comienzos de su carrera pública de cierta falta de voz, torpeza expresiva, tartamudez debida a una incorrecta respiración e, incluso, de lo que hoy llamaríamos fobia a hablar en público, todo lo cual lógicamente lastraba su arte oratorio. Consciente de sus limitaciones y aconsejado por el actor Satiros, Demóstenes se propuso superarlas con su propio esfuerzo. Para ello, se hizo construir un estudio subterráneo y se encerró en él para ejercitar su voz y perfeccionar su oratoria. Incluso, cuenta Plutarco, se afeitó media cabeza para que su aspecto fuera tan grotesco que le impidiera salir a la calle. Allí pasó tres meses seguidos sin ver la luz del día, practicando sin cesar y declamando con piedras en la boca. El éxito de su fuerza de voluntad aplicada en dicho encierro fue asombroso, a juzgar por su fama de mejor orador griego de todos los tiempos.

D
iógenes de Sínope (414-323 a. de C.), conocido como
El Cínico
, odiaba a los ricos y criticaba sin piedad todo cuanto significase lujo y ostentación, tal vez por haber vivido la deshonra de tener que abandonar su ciudad natal al ser expulsado su padre, Jefe de la Moneda, precisamente por falsificación de monedas. Despreciando todo signo de riqueza, caminaba descalzo, vistiendo exiguos trajes, aun en época invernal, y alimentándose con comidas extremadamente frugales y sencillas. Reposaba de día en los pórticos y de noche en un tonel.

A este hombre, sin duda excepcional, se atribuyen numerosas anécdotas legendarias, pero reveladoras de su carácter y de su gran fama en el mundo antiguo. Diógenes suele ser representado sosteniendo en una mano la linterna encendida con que, según la leyenda, buscaba en pleno día por las calles de Atenas un hombre merecedor del apelativo de honrado. Por otro lado, desdeñoso como era Diógenes de toda teoría, demostró a Xenón
El Escéptico
que existía el movimiento, levantándose y comenzando a caminar. En otra ocasión, habiendo oído que Platón definía al hombre como un animal bípedo sin plumas, arrojó entre su auditorio un gallo desplumado, diciendo: «he ahí el hombre de Platón». Se cuenta que hallándose Diógenes reposando junto a su tonel, le visitó Alejandro Magno, atraído por su fama, y le preguntó qué era lo que más desearía en aquel momento, a lo que el filósofo contestó que lo que más deseaba era que Alejandro se apartase para que su sombra no le impidiera gozar del sol. Un día, viendo a un niño bebiendo de una fuente con el hueco de la mano, dijo «este niño me hace ver que conservo todavía algo superfluo», y rompió la escudilla en que solía beber.

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