Enciclopedia de las curiosidades: El libro de los hechos insólitos (26 page)

BOOK: Enciclopedia de las curiosidades: El libro de los hechos insólitos
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L
a pequeña escultura del
Manneken Pis
(«hombrecito meón») que se puede admirar en la plaza Mayor de Bruselas —que, en realidad, es una reproducción—, conmemora al niño que, según la leyenda, apagó una mecha encendida con tan sencillo método, salvando así a la ciudad del fuego. El original de la estatua, que fue esculpida por Doquesnoy en 1619, se encuentra en el Museo de la Plaza de la capital belga.

L
a palabra «mausoleo» proviene de Mausolo, conquistador de Rodas y sátrapa de la provincia persa de Caria. A su muerte, ocurrida en el año 353 a. de C., su esposa Artemisa (que también era su hermana), le mandó incinerar y bebió sus cenizas mezcladas con vino. En su memoria, la viuda hizo construir un templo funerario en Halicarnaso (cerca de la actual ciudad de Bodrum, en Turquía), que fuera la tumba más hermosa que se hubiese visto nunca. Convocó a los más grandes arquitectos griegos (entre ellos, Briaxis, Leucases, Escopos y Timoteo), y el año 350 el monumento estaba terminado. Constaba de una tumba rectangular de mármol esculpido, colocada sobre una plataforma y rodeada por 36 columnas jónicas que sostenían un arquitrabe, que a su vez sostenía una pirámide coronada con un carro de bronce con las estatuas de Mausolo y Artemisa. El monumento sobrevivió unos 1.900 años, hasta que un terremoto lo derrumbó. Otra tradición explica que fueron los caballeros de la orden de San Juan los que demolieron el Mausoleo para construir con sus piedras una fortaleza.

L
a famosa Torre de Londres, cuya construcción fue iniciada en 1078 por encargo de Guillermo el Conquistador (1027-1087), alojó durante algún tiempo un zoológico. Posteriormente, también ha servido como observatorio, Casa de la Moneda, prisión y palacio real. En la actualidad, en la torre se custodian y exponen las joyas de la Corona británica.

E
l diseñador y arquitecto estadounidense Buckminster Fuller (1895-1981) proyectó un edificio prefabricado, al que bautizó con el nombre de
Dymaxion House
, planeado para facilitar al máximo la vida de sus potenciales ocupantes y para el óptimo aprovechamiento de los recursos. El edificio constaría de un pilar central sobre el que se sustentarían los apartamentos simétricos, hexagonales, suspendidos de cables tensados. El edificio, autosuficiente en materia energética, dispondría de paneles de energía solar, además de un generador auxiliar, y un sistema de reciclaje de desperdicios, con duchas y servicios higiénicos conservadores de agua, suelos neumáticos silenciosos, lavavajillas automático, lavandería centralizada, estacionamiento de coches y solarium. Podría ser levantado totalmente en 24 horas sobre cualquier solar y estaría especialmente diseñado para soportar incendios, terremotos, inundaciones y hasta ataques con gases. En 1946, se montó un prototipo en la ciudad de Wichita, en Kansas. El precio calculado entonces para un apartamento de seis habitaciones fue de 6.400 dólares. Sin embargo, este renovador proyecto no encontró eco entre los empresarios y Fuller lo abandonó, dedicándose a otros trabajos de diseño arquitectónico, inventando, entre otros avances, la cúpula geodésica.

E
l arquitecto norteamericano Frank Lloyd Wright (1869-1959) diseñó al final de su carrera, un portentoso edificio, que bautizó como
Mile-High Illinois
, de 528 pisos y 1.600 metros de altura (es decir, la milla a que hace referencia su nombre), sirviéndose de una mesa de dibujo de 9 metros de longitud. De haberse construido este auténtico rascacielos hubiera sido casi cuatro veces más alto que la Torre Sears que hoy es el edificio de viviendas más alto del mundo. Según las revolucionarias ideas de Wright, con unos pocos edificios como éste, bastaría para contener casi todas las oficinas de una ciudad como Nueva York, liberando una gran cantidad de espacio urbano para otros destinos más recreativos y ecológicos. La estructura, según los cálculos del genial arquitecto, iba a ser tan ligera que no tendría oscilaciones, ni siquiera en su cúspide. Unos ascensores exteriores movidos por energía atómica y funcionando por parejas, se elevarían por unas vías dotadas de mecanismos de trinquete de alta seguridad. El edificio contaría con dos helipuertos con capacidad para 150 aparatos y un estacionamiento subterráneo para 15.000 automóviles. El coste total fue calculado, en 1957, en 100 millones de dólares. Su proyecto, aunque factible desde el punto de vista de los ingenieros, asustó tanto a los constructores, agentes inmobiliarios, arquitectos, bomberos y políticos que fue rechazado sin paliativos.

E
n la lista de los palacios del mundo que han destacado por su lujo y esplendor hay que incluir la residencia imperial de Bizancio (posteriormente Constantinopla y hoy en día Estambul). Su principal estancia era la sala de ceremonias, conocida con el nombre de
Triclinio de Oro
, de planta octogonal y toda ella recubierta de oro. El trono, realzado sobre una plataforma, se hallaba instalado en el ábside oriental y tanto él como los sitiales que le rodeaban estaban todos hechos de oro macizo. Tras el trono se alzaba una gran cruz de pedrería y a ambos lados, dos leones de oro lo escoltaban. Estos leones, articulados, rugían, abrían sus fauces y hasta se levantaban amenazadoramente cuando algún invitado se acercaba demasiado al emperador. Rodeando el conjunto, se desplegaba un verdadero bosquecillo de árboles de oro de todos los tamaños y tipos, en los que se veían una multitud de pájaros artificiales esmaltados y cubiertos de piedras preciosas que, mediante unos complicados e ingeniosos mecanismos, saltaban de rama en rama y, según testimonios, «piaban naturalmente». Estos autómatas —pájaros y leones— habían sido creados por un orfebre griego llamado, curiosamente, León.

E
l más impresionante adorno del fastuoso palacio en que residía el emperador mogol de la India Tamerlán (1336-1405) era el llamado
Trono del Pavo Real
, el más fabuloso de los ocho de que disponía en el palacio. Sobre el trono se alzaba un gran dosel de perlas y diamantes, coronado por un pavo real de oro macizo, cubierto de piedras preciosas, entre ellas, un enorme rubí situado en su pecho, del que colgaba, balanceándose, una perla de cincuenta quilates. Doce columnas de oro incrustadas de perlas sostenían dicho dosel. Cuando Tamerlán se sentaba en el trono, colocaban ante él una gran joya trasparente, para que su brillo le acariciase los ojos. En ocasiones solemnes, a todo ello se añadía la figura de un loro de tamaño natural, hecho a base de esmeraldas.

E
n el siglo III a. de C., el faraón egipcio Tolomeo II
Filadelfo
(309-247 a. de C.), se enamoró de una muchacha que vivía en la isla de Faros, frente a Alejandría. Al parecer, según cuenta la leyenda, fue tan grande su amor que mandó construir un muelle de 1.300 metros de largo que acercase la isla de su amada al palacio y encargó al mejor arquitecto de su tiempo, Sóstrato de Cnido, un monumento cuyo brillo y altura diesen testimonio a la posteridad de la grandeza de su amor. Se tardó veinte años en construir el monumento, conocido posteriormente como el Faro de Alejandría; pero la espera mereció la pena, a juzgar por su inclusión entre las Siete Maravillas de la Antigüedad. Sóstrato levantó un edificio de mármol blanco de 180 metros de altura, coronado por una enorme hoguera, que de día producía una gran humareda y de noche, ampliada por un gran espejo, iluminaba el mar circundante y podía ser vista desde gran distancia, lo que aprovechaban los navegantes para orientarse en el mar. La mitad superior del Faro fue destruida por los árabes, que esperaban encontrar oro en el interior de su estructura; el resto de la construcción se vino abajo a causa de un terremoto que sacudió la isla el año 1375. En recuerdo de aquella gran construcción que, además de bella, resultó ser también muy valiosa para la orientación de los navegantes, se dio su nombre a lo que hoy en día conocemos como
faros
.

Muertes singulares

C
ierto día de 1159 el Papa Adriano I V (1115-1159), único pontífice inglés de la historia, regresaba caminando hacia su residencia tras haber pronunciado uno de sus acerados sermones maldiciendo y amenazando de excomunión al emperador Federico I, cuando se detuvo ante una fuente pública para refrescarse. Mientras bebía, una mosca le entró accidentalmente por la boca y se le quedó atragantada en la garganta. Los médicos, avisados inmediatamente, no pudieron extraerla y el pontífice murió poco después asfixiado.

A
l parecer, Agatocles (361-289 a. de C.), tirano de Siracusa, murió al ahogarse con un palillo (otros historiadores, apuestan por la versión de que fue envenenado a instancias de su nieto). Un caso similar fue el protagonizado por el novelista estadounidense Sherwood Anderson (1876-1941), que falleció en la ciudad panameña de Colón tras ingerir un palillo mientras comía un aperitivo en una fiesta y causarle aquél una peritonitis. Claro que peor fue el caso del pretor romano Fabio, que murió al atragantarse con un pelo de cabra que flotaba en la leche que acababa de tomarse.

E
l Papa Alejandro I (?-115), que ocupa un lugar destacado en la historia del pontificado por haber introducido el uso del agua bendita y la comunión con pan ázimo y vino aguado en el ritual de la Santa Misa alrededor del año 100 de nuestra era, murió mártir, al ser arrojado a un horno, del que salió ileso, y posteriormente ser decapitado.

E
l rey Alejandro I de Grecia (1893-1920) murió a consecuencia de la mordedura de un mono amaestrado que tenía por mascota que le contagió la rabia.

S
egún algunas crónicas históricas, Alejandro Magno (356-323 a. de C.) murió en Babilonia, muy lejos de su patria, a los 33 años, a consecuencia de unas fiebres (posiblemente, malaria) contraídas durante una orgía que duró dos días, celebrada en la ciudad de Babilonia. Su cadáver fue llevado a su país natal, Macedonia, conservado en miel para evitar su descomposición.

L
a reina Ana Bolena de Inglaterra (1507-1536), segunda esposa de Enrique VIII, murió decapitada en 1536, tras ser falsamente acusada por su regio marido de adulterio e incesto. Si hubiera fracasado aquel proceso, Enrique VIII, con tal de deshacerse de ella y poder contraer un nuevo matrimonio, estaba dispuesto a condenarla de nuevo bajo la acusación de brujería, sustentada en la curiosa anatomía de aquella reina, que tenía seis dedos en su mano izquierda y tres pechos. Tras aquel amañado juicio se escondía el deseo de Enrique VIII de deshacer urgentemente su matrimonio, como se comprueba al saber que, dos días después de la ejecución de Ana Bolena, el 19 de mayo de 1536, el rey se prometió oficialmente con Jane Seymour.

S
egún cuenta el historiador romano Valerio Máximo, el científico griego Arquímedes (287-212 a. de C.) murió a manos de un soldado romano que, desobedeciendo las órdenes expresas de Marcelo, el cónsul que mandaba las tropas romanas que habían invadido Siracusa, la ciudad natal del sabio, le atravesó con su espada, enfurecido al suplicarle Arquímedes que no pisara unos dibujos científicos que había hecho en la arena de la playa.

S
egún todos los indicios, Atila murió de muerte natural, en el año 453, tras pasar una de sus muchas noches de boda, esta vez con Hildegunda (también conocida como Ildiko), la hija de un reyezuelo burgundio, mientras aguardaba la llegada de la princesa romana Honoria, hermana del emperador Valentiniano III, con quien también se iba a casar.

E
l filósofo y escritor inglés Francis Bacon (1561-1626) murió como consecuencia de uno de sus muchos experimentos científicos. Investigando sobre las propiedades del frío en la prevención de la putrefacción de los alimentos, se enfrío irremediablemente mientras introducía nieve de las montañas en el interior del cuerpo de una gallina muerta.

E
l Papa Benedicto I, que rigió la Iglesia entre los años 574 y 579, murió de un sobresalto al saber que los lombardos invadían de nuevo Roma.

E
n 1931, el novelista inglés Arnold Bennet (1867-1931), tratando de demostrar a las
incultas
gentes de París que el agua que bebían no era la causa de la epidemia de tifus que asolaba la ciudad, bebió públicamente un vaso de aquel agua. Murió de tifus a los pocos días.

S
egún la leyenda, el griego Calcas era uno de los más respetados adivinos del siglo XII a. de C., actuando como tal durante la guerra de Troya, en la que aconsejó la construcción del famoso Caballo. Cierto día, mientras plantaba unas viñas en su propiedad, un vecino le pronosticó que no viviría lo suficiente como para beber el vino de aquellas viñas. Llegado el día en que el vino estaba listo, Calcas invitó al agorero. A punto de levantar la copa, el vecino repitió su premonición, lo que provocó un ataque de risa al infortunado Calcas que, incapaz de reprimir las carcajadas, murió ahogado allí mismo. Según otra leyenda contraria, Calcas murió de pena, al fallar un pronóstico profesional sobre el número de cochinillos que compondrían una camada de una cerda y suponerle ese fracaso ser desbancado por Mapso en su papel de mejor adivino de Grecia. De una u otra forma, su muerte fue realmente curiosa.

O
tros personajes de los que se asegura que murieron en pleno ataque de risa fueron: el filósofo griego del siglo VI a. de C. Quilón de Esparta, uno de los Siete Sabios, que murió de alegría al ver a un hijo suyo ganar una prueba de los Juegos Olímpicos; el pintor griego Zeuxis, que vivió entre los siglos V y IV a. de C., que comenzó a reír al observar un retrato de una anciana que acababa de terminar, lo que le provocó la rotura de un vaso sanguíneo y su muerte por hemorragias internas; el poeta cómico griego Filemón (361?-263? a. de C.), considerado como el creador de la comedia de costumbres, que murió al no poder reprimir la risa al ocurrírsele una broma (aunque, según otra versión tradicional, murió en el mismo teatro, al ser coronado como rey de la comedia); el poeta cómico griego de la segunda mitad del siglo IV a. de C. Filipides, que, de hacer caso a la leyenda, murió de alegría al conocer el triunfo alcanzado por una de sus obras; el filósofo griego del siglo II a. de C. Crisifo, que murió de un acceso incontrolable de risa al presenciar como un burro se comía unos higos, escena que a él, indudablemente, le pareció muy graciosa, y el escritor italiano Pietro Aretino (1492-1556), que reía una broma de tono picante que le había contando una de sus hermanas, cuando cayó de la silla en que estaba sentado y murió de un ataque de apoplejía.

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