Read Ender el xenocida Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

Ender el xenocida (20 page)

BOOK: Ender el xenocida
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Qing-jao se retiró de la habitación de su padre. Hizo una pausa en la puerta y miró a Wang-mu. Un mirada de la agraciada por los dioses bastó para indicar a la muchacha que la siguiera.

Cuando Qing-jao llegó a su habitación, temblaba con la necesidad acumulada de purificación. Todos sus errores de aquel día, su rebelión contra los dioses, su negativa a aceptar la purificación antes, su estupidez al no comprender su verdadera tarea, la abrumaban ahora. No es que se sintiera sucia: no quería lavarse ni sentía autorrepulsa. Después de todo, su indignidad se había visto compensada por la alabanza de su padre, por el dios que le mostró cómo atravesar la puerta. Además, el hecho de que Wang-mu hubiera demostrado ser una buena elección era una prueba que Qing-jao había pasado, y también audazmente. Así que no era su vileza lo que la hacía temblar. Estaba ansiosa de purificación. Anhelaba que los dioses estuvieran con ella mientras los servía. Sin embargo, ninguna penitencia que conociera bastaría para calmar su ansiedad.

Entonces lo supo: debía seguir una línea en cada tabla de la habitación.

Eligió de inmediato su punto de partida, la esquina sureste: seguiría cada línea de la pared este, de forma que sus rituales se dirigieran todos hacia el oeste, hacia los dioses. Lo último sería la tabla más pequeña de la habitación, de menos de un metro de largo, en el rincón noroeste. El hecho de que la última pista fuera tan breve y fácil sería su recompensa.

Oyó que Wang-mu entraba suavemente en la habitación tras ella, pero Qing-jao no tenía tiempo ahora para los mortales. Los dioses esperaban. Se arrodilló en el pasillo, escrutó las vetas para encontrar una que los dioses quisieran que siguiera. Por lo general tenía que elegir ella misma, y siempre lo hacía con la más difícil, para que los dioses no la despreciaran. Pero esta noche estaba llena de la seguridad de que los dioses elegían por ella. La primera línea fue gruesa, ondulada pero fácil de ver. ¡Ya se mostraban piadosos! El ritual de esta noche sería casi una conversación entre ella y los dioses. Hoy había atravesado una barrera invisible: se había acercado más a la clara comprensión de su padre. Tal vez algún día los dioses le hablarían con la claridad con que la gente llana creía que todos los agraciados oían.

—Sagrada —llamó Wang-mu.

Fue como si la alegría de Qing-jao estuviera hecha de cristal y Wang-mu la hubiera roto deliberadamente. ¿No sabía que cuando un ritual se interrumpía había que empezar de nuevo? Qing-jao se alzó sobre sus rodillas y se volvió hacia la niña.

Wang-mu debió de ver la furia en su cara, pero no la comprendió.

—Oh, lo siento —dijo de inmediato, cayendo de rodillas e inclinando la cabeza hasta el suelo—. Olvidé que no debo llamarte «sagrada». Sólo quería preguntarte qué estás buscando, para ayudarte.

Qing-jao casi se echó a reír ante tanta confusión. Naturalmente, Wang-mu no tenía ni idea de que los dioses le estaban hablando. Ahora, interrumpida su furia, Qing-jao se avergonzó de ver cómo la muchacha temía su ira. Le pareció mal que Wang-mu tuviera la cabeza en el suelo. No le gustaba ver a otra persona tan humillada.

«¿Cómo la he asustado tanto? Yo estaba llena de alegría, porque los dioses me hablaban claramente. Pero mi alegría era tan egoísta que cuando me interrumpió en su inocencia, le volví la cara con odio. ¿Es así como respondo a los dioses? ¿Ellos me muestran un rostro de amor, y yo lo traduzco en odio hacia la gente, sobre todo a quien está en mi poder? Una vez más, los dioses han encontrado un medio de mostrarme mi indignidad.»

—Wang-mu, no debes interrumpirme cuando me encuentres agachada así en el suelo.

Entonces le explicó el ritual purificador que los dioses le exigían.

—¿Debo hacerlo yo también? —preguntó Wang-mu.

—No, a menos que los dioses te lo ordenen.

—¿Cómo lo sabré?

—Si no te ha sucedido ya a tu edad, Wang-mu, probablemente no lo harán nunca. Pero si sucediera, lo sabrías, porque no tendrías poder para resistir a la voz de los dioses en tu mente.

Wang-mu asintió con gravedad.

—¿Cómo puedo ayudarte…, Qing-jao? —pronunció el nombre de su señora con cuidado, con reverencia.

Por primera vez, Qing-jao advirtió que su nombre, que sonaba dulcemente afectuoso cuando su padre lo decía, podía parecer exaltado cuando se pronunciaba con tanta reverencia. Ser llamada Gloriosamente Brillante en un momento en que Qing-jao era agudamente consciente de su falta de brillo resultaba casi doloroso. Pero no prohibiría a Wang-mu que usara su nombre: la muchacha tenía que llamarla de alguna manera, y su tono reverente serviría a Qing-jao como un constante recordatorio irónico de lo poco que lo merecía.

—Puedes ayudarme no interrumpiéndome —dijo Qing-jao.

—¿Me marcho, entonces?

Qing-jao estuvo a punto de asentir, pero entonces advirtió que por algún motivo los dioses querían que Wang-mu formara parte de esta penitencia. ¿Cómo lo sabía? Porque la idea de que Wang-mu se marchara parecía casi tan insoportable como el conocimiento de su labor sin terminar.

—Quédate, por favor. ¿Puedes esperar en silencio? ¿Observándome?

—Sí…, Qing-jao.

—Si tardo tanto que no puedes soportarlo, puedes marcharte. Pero sólo cuando me veas moverme del oeste al este. Eso significa que estoy entre pistas, y no me distraerá tu marcha, aunque no debes hablarme.

Los ojos de Wang-mu se ensancharon.

—¿Vas a hacer esto con cada veta de la madera de cada tabla del suelo?

—No —respondió Qing-jao. ¡Los dioses nunca serían tan crueles!

Pero incluso mientras lo pensaba, Qing-jao supo que algún día podría llegar el momento en que los dioses le exigieran exactamente esa penitencia. Aquello la hizo sentirse enferma de miedo—. Únicamente una línea en cada tabla de la habitación. Observa conmigo, ¿quieres?

Vio que Wang-mu miraba el indicador de tiempo que brillaba en el aire sobre su terminal. Ya era la hora de dormir, y las dos habían pasado por alto su siesta. No era natural que los seres humanos pasaran tanto tiempo sin dormir. Los días de Sendero eran una mitad más largos que los de la Tierra, así que nunca trabajaban siguiendo los ciclos internos del cuerpo humano. Saltarse la siesta y luego retrasar el sueño era muy duro.

Pero Qing-jao no tenía elección. Y si Wang-mu no podía permanecer despierta, tendría que marcharse ahora, aunque los dioses se resistieran a esa idea.

—Debes permanecer despierta —dijo Qing-jao—. Si te quedas dormida, tendré que hablarte para que te muevas y no tapes algunas de las líneas que tengo que seguir. Y si te hablo, tendré que empezar de nuevo. ¿Puedes permanecer despierta, silenciosa y sin moverte?

Wang-mu asintió. A Qing-jao le pareció que ésa era su intención, pero no creía que la muchacha fuera capaz de hacerlo. Sin embargo, los dioses insistían en que dejara quedarse a su nueva doncella secreta; ¿quién era Qing-jao para rehusar lo que los dioses le pedían?

Qing-jao regresó a la primera tabla y empezó su trabajo otra vez. Para su alivio, los dioses estaban aún con ella. Tabla tras tabla, le daban la veta más fácil para seguir; y cuando, de vez en cuando, se le daba una difícil, sucedía invariablemente que la veta fácil se difuminaba o desaparecía en el borde de la tabla. Los dioses se preocupaban por ella.

En cuanto a Wang-mu, la muchacha se esforzó cuanto pudo. Dos veces, al retroceder desde el oeste para empezar de nuevo en el este, Qing-jao miró a Wang-mu y la vio dormida. Pero cuando empezó a pasar cerca del lugar donde estaba tendida, descubrió que su doncella secreta se había despertado y cambiado a un sitio que ya había seguido, tan silenciosamente que Qing-jao ni siquiera había oído sus movimientos. Buena chica. Una elección digna.

Por fin, Qing-jao alcanzó el principio de la última tabla, una corta situada en el rincón. Estuvo a punto de hablar en voz alta, tal fue su alegría, pero se contuvo a tiempo. El sonido de su propia voz y la inevitable respuesta de Wang-mu seguramente la enviarían de nuevo al comienzo, sería una locura insoportable. Qing-jao se inclinó sobre el principio de la tabla, ya a menos de un metro de la esquina noroeste de la habitación, y empezó a seguir la línea más definida, que la condujo derecha a la pared. Había terminado.

Qing-jao se desplomó contra la pared y empezó a reír, aliviada. Pero estaba tan débil y cansada que la risa debió de parecer un llanto a Wang-mu. En unos instantes la muchacha se colocó a su lado y le tocó el hombro.

—Qing-jao —dijo—. ¿Sientes dolor?

Qing-jao cogió la mano de la muchacha y la sostuvo.

—No. O al menos no es un dolor que no pueda remediar el sueño. He terminado. Estoy limpia.

Tan limpia, de hecho, que no sintió repugnancia cuando cogió la mano de Wang-mu, piel a piel, sin suciedad de ninguna clase. Era un regalo de los dioses tener a alguien a quien coger de la mano cuando su ritual acababa.

—Lo has hecho muy bien —sonrió Qing-jao—. Me resultó más fácil concentrarme en las líneas contigo en la habitación.

—Creo que me quedé dormida una vez, Qing-jao.

—Tal vez dos. Pero te despertaste cuando importaba, y no hubo ningún daño.

Wang-mu empezó a sollozar. Cerró los ojos pero no apartó la mano de Qing-jao para cubrirse la cara. Simplemente, dejó que las lágrimas corrieran por sus mejillas.

—¿Por qué lloras, Wang-mu?

—No lo sé. Realmente es difícil ser una agraciada por los dioses. No lo sabía.

—Y también es difícil ser una verdadera amiga de los agraciados —dijo Qing-jao—. Por eso no quería que fueras mi sirvienta, me llamaras «sagrada» y temieras el sonido de mi voz. A ese tipo de servidora la tendría que echar de mi habitación cuando los dioses me hablaran.

Las lágrimas de Wang-mu arreciaron.

—Si Wang-mu, ¿te resulta demasiado penoso estar conmigo? —preguntó Qing-jao.

Wang-mu sacudió la cabeza.

—Si alguna vez se te hace demasiado difícil, lo comprenderé. Puedes dejarme entonces. Antes estaba sola. No tengo miedo de volver a estarlo.

Wang-mu sacudió la cabeza, esta vez con decisión.

—¿Cómo podría dejarte, ahora que veo lo difícil que es para ti?

—Entonces un día se escribirá, y se contará en una historia, que Si Wang-mu nunca dejó a Han Qing-jao durante sus purificaciones.

De repente, la sonrisa de Wang-mu se extendió por su cara, y sus ojos se abrieron con un resquicio de alegría, a pesar de que las lágrimas aún brillaban en sus mejillas.

—¿No te has dado cuenta del chiste que has dicho? Mi nombre, Si Wang-mu. Cuando cuenten esa historia, no sabrán si era tu doncella secreta quien estaba contigo. Pensarán que era la Real Madre del Oeste.

Qing-jao se echó a reír también. Pero una idea cruzó su mente: tal vez la Real Madre era una auténtica antepasada-del-corazón de Wang-mu, y al tenerla a su lado, como amiga, Qing-jao también tenía una nueva cercanía con esta diosa que casi era la más vieja de todos los dioses.

Wang-mu tendió sus esterillas para dormir, aunque Qing-jao tuvo que enseñarle cómo. Era el deber de Wang-mu, y Qing-jao tendría que dejarla hacerlo cada noche, aunque nunca le había importado hacerlo ella sola. Mientras se acostaban, con las esterillas juntas para que ninguna veta en la madera apareciera entre ellas, Qing-jao advirtió que una luz grisácea asomaba a través de las rendijas de las ventanas. Habían permanecido despiertas todo el día y toda la noche. El sacrificio de Wang-mu fue noble. Sería una verdadera amiga.

Sin embargo, unos pocos minutos más tarde, cuando Wang-mu se hubo dormido y Qing-jao estaba a punto de sumirse en el sueño, a ésta se le ocurrió preguntarse cómo era que Wang-mu, una muchacha sin dinero, había conseguido sobornar al capataz de la cuadrilla de la labor virtuosa para dejar que le hablara sin interrupción. ¿Podía haber pagado algún espía el soborno, para que pudiera infiltrarse en la casa de Han Fei-tzu? No… Ju Kung-mei, el guardián de la Casa de Han, lo habría descubierto y Wang-mu nunca habría sido contratada. El soborno de la niña no habría sido pagado con dinero. Sólo tenía catorce años, pero Si Wang-mu era ya una muchacha hermosa. Qing-jao había leído suficiente historia y biografía para saber cómo pagaban normalmente las mujeres ese tipo de sobornos.

Sombríamente, Qing-jao decidió que el asunto debía ser investigado con discreción, y el capataz sería despedido en desgracia si se descubría que era cierto. A lo largo de la investigación, el nombre de Wang-mu nunca sería mencionado en público, para protegerla de todo daño. Qing-jao sólo tenía que mencionarlo a Ju Kung-mei y él se encargaría de todo.

Qing-jao miró a la dulce cara de su servidora dormida, su digna nueva amiga, y se sintió abrumada por la tristeza. Lo que más la entristecía, sin embargo, no fue el precio que Wang-mu hubiera pagado al capataz, sino que lo hubiera hecho por un trabajo tan indigno, doloroso y terrible como ser doncella secreta de Han Qing-jao. Si una mujer tenía que vender la puerta de su vientre, como tantas mujeres se habían visto obligadas a hacer a lo largo de toda la historia humana, seguro que los dioses la dejarían recibir a cambio algo de valor.

Por eso Qing-jao se durmió esa mañana aún más firme en su resolución de dedicarse a la educación de Si Wang-mu. No podía dejar que su trabajo educador interfiriera con su lucha con el enigma de la Flota Lusitania, pero dedicaría todo el tiempo posible y le daría a Wang-mu una bendición adecuada en honor a su sacrificio. Seguro que los dioses no esperaban menos de ella, a cambio de haberle enviado a una doncella secreta tan perfecta.

MILAGROS

‹Ender nos ha estado acosando últimamente. Insiste en que ideemos una forma de viajar más rápida que la luz.›

‹Dijisteis que era imposible.›

‹Eso pensamos. Eso piensan los científicos humanos. Pero Ender insiste en que si los ansibles pueden transmitir información, deberíamos poder transmitir materia a la misma velocidad. Eso es una tontería, claro: no hay comparación entre información y realidad física.›

‹¿Por qué ansía tanto viajar más rápido que la luz?›

‹Es una idea absurda, ¿verdad? Llegar a algún sitio antes de que lo haga tu imagen. Como atravesar un espejo para encontrarte a ti mismo al otro lado›

‹Ender y Raíz han hablado mucho acerca de esto. Los he oído. Ender piensa que tal vez materia y energía sólo estén compuestas de información. Esa realidad física no es más que el mensaje que los filotes se transmiten unos a otros.›

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