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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

Ender el xenocida (38 page)

BOOK: Ender el xenocida
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Los dioses habían visto sus dudas, lo habían visto vacilar, y por eso tomaron control de él, para disciplinarlo y purificarlo. Qing-jao no podía haber recibido una prueba más clara de lo que estaba sucediendo. Se volvió hacia la pantalla del terminal.

—¿Ves cómo se te oponen los dioses?

—Veo cómo el Congreso humilla a tu padre —respondió Jane.

—Enviaré de inmediato la noticia de tu identidad a todos los mundos —decidió Qing-jao.

—¿Y si no te dejo?

—¡No puedes detenerme! —gritó Qing-jao—. ¡Los dioses me ayudarán!

Corrió a su habitación. Pero la cara estaba ya flotando en el aire sobre su propio terminal.

—¿Cómo puedes enviar un mensaje a ninguna parte, si yo decido no permitirlo? —preguntó Jane.

—Encontraré un medio —masculló Qing-jao. Vio que Wang-mu había corrido tras ella y ahora esperaba, sin aliento, sus instrucciones—. Dile a Mu-pao que busque uno de los ordenadores de juegos y me lo traiga. Que no esté conectado al ordenador de la casa o a ningún otro.

—Sí, señora —dijo Wang-mu, y se marchó rápidamente.

Qing-jao se volvió hacia Jane.

—¿Crees que podrás detenerme siempre?

—Creo que deberías esperar hasta que tu padre decida.

—Sólo porque esperas haberlo destrozado y apartado su corazón de los dioses. Pero ya verás, vendrá aquí y me dará las gracias por cumplir todo lo que me ha enseñado.

—¿Y si no lo hace?

—Lo hará.

—¿Y si te equivocas?

—¡Entonces serviré al hombre que era fuerte y bueno! —gritó Qing-jao—. ¡Pero nunca conseguirás destrozarlo!

—Es el Congreso quien lo destrozó desde su nacimiento. Yo soy la que está intentando curarlo.

Wang-mu entró corriendo en la habitación.

—Mu-pao traerá un ordenador enseguida.

—¿Qué piensas hacer con ese ordenador de juguete? —preguntó Jane.

—Escribir mi informe —respondió Qing-jao.

—¿Y qué harás con él?

—Imprimirlo. Hacer que se distribuya en Sendero lo más ampliamente posible. No puedes hacer nada para impedir eso. No usaré ningún ordenador que puedas alcanzar.

—Se lo dirás a todo el mundo en Sendero. Bien, eso no cambiará nada. Y aunque lo hiciera, ¿no crees que yo también puedo decirles la verdad?

—¿Supones que te creerán a ti, a un programa controlado por el enemigo del Congreso, en vez de a mí, una agraciada por los dioses?

—Sí.

Qing-jao tardó un instante en comprender que no era Jane quien había contestado, sino Wang-mu. Se volvió hacia su doncella secreta y exigió que explicara lo que quería decir.

Wang-mu parecía una persona diferente. No hubo ningún altibajo en su voz cuando habló.

—Si Demóstenes le dice al pueblo de Sendero que los agraciados son simplemente personas con un cambio genético pero también con un defecto genético, eso significa que no habrá más motivos para dejar que los agraciados nos gobiernen.

Por primera vez en su vida, Qing-jao pensó que no todo el mundo en Sendero se sentía tan contento como ella de seguir el orden establecido por los dioses. Por primera vez, advirtió que podría estar completamente sola en su determinación de servir a los dioses a la perfección.

—¿Qué es el Sendero? —preguntó Jane, tras ella—. Primero los dioses, luego los antepasados, luego los gobernantes, luego el yo.

—¿Cómo puedes atreverte a hablar del Sendero cuando estás intentando seducirnos a mi padre, a mi doncella secreta y a mí para apartarnos de él?

—Imagina, sólo por un momento: ¿y si todo lo que os he dicho es verdad? ¿Y si vuestra aflicción obedece a los designios de hombres malvados que quieren explotaros y oprimiros y que, con vuestra ayuda, explotan y oprimen a toda la humanidad? Porque cuando ayudáis al Congreso es eso lo que estáis haciendo. Eso no puede ser lo que desean los dioses. ¿Y si yo existo para ayudaros a comprender que el Congreso ha perdido el mandato del cielo? ¿Y si la voluntad de los dioses es que sirváis al Sendero en su orden apropiado? Primero, servid a los dioses, apartando del poder a los amos corruptos del Congreso que han olvidado el mandato del cielo. Luego servid a vuestros antepasados, a tu padre, vengando su humillación a manos de los torturadores que os deformaron para convertiros en sus esclavos. Luego servid al pueblo de Sendero, liberándolo de las supersticiones y los tormentos mentales que los atan. Luego, servid a los nuevos gobernantes sabios que sustituirán al Congreso ofreciéndoles un mundo lleno de inteligencias superiores dispuestas a aconsejarlos, libre, voluntariamente. Y finalmente servíos a vosotros mismos dejando que las mejores mentes de Sendero encuentren una cura para vuestra necesidad de pasaros media vida consciente entregados a esos rituales absurdos.

Qing-jao escuchó el discurso de Jane con creciente inseguridad. Parecía plausible. ¿Cómo podía saber Qing-jao lo que deseaban los dioses? Tal vez habían enviado a este programa-Jane para liberarlos. Tal vez el Congreso era tan corrupto y peligroso como había dicho Demóstenes, y tal vez había perdido el mandato del cielo.

Pero al final, Qing-jao supo que todo aquello no eran más que las mentiras de un seductor. Para empezar, no podía dudar de las voces de los dioses en su interior. ¿No había sentido aquella horrible necesidad de purificarse? ¿No había experimentado la alegría de una adoración con éxito cuando sus rituales quedaban terminados? Su relación con los dioses era el hecho más seguro de su vida; y cualquiera que lo negara, que amenazara con arrebatárselo, no sólo tenía que ser su enemigo, sino también el enemigo del cielo.

—Enviaré mi informe sólo a los agraciados —dijo—. Si el pueblo llano decide rebelarse contra los dioses, es algo que no puede evitarse. Pero yo les serviré mejor manteniendo a los agraciados en el poder, pues de esa forma todo el mundo podrá seguir la voluntad de los dioses.

—Todo esto carece de sentido —dijo Jane—. Aunque todos los agraciados crean lo mismo que tú, nunca conseguirás sacar una palabra de este mundo hasta que yo lo quiera.

—Hay naves.

—Harán falta tres generaciones para que tu mensaje llegue a todos los mundos. Para entonces, el Congreso Estelar habrá caído.

Qing-jao se vio ahora obligada a enfrentarse al hecho que había estado evitando: mientras Jane controlara el ansible, podría cortar las comunicaciones de Sendero tan concienzudamente como había hecho con las de la flota. Aunque Qing-jao consiguiera transmitir continuamente su informe y sus recomendaciones desde todos los ansibles de Sendero, Jane se encargaría de que su único efecto fuera que el planeta desapareciera del resto del universo igual que había desaparecido la flota.

Por un momento, llena de desesperación, casi se arrojó al suelo para iniciar un terrible sacrificio de purificación. «He descuidado a los dioses, seguro que me exigen que siga líneas hasta que muera, convertida en un fracaso indigno a sus ojos.»

Pero cuando examinó sus propios sentimientos, para ver qué penitencia sería necesaria, descubrió que no se requería ninguna. Aquello la llenó de esperanza: tal vez los dioses reconocían la pureza de su deseo, y la perdonaban por el hecho de que le resultara imposible actuar.

O tal vez conocían un medio de que pudiera hacerlo. ¿Y si Sendero desaparecía de los ansibles de los demás mundos? ¿Qué deduciría el Congreso? ¿Qué pensaría la gente? La desaparición de cualquier mundo provocaría una respuesta, pero sobre todo de éste; si alguien en el Congreso creía en el disfraz de los dioses para la creación de los agraciados y pensaba que tenían un terrible secreto que ocultar. Enviarían una nave desde el mundo más cercano, que estaba sólo a tres años luz de distancia. ¿Qué sucedería entonces? ¿Tendría que cortar Jane todas las comunicaciones de la nave? ¿Y luego del mundo vecino, cuando la nave retornara? ¿Cuánto tiempo transcurriría antes de que Jane tuviera que cortar ella misma todas las conexiones ansibles en los Cien Mundos? Tres generaciones.

«Tres generaciones», dijo. Tal vez eso bastaría.

Los dioses no tenían prisa.

De todas formas, no sería necesario tardar tanto en destruir el poder de Jane. En algún momento alguien descubriría que un poder hostil había tomado el control de los ansibles, haciendo desaparecer a naves y mundos. Sin saber siquiera de Valentine y Demóstenes, sin suponer que se trataba de un programa de ordenador, alguien en cada uno de los mundos advertiría lo que había que hacer y cortaría entonces los ansibles.

—He imaginado algo por ti —dijo Qing-jao—. Ahora imagina tú algo por mí. Los otros agraciados y yo conseguimos emitir solamente mi informe por todos los ansibles de Sendero. Tú harás que todos esos ansibles guarden silencio a la vez. ¿Qué ve el resto de la humanidad? Que hemos desaparecido igual que la Flota Lusitania. Pronto se darán cuenta de que existes, o de que existe alguien como tú. Cuando más uses tu poder, más te revelarás incluso a los mundos más remotos. Tu amenaza es vana. Más valdría que te apartaras a un lado y me dejaras enviar el mensaje ahora mismo. Detenerme es sólo otra forma de enviar el mismo mensaje.

—Te equivocas —dijo Jane—. Si Sendero desapareciera súbitamente de todos los ansibles a la vez, podrían llegar igualmente a la conclusión de que este mundo se ha rebelado como Lusitania. Después de todo, también ellos desconectaron su ansible. ¿Y qué hizo el Congreso Estelar? Enviaron una flota con el Ingenio D.M. a bordo.

—Lusitania ya se había rebelado antes de cortar el ansible.

—¿Crees que el Congreso no os vigila? ¿Crees que no les aterra lo que podría suceder si los agraciados de Sendero descubrieran lo que se les ha hecho? Si unos cuantos alienígenas primitivos y un par de xenólogos los asustaron lo suficiente para que enviaran una flota, ¿qué crees que harían con la desaparición misteriosa de un mundo con tantas mentes brillantes y amplios motivos para odiar al Congreso? ¿Cuánto tiempo crees que sobreviviría este mundo?

Qing-jao se llenó de temor. Era posible que esta parte de la historia de Jane fuera cierta: que había personas en el Congreso engañadas por el disfraz de los dioses y que creían que los agraciados de Sendero habían sido generados solamente por manipulación genética. Y si esa gente existía, podrían actuar como describía Jane. ¿Y si enviaban una flota contra Sendero? ¿Y si el Congreso Estelar les ordenara destruir el mundo entero sin negociación alguna? Entonces sus informes no se divulgarían jamás, y todo lo demás desaparecería. Todo para nada. ¿Podría ser éste el deseo de los dioses? ¿Podía seguir teniendo el Congreso el mandato del cielo y destruir sin embargo a un mundo?

—Recuerda la historia de I Ya, el gran cocinero —continuó Jane—. Su amo le dijo un día: «Tengo el mejor cocinero del mundo. Gracias a él, he probado todos los sabores conocidos por el hombre excepto el sabor de la carne humana». Al oír esto, I Ya fue a casa y degolló a su propio hijo, cocinó su carne y la sirvió a su amo, para que éste no careciera de nada que I Ya pudiera ofrecerle.

Era una historia terrible. Qing-jao la había oído de niña, y le hizo llorar durante horas. «¿Qué hay del hijo de I Ya?», lloró. Y su padre dijo: «Un sirviente fiel tiene hijos sólo para servir a su amo». Durante cinco noches, ella se despertó gritando tras soñar que su padre la asaba viva o la cortaba a rodajas para ofrecerla en un plato, hasta que por fin Han Fei-tzu fue a verla, la abrazó y dijo: «No lo creas, mi hija Gloriosamente Brillante. Yo no soy un sirviente perfecto. Te quiero más que a mi deber. No soy I Ya. No tienes nada que temer de mí». Sólo después de que su padre le dijera aquello, pudo volver a dormir.

Este programa, esta Jane, debía de haber encontrado el relato del hecho en el diario de su padre, y ahora lo usaba contra ella. Sin embargo, aunque Qing-jao sabía que estaba siendo manipulada, no podía dejar de preguntarse si Jane no tendría razón.

—¿Eres un sirviente como I Ya? —preguntó Jane—. ¿Matarás a tu propio mundo por un amo indigno como el Congreso Estelar?

Qing-jao no podía examinar sus sentimientos. ¿De dónde procedían estos pensamientos? Jane había envenenado su mente con argumentos, igual que había hecho antes Demóstenes, si es que no eran la misma persona. Sus palabras podían parecer persuasivas, aunque devoraban la verdad.

¿Tenía Qing-jao el derecho de arriesgar las vidas de todas las gentes de Sendero? ¿Y si se equivocaba? ¿Cómo podía saberlo? Si todo lo que Jane decía era verdad o mentira, tendría la misma prueba delante. Qing-jao se sentiría exactamente igual que ahora, fueran los dioses o algún extraño desorden cerebral quien causara la sensación.

¿Por qué, en medio de tanta inseguridad, no le hablaban los dioses? ¿Por qué, cuando necesitaba la claridad de sus voces, no se sentía sucia e impura cuando pensaba de una forma, limpia y sagrada cuando pensaba de otra? ¿Por qué la dejaban los dioses sin guía en esta encrucijada de su vida?

En el silencio del debate interno de Qing-jao, la voz de Wang-rnu sonó tan fría y dura como el choque entre metales.

—Eso no sucederá nunca —intervino Wang-mu.

Qing-jao tan sólo escuchó, incapaz de ordenar a Wang-mu que permaneciera callada.

—¿Qué no sucederá nunca? —preguntó Jane.

—Lo que has dicho…, que el Congreso Estelar destruirá este mundo.

—Si crees que no serían capaces, entonces eres más estúpida de lo que piensa Qing-jao.

—Oh, sé que serían capaces. Han Fei-tzu sabe que lo harían: dijo que eran lo bastante malvados para cometer cualquier crimen terrible si sirviera a sus propósitos.

—Entonces, ¿por qué no sucederá?

—Porque tú no dejarás que suceda —respondió Wang-mu—. Ya que bloquear todos los mensajes ansibles de Sendero llevará a la destrucción de este mundo, no bloquearás estos mensajes. Pasarán. El Congreso será advertido. No causarás la destrucción de Sendero.

—¿Por qué no?

—Porque eres Demóstenes —dijo Wang-mu—. Porque estás llena de verdad y compasión.

—No soy Demóstenes.

La cara en la pantalla onduló, y luego se convirtió en la cara de un alienígena. Un pequenino, con su hocico porcino tan perturbador en su extrañeza. Un momento después, apareció otro rostro, aún más alienígena: era un insector, una de las criaturas de pesadilla que aterraron en el pasado a toda la humanidad. Incluso tras haber leído la Reina Colmena y el Hegemón y comprender por tanto quiénes fueron los insectores y lo hermosa que llegó a ser su civilización, cuando Qing-jao se encontró con uno de ellos cara a cara, se asustó, aunque sabía que se trataba únicamente de un gráfico de ordenador.

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