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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

Ender el xenocida (45 page)

BOOK: Ender el xenocida
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Los dos se habían amado, aunque nunca habían dormido juntos. Valentine se alegró de oírlo cuando Miro se lo dijo, aunque él lo hizo con furioso pesar. Valentine había observado hacía tiempo que en una sociedad que esperaba castidad y fidelidad, como Lusitania, los adolescentes que controlaban y canalizaban sus pasiones juveniles eran los que crecían para convertirse en fuertes y civilizados. Los adolescentes de comunidades similares que eran demasiado débiles para controlarse o desdeñaban demasiado las normas de la sociedad, normalmente acababan siendo lobos o corderos, miembros sin mente del rebaño o depredadores que cogían lo que podían sin dejar nada a cambio.

Cuando conoció a Miro, temió que fuera un muchacho débil autocompasivo o un depredador egoísta que lamentaba su confinamiento. No era una cosa ni otra. Ahora podría lamentar su castidad de adolescente (era natural que deseara haberse acostado con Ouanda cuando todavía era fuerte y los dos tenían la misma edad), pero Valentine no lo lamentaba. Aquello demostraba que Miro tenía fuerza interior y sentido de responsabilidad hacia su comunidad. Para Valentine, era predecible que Miro, por su cuenta, hubiera contenido a la multitud en aquellos momentos cruciales que salvaron la vida de Raíz y Humano.

También era predecible que Miro y Ouanda hicieran ahora los mayores esfuerzos para fingir que eran simplemente dos personas cumpliendo con su trabajo, que todo era normal entre ellos. Fuerza interior y respeto exterior. Éstas son las personas que mantienen unida a una comunidad, quienes la lideran. Contrariamente a los lobos y los corderos, ejecutan un papel mejor que el que les da el guión con sus miedos y deseos internos. Actúan siguiendo el guión de la decencia, del autosacrificio, del honor público, de la civilización. Y la pretensión se convierte en realidad. «Hay realmente civilización en la historia humana —pensó Valentine—, pero sólo gracias a personas como éstas. Los pastores.»

Novinha se encontró con él en la puerta del colegio. Se apoyaba en el brazo de dona Cristá, la cuarta directora de los Hijos de la Mente de Cristo desde que Ender llegara a Lusitania.

—No tengo nada que decirte. Todavía estamos casados ante la ley, pero eso es todo —dijo Novinha.

—Yo no maté a tu hijo.

—Tampoco lo salvaste.

—Te quiero.

—Todo lo que eres capaz de amar —espetó ella—. Y sólo cuando te queda algo de tiempo después de atender a otras personas. Crees que eres una especie de ángel guardián, con responsabilidades hacia todo el universo. Sólo te pedí que aceptaras la responsabilidad de mi familia. Eres bueno amando a la gente a millones, pero no tanto cuando es por docenas, y resultas un completo fracaso para amar a una sola.

Era un juicio duro, y él sabía que no era cierto, pero no había ido a discutir.

—Por favor, vuelve a casa —suplicó—. Me amas y me necesitas tanto como yo a ti.

—Ésta es mi casa ahora. He dejado de necesitarte a ti o nadie. Y si esto es todo lo que has venido a decir, estás perdiendo mi tiempo y el tuyo.

—No, no es todo.

Ella esperó.

—Los archivos del laboratorio. Los sellaste todos. Tenemos que encontrar una solución a la descolada antes de que nos destruya a todos.

Ella le dirigió una sonrisa ajada y amarga.

—¿Por qué me molestas con esto? Jane puede superar el código en clave, ¿no?

—No lo ha intentado.

—Sin duda para no herir mis sentimientos. Pero puede hacerlo, no?

—Probablemente.

—Entonces que lo haga ella. Es todo lo que necesitas ahora. Nunca me necesitaste a mí, no cuando la tenías a ella.

—He intentado ser un buen marido —dijo Ender—. Nunca dije que pudiera protegerte de todo, aunque hice cuanto estuvo en mi mano.

—Si lo hubieras hecho, mi Esteváo estaría vivo.

Se dio la vuelta y dona Cristá la escoltó al interior de la escuela. Ender se la quedó mirando hasta que dobló una esquina. Entonces se volvió y abandonó la escuela.

No estaba seguro de adónde iba, pero sabía que tenía que llegar allí.

—Lo siento —dijo Jane suavemente.

—Sí.

—Cuando yo ya no esté, tal vez Novinha vuelva contigo.

—No morirás si puedo impedirlo —dijo él.

—Pero no puedes. Van a desconectarme dentro de un par de meses.

—Cállate.

—Es sólo la verdad.

—Cállate y déjame pensar.

—¿Qué, vas a salvarme ahora? Últimamente tu récord de salvaciones no es muy alto.

Ender no respondió y ella no volvió a hablarle durante el resto de la tarde. Deambuló hasta llegar más allá de la verja, pero no se internó en el bosque. Pasó la tarde en la pradera, solo, bajo el cálido sol.

A veces pensaba, intentando luchar con los problemas que aún le acechaban: la flota venía contra ellos, Jane sería desconectada pronto, los constantes esfuerzos de la descolada por destruir a los humanos de Lusitania, el plan de Guerrero para extender la descolada por toda la galaxia, y la sombría situación en la ciudad ahora que la reina colmena mantenía constante vigilancia sobre la verja y la estricta penitencia que hacían todos derribando las paredes de sus propias casas.

A veces su mente estaba casi vacía de pensamiento, mientras permanecía de pie, se sentaba o se tumbaba sobre la hierba, demasiado aturdido para llorar, el rostro de ella atravesándole la memoria, los labios y la lengua formando su nombre, suplicándole en silencio, sabiendo que aunque emitiera un sonido, aunque gritara, aunque pudiera hacerla oír su voz, no le respondería. Novinha.

LIBRE ALBEDRÍO

‹Algunos de los nuestros piensan que debemos impedir a los humanos que estudien la descolada. La descolada está en el núcleo de nuestro ciclo vital. Tememos que encuentren un medio de matarla en todo el mundo, y eso nos destruiría a nosotros en el plazo de una generación.›

‹Y si conseguís detener la investigación humana, serán ellos quienes serán aniquilados en unos pocos años.›

‹¿Tan peligrosa es la descolada? ¿Por qué no pueden seguir conteniéndola como hasta ahora?›

‹Porque la descolada no muda aleatoriamente según las leyes naturales. Se adapta de forma inteligente para destruirnos.›

‹¿A vosotros?›

‹Hemos estado combatiendo a la descolada desde el principio. No en laboratorios, como los humanos, sino en nuestro interior. Antes de poner los huevos, hay una fase en que preparo sus cuerpos para que fabriquen todos los anticuerpos que necesitarán a lo largo de sus vidas. Cuando la descolada cambia, lo sabemos porque las obreras empiezan a morir. Entonces un órgano situado cerca de mis ovarios crea nuevos anticuerpos, y ponemos huevos para nuevas obreras que puedan soportar a la descolada revisada.›

‹Entonces también vosotros estáis intentando destruirla.›

‹No. Nuestro proceso es completamente inconsciente. Se produce en el cuerpo de la reina colmena, sin intervención consciente. No podemos ir más allá del peligro actual. Nuestro órgano de inmunidad es mucho más efectivo y adaptable que ningún mecanismo del cuerpo humano, pero a la larga sufriremos el mismo destino que ellos, si la descolada no es destruida. La diferencia es que si acabamos aniquilados por la descolada, no habrá otra reina colmena en el universo para que asegure la supervivencia de nuestra especie. Somos los últimos.›

‹Vuestro caso es aún más desesperado que el de ellos.›

‹Y estamos aún más indefensas. No tenemos ciencia biológica más allá del simple apareamiento. Nuestros métodos naturales fueron muy efectivos para combatir la enfermedad, de forma que nunca tuvimos los mismos ímpetus que los humanos para comprender la vida y controlarlo.›

‹¿Eso será todo, entonces? O somos destruidos, o lo seréis vosotros y los humanos. Si la descolada continúa, os matará. Si lográis detenerla, moriremos nosotros.›

‹Éste es vuestro mundo. La descolada está en vuestros cuerpos. Si hay que elegir entre vosotros y nosotros, seréis vosotros quienes sobreviviréis.›

‹Hablas por ti misma, amiga mía. Pero ¿qué decidirán los humanos?›

‹Si tienen el poder de destruir a la descolada de una forma que también os destruya, les prohibiremos hacerlo.›

‹¿Prohibírselo? ¿Cuándo han obedecido los humanos alguna vez?›

‹Nunca prohibimos cuando no tenemos también el poder de prevenir.›

‹Ah.›

‹Éste es vuestro mundo. Ender lo sabe. Y si los demás humanos lo olvidan, se lo recordaremos.›

‹Tengo otra pregunta.›

‹Adelante.›

‹¿Qué hay de aquellos, como Guerrero, que quieren extender la descolada por todo el universo? ¿También se lo prohibiréis?›

‹No deben llevar la descolada a mundos que tienen vida multicelular.›

‹Pero eso es exactamente lo que pretenden hacer.›

‹No deben hacerlo.›

‹Pero estáis construyendo naves para nosotros. Cuando tengan el control de una, irán a donde quieran.›

‹No deben ir.›

‹Entonces, ¿se lo prohibirás?›

‹Nunca prohibimos cuando no tenemos también el poder de prevenir.›

‹Entonces, ¿seguiréis construyendo esas naves?›

‹La flota humana se acerca, con un arma que puede destruir este mundo. Ender está convencido de que la usarán. ¿Debemos conspirar con ellos y dejar vuestra herencia genética completa aquí, en este planeta único, para que podáis ser aniquilados?›

‹Entonces nos construís naves sabiendo que alguno de nosotros tal vez las use para la destrucción.›

‹Lo que vosotros hagáis con el poder de volar entre las estrellas será vuestra responsabilidad. Si actuáis como enemigos de la vida, entonces la vida se convertirá en vuestro enemigo. Nosotros os proporcionaremos naves como especie. Entonces vosotros, como especie, decidiréis quién se marcha de Lusitania y quién no.›

‹Hay muchas posibilidades de que el grupo de Guerrero obtenga entonces la mayoría. De que ellos sean quienes tomen las decisiones.›

‹Entonces, ¿debemos juzgar, y decidir que los humanos tienen derecho a intentar destruirnos? Tal vez Guerrero tenga razón. Tal vez los humanos sean quienes merecen ser aniquilados. ¿Quiénes somos nosotros para juzgaros? Ellos, con su Ingenio de Desintegración Molecular. Vosotros, con la descolada. Cada uno tiene el poder de destruir al otro, y sin embargo cada especie tiene muchos miembros que nunca causarían conscientemente ese daño y merecen vivir. No decidiremos. Simplemente construiremos las naves y dejaremos que vosotros y los humanos decidáis vuestro destino.›

‹Podríais ayudarnos. Podríais mantener las naves fuera del alcance del grupo de Guerrero y tratar sólo con nosotros.›

‹Entonces la guerra civil entre vosotros sería terrible. ¿Destruiríais su herencia genética, simplemente porque no estáis de acuerdo? ¿Quién será entonces el monstruo y el criminal? ¿Cómo juzgamos entre vosotros, cuando ambas partes están dispuestas a continuar la absoluta destrucción de la otra?›

‹Entonces no tengo ninguna esperanza. Alguien acabará destruido.›

‹A menos que los científicos humanos encuentren un medio de cambiar la descolada, para que podáis sobrevivir como especie, y la descolada pierda a su vez el poder de matar.›

‹¿Cómo es posible eso?›

‹No somos biólogos. Sólo los humanos pueden conseguirlo, si es que puede hacerse.›

‹Entonces no podemos impedir que investiguen la descolada. Tenemos que ayudarlos. Aunque estuvieran a punto de destruir nuestro bosque, no tenemos más remedio que ayudarlos.›

‹Sabíamos que llegaríais a esa conclusión.›

‹¿Lo sabíais?›

‹Por eso estamos construyendo naves para los pequeninos. Porque sois capaces de ser sabios.›

A medida que la noticia de la restauración de la Flota Lusitania se extendía entre los agraciados por los dioses de Sendero, empezaron a visitar la casa de Han Fei-tzu para presentarle sus respetos.

—No quiero verlos —dijo Han Fei-tzu.

—Tienes que hacerlo, padre. Es correcto que vengan a honrarte por un éxito tan importante.

—Entonces iré y les diré que fue todo cosa suya, y que yo no tuve nada que ver.

—¡No! —gimió Qing-jao—. No debes hacer eso.

—Es más, les diré que pienso que fue un gran crimen y que causará la muerte de un espíritu noble. Les diré que los agraciados de Sendero son esclavos de un gobierno cruel y pernicioso, y que debemos redoblar nuestros esfuerzos para destruir al Congreso.

—¡No me hagas oír eso! —chilló Qing-jao—. ¡Esas cosas no se pueden decir!

Y era cierto. Si Wang-mu observó desde la esquina cómo los dos, padre e hija, empezaban cada uno un ritual de purificación, Han Fei-tzu por haber pronunciado palabras rebeldes y Han Qing-jao por haberlas oído. El Maestro Fei-tzu nunca diría aquellas cosas a otras personas, porque aunque lo hiciera, ellos verían cómo tenía que purificarse de inmediato, y lo considerarían una prueba de que los dioses repudiaban sus palabras. «Los científicos que el Congreso empleó para crear a los agraciados realizaron bien su trabajo —pensó Wang-mu—. Incluso sabiendo la verdad, Han Fei-tzu está indefenso.»

Así, fue Qing-jao quien se reunió con los visitantes que acudieron a la casa y aceptó graciosamente sus alabanzas en nombre de su padre. Wang-mu permaneció con ella durante las primeras visitas, pero le resultó insoportable escuchar una y otra vez el relato de Qing-jao acerca de cómo su padre y ella habían descubierto la existencia de un programa de ordenador que habitaba en la red filótica de los ansibles, y cómo sería destruido. Una cosa era saber que, en su corazón, Qing-jao no creía estar cometiendo asesinato, y otra muy distinta oírla alardear de cómo sería llevado a cabo.

Pues no hacía más que alardear, aunque sólo Wang-mu lo sabía. Qing-jao concedía todo el crédito a su padre, pero ya que Wang-mu sabía que todo era cosa de Qing-jao, sabía también que cuando describía el hecho como un digno servicio a los dioses, en realidad estaba alabándose a sí misma.

—Por favor, no me hagas quedarme y seguir escuchando —suplicó Wang-mu.

Qing-jao la estudió por un momento, juzgándola. Entonces contestó, fríamente.

—Vete si quieres. Veo que sigues estando cautiva de nuestro enemigo. No te necesito.

—Por supuesto que no. Tienes a los dioses —replicó Wang-mu, pero al decirlo no pudo esconder la amarga ironía de su voz.

—Dioses en los que tú no crees —replicó Qing-jao, mordaz—. Naturalmente, a ti nunca te han hablado los dioses, ¿por qué deberías creer? Te despido como mi doncella secreta, ya que ése es tu deseo. Vuelve con tu familia.

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