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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

Ender el xenocida (48 page)

BOOK: Ender el xenocida
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Miro hablaba de forma muy parecida a Novinha en sus acusaciones contra Jane.

—No somos amantes —corrigió Ender—. Jane no es humana. Ni siquiera tiene cuerpo.

—¿No eras el lógico de los dos? ¿No acabas de decir que tú y madre podíais seguir casados, sin tocaros?

A Ender no le gustó la analogía, porque parecía entrañar cierta verdad. ¿Tenía razón Novinha al sentir celos de Jane, como los había tenido durante muchos años?

—Ella vive prácticamente dentro de nuestras cabezas —continuó Miro—. Un lugar al que ninguna esposa puede acceder.

—Siempre pensé que tu madre sentía celos de Jane porque deseaba tener a alguien así de cerca.

—Bobagem. Lixo —dijo Miro. (Tonterías. Basura.)—. Madre estaba celosa de Jane porque quería estar así de cerca de ti, y nunca pudo.

—¿Tu madre? Siempre fue autosuficiente. Hubo épocas en que compartimos mucha intimidad, pero siempre volvía a su trabajo.

—Igual que tú siempre volvías a Jane.

—¿Te lo ha dicho ella?

—No con esas palabras. Pero hablabas con ella, y de repente guardabas silencio, y aunque eres hábil subvocalizando, siguen habiendo pequeños movimientos en la mandíbula, y tus ojos y labios reaccionan un poco a todo lo que te dice Jane. Ella se daba cuenta. Estabas con madre, cerca, y de repente te encontrabas en otro lugar.

—Eso no es lo que nos separó —apuntó Ender—. Fue la muerte de Quim.

—La muerte de Quim fue la gota que desbordó el vaso. Si no hubiera sido por Jane, si madre hubiera creído de verdad que tú le pertenecías a ella, en cuerpo y alma, se habría vuelto hacia ti cuando murió Quim, en vez de alejarse.

Miro dijo lo que Ender había estado temiendo desde el principio. Que la culpa era del propio Ender. Que no había sido el marido perfecto. Que la había perdido. Y lo peor: él sabía que era verdad. La sensación de pérdida, que ya había considerado insoportable, se duplicó de pronto, se triplicó, se hizo infinita en su interior. Sintió la mano de Miro, pesada, torpe, sobre su hombro.

—Como Dios es mi testigo, Andrew, te juro que no pretendía hacerte llorar.

—A veces pasa.

—No es todo culpa tuya. Ni de Jane. Tienes que recordar que madre está loca de atar. Lo ha estado siempre.

—Sufrió mucho de niña.

—Perdió a todos los que amaba, uno a uno —dijo Miro.

—Y yo la dejé creer que también me había perdido a mí.

—¿Qué ibas a hacer, desconectar a Jane? Lo intentaste una vez, ¿recuerdas?

—La diferencia es que ahora ella te tiene a ti. Todo el tiempo que estuviste fuera, podría haberme alejado de Jane, porque te tenía a ti. Podría haber hablado menos con ella, le podría haber pedido que se retirara. Me habría perdonado.

—Tal vez —convino Miro—. Pero no lo hiciste.

—Porque no quise. Porque no quería dejarla marchar. Porque creía que podía mantener esta antigua amistad y seguir siendo un buen marido.

—No fue sólo Jane —suspiró Miro—. También fue Valentine.

—Supongo que sí. Entonces, ¿qué hago? ¿Me uno a los Filhos hasta que llegue la flota y nos destruya a todos?

—Haz lo mismo que yo.

—¿Qué?

—Toma aire. Déjalo escapar. Luego inspira otra vez.

Ender reflexionó un momento.

—Puedo hacerlo. Lo he estado haciendo desde que era niño.

Sólo un momento más, la mano de Miro sobre su hombro. «Por esto debería haber tenido un hijo propio —pensó Ender—. Para que se apoyara en mí cuando fuera pequeño, y para apoyarme yo en él cuando sea viejo. Pero nunca he tenido un hijo de mi propia simiente. Soy como el viejo Marcáo, el primer marido de Novinha. Rodeado de estos niños y sabiendo que no son míos. La diferencia es que Miro es mi amigo, no mi enemigo. Eso ya es algo. Puede que haya sido un mal esposo, pero puedo entablar una amistad y conservarla.»

—Deja de compadecerte de ti mismo y vuelve al trabajo.

Era Jane, hablando en su oído, y había esperado tanto tiempo antes de hacerlo que Ender casi estuvo a punto de llamarla para que se burlara de él. Casi, pero no del todo, y por eso lamentó su intrusión. Lamentó saber que ella había estado escuchando y observando todo el tiempo.

—Estás enfadado —dijo Jane.

«No sabes lo que siento —pensó Ender—. No puedes saberlo. Porque no eres humana.»

—Crees que no sé lo que sientes —observó ella.

Ender sintió un momento de vértigo, porque por un instante le pareció que ella había estado escuchando algo mucho más profundo que la conversación.

—Pero también yo te perdí una vez.

—Volví —subvocalizó Ender.

—Nunca del todo. Nunca fue como antes. Así que coge un par de esas lágrimas de autocompasión de tus mejillas y considera que son mías. Sólo para igualar el marcador.

—No sé por qué me molesto en intentar salvarte la vida —masculló Ender silenciosamente.

—Yo tampoco —respondió Jane—. Sigo diciéndote que es una pérdida de tiempo.

Ender volvió al terminal. Miro permaneció a su lado, contemplando la pantalla mientras simulaba la red ansible. Ender no tenía ni idea de lo que Jane le estaba diciendo a Miro, aunque estaba seguro de que le decía algo, ya que hacía tiempo que había descubierto que ella era capaz de mantener muchas conversaciones a la vez. No podía evitarlo: le molestaba un poco que Jane mantuviera una relación tan íntima con Miro como con él.

«¿No es posible que una persona quiera a otra sin intentar poseerla? —se preguntó—. ¿O está enterrado tan profundamente en nuestros genes que nunca podremos superarlo? Territorialismo. Mi esposa. Mi amiga. Mi amante. Mi molesta y deslumbrante personalidad computadorizada que está a punto de ser desconectada por culpa de una muchacha medio loca con desórdenes obsesivo-compulsivos en un planeta del que nunca había oído hablar. ¿Cómo podré vivir sin Jane cuando ya no esté?»

Ender amplió la pantalla, hasta que sólo aparecieron unos pocos parsecs en cada dimensión. Ahora la simulación mostraba una pequeña porción de la red, y el entramado era sólo media docena de rayos filóticos en el espacio profundo. Ahora, en vez de parecer un tejido intrincado y entretejido, los rayos filóticos parecían líneas aleatorias que pasaban a millones de kilómetros unas de otras.

—Nunca se tocan —comentó Miro.

No, nunca lo hacen. Era algo que Ender no había advertido nunca. En su mente, la galaxia era plana, como la mostraban siempre los mapas estelares, una visión boca abajo de la sección del brazo en espiral de la galaxia donde los humanos se habían extendido desde la Tierra. Pero no era plana. No había dos estrellas que estuvieran en el mismo plano que otras dos. Los rayos filóticos conectaban las naves y los planetas y los satélites en líneas perfectamente rectas, de ansible a ansible: parecían intersectarse cuando se veían en un mapa plano, pero en esta ampliación tridimensional, estaba claro que nunca se tocaban.

—¿Cómo puede vivir en eso? —preguntó Ender—. ¿Cómo puede existir en eso cuando no hay ninguna conexión entre esas líneas excepto en los puntos finales?

—Tal vez no lo hace. Tal vez vive en la suma de los programas de ordenador de cada terminal.

—En ese caso, podría almacenarse en todos los ordenadores y entonces…

—Y entonces nada. Nunca podría volver a reunirse porque sólo van a usar ordenadores limpios para dirigir los ansibles.

—No podrán mantenerlo eternamente —manifestó Ender—. Es demasiado importante que los ordenadores de planetas diferentes puedan hablar entre sí. El Congreso descubrirá muy pronto que no hay suficientes seres humanos para dirigir a mano, en un año, la cantidad de información que los ordenadores tienen que enviarse mutuamente por ansible cada hora.

—¿Entonces Jane se esconde? ¿Espera? ¿Se escabulle y se restaura hasta que vea una oportunidad dentro de cinco o diez años?

—Si en efecto es eso: un conjunto de programas.

—Tiene que ser más que eso.

—¿Por qué?

—Porque si no es más que un conjunto de programas, aunque sean programas que se autoescriben y se autorrevisan, fue creada por algún programador o algún grupo de programadores en alguna parte. En ese caso, sólo está ejecutando el programa que le fue dado desde el principio. No tiene libre albedrío. Es una marioneta. No una persona.

—Bueno, en ese tema, tal vez estás definiendo el libre albedrío de una manera muy limitada —opinó Ender—. ¿No somos iguales los seres humanos, programados por nuestros genes y nuestro entorno?

—No.

—¿Qué si no, entonces?

—Nuestras conexiones filóticas dicen que no somos iguales. Porque somos capaces de conectar unos con otros por simple voluntad, cosa que ninguna otra forma de vida de la Tierra puede hacer. Hay algo que tenemos, algo que somos, que no fue causado por ninguna otra cosa.

—¿Qué, nuestra alma?

—Ni siquiera eso —dijo Miro—. Porque los sacerdotes dicen que Dios creó nuestras almas, y eso nos pone bajo el control de otro marionetista. Si Dios creó nuestra voluntad, entonces Él es responsable de todas las opciones que tomamos. Dios, nuestros genes, nuestro entorno, o algún estúpido programador que teclea un código en un antiguo terminal…; no hay ningún libre albedrío que pueda existir si nosotros como individuos somos el resultado de alguna causa externa.

—Entonces, según recuerdo, la respuesta filosófica oficial es que el libre albedrío no existe. Sólo la ilusión de tal cosa, porque las causas de nuestra conducta son tan complejas que no podemos explicarlas. Si tienes una fila de piezas de dominó que se derriban unas a otras, entonces siempre puedes decir: mira, esta pieza se cayó porque esta otra la empujó. Pero cuando tienes un número infinito de piezas que pueden seguir en un número infinito de direcciones, nunca encontrarás dónde comienza la cadena causal. Así que piensas: esa pieza se cayó porque quiso.

—Bobagem —masculló Miro.

—Bueno, admito que es una filosofía sin ningún valor práctico. Valentine me lo explicó una vez de esta forma: aunque no existe el libre albedrío, tenemos que tratarnos unos a otros como si existiera para poder vivir juntos en sociedad. Porque de otro modo, cada vez que alguien hace algo terrible no se le puede castigar, porque sus genes o su entorno o Dios le instaron a hacerlo, y cada vez que alguien hace algo bueno, no se le puede honrar, porque también fue una marioneta. Si piensas que los que te rodean son marionetas, ¿por qué molestarte en hablarles? ¿Por qué idear nada o crear nada, ya que todo lo que ideas o creas o deseas o sueñas surge sólo del guión que el marionetista te dio?

—Desesperación —dijo Miro.

—Así, nos consideramos a nosotros mismos y a todos los que nos rodean seres volitivos. Nos tratamos como si hiciéramos las cosas con un propósito determinado, y no porque nos empujan desde atrás. Castigamos a los criminales. Recompensamos a los altruistas. Ideamos y construimos cosas juntos. Hacemos promesas y esperamos que los demás las mantengan. Todo es una ficción, pero cuando todo el mundo cree que las acciones de todos son el resultado de una elección libre, y da y toma responsablemente según eso, el resultado es la civilización.

—Sólo una ficción.

—Así es como lo explicó Valentine. Es decir, si no existe el libre albedrío. No estoy seguro de que ella lo crea. Supongo que diría que es civilizada, y por tanto debe creer en la historia, en cuyo caso cree absolutamente en el libre albedrío y piensa que toda idea de una historia inventada es una tontería…, pero eso es lo que ella creería aunque fuera cierto, y por eso no podemos estar seguros de nada.

Entonces Ender se echó a reír, porque Valentine se rió la primera vez que le contó esto hacía muchos años. Cuando los dos acababan de dejar la infancia, y él estaba escribiendo el Hegemón e intentaba comprender por qué su hermano Peter había hecho todas aquellas cosas grandes y terribles.

—No es gracioso —dijo Miro.

—A mí me lo pareció.

—O somos libres, o no lo somos. O la historia es cierta, o no lo es.

—La cuestión es que debemos creer que es cierta para poder vivir como seres humanos civilizados.

—No, no es eso. Porque si es mentira, ¿por qué deberíamos molestarnos en vivir como seres civilizados?

—Porque la especie tiene mejor posibilidad de sobrevivir de esta forma. Porque nuestros genes requieren que creamos en la historia para poder ampliar nuestra habilidad de transmitir esos mismos genes durante muchas generaciones en el futuro. Porque todo aquel que no cree en la historia empieza a actuar de formas improductivas y anticooperativas, y al final la comunidad, el rebaño, lo rechazará, de forma que sus posibilidades de reproducción disminuirán. Por ejemplo, lo meterán en la cárcel, y los genes que producen su conducta incrédula acabarán extinguidos.

—Entonces el marionetista requiere que creamos que no somos marionetas. Estamos obligados a creer en el libre albedrío.

—Eso es lo que me explicó Valentine.

—Pero ella no lo cree realmente, ¿verdad?

—Por supuesto que no. Sus genes no se lo permiten.

Ender volvió a reírse. Sin embargo, Miro no se tomaba este asunto a la ligera, como un juego filosófico. Estaba furioso. Cerró los puños y extendió los brazos en un gesto rígido que introdujo su mano en el centro de la pantalla. Causó una sombra sobre ella, un espacio donde no era visible ningún rayo filótico. Un auténtico espacio vacío. Excepto que ahora Ender pudo ver las motas de polvo flotando en la pantalla, capturando la luz de la ventana y la puerta abierta de la casa. En concreto, una gran mota, como un filamento de pelo, una diminuta fibra de algodón, flotaba brillantemente en mitad del espacio donde sólo se veían los rayos filóticos.

—Cálmate —aconsejó Ender.

—No —gritó Miro—. ¡Mi marionetista está haciendo que me enfurezca!

—Calla. Escúchame.

—¡Estoy cansado de escucharte!

Sin embargo, guardó silencio y escuchó.

—Creo que tienes razón —suspiró Ender—. Creo que somos libres, y no pienso que sea sólo una ilusión en la que creemos porque tenga valor de supervivencia. También creo que somos libres porque no somos sólo este cuerpo, actuando según un guión genético. Y no somos almas que Dios creara de la nada. Somos libres porque existimos siempre. Desde el principio de los tiempos, sólo que no hubo principio y existimos todo el tiempo. Nada nos causó. Nada nos hizo. Simplemente somos, y siempre fuimos.

—¿Filotes? —preguntó Miro.

—Tal vez. Como esa mota de polvo en la pantalla.

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