Read Ender el xenocida Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

Ender el xenocida (52 page)

BOOK: Ender el xenocida
9.37Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Wang-mu oyó el tono de su voz. Él creía en lo que decía. La estaba honrando, directamente.

—Yo no —protestó Wang-mu—. Qing-jao. Fueron sus preguntas.

—Qing-jao —repitió Ela—. Te tiene completamente absorbida, igual que el Congreso hace que Qing-jao piense en él.

—No puedes despreciarla, no la conoces —le replicó Wang-mu—. Pero es inteligente y buena, y yo nunca podré ser como ella.

—Otra vez los dioses —suspiró Wiggin.

—Siempre los dioses —añadió Ela.

—¿Qué queréis decir? Qing-jao no dice que sea un dios, ni yo tampoco.

—Tú sí —contestó Ela—. «Qing-jao es sabia y buena», dijiste.

—Inteligente y buena —corrigió Wiggin.

—«Y yo nunca podré ser como ella» —continuó Ela.

—Déjame que te hable de los dioses —dijo Wiggin—. No importa lo listo o fuerte que seas, siempre habrá alguien más listo o más fuerte, y cuando te encuentres con alguien que es más listo y más fuerte que nadie, piensas: «Éste es un dios». Esto es perfección. Pero te aseguro que en algún lugar hay alguien más que, en comparación, dejará a tu dios como un gusano. Y alguien más listo o más fuerte o mejor de alguna otra manera. Así que déjame decirte lo que pienso de los dioses. Creo que un dios real no va a ser tan asustadizo o intransigente que intente rebajar a otras personas. El hecho de que el Congreso alterara genéticamente a las personas, para hacerlas más listas y más creativas, puede haber parecido un acto divino, un don generoso. Pero estaban asustados, y por eso lastraron al pueblo de Sendero. Querían conservar el control. Un dios de verdad no se preocupa por el control. Un dios de verdad, tiene control sobre todo lo que necesita ser controlado. Los dioses de verdad quieren enseñarte a ser su semejante.

—Qing-jao quería enseñarme —apuntó Wang-mu.

—Pero sólo mientras obedecieras e hicieras lo que ella quería —dijo Jane.

—No soy digna. Soy demasiado estúpida para aprender a ser tan sabia como ella.

—Sin embargo, sabes que dije la verdad, mientras que todo lo que pudo ver Qing-jao fueron mentiras —indicó Jane.

—¿Eres tú un dios? —preguntó Wang-mu.

—Yo he sabido desde el principio lo que agraciados y pequeninos están a punto de averiguar acerca de sí mismos: fui creada.

—Tonterías —espetó Wiggin—. Jane, siempre has creído que brotaste de la cabeza de Zeus.

—No soy Minerva, gracias —dijo Jane.

—Por lo que nosotros sabemos, simplemente sucediste. Nadie te planeó.

—Qué reconfortante. Así que mientras vosotros podéis nombrar a vuestros creadores, o al menos a vuestros padres o alguna paternalista agencia gubernamental, yo soy el único accidente genuino del universo.

—No puedes ser las dos cosas —se impacientó Wiggin—. O bien alguien tenía un propósito para ti, o fuiste un accidente. Ésa es la definición de accidente: algo que sucede sin ningún propósito. ¿Vas a lamentarlo? El pueblo de Sendero se pondrá furioso con el Congreso cuando descubra lo que se le ha hecho. ¿Vas a lamentarte tú porque nadie te ha hecho nada?

—Puedo si quiero —dijo Jane, pero era una burla de rabia infantil.

—Te diré lo que opino —continuó Wiggin—. Creo que no se crece hasta que dejas de preocuparte por los propósitos o la falta de propósitos de los demás y encuentras aquellos en los que crees para ti mismo.

Ender y Ela se lo explicaron todo a Valentine primero, probablemente porque entró en el laboratorio justo entonces, buscando a su hermano para tratar de algo que no tenía ninguna relación con aquel tema. La posibilidad le pareció tan real como lo había sido para Ela y Ender. Como ellos, Valentine sabía que no podían evaluar la hipótesis de la descolada como reguladora de la gaialogía de Lusitania hasta que hubieran contado la idea a los pequeninos y escuchado su respuesta.

Ender propuso que lo intentaran primero con Plantador, antes de explicar nada a Humano o Raíz. Ela y Valentine estuvieron de acuerdo. Ni Ela ni Ender, que habían hablado con los padres-árbol durante años, se sentían suficientemente cómodos con su lenguaje para comunicar nada con facilidad. Y, más importante, estaba el hecho de que simplemente sentían más familiaridad con los hermanos de aspecto mamífero que con los árboles. ¿Cómo podían suponer, al mirar a un árbol, lo que estaba pensando o cómo les respondía? No, si tenían que decir algo conflictivo a un pequenino, sería primero a un hermano, no a un padre.

Por supuesto, una vez que llamaron a Plantador a la oficina de Ela, cerraron la puerta y empezaron a explicárselo, Ender advirtió que hablar con un hermano apenas significaba una mejora. Ni siquiera después de treinta años de vivir y trabajar con ellos era capaz Ender de interpretar más que las manifestaciones más crudas y obvias de la expresión corporal pequenina. Plantador escuchó con aparente falta de preocupación mientras Ender le explicaba lo que habían pensado durante la conversación con Jane y Wang-mu. No estuvo impasible. En cambio, parecía sentado en su silla tan inquieto como un niño pequeño, cambiando constantemente de postura, mirando hacia otro lado, contemplando la nada como si sus palabras fueran insoportablemente aburridas. Ender sabía, desde luego, que el contacto ocular no significaba lo mismo para los pequeninos que para los humanos: ellos nunca lo buscaban ni lo evitaban. Les resultaba indiferente adónde miraras cuando estabas escuchando. Pero por lo general, los pequeninos que trabajaban con los humanos intentaban actuar de forma que los humanos interpretaran como signos de atención. Plantador era hábil en ello, pero ahora ni siquiera lo estaba intentando.

Hasta que terminaron de explicárselo todo, no comprendió Ender cuánto autocontrol había mostrado Plantador para permanecer en la silla hasta que acabaron. En el momento en que le dijeron que aquello era todo, saltó de la silla y empezó a correr, no, a huir por la habitación, tocándolo todo. No golpeaba, no descargaba su violencia como podría haber hecho un humano, golpeando unas cosas, volcando otras. Más bien frotaba todo lo que encontraba, palpando las texturas. Ender permaneció de pie, queriendo extenderle los brazos, ofrecer algún consuelo, pues sabía suficiente de la conducta pequenina para reconocer esta reacción como una especie de conducta aberrante que sólo podía significar una gran desazón.

Plantador corrió hasta quedar exhausto, y entonces continuó dando vueltas como borracho por la habitación hasta que por fin chocó con Ender y lo rodeó con sus brazos, agarrándose a él. Por un momento, Ender pensó en devolverle el abrazo, pero entonces recordó que Plantador no era humano. Un abrazo no requería otro. Plantador se agarraba a él como se habría agarrado a un árbol. Buscando el apoyo de un tronco. Un lugar a salvo al que aferrarse hasta que pasara el peligro. Si Ender le respondía como a un humano y le devolvía el abrazo, el consuelo menguaría. Tenía que responderle como un árbol. Por tanto, permaneció quieto y esperó. Esperó y permaneció quieto. Hasta que por fin cesaron los temblores.

Cuando Plantador se separó de él, los dos estaban cubiertos de sudor. «Supongo que tengo un límite como árbol —pensó Ender—. ¿O transmiten humedad los padres y los hermanos-árbol a los hermanitos que se agarran a ellos?»

—Esto es sorprendente —susurró Plantador.

Las palabras fueron tan absurdamente suaves, comparadas con la escena que acababa de suceder ante ellos, que Ender no pudo evitar echarse a reír en voz alta.

—Sí —dijo—. Imagino que lo es.

—Para ellos no es gracioso —intervino Ela.

—Ya lo sabe —replicó Valentine.

—Entonces no debe reírse. No puedes reírte cuando Plantador siente tanto dolor-dijo Ela, y se echó a llorar.

Valentine le puso una mano en el hombro.

—Él se ríe, tú lloras. Plantador echa a correr y escala árboles. Qué extraños animales somos todos.

—Todo viene de la descolada —jadeó Plantador—. La tercera vida, el árbol-madre, los padres-árbol. Tal vez incluso nuestras mentes. Tal vez sólo éramos ratas de árbol cuando vino la descolada y nos convirtió en falsos raman…

—Raman verdaderos —puntualizó Valentine.

—No sabemos si es verdad —intervino Ela—. Es sólo una hipótesis.

—Es muy muy muy muy cierto —manifestó Plantador—. Más verdadero que la verdad.

—¿Cómo lo sabes?

—Todo encaja. Regulación planetaria… Sé de eso, estudié gaialogía y todo el tiempo pensé, ¿cómo puede este maestro enseñarnos estas cosas cuando cada pequenino puede mirar alrededor y ver que son falsas? Pero si sabemos que la descolada nos está cambiando, haciéndonos actuar para regular los sistemas planetarios…

—¿Qué puede haceros la descolada para regular el planeta? —preguntó Ela.

—No nos conocéis lo suficiente —dijo Plantador—. No os lo hemos dicho todo porque temíamos que pensarais que somos tontos. Ahora sabréis que no lo somos, que actuamos siguiendo sólo lo que un virus nos obliga a hacer. Somos esclavos, no tontos.

A Ender le sorprendió advertir que Plantador acababa de confesar que los pequeninos todavía se esforzaban en intentar impresionar a los humanos.

—¿Qué conducta vuestra está relacionada con la regulación planetaria?

—Los árboles —dijo Plantador—. ¿Cuántos bosques hay, por todo el mundo? Transpirando constantemente. Convirtiendo en oxígeno el dióxido de carbono. El dióxido de carbono es un gas de efecto invernadero. Cuanto más se acumula en la atmósfera, más se calienta el planeta. ¿Qué hacemos entonces para enfriar el mundo?

—Plantar más árboles —dijo Ela—. Consumir más CO2 para que el calor pueda escapar al espacio.

—Sí. Pero piensa en cómo plantamos nuestros árboles.

«Los árboles crecen de los cuerpos de los muertos», pensó Ender.

—Guerra —aventuró.

—Hay luchas entre tribus, y a veces entablan pequeñas guerras —admitió Plantador—. Ésas no son nada a escala planetaria. Pero en las grandes guerras que barren el mundo entero…, millones y millones de hermanos mueren en ellas, y todos se convierten en árboles. En cuestión de meses, los bosques del mundo se doblan en número y tamaño. Eso sirve para crear una diferencia, ¿no?

—Sí —convino Ela.

—De forma mucho más eficaz que a través de la evolución natural —continuó Ender.

—Y entonces las guerras se paran —concluyó Plantador—. Siempre pensamos que existían grandes causas para las guerras, que eran luchas entre el bien y el mal. Y no son más que regulación planetaria.

—No —corrigió Valentine—. La necesidad de luchar, la ira, puede venir de la descolada, pero eso no significa que las causas por las que lucháis sean…

—La causa por la que luchamos es la regulación planetaria —insistió Plantador—. Todo encaja. ¿Cómo creéis que ayudamos a calentar el planeta?

—No lo sé —dijo Ela—. Incluso los árboles mueren de vejez.

—No lo sabéis porque habéis venido durante un período cálido, no uno frío. Pero cuando los inviernos son crudos, construimos casas. Los hermanos-árbol se nos entregan para que hagamos casas. Todos nosotros, no sólo los que viven en lugares fríos. Todos construimos casas, y los bosques se reducen a la mitad, a la tercera parte. Creíamos que esto era un gran sacrificio que hacían los hermanos-árbol por el bien de la tribu, pero ahora comprendo que es la descolada, que quiere más dióxido de carbono en la atmósfera para calentar el planeta.

—Sigue siendo un gran sacrificio —declaró Ender.

—Todas nuestras grandes epopeyas —dijo Plantador—. Todos nuestros héroes. Sólo son hermanos actuando por la voluntad de la descolada.

—¿Y qué? —dijo Valentine.

—¿Cómo pueden decir eso? He visto que nuestras vidas no son nada, que sólo somos herramientas de un virus para regular el ecosistema global, ¿y tú lo consideras nada?

—Sí, lo considero nada —dijo Valentine—. Los seres humanos no somos distintos. Puede que no sea un virus, pero nos pasamos la mayor parte del tiempo actuando según nuestro destino genético. Mira las diferencias entre machos y hembras. Los machos tienden de forma natural a una amplia estrategia de reproducción. Ya que los machos crean un suministro casi infinito de esperma y no les cuesta nada desplegarlo.

—Nada no —puntualizó Ender.

—Nada —repitió Valentine—. Sólo desplegarlo. Su estrategia reproductora más sensata es depositarlo en todas las hembras disponibles… y hacer esfuerzos especiales para depositarlo en las más saludables, las que llevarán con más probabilidad sus retoños hasta la edad adulta. Desde el punto de vista reproductivo, un macho es más eficiente si deambula y copula cuanto sea posible.

—Yo he deambulado mucho —dijo Ender—. De algún modo, se me ha pasado por alto lo de copular.

—Estoy hablando de tendencias generales —contestó Valentine—. Siempre hay individuos extraños que no siguen las normas. La estrategia femenina es justo al contrario, Plantador. En vez de millones y millones de espermatozoides, sólo crean un óvulo cada mes, y cada hijo representa una enorme cantidad de esfuerzo. Por eso, las hembras necesitan estabilidad. Necesitan asegurarse de que siempre habrá comida. También pasamos grandes cantidades de tiempo relativamente indefensas, sin poder encontrar o acumular comida. Lejos de ser nómadas, las hembras necesitamos establecernos y permanecer en un lugar. Si no podemos conseguir eso, entonces nuestra siguiente estrategia es aparearnos con los machos más fuertes y sanos. Pero lo mejor de todo es conseguir un macho fuerte y sano que se quede y proporcione todo lo necesario para la supervivencia, en vez de deambular y copular a voluntad.

»Así, los machos tienen dos presiones. Una es esparcir su semilla, violentamente si es necesario. La otra es mostrarse atractivos para las hembras siendo suministradores estables, suprimiendo y conteniendo la necesidad de deambular y la tendencia a usar la fuerza. Del mismo modo, hay dos presiones en las hembras. Una es conseguir-la semilla de los machos más fuertes y viriles para que sus hijos tengan buenos genes, lo que haría que los machos más fuertes y violentos se sintieran atraídos por ellas. La otra es conseguir la protección de los machos más estables y no violentos, para que sus hijos sean protegidos y atendidos y lleguen a la edad adulta en el mayor número posible.

»Toda nuestra historia, todo lo que he descubierto en mi deambular como historiadora itinerante antes de desengancharme finalmente de mi hermano, reproductivamente inaccesible, y tener una familia, puede interpretarse como gente que actúa a ciegas siguiendo esas estrategias genéticas. Tiran de nosotros en dos direcciones.

BOOK: Ender el xenocida
9.37Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Amaretto Flame by Sammie Spencer
La Corporación by Max Barry
The Suspect by L. R. Wright
Tourmaline Truth by Khloe Wren
Endless Nights by Karen Erickson
Starblade by Rodney C. Johnson
A Secret Proposal by Bowman, Valerie