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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

Ender el xenocida (54 page)

BOOK: Ender el xenocida
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—Eso no es científico —objetó Valentine—. Hay demasiadas variables ajenas. ¿No? Creía que la descolada estaba implicada en todas las partes de la vida pequenina.

—Carecer de la descolada significaría que Plantador enfermaría de inmediato y luego moriría. Puede perder la mente a causa de alguna enfermedad. La fiebre hace delirar a la gente.

—¿Qué otra cosa podemos hacer? —preguntó Plantador—. ¿Esperar a que Ela encuentre un medio de domar el virus, y luego descubrir que sin él en su forma inteligente y virulenta no somos pequeninos, sino meros cerdis? ¿Que sólo nos ha sido dado el don del habla por el virus de nuestro interior, y que cuando sea controlado, lo perderemos todo y nos convertiremos solamente en hermanos-árbol? ¿Averiguaremos eso cuando soltéis el matador de virus?

—Pero no es un experimento serio con un control…

—Es un experimento serio, sí —dijo Ender—. El tipo de experimento que se realiza cuando no te importa un comino recibir subvenciones. Cuando sólo necesitas resultados y los necesitas enseguida. El tipo de experimento que se realiza cuando no tienes ni idea de cuáles serán los resultados o incluso si sabrás interpretarlos, pero hay un puñado de pequeninos locos que pretenden coger astronaves y esparcir una enfermedad destructora por toda la galaxia, así que hay que hacer algo.

—Es el tipo de experimento que se realiza cuando hace falta un héroe —concluyó Plantador.

—¿Cuando lo necesitamos nosotros? —preguntó Ender—. ¿O cuando tú necesitas serlo?

—Yo en tu lugar me callaría la boca —dijo Valentine secamente—. Tú mismo has cometido unas cuantas locuras como héroe a lo largo de los siglos.

—Puede que no sea necesario de todas formas —los tranquilizó Ela—. Quara sabe mucho más sobre la descolada de lo que dice. Puede que ya sepa si la capacidad de adaptación inteligente de la descolada puede separarse de sus funciones como sustentadora de vida. Si consiguiéramos crear un virus así, podríamos probar el efecto de la descolada sobre la inteligencia pequenina sin amenazar la vida del sujeto.

—El problema es que Quara no estará más dispuesta a creer nuestra historia de que la descolada es un artefacto creado por otra especie que Qing-jao a aceptar que la voz de los dioses es sólo un desorden obsesivo-compulsivo producido genéticamente —dijo Valentine.

—Yo lo haré —se ofreció Plantador—. Comenzaré inmediatamente porque no tenemos tiempo. Colocadme mañana en un entorno estéril, y luego matad toda la descolada de mi cuerpo usando los productos químicos que tenéis ocultos. Los que pretendéis usar sobre los humanos cuando la descolada se adapte al represor actual que estáis utilizando.

—Te das cuenta de que puede no servir de nada-dijo Ela.

—Entonces sería un auténtico sacrificio.

—Si empiezas a perder la mente de una forma que no esté relacionada claramente con la enfermedad de tu cuerpo, detendremos el experimento porque tendremos la respuesta.

—Tal vez —dijo Plantador.

—En ese punto, quizá pudieras recuperarte.

—No me importa si me recupero o no.

—También lo detendremos si empiezas a perder tu mente de una manera que sí esté relacionada con la enfermedad de tu cuerpo —añadió Ender—, porque entonces sabremos que el experimento es inútil y no aprenderemos nada de todas formas.

—Entonces, si me acobardo, sólo tendré que fingir que fallo mentalmente y me salvaréis la vida —objetó Plantador—. No, os prohíbo que detengáis el experimento, no importa a qué coste. Y si mantengo mis funciones mentales, debéis dejarme continuar hasta el final, hasta la muerte, porque sólo si conservo mi mente hasta el final sabremos que nuestra alma no es sólo un artefacto de la descolada. ¡Prometédmelo!

—¿Es esto ciencia o un pacto suicida? —preguntó Ender—. ¿Tan poca esperanza tienes en descubrir el probable rol de la descolada en la historia pequenina que quieres morir?

Plantador se abalanzó hacia Ender, escaló por su cuerpo y apretó su nariz contra la del hombre.

—¡Mientes! —gritó.

—Sólo he hecho una pregunta —susurró Ender.

—¡Quiero ser libre! —aulló Plantador—. ¡Quiero que la descolada salga de mi cuerpo y no regrese jamás! ¡Quiero hacer esto para ayudar a liberar a todos los cerdis, para que puedan ser pequeninos de hecho y no de nombre!

Ender lo apartó suavemente. Le dolía la nariz por la violencia de la presión de Plantador.

—Quiero hacer un sacrificio que demuestre que soy libre, y que no actúo según mis genes. Que no intento solamente conseguir la tercera vida.

—Incluso los mártires del cristianismo y el islam estaban dispuestos a aceptar recompensas en el cielo por su sacrificio —dijo Valentine.

—Entonces eran cerdos egoístas —espetó Plantador—. Es lo que decís de los cerdos, ¿no? ¿En stark, en vuestra habla común? Bien, es el nombre adecuado para nosotros los cerdis, ¿eh? Nuestros héroes intentaban todos convertirnos en padres-árbol. Nuestros hermanos-árbol fueron fracasos desde el principio. A lo único que servimos fuera de nosotros mismos es a la descolada. Por lo que sabemos, la descolada podría ser nosotros. Pero yo seré libre. Yo sabré lo que soy, sin la descolada o mis genes o ninguna otra cosa excepto yo.

—Lo que estarás es muerto —murmuró Ender.

—Pero libre primero —zanjó Plantador—. El primero de mi pueblo en serlo.

Después de que Wang-mu y Jane le dijeran al Maestro Han todo lo que sucedió ese día, después de que él conversara con Jane sobre su propio trabajo, después de que la casa cayera en el silencio de la oscuridad nocturna, Wang-mu permaneció despierta en su esterilla en el rincón de la habitación del Maestro Han, escuchando sus suaves pero insistentes ronquidos mientras reflexionaba sobre todo lo que se había dicho ese día.

Había muchas ideas, y la mayoría estaban tan por encima de su capacidad que desesperaba de poder comprenderlas de verdad. Especialmente lo que dijo Wiggin acerca de los propósitos. Le daban el mérito de haber ofrecido la solución al problema del virus de la descolada, y sin embargo ella no podía aceptarlo porque no había sido ésa su intención: creyó estar repitiendo tan sólo las preguntas de Qing-jao. ¿Podía recibir el mérito de algo que había hecho por casualidad?

La gente sólo debería ser reprochada o alabada por lo que hacían conscientemente. Wang-mu siempre había creído en esto por instinto; no recordaba que nadie se lo hubiera dicho con tantas palabras. Los crímenes de los que responsabilizaba al Congreso eran todos deliberados: alterar genéticamente a la gente de Sendero para crear a los agraciados, y enviar el ingenio M.D. para destruir el refugio de la otra única especie inteligente que sabían existía en el universo.

Pero ¿era eso lo que pretendían hacer? Tal vez algunos de ellos, al menos, pensaban que volvían más seguro el universo para la humanidad al destruir Lusitania. Por lo que Wang-mu había oído acerca de la descolada, podía significar el final de toda la vida terrestre si empezaba a esparcirse de mundo a mundo entre los seres humanos. Tal vez algunos miembros del Congreso habían decidido también crear a los agraciados de Sendero para beneficiar a toda la humanidad, pero luego pusieron en sus cerebros el DOC para que no pudieran escapar al control y esclavizar a todos los humanos inferiores y «normales». Tal vez abrigaban buenos propósitos para las terribles acciones que cometían.

Desde luego, era el caso de Qing-jao, ¿no? ¿Cómo podía Wang-mu condenarla por sus acciones, cuando ella pensaba que estaba obedeciendo a los dioses?

¿No tenía todo el mundo algún noble propósito para sus propias acciones? ¿No era todo el mundo bueno a sus propios ojos? «Excepto yo —pensó Wang-mu—. A mis propios ojos, soy tonta y débil. Pero hablan de mí como si fuera mejor de lo que creo. El Maestro Han también me alabó. Y los demás hablaron de Qing-jao con piedad y desprecio…, y yo también he sentido lo mismo hacia ella. Sin embargo, ¿no actúa Qing-jao con nobleza y yo con cicatería? Traicioné a mi señora. Ha sido leal a su gobierno y a sus dioses, que son reales para ella, aunque yo no sea creyente. ¿Cómo puedo distinguir a la gente buena de la mala, si la mala tiene una forma de convencerse a sí misma de que intentan hacer el bien aunque cometan algo terrible, y la buena puede creer que están haciendo algo muy malo aunque intenten hacer algo bueno? Tal vez sólo puedes hacer el bien si crees que eres malo, y si piensas que eres bueno, entonces sólo puedes hacer el mal.»

Pero la paradoja superaba su capacidad. El mundo no tendría sentido si hubiera que juzgar a la gente por lo opuesto de lo que intentaban parecer. ¿No era posible que una buena persona intentara también parecer buena? Y sólo porque alguien declarara ser escoria no significaba que no lo fuera. ¿Había algún modo de juzgar a la gente, si no se la puede juzgar ni siquiera por sus propósitos?

¿Había algún modo de que Wang-mu se juzgara siquiera a sí misma?

«La mitad de las veces ni siquiera sé el propósito de lo que hago. Vine a esta cala porque era ambiciosa y quería ser doncella secreta de una muchacha agraciada y rica. Fue puro egoísmo por mi parte, y pura generosidad lo que guió a Qing-jao para que me aceptase. Y ahora estoy aquí, ayudando al Maestro Han a cometer traición… ¿Cuál es mi propósito en eso? Ni siquiera sé por qué lo hago. ¿Cómo puedo saber cuáles son los verdaderos propósitos de los demás? No hay esperanza ninguna de distinguir el bien del mal.»

Se sentó en la posición del loto sobre su esterilla y se cubrió el rostro con las manos. Era como si se sintiera apretada contra una pared, pero una pared que formaba ella misma, y si pudiera encontrar una forma de apartarla a un lado, al igual que podía apartar las manos de su cara cada vez que quería, entonces lograría abrirse paso fácilmente hacia la verdad.

Retiró las manos. Abrió los ojos. Al otro lado de la habitación estaba el terminal del Maestro Han. Allí, aquel mismo día, había visto las caras de Elanora Ribeira von Hesse y Andrew Wiggin. Y la cara de Jane.

Recordó que Wiggin le había dicho cómo serían los dioses. Los dioses de verdad desearían enseñar a ser como ellos. ¿Por qué había dicho eso? ¿Cómo podía saber lo que sería un dios?

«Alguien que quiere enseñarte a saber todo lo que sabe y a hacer todo lo que hace…»; lo que estaba describiendo en realidad era a los padres, no a los dioses. Sólo que había muchos padres que no hacían eso. Muchos padres que intentaban reprimir a sus hijos, controlarlos, convertirlos en sus esclavos. En el lugar donde había crecido, Wang-mu había visto multitud de casos.

Entonces, lo que Wiggin describió no eran los padres, después de todo. Describía a padres buenos. No le había explicado lo que eran los dioses, sino lo que era la bondad. Querer que otras personas crecieran. Querer que otras personas tuvieran todas las cosas buenas de que uno disfruta. Y evitarles los pesares si era posible. Eso era bondad.

¿Qué eran los dioses, entonces? Querrían que todo el mundo supiera y tuviera y fuera todas las cosas buenas. Enseñarían y compartirían y formarían, pero nunca obligarían.

«Como mis padres —pensó Wang-mu—. Torpes y estúpidos a veces, como toda la gente, pero bondadosos. Me cuidaron. Incluso las veces que me obligaron a hacer cosas difíciles porque sabían que me convenía. Incluso las veces que se equivocaron fueron buenos. Puedo juzgarlos por sus propósitos después de todo. Todo el mundo considera buenos sus propósitos, pero los de mis padres lo fueron realmente, porque pretendían que todos sus actos hacia mí me ayudaran a ser más sabia, más fuerte y mejor. Incluso cuando me obligaron a hacer cosas penosas porque sabían que debía aprender de ellas. Incluso cuando me causaron dolor.»

Eso era. Eso era lo que serían los dioses, si existían. Querrían que todo el mundo tuviera todo lo que era bueno en la vida, igual que padres bondadosos. Pero contrariamente a ellos o a las otras personas, los dioses sabrían lo que era bueno y tendrían el poder para hacer que sucedieran las cosas buenas, incluso cuando nadie más comprendiera que eran buenos. Como dijo Wiggin, los dioses de verdad serían más fuertes y más listos que nadie. Tendrían toda la inteligencia y el poder que era posible tener.

Pero un ser semejante…, ¿quién era alguien como Wang-mu para juzgar a un dios? No podría comprender sus propósitos aunque se los dijeran, ¿cómo podía saber entonces que eran buenos? Y la otra aproximación, confiar en ellos y creer de forma absoluta…, ¿no era lo que hacía Qing-jao?

No. Si hubiera dioses, nunca actuarían como Qing-jao pensaba que lo hacían, esclavizando a la gente, atormentándolos y humillándolos.

A menos que el tormento y la humillación les convinieran. «¡No!» Casi gritó en voz alta, y una vez más se cubrió la cara con las manos, esta vez para guardar silencio.

«Sólo puedo juzgar por lo que yo entiendo. Si por lo que puedo ver los dioses en los que cree Qing-jao sólo son malignos, entonces sí, tal vez estoy equivocada, tal vez no puedo comprender el gran propósito que buscan al convertir a los agraciados en esclavos indefensos, o al destruir una especie entera. Pero en mi corazón no tengo más elección que rechazar a esos dioses, porque no detecto nada bueno en lo que hacen. Tal vez soy tan tonta y tan estúpida que siempre seré enemiga de los dioses, trabajando contra sus altos, e incomprensibles propósitos. Pero tengo que vivir mi vida según lo que yo entiendo, y lo que entiendo es que no hay dioses como los que nos enseñan los agraciados. Actúan para hacer a otras personas más pequeñas y crecer ellos mismos. Ésos no serían dioses, si existieran. Serían enemigos. Demonios.»

Lo mismo sucede con los seres, quienesquiera que fuesen, que crearon el virus de la descolada. Sí, tendrían que ser muy poderosos para crear una herramienta como ésa. Pero también tendrían que ser despiadados; egoístas, arrogantes, para pensar que toda la vida del universo era suya para manipularla a su antojo. Enviar la descolada al universo, sin preocuparse por los seres que matara o las hermosas criaturas que destruyera…, ésos tampoco serían dioses.

Y Jane… Jane podría ser un dios. Jane poseía grandes cantidades de información y gran sabiduría, y actuaba por el bien de los demás, aunque eso le costara la vida. Incluso ahora, después de que su vida estuviera condenada. También Andrew Wiggin podría ser un dios, tan sabio y amable como parecía, y no actuaba por su propio beneficio sino por el de los pequeninos. Y Valentine, que se llamaba a sí misma Demóstenes, ya que había trabajado para ayudar a otras personas a encontrar la verdad y tomar sus propias decisiones sabias. Y el Maestro Han, que intentaba hacer siempre lo más justo, aunque le costara su hija. Tal vez incluso Ela, la científico, aunque no sabía todo lo que debería saber…, pues no se avergonzaba de aprender la verdad de una criada.

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