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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

Ender el xenocida (57 page)

BOOK: Ender el xenocida
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—Una flota está en camino.

—Así que eres un emisario.

—Y la descolada puede averiguar cómo…

Ella lo interrumpió y terminó la frase.

—Sortear todas nuestras estrategias de controlarla, lo sé.

Miro se sintió molesto, pero estaba acostumbrado a que la gente se impacientara con su lentitud para hablar y lo interrumpiera. Al menos ella había adivinado lo que quería decir.

—Puede suceder cualquier día —dijo—. Ela siente la presión del tiempo.

—Entonces debería ayudarme a aprender a hablar con el virus para persuadirlo de que nos deje en paz. Para hacer un tratado, como el que hizo Andrew con los cerdis. En cambio, me ha echado del laboratorio. Bueno, yo también puedo participar en ese juego. Ella me corta el camino, yo se lo corto a ella.

—Estabas revelando secretos a los pequeninos.

—¡Oh, sí, madre y Ela, las guardianas de la verdad! Ellas son las que deciden quién sabe y el qué. Bien, Miro, voy a decirte un secreto. No se protege la verdad impidiendo que otra gente la sepa.

—Lo sé.

—Madre jodió por completo a nuestra familia a causa de sus malditos secretos. Ni siquiera quiso casarse con Libo porque ella estaba decidida a guardar un estúpido secreto, que a él le habría salvado la vida si lo hubiera sabido.

—Lo sé.

Esta vez, habló con tanta vehemencia que tomó a Quara por sorpresa.

—Oh, bien, supongo que ése es un secreto que te molestó más a ti que a mí. Pero entonces deberías estar de mi parte en esto, Miro. Tu vida habría sido mucho mejor, todas nuestras vidas lo habrían sido, si madre se hubiera casado con Libo y le hubiera contado todos sus secretos. Probablemente, él todavía estaría vivo.

Hermosas soluciones. Lindas suposiciones. Pero también falsas como el infierno. Si Libo se hubiera casado con Novinha, no se habría casado con Bruxinha, la madre de Ouanda, y así Miro nunca se habría enamorado sin saberlo de su propia media hermana, porque ella nunca habría existido. Sin embargo, era demasiado para decirlo con su media lengua. Así que se contentó con decir «Ouanda no habría nacido», y esperó que ella sacara las conclusiones.

Quara lo consideró durante un momento y comprendió a Miro.

—Tienes razón —admitió—. Y lo siento. Entonces sólo era una niña.

—Todo ha pasado ya.

—No ha pasado nada —dijo Quara—. Seguimos repitiendo lo mismo, una y otra vez. Los mismos errores, constantemente. Madre sigue pensando que se mantiene a la gente a salvo guardándoles secretos.

—Y tú también —dijo Miro.

Quara pensó en eso durante un instante.

—Ela intentaba impedir que los pequeninos supieran que trabajaba para destruir la descolada. Ése es un secreto que podría haber destruido a toda la sociedad pequenina, y ni siquiera se les consultó. Impedían que los pequeninos se protegieran. Pero lo que yo estoy manteniendo en secreto es…, tal vez, una forma de castrar intelectualmente a la descolada, para hacerla semiviva.

—Para salvar a la humanidad sin destruir a los pequeninos.

—¡Humanos y pequeninos, unidos para comprometerse en cómo anular a una tercera especie indefensa!

—No exactamente indefensa.

Ella lo ignoró.

—Igual que España y Portugal consiguieron que el papa dividiera el mundo entre sus Católicas Majestades en los días después del Descubrimiento. Una línea en el mapa y zas, allí está Brasil, hablando en portugués en vez de en español. No importa que nueve de cada diez indios tuvieran que morir, y que los demás perdieran sus derechos y su poder durante siglos, incluso sus lenguajes…

Ahora le tocó a Miro el turno de impacientarse.

—La descolada no son los indios.

—Es una especie inteligente.

—No lo es.

—¿No? ¿Y cómo estás tan seguro? ¿Dónde está tu título en microbiología y xenogenética? Creía que tus estudios eran de xenología. Y que estaban treinta años anticuados.

Miro no respondió. Sabía que ella era perfectamente consciente de lo mucho que había trabajado para ponerse al día desde su regreso. Era un ataque ad hominem y una estúpida demostración de autoridad. No merecía la pena responder. Así que permaneció allí sentado y estudió su rostro. Esperó a que volviera al reino de la discusión razonable.

—Muy bien —dijo ella—. Ha sido un golpe bajo. Pero enviarte a intentar abrir mis archivos también lo es. Intentar ganarte mi compasión.

—¿Compasión? —preguntó Miro.

—Porque eres un…, porque eres un…

—Lisiado —completó Miro.

No había pensado que la piedad lo fuera a complicar todo. Pero ¿cómo podía evitarlo? Hiciera lo que hiciera, era el acto de un lisiado.

—Bueno, sí.

—Ela no me ha enviado —dijo Miro.

—Madre, entonces.

—Ni madre tampoco.

—Oh, ¿eres entonces un intermediario independiente? ¿O vas a decirme que te ha enviado toda la humanidad? ¿O eres un delegado de un valor abstracto?

«Me envió la decencia…»

—Si lo hizo, me envió al lugar equivocado.

Ella retrocedió como si hubiera recibido una bofetada.

—Oh, ¿ahora soy yo la indecente?

—Me envió Andrew.

—Otro manipulador.

—Habría querido venir en persona.

—Pero estaba muy ocupado, haciendo sus propias mediaciones. Nossa Senhora, es un ministro, mezclándose en asuntos científicos que están tan por encima de su capacidad que…

—Cállate —ordenó Miro.

Habló con tanta autoridad que ella guardó silencio, aunque no se sintió feliz por hacerlo.

—Sabes lo que es Andrew. Escribió la Reina Colmena y…

—La Reina Colmena y el Hegemón y la Vida de Humano.

—No me digas que no sabe nada.

—No. Sé que no es cierto —convino Quara—. Es que me enfado y pienso que todo el mundo está contra mí.

—Contra lo que haces, sí.

—¿Por qué no ve nadie las cosas a mi modo?

—Yo las veo.

—Entonces, ¿cómo puedes…?

—También veo las cosas a su modo.

—Sí, señor imparcial. Hazme creer que me comprendes. El enfoque piadoso.

—Plantador se está muriendo para intentar conseguir una información que tú probablemente ya conoces.

—No es cierto. No sé si la inteligencia pequenina viene del virus o no.

—Se podría probar con un virus truncado sin matarlo.

—Truncado…, ¿es ésa la palabra elegida? Muy bien. Mejor que castrado. Cortar todas las extremidades. Y la cabeza, también. No queda nada más que el tronco. Sin poder. Sin mente. Un corazón latiendo, sin ningún propósito.

—Plantador está…

—Plantador está enamorado de la idea de ser un mártir. Quiere morir.

—Plantador te pide que vayas a hablar con él.

—No.

—¿Por qué no?

—Vamos, Miro. Me envían a un lisiado. Quieren que vaya a hablar con un pequenino moribundo. Como si fuera a traicionar a toda una especie porque un amigo doliente, y además voluntario, me llamara con su último suspiro.

—Quara.

—Sí. Te escucho.

—¿De verdad?

—Disse que sim! —replicó ella—. He dicho que sí.

—Puede que tengas razón en todo esto.

—Qué considerado por tu parte.

—Pero puede que también la tengan ellos.

—Sí que eres imparcial.

—Afirmas que se equivocaron al tomar una decisión que podría matar a los pequeninos sin consultarlos. ¿No estás…?

—¿Haciendo lo mismo? ¿Qué crees que debería hacer? ¿Explicar mi punto de vista y someterlo a votación? Unos cuantos miles de humanos, millones de pequeninos de vuestro lado…, pero hay trillones de virus de la descolada. La mayoría manda. Caso cerrado.

—La descolada no es inteligente —insistió Miro.

—Para tu información, estoy enterada de todo este último plan. Ela me envió las transcripciones. A una muchacha china de un planetoide perdido que no sabe nada de xenogenética se le ocurre una hipótesis descabellada, y todos vosotros actuáis como si ya estuviera demostrada.

—Bien…, demuestra que es falsa.

—No puedo. Me han prohibido el acceso al laboratorio. Demostrad vosotros que es cierto.

—La cuchilla de Occam demuestra que es cierto. La explicación más sencilla que encaja con los hechos.

—Occam era un medieval de mierda. La explicación más sencilla que encaja con los hechos es siempre «Dios lo hizo». O tal vez… esa vieja del camino es una bruja. Ella lo hizo. Es lo que pasa con esta hipótesis, sólo que no sabéis ni siquiera dónde está la bruja.

—La descolada es demasiado repentina.

—No evolucionó, lo sé. Tuvo que venir de algún otro lugar. Bien. Aunque sea artificial, eso no significa que ahora no tenga inteligencia.

—Está intentando matarnos. Es varelse, no raman.

—Oh, sí, la jerarquía de Valentine. Bien, ¿cómo sé yo que la descolada es varelse y nosotros raman? A mi entender, la inteligencia es la inteligencia. Varelse es sólo el término que inventó Valentine para que significara Inteligencia-que-hemos-decidido-matar, y raman significa Inteligencia-que-hemos-decidido-no-matar-todavía.

—Es un enemigo irracional e inmisericorde.

—¿Los hay de otra clase?

—La descolada no respeta ninguna otra vida. Quiere matarnos. Ya gobierna a los pequeninos. Tanto, que puede regular este planeta y extenderse a otros mundos.

Por una vez, ella le dejó terminar un parlamento largo. ¿Significaba que lo estaba escuchando?

—Acepto parte de la hipótesis de Wang-mu —dijo Quara—. Parece lógico que la descolada esté regulando la gaialogía de Lusitania. De hecho, ahora que lo pienso, es obvio. Explica la mayoría de las conversaciones que he observado: el paso de información de un virus a otro. Calculo que un mensaje tardaría sólo unos pocos meses en llegar a todos los virus del planeta. Funcionaría. Pero sólo porque la descolada esté gobernando la gaialogía no significa que hayáis demostrado que no es inteligente. De hecho, podría ser al revés: la descolada, al aceptar la responsabilidad de regular la gaialogía de todo un mundo, está demostrando altruismo. Y también protección: si viéramos a una madre leona atacando a un intruso para proteger a sus crías, la admiraríamos. Eso es lo que está haciendo la descolada: lanzarse contra los humanos para proteger su preciosa responsabilidad. Un planeta vivo.

—Una madre leona protegiendo a sus cachorros.

—Eso creo.

—O un perro rabioso devorando a nuestros bebés.

Quara hizo una pausa. Reflexionó durante un momento.

—O ambas cosas. ¿Por qué no puede ser ambas cosas? La descolada está intentando regular un planeta. Pero los humanos se vuelven más y más peligrosos. Para ella, nosotros somos el perro rabioso. Desenraizamos las plantas que forman parte de su sistema de control, y plantamos las nuestras, que no le responden. Hacemos que algunos de los pequeninos se comporten de forma extraña y la desobedezcan. Quemamos un bosque en un momento en que ella intenta crear más. ¡Claro que quiere deshacerse de nosotros!

—Entonces está decidida a destruirnos.

—¡Está en su derecho! ¿Cuándo verás que la descolada tiene derechos?

—¿No los tenemos nosotros? ¿No los tienen los pequeninos?

Ella guardó silencio de nuevo. No hubo ningún argumento inmediato en contra. Eso le dio a Miro esperanzas de que tal vez pudiera estar escuchándolo realmente.

—¿Sabes una cosa, Miro?

—¿Qué?

—Tuvieron razón al enviarte.

—¿Sí?

—Porque no eres uno de ellos.

«Eso es muy cierto —pensó Miro—. Nunca seré "uno de" nada nunca más.»

—Tal vez no podamos hablar con la descolada. Y tal vez sea sólo un artefacto. Un robot biológico que ejecuta su programación. Pero a lo mejor no lo es. Y me están impidiendo averiguarlo.

—¿Y si te permiten el acceso al laboratorio?

—No lo harán —dijo Quara—. Si crees lo contrario, no conoces a Ela y a madre. Han decidido que no soy de fiar, y eso es todo. Bien, yo también he decidido que tampoco ellas lo son.

—Así que todas las especies mueren por el orgullo familiar.

—¿Eso es lo que tú piensas, Miro? ¿Orgullo? ¿Estoy resistiendo simplemente por una causa tan poco noble como una pequeña disputa?

—Nuestra familia tiene mucho orgullo.

—Bien, no importa lo que opines, hago esto según mi conciencia, no importa si lo llamas orgullo, obcecación o como prefieras.

—Te creo.

—¿Pero te creo yo cuando dices que me crees? Estamos en un buen lío. —Se volvió hacia su terminal—. Vete ahora, Miro. Te prometí que lo pensaría, y lo haré.

—Ve a ver a Plantador.

—También pensaré en eso. —Sus dedos gravitaron sobre el teclado—. Es mi amigo, lo sabes. No soy inhumana. Iré a verlo, puedes estar seguro de eso.

—Bien.

Miro se encaminó hacia la puerta.

—Miro —lo llamó ella.

Se volvió, esperó.

—Gracias por no amenazarme con que ese programa vuestro abra mis archivos si no lo hago yo.

—Por supuesto que no —dijo él.

—Andrew me habría amenazado con eso, ya sabes. Todo el mundo piensa que es un santo, pero siempre amenaza a la gente que no le obedece.

—Él no me amenaza.

—Lo he visto hacerlo.

—Advierte.

—Oh, perdóname. ¿Existe alguna diferencia?

—Sí —dijo Miro.

—La única diferencia entre una advertencia y una amenaza consiste en si tú eres la persona que la hace o la que la recibe.

—No. La diferencia consiste en lo que pretende esa persona.

—Márchate. Tengo trabajo que hacer, aunque esté pensando. Márchate.

Miro abrió la puerta.

—Pero gracias —dijo ella.

Él cerró la puerta a su espalda.

Mientras se alejaba, Jane conectó inmediatamente con él.

—Veo que decidiste no decirle que entré en sus archivos incluso antes de que vinieras.

—Sí, bueno. Me siento como un hipócrita —suspiró Miro—. Me agradeció algo que ya había hecho.

—Lo hice yo.

—Fuimos nosotros. Tú, Ender y yo. Vaya grupo.

—¿Lo pensará de verdad?

—Tal vez. O quizá ya lo haya pensado y haya decidido cooperar y esté solamente buscando una excusa. O tal vez ya ha decidido no hacerlo y dijo unas palabras amables porque me tiene lástima.

—¿Qué crees que hará?

—No lo sé. Pero sí sé lo que haré yo. Me avergonzaré de mí mismo cada vez que piense en cómo la dejé creer que respeté su intimidad, cuando ya habíamos saqueado sus archivos. A veces creo que no soy una buena persona.

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