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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

Ender el xenocida (61 page)

BOOK: Ender el xenocida
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Ella se echó a reír.

—¡Qué broma tan buena! ¡Tan orgullosos de ser agraciados, y sin embargo su cura vendrá de alguien como yo! —Sin embargo, de inmediato, su expresión cambió y se cubrió el rostro con las manos—. ¿Cómo he podido decir semejante cosa? Me he vuelto tan altiva y orgullosa como el peor de ellos.

Fei-tzu colocó una mano sobre su hombro.

—No te trates con dureza. Esos sentimientos son naturales. Vienen y se van rápidamente. Sólo hay que condenar a quienes hacen de ellos un modo de vida. —Se volvió hacia Ela—. Hay un problema ético.

—Lo sé. Y creo que esos problemas hay que tratarlos ahora, aunque tal vez sea imposible llevar a término la hipótesis. Estamos hablando de una alteración genética de una población entera. Cuando el Congreso lo hizo en secreto sin el conocimiento o la aprobación de la población de Sendero, fue una atrocidad. ¿Podemos deshacer una atrocidad siguiendo el mismo camino?

—Más que eso —añadió Han Fei-tzu—. Todo nuestro sistema social está basado en los agraciados. La mayoría de la gente interpretará esa transformación como una plaga de los dioses, que nos castigan. Si se hace público que fuimos la fuente, nos matarían. Sin embargo, es posible que cuando quede claro que los agraciados han perdido la voz de los dioses, el DOC, el pueblo se vuelva contra ellos y los mate. ¿Cómo los habrá ayudado entonces el liberarlos del DOC, si estarán muertos?

—Hemos discutido el tema —dijo Ela—. Y no tenemos ni idea de qué hacer. Por ahora la cuestión sobra, porque no hemos decodificado la descolada y tal vez nunca consigamos hacerlo. Pero si desarrollamos la capacidad, creemos que la decisión de usarla o no debe ser vuestra.

—¿Del pueblo de Sendero?

—No. Las primeras decisiones son vuestras, Han Fei-tzu, Si Wang-mu y Han-Qing-jao. Sólo vosotros sabéis lo que se os ha hecho, y aunque tu hija no lo crea, representa fielmente el punto de vista de los creyentes y los agraciados de Sendero. Si conseguimos la capacidad, formuladle la pregunta. Preguntaos vosotros mismos. ¿Hay algún medio, algún sistema de llevar esta transformación a Sendero que no resulte destructivo? Y si puede hacerse, ¿debe hacerse? No…, no digáis nada ahora, no decidáis nada. Pensadlo. Nosotros no somos parte de esto. Sólo os informaremos si hemos logrado hacerlo o no. A partir de entonces, será asunto vuestro.

La cara de Ela desapareció.

Jane se quedó unos instantes más.

—¿Mereció la pena despertarte? —preguntó.

—¡Sí! —exclamó Wang-mu.

—Es bonito descubrir que eres mucho más de lo que creías, ¿verdad?

—Oh, sí.

—Ahora vuelve a dormir, Wang-mu. Y tú, Maestro Han: tu fatiga es bien patente. No nos servirás de nada si pierdes la salud. Como me ha dicho Andrew hasta la saciedad, debemos hacer todo lo que podemos hacer sin destruir nuestra habilidad para continuar la lucha.

Entonces también ella se marchó.

Inmediatamente, Wang-mu empezó a llorar de nuevo. Han Fei-tzu se acercó y se sentó junto a ella en el suelo, acunó su cabeza contra el hombro y la meció suavemente de un lado a otro.

—Calla, dulce hija mía, en tu corazón ya sabías quién eras, y yo también, yo también. En verdad tu nombre fue puesto con sabiduría. Si realizan sus milagros en Lusitania, serás la Real Madre de todo el mundo.

—Maestro Han —susurró ella—. Lloro también por Qing-jao. Me han dado más de lo que podía esperar. Pero ¿qué será de ella si pierde la voz de los dioses?

—Espero que vuelva a ser mi hija fiel. Que sea tan libre como tú, la hija que ha venido a mí como un pétalo en el río del invierno, traído desde la tierra de la primavera perpetua.

La sostuvo durante varios minutos más, hasta que ella empezó a dormirse en su hombro. Entonces la tendió en su esterilla y se retiró a su rincón a dormir, con el corazón esperanzado por primera vez en muchos días.

Cuando Valentine fue a ver a Grego a la cárcel, el alcalde Kovano le dijo que Olhado estaba con él.

—¿Olhado no debería estar trabajando a estas horas?

—No puede hablar en serio —dijo Kovano—. Es un buen capataz, pero creo que salvar al mundo merece que alguien le sustituya una tarde en su trabajo.

—No espere demasiado —replicó Valentine—. Quería que colaborara. Esperaba que lo hiciera. Pero no es físico.

Kovano se encogió de hombros.

—Yo tampoco soy carcelero, pero uno hace lo que exige la situación. No tengo ni idea de si tiene que ver con que Olhado esté aquí o con la visita de Ender de hace un rato, pero he oído más ruido y excitación ahí dentro que…, bueno, de lo que he oído nunca cuando los reclusos están sobrios. Naturalmente, en esta ciudad la gente es encarcelada sobre todo por borrachera pública.

—¿Ha venido Ender?

—Después de ver a la reina colmena. Quiere hablar con usted. No sabía dónde estaba.

—Sí. Bueno, iré a verlo cuando salga de aquí.

Valentine había estado con su marido. Jakt se preparaba para volver al espacio en la lanzadera, para preparar su propia nave a fin de marcharse rápidamente, si era posible, y para ver si la nave colonial original de Lusitania podía ser restaurada para hacer otro vuelo después de tantas décadas sin mantenimiento. La nave sólo se había usado para almacenar semillas, genes y embriones de especies terrestres, por si algún día eran necesarias. Jakt estaría fuera durante una semana al menos, quizá más, y Valentine no podía dejarlo marchar sin pasar algún tiempo con él. Jakt lo había comprendido, por supuesto: sabía la terrible presión bajo la que se hallaba todo el mundo.

Pero Valentine también sabía que no era una de las figuras clave en aquellos acontecimientos. Sólo sería útil más tarde, al escribir la historia.

Sin embargo, cuando dejó a Jakt, no fue directamente a ver a Grego en la oficina del alcalde. Había dado un paseo por el centro de la ciudad. Resultaba difícil creer que hacía tan poco tiempo (¿cuántos días? ¿semanas?) que la multitud se había congregado allí, ebria y enfurecida, alimentándose de ira asesina. Ahora todo estaba muy tranquilo. La hierba se había recuperado tras los pisotones, a excepción de una mancha de barro donde se negaba a crecer.

Pero no reinaba la paz. Al contrario. Cuando la ciudad estaba tranquila, recién llegada Valentine, se advertía agitación y actividad en el corazón de la colonia, durante todo el día. Ahora había unas cuantas personas en las calles, sí, pero se movían sombrías, casi furtivas. Sus ojos miraban al suelo, como si todo el mundo temiera caer de plano si no vigilaban cada uno de sus pasos.

Parte del clima reinante se debía probablemente a la vergüenza, pensó Valentine. Ahora había un agujero en todos los edificios de la ciudad, de donde habían arrancado bloques o ladrillos para construir la capilla. Muchos de los agujeros eran visibles desde la pradera por donde caminaba Valentine.

Sospechaba, no obstante, que el miedo, más que la vergüenza, había matado las vibraciones del lugar. Nadie lo decía abiertamente, pero ella captaba suficientes comentarios, suficientes miradas encubiertas hacia las colinas situadas al norte de la ciudad para darse cuenta. Lo que gravitaba sobre la colonia no era el miedo a la llegada de la flota. No era vergüenza por la matanza del bosque pequenino. Eran los insectores. Las sombras oscuras sólo se veían de vez en cuando en las colinas o entre las hierbas que rodeaban la población. Eran las pesadillas de los niños que los habían visto. El temor enfermizo en los corazones de los adultos. Los videolibros históricos cuyo argumento se desarrollaba en el período de la Guerra Insectora se prestaban continuamente en la biblioteca a medida que la gente se obsesionaba con la contemplación de los humanos venciendo a los insectores. Y mientras contemplaban, alimentaban sus peores temores. La noción teórica de la cultura colmenar como algo hermoso y digno, como la había descrito Ender en su primer libro, la Reina Colmena, había desaparecido por completo para mucha gente de Lusitania, quizá para la mayoría, mientras continuaban con el castigo silencioso y el confinamiento forzado por las obreras de la reina colmena.

«¿Todo nuestro trabajo ha sido en vano, después de todo? —se preguntó Valentine—. Yo, la historiadora, el filósofo Demóstenes, intentando enseñar a la gente que no debe temer a los alienígenas, sino que pueden verlos como raman. Y Ender, con sus libros empáticos, la Reina Colmena, el Hegemón, la Vida de Humano…, ¿qué fuerza tienen realmente en el mundo, comparados con el terror instintivo ante la visión de esos enormes y peligrosos insectos? La civilización es sólo una pretensión: en las crisis, nos volvemos a convertir en simios, olvidamos la tendencia racional de nuestros ideales y nos convertimos en el primate velludo a la entrada de la cueva, gritando ante el enemigo, deseando que se marche, acariciando la pesada piedra que utilizaremos en el momento en que se acerque demasiado.»

Ahora estaba en un lugar limpio y seguro, no tan inquietante, aunque servía como prisión así como de centro del gobierno municipal. Un lugar donde los insectores eran considerados aliados, o al menos una indispensable fuerza pacificadora que mantenía a los antagonistas separados para su mutua protección. «Hay personas —se recordó Valentine—, que son capaces de trascender sus orígenes animales.»

Cuando abrió la puerta de la celda, Olhado y Grego estaban tendidos en sus jergones, y el suelo y la mesa estaban cubiertos de papeles, algunos arrugados, otros lisos. Los papeles incluso cubrían el terminal del ordenador, de forma que si lo hubieran conectado, la pantalla no podría funcionar. Parecía la habitación típica de un adolescente, completa con las piernas de Grego estiradas contra la pared, con los pies descalzos bailando un extraño ritmo, retorciéndose de un lado a otro en el aire. ¿Cuál era su música interna?

—Boa tarde, tía Valentina-saludó Olhado.

Grego ni siquiera levantó la cabeza.

—¿Interrumpo?

—Llegas justo a tiempo —dijo Olhado—. Estamos a punto de reconceptualizar el universo. Hemos descubierto el principio iluminador de que el deseo lo crea así y todas las criaturas vivientes surgen de la nada cada vez que son necesarias.

—Si el deseo lo es todo, ¿no podemos desear viajar más rápido que la luz? —preguntó Valentine.

—Grego está haciendo cálculos matemáticos mentalmente —explicó Olhado—, así que está funcionalmente muerto. Pero sí. Creo que tiene algo, gritaba y bailaba hace un minuto. Tuvimos una experiencia de máquina de coser.

—Ah —dijo Valentine.

—Es una vieja historia de la clase de ciencias. La gente que quería inventar la máquina de coser seguía fracasando pues intentaba imitar los movimientos para coser a mano, empujando la aguja a través del tejido y tirando del hilo a través del ojo situado en la parte posterior de la aguja. Parecía obvio. Hasta que a alguien se le ocurrió poner el ojo en la nariz de la aguja y usar dos hilos en vez de uno. Una aproximación completamente extraña e indirecta que en el fondo sigo sin comprender.

—¿Entonces vamos a salir al espacio cosiendo?

—En cierto modo. La distancia más corta entre dos puntos no es necesariamente la línea recta. Viene de algo que Andrew aprendió de la reina colmena: cómo llaman a una especie de criatura de un espacio-tiempo alternativo cuando crean una nueva reina colmena. Grego dio un brinco ante eso, como prueba de que había un espacio no-real. No me preguntes qué quiere decir con eso. Yo me gano la vida haciendo ladrillos.

—Espacio real irreal —indicó Grego—. Lo has dicho al revés.

—El muerto despierta.

—Siéntate, Valentine —ofreció Grego—. Mi celda no es gran cosa, pero es acogedora. Las matemáticas de todo esto siguen siendo una locura, pero parecen encajar. Voy a tener que pasar algún tiempo con Jane, para hacer los cálculos y realizar algunas simulaciones, pero si la reina colmena tiene razón, y hay un espacio tan universalmente adyacente a nuestro espacio que los filotes pueden pasar a nuestro espacio desde el otro espacio en cualquier punto, y si postulamos que el paso puede realizarse al otro lado, y si la reina colmena tiene también razón en que el otro espacio contiene filotes igual que el nuestro, sólo que en el otro espacio (llamémoslo Exterior) los filotes no están organizados según las leyes naturales, sino que son en cambio solamente posibilidades, entonces esto es lo que podría funcionar…

—Son un montón de síes condicionales —observó Valentine.

—Te olvidas de que partimos de la premisa que el deseo lo crea todo —intervino Olhado.

—Cierto, lo olvidé —dijo Grego—. También suponemos que la reina colmena tiene razón en que los filotes no organizados responden a pautas en la mente de alguien, asumiendo cualquier rol que esté disponible en esa pauta. De forma que las cosas que están comprendidas en el Exterior existirán inmediatamente aquí.

—Todo eso está perfectamente claro. Me extraña que no se os ocurriera antes.

—Cierto —dijo Grego—. Así es como lo hacemos. En vez de intentar mover físicamente todas las partículas que componen la nave espacial y sus pasajeros y el cargamento desde la estrella A a la estrella B, simplemente lo concebimos todo (la pauta entera, incluyendo todos los contenidos humanos) como existentes, no en el Interior, sino en el Exterior. En ese momento, todos los filotes que componen la nave y la gente dentro de ella se desorganizan, atraviesan el Exterior y se reagrupan allí según la pauta familiar. Entonces volvemos a hacer lo mismo, y volvemos al Interior…, sólo que ahora estamos en la estrella B. Preferiblemente en una órbita segura a cierta distancia.

—Si todos los puntos de nuestro espacio corresponden a un punto del Exterior, ¿no tendríamos que viajar allí en vez de aquí?

—Las reglas son diferentes allí. No hay ningún lugar. Asumamos que, en nuestro espacio, la localización relativa es simplemente un artificio del orden que siguen los filotes. Es una convención. Lo mismo pasa con la distancia, por supuesto. Medimos la distancia según el tiempo que se tarda en recorrerla…, pero sólo hace falta esa cantidad de tiempo porque los filotes de los que están compuestos materia y energía siguen las convenciones de las leyes naturales. Como la velocidad de la luz.

—Sólo obedecen al límite de la velocidad.

—Sí. Excepto que para el límite de la velocidad, el tamaño de nuestro universo es arbitrario. Si se considera que nuestro universo es una esfera, entonces si te colocas fuera de la esfera, podría tener igualmente un centímetro de diámetro, que un millón de años-luz o un trillón.

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