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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

Ender el xenocida (64 page)

BOOK: Ender el xenocida
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Ela extendió la mano y pulsó un botón. Los pasos se apagaron.

Jane habló a Miro al oído.

—¿Quieres que te reproduzca todo lo que dicen?

—¿Todavía puedes oír lo que pasa ahí dentro? —subvocalizó él.

—El ordenador está conectado a varios monitores sensibles a la vibración. Sé unos trucos para decodificar el habla humana a partir de la más mínima vibración. Y los instrumentos son muy sensibles.

—Adelante, pues —asintió Miro.

—¿Ninguna objeción moral por la invasión de intimidad?

—Ninguna —dijo Miro.

La supervivencia de un mundo estaba en juego. Y él había mantenido su palabra: el equipo de grabación estaba en efecto desconectado. Ela no podía saber lo que se decía.

La conversación no fue nada importante al principio. «¿Cómo estás? Muy enfermo. ¿Duele mucho? Sí.»

Fue Plantador quien rompió las formalidades agradables y se zambulló en el corazón del tema.

—¿Por qué quieres que mi pueblo sea esclavo?

Quara suspiró. Pero no pareció petulante. Para Miro y su experimentado oído, pareció como si estuviera emocionalmente en conflicto. No era la cara desafiante que mostraba a su familia.

—No quiero eso —respondió Quara.

—Tal vez no forjaste las cadenas, pero guardas la llave y te niegas a usarla.

—La descolada no es una cadena. Una cadena es nada. La descolada está viva.

—Y yo también. Y mi pueblo. ¿Por qué su vida es más importante que la nuestra?

—La descolada no os mata. Vuestro enemigo es Ela y mi madre. Ellas os matarían para impedir que la descolada las mate.

—Por supuesto —asintió Plantador—. Por supuesto que lo harían. Igual que las mataría yo para proteger a mi pueblo.

—Entonces tu lucha no es conmigo.

—Sí lo es. Sin lo que tú sabes, humanos y pequeninos acabarán matándose mutuamente, de un modo u otro. No tendrán elección. Mientras la descolada no pueda ser domada, acabará destruyendo a la humanidad o la humanidad tendrá que destruirla…, y a nosotros con ella.

—Ellos nunca la destruirán.

—Porque tú no los dejas.

—No más de lo que los dejaría destruiros a vosotros. La vida inteligente es la vida inteligente.

—No —objetó Plantador—. Con los raman se puede vivir y dejar vivir. Pero no con los varelse, no puede haber diálogo. Sólo guerra.

—Nada de eso —dijo Quara.

Entonces le lanzó los mismos argumentos que había usado cuando Miro habló con ella.

Cuando terminó, guardaron silencio durante un rato.

—¿Todavía están hablando? —susurró Ela a la gente que observaba los monitores visuales.

Miro no oyó su respuesta: probablemente alguien había contestado negando con la cabeza.

—Quara —susurró Plantador.

—Todavía estoy aquí —respondió ella.

El tono de discusión había vuelto a desaparecer de su voz. No sentía ninguna alegría por su cruel rectitud moral.

—Si te niegas a ayudar no es por este motivo —dijo él.

—Sí lo es.

—Ayudarías en un momento si no tuvieras que rendirte a tu propia familia.

—¡Eso no es cierto! —gritó ella.

De modo que Plantador había tocado un nervio.

—Estás tan segura de tener razón porque ellos están seguros de que te equivocas.

—¡Tengo razón!

—¿Cuándo has visto alguna vez a alguien que no abrigara dudas y que también tuviera la razón en algo?

—Tengo dudas —susurró Quara.

—Escúchalas. Salva a mi pueblo y al tuyo.

—¿Quién soy yo para decidir entre la descolada y nuestro pueblo?

—Exactamente —dijo Plantador—. ¿Quién eres para tomar esa decisión?

—No es cierto. Estoy posponiendo una decisión.

—Sabes lo que puede hacer la descolada. Sabes lo que hará. Posponer una decisión es tomar una decisión.

—No es una decisión. No es una acción.

—No intentar detener a un asesino al que podrías parar fácilmente… ¿no es eso un asesinato?

—¿Para esto querías verme? ¿Una persona más diciéndome lo que tengo que hacer?

—Tengo todo el derecho.

—¿Porque has decidido convertirte en mártir y morir?

—Todavía no he perdido la mente.

—Cierto. Has demostrado tu argumento. Ahora déjales que vuelvan a meter la descolada aquí dentro y te salven.

—No.

—¿Por qué no? ¿Tan seguro estás de tener razón?

—Puedo decidir.por mi propia vida. No soy como tú: no decido para que mueran los demás.

—Si la humanidad muere, yo moriré con ella —objetó Quara.

—¿Sabes por qué quiero morir?

—¿Por qué?

—Para no tener que ver a los humanos y a los pequeninos matándose una vez más.

Quara inclinó la cabeza.

—Grego y tú… sois los dos iguales.

El visor del traje se llenó de lágrimas.

—Eso es mentira.

—Los dos os negáis a oír a nadie más. Lo sabéis todo. Y cuando hayáis acabado, muchísima gente inocente habrá muerto.

Ella se levantó, como para marcharse.

—Muere, entonces —masculló—. Ya que soy una asesina, ¿por qué debo llorar por ti?

Pero no dio ni un solo paso. «No quiere irse», pensó Miro.

—Díselo.

Ella sacudió la cabeza, tan vigorosamente que las lágrimas escaparon de sus ojos, salpicando el interior de la máscara. Si seguía así, pronto no podría ver nada.

—Si dices lo que sabes, todo el mundo será más sabio. Si lo mantienes en secreto, entonces todo el mundo seguirá ignorante.

—¡Si lo digo, la descolada morirá!

—¡Entonces déjala morir! —gritó Plantador.

El esfuerzo superó su capacidad. Los instrumentos del laboratorio enloquecieron durante unos instantes. Ela murmuró entre dientes mientras comprobaba con los técnicos.

—¿Eso es lo que quieres que piense de ti? —preguntó Quara.

—Eso es lo que piensas de mí —le susurró Plantador—. Déjala morir.

—No.

—La descolada vino y esclavizó a mi pueblo. ¿Qué más da si es inteligente o no? Es una tirana. Es una asesina. Si un ser humano se comportara de la forma en que actúa la descolada, incluso tú estarías de acuerdo en que habría que detenerlo, aunque la muerte fuera la única solución. ¿Por qué tratas a otra especie con más condescendencia que a un miembro de la tuya propia?

—Porque la descolada no sabe lo que está haciendo —replicó Quara—. No comprende que somos inteligentes.

—No le importa. Quienquiera que creó la descolada la envió sin importarle que las especies que capture o mate sean inteligentes o no. ¿Ésa es la criatura por la que quieres que mueran mi pueblo y el tuyo? ¿Estás tan llena de odio hacia tu familia que te pondrás de parte de un monstruo como la descolada?

Quara no tenía ninguna respuesta. Se dejó caer en el banco junto a la cama de Plantador.

Plantador extendió la mano y la apoyó en su hombro. El traje no era tan grueso e impermeable como para que ella no pudiera sentir su presión, aunque estaba muy débil.

—No me importa morir —dijo Plantador—. Tal vez a causa de la tercera vida, los pequeninos no sentimos el mismo miedo hacia la muerte que los humanos, con vuestras cortas vidas. Pero aunque no tenga tercera vida, Quara, tendré la clase de inmortalidad de que gozáis los humanos. Mi nombre vivirá en las historias. Aunque no tenga árbol, mi nombre vivirá, y también mi obra. Los humanos podéis decir que he decidido ser un mártir para nada, pero mis hermanos comprenden. Permaneciendo despejado e inteligente hasta el final, demuestro que ellos son quienes son. Ayudo a demostrar que nuestros esclavizadores no nos hicieron lo que somos, y no pueden impedir que lo seamos. La descolada puede obligarnos a hacer muchas cosas, pero no nos posee hasta lo más íntimo. Dentro de nosotros hay un lugar que constituye nuestro propio yo. Por eso no me importa morir. Viviré eternamente en cada pequenino libre.

—¿Por qué dices esto cuando sólo yo puedo oír? —preguntó Quara.

—Porque sólo tú tienes el poder para matarme por completo. Sólo tú tienes el poder para hacer que mi muerte no signifique nada, de forma que todo mi pueblo muera detrás de mí y no quede ninguno para recordar. ¿Por qué no dejar mi testamento sólo contigo? Únicamente tú decidirás si tiene valor o no.

—Te odio por esto —espetó ella—. Sabía que lo harías.

—¿Hacer qué?

—Hacerme sentir tan culpable que tenga que… ceder.

—Si sabías que lo harías, ¿por qué has venido?

—¡No tendría que haberlo hecho! ¡Ojalá no hubiera venido!

—Te diré por qué has venido. Has venido para que yo te hiciera ceder. Para que, al hacerlo, fuera por mi bien, no por tu familia.

—Entonces, ¿soy tu marioneta?

—Todo lo contrario. Decidiste venir aquí. Me estás usando a mí para que te haga hacer lo que realmente deseas. En el fondo, sigues siendo humana, Quara. Quieres que tu pueblo viva. De lo contrario serías un monstruo.

—El que te estés muriendo no te hace más sabio.

—Sí lo hace —objetó Plantador.

—¿Y si te digo que nunca cooperaré con el asesinato de la descolada?

—Entonces te creeré.

—Y me odiarás.

—Sí.

—No puedes.

—Sí puedo. No soy un cristiano muy bueno. No puedo amar a quien decide matarme a mí y a todo mi pueblo.

Ella guardó silencio.

—Vete ahora —dijo él—. He dicho todo lo que puedo decir. Ahora quiero cantar mis historias y mantenerme inteligente hasta que por fin me sobrevenga la muerte.

Ella se dirigió a la cámara de esterilización. Miró se volvió hacia Ela.

—Que todo el mundo salga del laboratorio —ordenó.

—¿Por qué?

—Porque existe la posibilidad de que salga y te diga lo que sabe.

—Entonces soy yo quien debería irse, y que todos los demás se quedaran.

—No —dijo Miro—. Tú eres la única a quien se lo dirá.

—Si piensas eso, eres un completo…

—Decírselo a otra persona no la herirá lo suficiente para satisfacerla —insistió Miro—. Todo el mundo fuera.

Ela pensó un instante.

—Muy bien. Volved al laboratorio principal y comprobad vuestros ordenadores —indicó a los demás—. Os conectaré a la red si me dice algo, y podréis ver lo que introduzca sobre la marcha. Si podéis sacar sentido a lo que veáis, empezad a seguirlo. Aunque ella realmente sepa algo, seguiremos sin tener mucho tiempo para diseñar una descolada truncada para ofrecérsela a Plantador antes de que muera. Vamos.

Se marcharon.

Cuando Quara emergió de la cámara de esterilización, encontró sólo a Ela y a Miro esperándola.

—Sigo pensando que es un error matar a la descolada antes de intentar hablar con ella —dijo.

—Tal vez —respondió Ela—. Sólo sé que intento hacerlo si puedo.

—Preparad vuestros archivos. Voy a deciros todo lo que sé acerca de la inteligencia de la descolada. Si funciona y Plantador sobrevive a esto, le escupiré a la cara.

—Escúpele mil veces —dijo Ela—. Con tal de que viva.

Los archivos aparecieron en la pantalla. Quara empezó a señalar en ciertas regiones del modelo del virus de la descolada. En cuestión de pocos minutos, fue Quara quien estuvo sentada ante el terminal, tecleando, señalando, hablando, mientras Ela formulaba preguntas.

Jane volvió a hablar al oído de Miro.

—Pequeña zorra —masculló—. No tenía sus archivos en otro ordenador. Lo guardaba todo en la cabeza.

A últimas horas de la tarde del día siguiente, Plantador estaba al borde de la muerte y Ela al límite de sus fuerzas. Su equipo había estado trabajando toda la noche. Quara había ayudado, constantemente, examinando infatigable todo lo que la gente de Ela le traía, criticando, señalando errores. A media mañana, tenían un plan para un virus truncado que tal vez funcionaría. Toda capacidad de lenguaje había desaparecido, lo que significaba que los nuevos virus no podrían comunicarse entre sí. Toda la habilidad analítica se había anulado también, al menos por lo que sabían. Pero a salvo en su sitio estaban todas las partes del virus que mantenían las funciones corporales en las especies nativas de Lusitania. Por lo que podían decir sin tener ninguna muestra de trabajo del virus, el nuevo diseño era exactamente lo que necesitaban: una descolada completamente funcional en los ciclos vitales de las especies lusitanas, incluyendo a los pequeninos, pero incapaz de regulación y manipulación global. Bautizaron recolada al nuevo virus. El antiguo recibía su nombre por su función de separar; el nuevo por su función de unir, de mantener juntas a las especies-parejas que componían la vida nativa de Lusitania.

Ender planteó una objeción: ya que la descolada estaba poniendo a los pequeninos de un humor beligerante y expansivo, el nuevo virus tal vez los dejaría a todos en ese estado concreto. Pero Ela y Quara contestaron juntas que habían usado deliberadamente como modelo una versión más antigua de la descolada, de un momento en que los pequeninos estaban más relajados, eran más «ellos mismos». Los pequeninos que trabajaban en el proyecto estuvieron de acuerdo; había poco tiempo para consultar a nadie más excepto a Humano y Raíz, quienes también mostraron su conformidad.

Con lo que Quara les había enseñado acerca del funcionamiento de la descolada, Ela puso a trabajar a un equipo en la bacteria asesina que se extendería rápidamente por la gaialogía del planeta entero, para encontrar la descolada normal en cada lugar y cada forma, hacerla pedazos y matarla. Reconocería la vieja descolada por los propios elementos de los que carecería la nueva. Liberar la recolada y la bacteria asesina al mismo tiempo completarían el trabajo.

Sólo quedaba un pequeño problema: la creación del nuevo virus. Ése fue el proyecto directo de Ela a partir de media mañana. Quara se desmoronó y se quedó dormida, al igual que la mayoría de los pequeninos. Pero Ela siguió esforzándose, intentando usar todas las herramientas de que disponía para romper el virus y recombinarlo como necesitaba.

Pero cuando Ender acudió a últimas horas de la tarde para decirle que si su virus iba a salvar a Plantador era ahora o nunca, ella sólo fue capaz de desmoralizarse y llorar de agotamiento y frustración.

—No puedo —dijo.

—Entonces dile que lo has conseguido pero que no podrás tenerlo listo a tiempo y…

—Quiero decir que no puede hacerse.

—Lo has diseñado.

—Lo hemos planeado, lo hemos modelado, sí. Pero no puede hacerse. La descolada es un diseño realmente vicioso. No podemos construirlo de la nada porque hay demasiadas partes que no se mantienen juntas a menos que se tenga a esas secciones trabajando ya para seguir reconstruyéndose unas a otras a medida que se rompen. Y no podemos hacer modificaciones en el virus actual a menos que trabajemos más rápido de lo que podemos. Fue diseñada para vigilarse constantemente para que no pueda ser alterada, y para ser tan inestable en todas sus partes que resulte completamente imposible de crear.

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