Read Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy Online
Authors: Bruno Cardeñosa Juan Antonio Cebrián
Tags: #Divulgación
La dinastía merovingia quedó instaurada a mediados de esa centuria con Meroveo alzado en padre de esa saga tan peculiar como misteriosa, dado que ni siquiera los orígenes del fundador están claros. Aunque sí su reinado, que parece haberse producido entre los años 448 y 457-458 d.C. A él le cupo el honor de haber asistido a la trascendental derrota de Atila y los hunos, mientras que a sus sucesores hay que atribuirles otros méritos. Tal fue el caso de Clodoveo I [481-5II], vencedor de los poderosos alamanes, una tribu que amenazaba constantemente la frontera establecida por los francos en los territorios que hoy pertenecen al país germano. Su casi milagroso éxito sobre la confederación de tribus germánicas provocó su conversión al catolicismo. Esto fue algo motivado, en buena parte, por la acción de su mujer cristiana, la burgundia Clotilde, quien hizo ver a su esposo que todas las victorias sobre sus enemigos venían dadas por la acción directa del Dios único y verdadero. Clodoveo se bautizó con absoluta devoción en el año 496, recibiendo bendiciones y parabienes del sumo pontífice romano, el cual consiguió desde entonces el apoyo incondicional de su nuevo aliado franco. Más tarde, este rey principal para una dinastía llamada a perdurar más de tres siglos obtuvo otra importante victoria sobre los visigodos de Tolosa pésimamente dirigidos por Alarico II, en la batalla de Vouille, celebrada en el año 507, y que dio al traste con las aspiraciones godas en los territorios galos, dejándoles relegados a una pequeña franja mediterránea llamada Septimania y, por supuesto, a la práctica totalidad de la península Ibérica, donde permanecieron hasta la invasión musulmana del 711.
Pero ¿a qué se debe el inusitado resurgimiento de los merovingios en nuestros días? La causa debemos buscarla principalmente en la publicación de libros como
El último merovingio
, de Jim Hougan,
El enigma sagrado
, de Michael Baigent y Richard Leigh, o el nombradísimo
Código Da Vinci
, de Dan Brown, por citar algunas de las decenas de obras que se han escrito en los últimos años y que han abordado la sugerente cuestión de un supuesto Santo Grial oculto en la zona francesa de Languedoc. En esos títulos y en diversas leyendas populares se relaciona directamente a los merovingios con la custodia física y espiritual del Santo Grial encarnado en una supuesta descendencia de María Magdalena y Jesús de Nazaret. Según estas heréticas conspiraciones, la familia real franca estaría directamente entroncada con este linaje crístico, llegando sus reminiscencias a nuestros días con varias casas reales europeas resultantes de aquella divina mezcolanza. Serían los casos de los Habsburgo, Orleans, Borbón y, si indagamos con más profundidad, la práctica totalidad de monarquías, reinantes o no, que hoy tenemos en Europa.
Son abundantes las leyendas galas en torno al linaje perdido de los merovingios, la dinastía fundadora de Francia.
En cuanto a los merovingios, no podemos asegurar que mantuvieran esa misión en su tiempo de poder, lo que sí sabemos son ciertos datos históricos que nos ponen en la pista de unas cabezas coronadas más pendientes de la holganza vacacional que de sus compromisos a la hora de dirigir el reino o reinos asignados a ellos. La unificación territorial bajo los cetros de Clodoveo I o Dagoberto I fueron meros destellos, ya que la posterior disgregación en entidades independientes como Neustria, Austrasia o Borgoña fueron debilitando el poder real en beneficio de la emergente clase aristocrática representada fielmente por los mayordomos de palacio. Finalmente, la influencia, el dinero y el apoyo eclesial y político provocaron la caída de los merovingios en un golpe que hoy llamaríamos de Estado y cuyos artífices fueron, como era de esperar, los mayordomos tutores del país, los cuales crearían una nueva dinastía, la carolingia, con personajes relevantes para la historia europea como Carlos Martell, Pipino el Breve, Carlomán o Carlomagno, que daría título al nuevo linaje galo. En cuanto al último merovingio del que tanto se habla y del que tanto se hablará, sólo diré que, lejos de cualquier especulación imaginativa por parte de autores arriesgados, el auténtico legitimado para decir que puso fin a esa saga es Childerico III, quien reinaría entre 742-751, año en el que Pipino el Breve, llamado así por su escasa estatura, le depuso con la aquiescencia del papa Bonifacio, acaso trémulo ante el revelador misterio que guardaban celosamente los merovingios. Lo cierto es que el último representante de esta casa real acabó sus días recluido en el convento de Saint Omer, falleciendo en 756 y llevándose el secreto familiar a la tumba, sin que sepamos con certeza si esa hipotética relación con los descendientes del Mesías salvador se mantuvo con otras sociedades y órdenes posteriores como cátaros y templarios, o más bien se difuminó en los cielos del sur de Francia hasta ser resucitado a mediados del siglo XX, gracias a un extraño invento conocido como Priorato de Sión y que se arrogó el derecho de ser continuador de la estirpe merovingia.
El periodista y escritor Ramón Chao, en su obra
Prisciliano de Compostela
(1999), afirma que los huesos venerados por dos millones de peregrinos al año en la catedral de Santiago de Compostela son del gallego Prisciliano.
Un hereje, en fin, que en el siglo IV revolucionó el cristianismo primitivo chocando frontalmente con la Iglesia, ejecutado en la ciudad alemana de Tréveris en el año 385 y cuyos restos habrían sido trasladados por sus seguidores hasta Galicia. Ramón Chao se suma así a tantos otros historiadores, españoles y extranjeros, que, como el profesor Henry Chadwick, de la Universidad de Oxford, también aseguran que la urna de plata de la catedral encierra las reliquias de Prisciliano, y no las del apóstol. El propio Miguel de Unamuno mencionó en muchas ocasiones la posibilidad de que la historia de Prisciliano se hubiera solapado con la leyenda del apóstol Santiago: «El sepulcro de Santiago lo es de toda España, pero quizá repose en él el gnóstico gallego Prisciliano».
Entre los dos personajes surgen varias coincidencias: ambos mueren decapitados, ambos son trasladados a Hispania por sus discípulos dentro de un sarcófago de piedra y ambos entran por la desembocadura del río Ulla, llegando a Galaecia, en concreto a Iria Flavia (de donde dicen algunos que sería natural Prisciliano), para depositar los restos en la necrópolis céltico-romana de Amaea, en cuyos alrededores surgió Compostela. Los defensores de las dos tesis están de acuerdo en que las excavaciones de la catedral de Santiago revelan la existencia de una necrópolis cristiana anterior al descubrimiento del mito jacobeo, que sólo tendría su razón de ser en la tumba de un gran personaje o santo que daría la clave de Compostela, palabra que procedería del latín
Compositum
, lo que quiere decir ’lugar de enterramiento’.
Como se ve, hay mucho ruido y pocas nueces en torno a esta controversia que algunos intentan atajar diciendo que Prisciliano realmente está enterrado en Santa Eulalia de Bóveda, al sur de Lugo.
Haciendo un breve repaso biográfico, nuestro personaje sería originario de una familia de Iria Flavia del siglo IV. Sulpicio Severo (en su
Vita Martini
) se refiere a él en estos términos: «Era agudo, inquieto, elocuente, culto y erudito, con extraordinaria disposición para el diálogo y la discusión… Podían verse en él grandes cualidades, interiores y físicas. Podía mantenerse despierto largo tiempo, soportando hambre y sed, poco ávido de bienes, expresamente parco en su uso. Asimismo vanidoso y más orgulloso de lo normal de sus conocimientos profanos; incluso se cree que, desde su juventud, practicó la magia».
En su adolescencia recibió las enseñanzas de una aristócrata, Ágape, y de su marido, un retórico llamado Elpidio, personajes que siempre le acompañaron en todas sus vicisitudes. Algunos (como Higinio, obispo de Córdoba) afirman que fue iniciado por el sabio Marco de Menfis, pero es un dato falso, pues Marco vivió antes de nacer Prisciliano.
Cuando estuvo preparado para la enseñanza, recorrió villas, trochas y caminos, atrayendo a nobles, plebeyos, mujeres y también a obispos, como Instancio y Salviano, propagándose rápidamente el priscilianismo por Galaecia, Lusitania y Bética. Debía de poseer un gran carisma, manifestado en que allá por donde pasaba iba dejando comunidades de fieles seguidores que se comprometían a vivir según su modelo, pero no recluidos en monasterios, sino en sus propias villas y ciudades, reuniéndose periódicamente. Practicaban el ayuno, seguían un régimen vegetariano, no bebían alcohol y su vida era de lo más ascética. Para atajar los progresos de la nueva doctrina, se reunió en el año 380 un concilio en Zaragoza, donde fueron excomulgados los prelados Instancio y Salviano y los laicos Elpidio y Prisciliano.
En el año 382, cuando contaba la edad de treinta y tres años, apoyado por el clero extremeño y portugués, Instancio y Salviano elevaron a Prisciliano al obispado de Ávila, persuadidos del apoyo que sus doctrinas tendrían con este importante cargo eclesiástico, tres años después de haber sido ordenado sacerdote. A ello se opuso Hidacio, obispo de Mérida, y el emperador Graciano, que decretó el destierro
extra omnes térras
a los herejes españoles. Gracias a Macedonio, que intervino ante el emperador Graciano, éste anuló el destierro y restituyó a los priscilianistas a sus iglesias. Pero poco tiempo duró el restablecimiento, ya que cuando llega a emperador Clemente Máximo, fueron nuevamente perseguidos. A esta caza con saña se unió otro obispo, Itacio, acusando a Prisciliano de sostener doctrinas heréticas sobre la Santísima Trinidad, de practicar la magia, el maniqueísmo y de tener excesos sexuales. Una de estas acusaciones era «la obtención de buenas cosechas mediante la consagración de los frutos al Sol y a la Luna».
Prisciliano y los suyos intentaron solicitar el apoyo del Vaticano, ante el papa Dámaso, y emprendieron camino por la vía de Astorga a Burdeos. El papa se negó a recibirlos; lo mismo sucedió con san Ambrosio, obispo de Milán. Amenazados por todos los poderes, Prisciliano y los suyos marcharon a Tréveris, donde un sínodo de obispos inició contra ellos un juicio. Sometidos a tortura, confesaron que practicaban la brujería (
maleficium
) y que se entregaban a prácticas obscenas y a orar desnudos. Así, desoyendo las súplicas que elevó en su favor Martíns de Tours, Prisciliano y varios adeptos suyos fueron condenados en el año 385, entregados al brazo secular y decapitados en Tréveris (actualmente en Alemania), donde gobernaba Máximo, que compartía su imperio con Graciano. Constituyó la primera muerte de un cristiano a manos de otros cristianos. Como dice Sánchez Dragó, es el primer mártir por un delito de opinión.
Murieron con él dos clérigos, Felicísimo y Armenio; el diácono Aurelio, su amiga Eucrocia (también llamada Agape) y Latroniano, un poeta cristiano de la Aquitania de suficiente renombre como para ser incluido en las
Vidas de hombres ilustres
, de san Jerónimo. Sus cuerpos son llevados a Hispania, según Sulpicio Severo. Y aquí se debería haber terminado la historia de este revolucionario de las ideas, del pensamiento y de la Iglesia heterodoxa. Sobre todo cuando en el año 400 abjuraron en masa los que poco antes se mostraron reacios, siendo el I concilio toledano el colofón de este acontecimiento.
Muchos notables priscilianistas abjuraron, entre ellos Simphosio y Dictimio, pero mantuvieron vivas las doctrinas de Prisciliano. Tanto que en el año 409 los godos invadieron la Península y el priscilianismo encontró refugio en Galicia, sometida a los suevos. Puede afirmarse que el II concilio de Braga (celebrado en 567) enterró casi definitivamente el priscilianismo, aunque algunos estudiosos dicen que, como secta secreta, esta herejía duró hasta el siglo IX.
¿Cuáles eran esas doctrinas que tantas ronchas levantaban en el seno de la Iglesia? Pueden resumirse en lo siguiente: negaban la Trinidad y no distinguían personas en ella, sino atributos derivados de la esencia divina; el demonio es intrínsecamente malo (coincidiendo con los maniqueos) y no fue creado por Dios, sino que surgió del caos y las tinieblas; los ángeles y el alma humana son, en esencia, de la misma sustancia divina; los cuerpos estaban sometidos al influjo de los astros y cada parte del cuerpo dependía de un signo del Zodiaco. Abre las puertas de los templos a las mujeres como participantes activas, predica la abstinencia de alcohol y la carne, no prohíbe el matrimonio de monjes ni clérigos, aunque recomienda el celibato, condena la esclavitud y admite los prohibidos evangelios apócrifos de Tomás, Juan y Andrés. Utiliza el baile como parte de la liturgia. Los priscilianistas negaban la resurrección de los cuerpos y consideraban el Antiguo Testamento no como verdades, sino como alegorías.
Cuando en el año 814 se encuentra un sepulcro en el monte Libredón, con toda la parafernalia de luces, el obispo Teodomiro y el rey de Asturias, Alfonso II el Casto, dictaminan por ciencia infusa que se trata del de Santiago y eso sin prueba alguna. Pero en el ambiente flotaban dos poderosas razones que convenía que así fuera: era necesario elevar la moral de las tropas cristianas, en plena Reconquista, y suplantar el culto priscilianista, todavía en auge, por el de un apóstol fuera de toda sospecha, como era Santiago.
He aquí el retrato de un hombre que tuvo la desgracia de adelantarse a su tiempo, como la de tantos otros…