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Authors: Clara Sánchez

Tags: #Narrativa

Entra en mi vida (28 page)

BOOK: Entra en mi vida
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—¡Vaya! —dije yo—. ¿Qué tal las botas? ¿Son cómodas?

—No son muy cómodas, pero me gustan mucho. Desde que me las puse no me las he quitado.

—Me alegro. Bueno, espero que vuelvas por la tienda.

—Seguro —dijo poniéndose a mi lado y empezando a andar conmigo—. En cuanto las vi en el escaparate dije, para mí.

Iba vestida más o menos como la vez anterior, con un aire rockero que le pondría los pelos de punta a Lilí.

—Tu anillo es una pasada.

—¿Te gusta? Si quieres, puedes quedártelo —dijo tratando de sacárselo del dedo.

—Me gusta en ti, no en mí —contesté tajante. No nos conocíamos, no me parecía normal que quisiera dármelo.

Entonces se quedó callada un momento y me cogió del brazo, quizá demasiado fuerte. Nos miramos frente a frente. No sé qué gesto tendría yo. Puede que de cabreo y sorpresa.

—No te preocupes —dijo sin soltarme—, no estoy loca. Sólo quiero hablar contigo.

Sacudí el brazo para soltarme.

—No tiene ninguna gracia. Olvídame.

—Qué más habría querido yo que poder olvidarte. Qué más habría querido yo que no existieras.

—No serás una de esas psicópatas…

—Perdóname —dijo—. He empezado muy mal. La diplomacia nunca ha sido mi fuerte. Nunca he sabido decir las cosas importantes.

—Oye —dije—. No me marees. Lo dejamos aquí. Tú por tu camino y yo por el mío.

Me miró a punto de llorar. No parecía una chica que llorase, por el anillo con la cobra, porque tenía fuertes pómulos, donde las lágrimas se habrían desparramado y desaparecido. Se pasó la mano del anillo por el pelo negro y rizado que le llegaba al cuello de la cazadora.

—Tenemos que hablar, ojalá no tuviera que hacerlo, pero no tengo más remedio. No podemos dejar las cosas así, como si no pasara nada.

Estábamos cerca de la puerta del conservatorio y le grité:

—¡No entiendo nada!

—Puedo explicártelo en media hora.

—Hoy no. Se acabó.

—Iba a escribirte una carta —dijo con los ojos enrojecidos por el viento o por las lágrimas—. Sería más cómodo para mí, pero no me parece decente.

Eché a andar deprisa, quería meterme en el conservatorio de una vez por todas. Vi por el rabillo del ojo que no me seguía, no se oían las botas cerca de mí. Se alejó en dirección contraria.

No pude concentrarme. Veía a la chica de la cobra una y otra vez. Ya era noche cerrada y en las cristaleras se estrellaban las luces de las ventanas de los alrededores. Me había confundido con alguien, no había otra explicación. Quizá tendría que haberle dado la oportunidad de que me contase qué quería de mí, quién se imaginaba que era yo. Habría sido mejor para las dos deshacer el error. Había dado por supuesto que era una trastornada y ahora, trastornada o no, no me la quitaba de la cabeza. Al pensar que no estaba bien de la azotea decidí que no era bueno alargar el contacto con ella. ¿Era prudencia o cobardía? La chica necesitaba ayuda y yo no se la había brindado simplemente para no comprometerme.

Llegué a casa a las diez. Lilí estaba viendo la televisión y mi madre en sus dominios, sobre unos cojines, en la postura del loto. Me habían dejado tortilla de patatas y ensalada en un plato.

—Cena —dijo Lilí sin separar la vista de la tele.

Picoteé un poco de ensalada y me senté con ella. Siempre me deprimía verla frente a la tele y aprovechaba para ducharme o arreglar un poco mi cuarto. Sin embargo, hoy necesitaba contarle a alguien lo que me había pasado. Al principio no me prestó atención porque estaba esperando que saliera Carol en la serie, pero luego llamó a mamá, que acudió de mala gana. Lilí bajó el volumen de la tele.

—¿Y dices que casi se puso a llorar? —preguntó mamá.

Asentí.

—Creo que necesita hablar. Se encuentra sola —dije.

—En cuanto vuelva por la tienda, avísame. Y si te espera en la calle o en cualquier parte, llámanos. Puede ser peligrosa —dijo Lilí intercambiando una de esas miradas que a veces se cruzaban cuando estaba Ana delante.

—Sí —dijo mi madre con la voz inusualmente endurecida—. No vuelvas a hablar con ella, ¿me oyes?

Quizá todos estábamos exagerando un poco. La primera yo por contarles esa tontería, algo sin importancia. Era una niña mimada. Estaba acostumbrada a que mi abuela y mi madre me sobreprotegieran, a que pensaran que alguien había sembrado el mundo de minas para mí. Era increíble que sabiendo cómo eran les hubiese contado esa tontería. Ahora Lilí estaría dándome la lata y el sábado no me dejarían quedarme fuera toda la noche.

—Creo que no deberías dejarte ver por la tienda unos días —dijo Lilí como si de repente fuese una mujer fuerte dispuesta a todo por evitarme cualquier contratiempo o situación incómoda—. ¿Sabe dónde vives, sabe dónde das clase?

Negué con la cabeza.

—¿Estás segura? —repitió con esa dureza en la mirada que la envejecía alarmantemente. Mañana no bajes a la tienda.

Cuando Lilí hablaba así estaba a un paso de ofuscarse y era mejor obedecer o hacer que obedecía. Era mejor perder la batalla desde el principio y que se tranquilizara.

—Sólo iré al conservatorio por la tarde, no os preocupéis.

Lilí se me quedó mirando tratando de atravesar mis pensamientos y descubrir si la engañaba. Cuando se concentraba así, los ojos se le empequeñecían y me daba miedo que de verdad me estuviera viendo por dentro y que descubriera que pensaba engañarla.

—La gente es mala —dijo—, no lo olvides. Mala y mentirosa. La gente es capaz de cualquier cosa por dinero, ¿me comprendes?

—Bueno, ya está bien —dijo mamá—. Ya ha quedado bastante claro.

—No. Quiero que me jures que vas a hacer lo que has dicho.

Lilí se estaba poniendo fuera de sí. ¿Me atrevería a jurar en falso?

—¿Jurar? —pregunté para ganar tiempo.

—¡Lilí! —gritó mamá.

—Ni Lilí ni narices, Greta, lo de esa chica no es normal.

—No os enfadéis. Lo juro. Lo juro por lo que queráis.

Ni era religiosa ni dejaba de serlo, a pesar de haber ido a un colegio de monjas. Pero no cumplir un juramento era como ser la persona más falsa del mundo y yo no quería ser así. Yo quería ser leal y lo más sincera posible, ¿por qué? No lo sé, pero lo prefería.

—Ahora termina de cenar, Carol saldrá dentro de un momento —dijo Lilí arrellanándose en el sofá y volviendo poco a poco a su verdadero ser, como un león que después de cazar y comer empieza a dormitar.

Cogí el plato de la ensalada, para que no me dieran más la lata, y me senté junto a mi abuela para ver a mi prima. Actuó un par de minutos y fue la primera vez que no puse los cinco sentidos en ella. No puse ni medio sentido. En lugar de su cara veía la de la chica de la cobra y la manera tan extraña que tenía de mirarme.

Capítulo 23

La promesa de Verónica

A Laura le gustaba mi anillo, y el que le gustase hizo que me acordase de Mateo. Pero ahora Mateo era el recuerdo de un pasado muy lejano, que no tenía nada que ver con Laura ni con mi madre enferma. Mi padre apenas tocaba el taxi. Le dijo a mi madre que se estaba tomando parte de las vacaciones que no había disfrutado en verano y que el hospital también le había dejado agotado a él. Me pareció una mala señal que se entregara a hacerle compañía constantemente. Parecía que no quería volver a fallarle en otro momento crítico de su vida. Por mi parte, se suponía que asistía a la universidad, así que vendía todos los productos que podía y estrechaba el cerco en torno a Laura. Ahora o nunca. No quería más sombras en nuestra vida y quizá pudiera despejar la de mi madre para siempre.

Ana a veces venía a visitarnos, lo que era de agradecer en esta situación, pero me pareció exagerado encontrármela alterada, agitada y desemblantada en la verja de entrada cuando yo salía para abordar por segunda vez a Laura. Quería esperarla frente a la tienda para acompañarla hasta el conservatorio, y si no la veía, la esperaría a la salida de las clases. Sentía que la maquinaria estaba en marcha y, si se paraba, sería para siempre.

Ana no venía con
Gus
. No había aparcado milimétricamente como era lo normal en ella. Este conjunto de cosas, si no acabase de ver a mi madre sumida en la telenovela con mi padre al lado, me habría alarmado.

—Hola, cariño —dijo dándome un beso—. ¿Dónde vas tan deprisa?

—Mamá está bien —dije como respuesta.

Me cogió del brazo.

—¿Por qué no vuelves a entrar y hacemos té? A Betty le gustaría vernos a todos juntos.

—No puedo, he quedado con un chico.

—¿No crees que ahora lo prioritario y urgente es Betty?

Nos miramos sin piedad. No entendía su insistencia en que me quedara en casa.

—No querría que en estos momentos te distrajeras con cosas sin importancia y que luego te arrepientas. La culpa es el peor sentimiento que puede tener una persona.

Por un momento me hizo dudar, y me sentí culpable de no estar todo el tiempo con mi madre y de no poder cumplir la promesa que le hice sin ella saberlo.

—Adiós, Ana, gracias por venir. Mamá te aprecia mucho.

Capítulo 24

Laura, sensación de volar

Al día siguiente, mamá estaba de mal humor porque tenía que cargar con el peso de la tienda. Yo dije que me marcharía antes al conservatorio para arreglar papeles y hacer todo lo que no podía hacer en el día a día.

—De paso dile a la directora que te suba el sueldo —dijo Lilí girando la silla camino del baño.

El baño era lo que más temía porque suponía un suplicio ayudarla a pasar de la silla a la taza del váter. Menos mal que había contratado a Petre dos horas al día para hacerle ejercicios, ayudarla a bañarse y bajarla a la tienda. Aun así, era inevitable que yo me deslomara. Lilí sufría viéndome esforzarme tanto, pero qué podíamos hacer.

Cuando me vi libre, a eso de las cinco y media, bajé saltando los escalones de dos en dos, y en el último tramo salté cinco o seis. Me daba sensación de volar. El portero movía la cabeza cuando me veía hacer eso. Llevaba puestas las deportivas y pensaba pegarme la caminata de mi vida por el parque, sin pensar en los desaguisados que tendría que arreglar cuando volviera a la tienda. Era como un día de vacaciones y se lo debía a la chica de la cobra.

• • •

No fumes, no bebas, ten cuidado con los chicos, no llegues tarde, no te drogues. Por Dios, Lilí hablaba por hablar, no se puede hacer caso de todo lo que te dicen. Cruzaba el parque camino del conservatorio pensando que todo lo que veía había sido puesto allí para mí, para que yo lo admirara y lo disfrutara. Desde los bancos de madera a los árboles y al cielo y al asfalto rojo por donde mis zapatillas volaban. Mi prima Carol era actriz y ya salía en una serie de televisión; yo en cambio no tenía futuro, qué le íbamos a hacer. Hoy le diría a Samantha que había llegado el momento de presentarla a las pruebas del Ballet Nacional.

—Hola —dijo una voz al lado. Me sobresalté por mi manía de concentrarme al máximo en lo que pensaba.

—Vaya —dije—. Eres tú otra vez. ¿Qué haces aquí?

Era la chica de la cobra con el pelo alborotado por el viento. Fingí más sorpresa de la que sentía, porque cuando la vi me di cuenta de que contaba con que apareciese en algún momento.

—Ha sido casualidad. Te invito a un café —dijo—. Serán diez minutos. Hay un bar en la esquina, pero si no te apetece me voy, no te preocupes.

Me quedé mirándola sin dudar un momento que iría a tomarme un café con ella. No soportaría volver a casa sin saber qué quería de mí. Y además, ¿qué podría hacerme?

Al lado de la chica de la cobra yo resultaba muy clásica. Ella era ese tipo de chica que se come el mundo, que no tiene miedo a nada. Seguramente estaba loca.

El bar era antiguo, con mesas de aluminio y una barra con vitrina para las tapas, de forma que había que levantar mucho los brazos para llegar a los cafés. Los llevó ella a una mesa, luego sacó la cajetilla. Le cogí uno. Los encendió con un Zippo que desprendía olor a gasolina. Me quité la chaqueta y la doblé por el forro sobre una silla. Ella permaneció observando la operación y de pronto supe qué clase de chica era yo.

En este lugar y en esta tarde iba a cambiar mi vida. El firmamento pasaba por las cristaleras del bar con millones de estrellas. La chica de la cobra apartó el café y se pidió una cerveza. Se notaba que estaba nerviosa. Se sentaba apoyando las rodillas contra la mesa.

Mi vida cambió sin yo saberlo la tarde en que esta chica entró en la tienda por primera vez. Hay días cargados de presagios extraños, en que uno sabe que va a ocurrir algo fuera de lo normal, y hay otros en que se siente una punzada de felicidad sin venir a cuento. Hay tantas cosas a nuestro alrededor que no vemos y que nos atraviesan como agujas de suave cristal. Desde que esta chica entró en mi vida… vinieron los presagios. No sentía que fuese a ocurrir algo terrible y definitivo como un accidente de coche, una muerte, un terremoto. No eran agujas de desgracia, era más bien como si me fuese a examinar, como si me esperase una sorpresa desagradable.

Yo tenía diecinueve años. Ella parecía que me llevaba cincuenta.

Siempre tuve una vida fácil. ¿Fácil? No recordaba que mi vida fuese fácil. Me pasé la niñez tratando de no disgustar a Lilí ni a mamá, pensando más en ellas que en mí, tratando de no provocar la odiada frase «tú no sabes lo que he hecho por ti», pero tampoco sabía cómo era la vida de los demás. Lo más seguro es que la vida fuese así para todo el mundo.

—Hoy has salido antes.

Me encogí de hombros. No tenía por qué dar explicaciones. Saboreaba el pitillo. No sacudí la ceniza, imitando a Ana, y esto llamó la atención de la chica. Estaba irritándola tanto como cuando yo veía la columna de ceniza entre los dedos de Ana.

—No creas que me paso la vida espiándote —dijo—. Es que he ido por la zapatería y al no verte he supuesto que estarías aquí.

—Casualidad —dije—. No tienes ningún motivo para suponer eso. No sabes nada de mi vida.

—Las casualidades no existen. Hay una explicación para todo, lo que pasa es que casi nunca sabemos verla.

—¿Y la explicación de que tú estés aquí?, ¿de que me sigas?, ¿de que no me dejes en paz?

—Si te molesto me marcho, no quiero que me tengas miedo. ¿Cuántos años tienes?

—Diecinueve —dije.

—Ya lo sabía. Yo tengo diecisiete y me llamo Verónica.

Me miraba con una insistencia desagradable.

—En el fondo me da mucha pena hacer lo que voy a hacer. Creo que tienes una vida y que eres una buena chica y no sé si tengo derecho a arrancarte de esa vida. Todo depende del miedo que le tengas a la verdad. Aún puedes elegir, te ofrezco esa posibilidad.

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