Entre nosotros (38 page)

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Authors: Juan Ignacio Carrasco

Tags: #Terror

BOOK: Entre nosotros
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Lo que acababa de decir Gabriel me hizo dar cuenta de que no tenía muy claro qué es lo que yo estaba haciendo allí, formando equipo con esas dos personas que no estaban muy bien de la azotea y pringándome de sangre y enterrando cadáveres decapitados a diario. Me metí en este jaleo empujado por las circunstancias, supongo. Esa gente quería matarnos y nosotros tomamos la iniciativa, pero, a fin de cuentas, lo que yo estaba haciendo tampoco era muy normal. Quizá yo también estaba en estado de shock y hacía las cosas sin pensar. Claro, era eso, entré en estado de shock cuando Mary me dejó por mi bien y aún estaba s
hockquializado
.

—Arisa, te prometo que ya no volverás a enfrentarte a ningún vampiro —continuó diciendo Gabriel—. Strasser ha sido el último. Esta historia acaba de finalizar. Mañana podrás volver a casa, como tú dices. Ahora nos llevaremos a Strasser a Congers, y mañana llamaré a Tom y él sabrá qué hacer. Los vampiros dejarán de ser ficción y entretenimiento, y la gente comenzará a sentirse cómo te sientes tú ahora, como un ser perdido en un mundo irreal.

—Gabriel, aparte del cuerpo, quizá podamos encontrar más pruebas en la casa —propuse yo.

—Puede que tengas razón —dijo Gabriel—. Vayamos a echar un vistazo. Arisa, haznos un favor, coge el coche y lo vuelves a esconder detrás de la valla aquella, ¿vale? Abel y yo regresaremos enseguida. Ah, si ves que se acerca alguien, avísanos de alguna manera.

—De acuerdo, podéis contar conmigo —dijo Arisa sonriéndonos.

Gabriel y yo entramos en la casa de Strasser, y el chaval quizá fue arquitecto en otra vida porque su plano de la planta baja era bastante bueno. Acertó con lo del pasillo que conducía a la cocina, con lo de una puerta que llevaría a un salón o estudio (era un salón) y con lo de la escalera que conducía al piso de arriba, pero había algo más en el vestíbulo, una puerta que estaba debajo de la escalera y que daba al sótano. Gabriel propuso que nos repartiéramos el trabajo, él se encargaría de la planta baja y el sótano y yo de la superior. Fui al piso de arriba y había tres puertas. La primera que abrí era la de un inmenso cuarto de baño con jacuzzi. Conclusión: los vampiros son sanguinarios, pero limpios.

Aproveché que estaba en el baño para asearme un poco. Me quité la camiseta empapada de sangre y la tiré a una papelera que había allí. No sé por qué, pero me imaginé que si un vampiro encontraba esa camiseta, a lo mejor le daba por hacerse una infusión. Cuando terminé de lavarme, me sequé y me puse desodorante. Tampoco sé por qué lo hice, quizá por costumbre. Salí al pasillo y entré en la siguiente habitación; era el dormitorio: una cama, una cómoda, un perchero, unas cortinas, un par de mesitas de noche y nada más de interés… Bueno sí, una cosa más: una foto del Hitler en una de las mesitas, con una dedicatoria firmada por el tipejo ese del bigote.

Cogí la foto de Hitler y, aunque no entendí la dedicatoria, porque no me leí Werther, era evidente que había sido hecha para Strasser, pues aparecía en ella un Gregor. Lo más curioso de la foto es que debajo de la firma del jefe de los nazis había una fecha: 24 de septiembre de 1939. O sea, Hitler le firmó una foto a Strasser cinco años después de que el amigo Gregor muriese. Me pareció una prueba muy buena que podía demostrar que Strasser no murió en la Noche de los cuchillos largos, quizá porque esa noche nunca tuvo lugar y solo fue una especie de cortina de humo creada por los vampiros para ocultar alguna de sus fechorías. Cogí la foto de Hitler, y antes de salir de la habitación abrí el armario y le robé una camisa a Strasser.

Doy por hecho que no le importó que lo hiciera. La camisa era casi una sotana, ya que me llegaba por debajo de las rodillas, pero mejor era eso que ir con los pezones al aire, con lo sensibles que los tenía. Antes de abrir la tercera puerta, se me ocurrió una estupidez de las mías y me dije: «Detrás de la puerta número uno había como premio un jacuzzi. Detrás de la puerta número dos una camisa y la foto dedicada de un famoso. ¿Qué habrá detrás de la tercera? ¡Un coche, seguro que hay un coche!». No, por supuesto no encontré un coche, sino tres ataúdes. Uno de los ataúdes estaba abierto y colocado horizontalmente en medio de la habitación, en una especie de tarima. Era un ataúd tamaño familiar, por lo que deduje que era el de Strasser.

Los otros dos ataúdes estaban cerrados y apoyados en una pared. Uno era de mi tamaño, cosa que me dio muy mal rollo, y el otro era de tamaño infantil, muy infantil. Los tres ataúdes eran negros, supongo que para hacer juego con la habitación que, por cierto, no tenía ventanas y estaba iluminada por una luz muy débil que provenía de un par de candelabros similares a los que nos encontramos en la catacumba de El Año del Dragón. Digo que los ataúdes hacían juego con la habitación porque esta estaba pintada toda de negro, y cuando digo toda, es toda: paredes, techo y suelo. Sin salir de la habitación llamé a Gabriel.

—¡Gabriel, sube, has de ver esto!

—¡No, baja tú que he encontrado una cosa muy interesante! —me respondió.

—¡Dudo mucho que lo tuyo sea más interesante que lo mío! —le grité. —¡Me juego lo que quieras a que te gano! —me replicó. —¿Lo tuyo da miedo?

—¡No, no da miedo!

—¡Pues lo mío a mí sí! ¡Así que sube de una puta vez, capullo!

Y subió y se quedó de piedra cuando vio aquella habitación.

—Los vampiros duermen en ataúdes —es lo primero que dijo.

—Bueno, pero puede que solo los fines de semana, porque en otra habitación hay una cama normal —dije yo.

—¿Y los otros dos ataúdes? ¿Has mirado en su interior?

—Ni se me ha ocurrido, Gabriel.

—Pues habrá que mirar, ¿no?

—¿Podemos decidir no mirar?

—No, no podemos decidir eso.

—Entonces, si te parece bien y puesto que la idea es tuya, te encargas tú de mirar, ¿vale? Yo, mientras, me voy un momentito al pasillo.

—Vale, cobarde… ¿Y esa foto?

—Es de Hitler. Tiene una dedicatoria para Strasser fechada en septiembre del 1939.

—¿En serio?

—Sí, en serio, muy en serio.

—Eso es buenísimo, ya que significa que…

—Sí, ya sé lo que significa, Gabriel.

—Esa foto puede ser algo muy importante para nuestro propósito.

—Sí, doy por hecho que sí.

—Buena foto.

—Sí, buena foto.

—¿Así que del año 1939?

—Oye, Gabriel, ¿no estarás alargando esta conversación porque te da miedo abrir los ataúdes?

—Sí, era por eso. Va, por favor, hagámoslo juntos.

—Vale, pero yo abro el pequeño.

Gabriel cogió la tapa del grande y yo la del pequeño, y contamos hasta tres y los abrimos. Nada, por suerte estaban vacíos. Creo que eso de abrir un ataúd temiendo que esté ocupado y encontrártelo vacío es una de las mejores cosas que te pueden pasar en la vida. Doy por hecho que los arqueólogos y los ladrones de tumbas no estarán de acuerdo conmigo, pero sí la mayoría de la población mundial. Volvimos a cerrar los ataúdes y bajamos a ver eso tan interesante que había encontrado Gabriel.

—Está aquí, en el salón —me dijo cuando llegamos a la planta baja—. Es algo muy curioso.

Entramos en el salón y Gabriel me pidió que me sentara en el sofá, delante del televisor, que estaba apagado.

—Cuando entré en el salón, por la tele daban un informativo —empezó explicando Gabriel—. Seguramente Strasser lo estaba viendo cuando Arisa llamó a la puerta. Se me ocurrió mirar qué canales veía Strasser y al apretar el canal número tres, apareció una cosa muy curiosa.

Gabriel encendió el televisor, sintonizó el tercer canal y en la pantalla apareció el pequeño jardín de la parte delantera de la casa de Strasser y, al fondo, la valla de madera y la casa en construcción. La pantalla del televisor estaba dividida en cuarenta y ocho cuadrados.

—Fíjate ahora en el ventanal —dijo Gabriel.

Me volví, miré el ventanal del salón y lo que se veía a través de él era lo mismo que había en la pantalla del televisor. Los cuarenta y ocho cuadrados de la imagen del televisor eran los cuarenta y ocho vidrios que parecían formar parte del ventanal.

—No es un ventanal, es una pantalla grande de vídeo —explicó Gabriel—. Bueno, en realidad son cuatro pantallas de plasma unidas. Ahora verás.

Gabriel salió de la casa y se puso a hacer monerías delante del ventanal y a hacer monerías en directo a través del canal 3 del televisor de Strasser. Una de sus monerías consistió en pedirme que saliera, y una vez fuera me enseñó cuatro pequeñas cámaras de vídeo colocadas en los cuatro extremos del ventanal.

—Hay cuarenta y ocho cuadrados que a su vez están divididos en cuatro rectángulos de tres por cuatro, y cada rectángulo es una pantalla —me explicó Gabriel— y lo que aparece en cada pantalla es lo que capta cada una de las cámaras. Por eso por fuera hay espejos, para que dé la apariencia de un ventanal con vidrios reflectantes, pero son espejos puros y duros. El grosor del ventanal es el mismo que el de la pared en la que está incrustado. No es un ventanal, es una pantalla. Quizá el resto de las ventanas de la casa sean de otro modelo, algo menos sofisticado. No sé, a lo mejor se vuelven opacas al darles la luz del sol.
Thorn
es una empresa cristalera, seguro que llevan decenios trabajando en esto. Eso sí, lo de la pantalla es algo espectacular.

—A ver, Gabriel, según tú ese ventanal por un lado evita que entre la luz del sol y por el otro quiere dar la sensación de realidad, para que los vampiros puedan recordar cómo era su vida antes de ser vampiros, ¿no?

—Sí, algo así. Por supuesto este ventanal debe de ser un lujo al alcance de pocos o quizá esta casa sea una casa piloto de la urbanización.

—Vale, entiendo lo que quieres decir, pero aquí hay algo que no cuadra. Sabemos, por lo que nos pasó con Hide, que a los vampiros no les afecta el sol para nada, ni para ponerse morenos siquiera.

— ¡Hostia, es verdad! Entonces, todo este rollo que te he soltado es una gilipollez.

—A lo mejor es simplemente una macro pantalla y las cámaras son cámaras de seguridad.

—Sí, debe de ser eso, un sistema sofisticado de vigilancia. Pues es una pena, porque mi teoría de la realidad virtual y la protección solar era muy buena.

—Bueno, por lo menos acertaste con eso de que le teníamos que cortar la cabeza a los vampiros para que se murieran bien muertos.

Volvimos a entrar en la casa y pude comprobar que, como me había dicho Gabriel, los cristales del ventanal eran pantallas de plasma. Su descubrimiento no cabía duda que era muy interesante, pero yo creo que mi foto de Hitler y mis tres ataúdes, aunque estos estuvieran vacíos, lo eran más. Pantalla gigante de vídeo contra tres ataúdes en un habitación pintada de negro y una foto del loco criminal más grande de la historia, ¿qué da más miedo? Pues, ya está, fin de la discusión. El problema es que mi hallazgo quedó a la altura del betún cuando Gabriel y yo bajamos al sótano.

Gabriel me dijo que había ido a la cocina y luego al salón y que se había dejado el sótano para el final, y ya que no había nada más que ver arriba, me propuso que le acompañase y le dije que sí. Abrimos la puerta que nos conduciría al sótano y Gabriel palpó la pared buscando un interruptor, pero no había ninguno. Empezábamos mal, pero seguimos adelante, ya que al final de la escalera había luz, muy tenue, pero para ver algo seguramente nos serviría. Pensé que esa luz de la que hablo estaría producida por alguna bombilla de muy poca potencia colgada del techo, pero no, cuando llegamos al final de la escalera descubrimos que era la luz de unos veinte velones de un metro y medio de altura.

Velones de color negro, como negras eran las paredes, el techo y el suelo del sótano. Se ve que el negro era el color favorito de los vampiros. Los velones daban muy mal rollo, casi tanto como una bandera nazi que había colgada en una de las paredes. Explico lo que había en el sótano siguiendo el orden de los descubrimientos, es decir, primero vimos unos velones y después la bandera, pero lo interesante de verdad era lo que había en el centro del sótano. Allí, sobre una mesa de mármol negro, encontramos a una niña de unos cuatro o cinco años, desnuda y atada, con las piernas y los brazos totalmente extendidos. Nos acercamos a la criatura. Era una monada con el pelo rojo, la pobrecilla. Tenía heridas de mordiscos en las muñecas, en las ingles y en el cuello. Casi me pongo a llorar. La niña tenía los ojos cerrados y pensé que estaba muerta. Bueno, pensé que aquel nazi de mierda la había violado y luego la había matado poco a poco, bebiéndose su sangre. Gabriel puso dos dedos sobre la yugular de la niña y después de unos segundos se volvió sonriendo y me dijo: «Viva, Abel, está viva». Esa fue la segunda alegría del día, eso sí, infinitamente más grande que la de los ataúdes vacíos.

—Está muy débil, pero si nos damos prisa, quizá podamos salvarle la vida —me dijo Gabriel con tono de esperanza y preocupación.

Comencé a desatar a la niña, y Gabriel empezó a darle cachetes y a agitarla violentamente para despertarla. La cría abrió los ojos muy lentamente, unos bonitos ojos verdes. Miró a su alrededor, nos miró a nosotros y empezó a gritar.

—No te preocupes, pequeña, hemos venido a sacarte de aquí— le dijo Gabriel, mientras yo le desataba las muñecas—, Yo me llamo Gabriel y él es Abel. Por favor, fíate de nosotros. Hemos matado al hombre malo que te ha hecho esto y te llevaremos a un hospital donde te curarán. Aquellas palabras de Gabriel, quien para decirlas utilizó la típica cantinela que se utiliza cuando se lee un cuento a un niño pequeño, tranquilizó a la chiquilla.

—¿Cómo te llamas, pequeña? —le pregunté.

—Anne, Anne Connelly —contestó.

—¿Dónde vives? —preguntó Gabriel.

—No, no me… —dijo antes de desmayarse de nuevo.

—¡No hay tiempo que perder! ¡Trae la bandera! —me ordenó Gabriel, mientras intentaba reanimar de nuevo a la niña.

Descolgué la bandera nazi y al hacerlo me di cuenta de que no era una bandera cualquiera, sino que era de terciopelo. Con la bandera cubrimos a la niña, y Gabriel me pidió que la cogiera yo en brazos y la sacara de la casa lo más rápido posible, mientras él cogía un par de cirios, pues tal vez eran de algún material especial que también podía ser una prueba, y después iría a buscar la foto dedicada de Hitler que yo había dejado abandonada en el salón. Yo tomé aire y subí corriendo por la escalera del sótano y corriendo salí de la casa. Sé que parecerá extraño, pero aunque iba corriendo sentí que todo iba a cámara lenta. Eso era así porque había visto imágenes en películas y reportajes sobre bomberos, y cuando rescataban a alguien de un incendio, el momento en el que salían por la puerta de la casa siempre estaba ralentizado. Sí, me sentía un héroe que iba a salvar una vida. Las únicas dos diferencias que en esos momentos existían entre un bombero valiente y yo es que normalmente los bomberos no envuelven a la gente que rescatan con una bandera nazi —vamos, que yo sepa— y la otra es que los bomberos tampoco suelen rescatar vampiros. ¡Sí, la puta Anne Connelly era una vampiro!

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