Episodios de una guerra (33 page)

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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Histórico

BOOK: Episodios de una guerra
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»Nos escribimos tres o cuatro veces, que es mucho teniendo en cuenta que éramos jóvenes —prosiguió—. Pero a mí no se me da bien escribir, como sabes, y perdimos el contacto hasta que regresé de las Antillas, cuando la
Andromeda
terminó su misión. Me enteré de que no había soportado el colegio, a pesar de que era muy listo, y que había convencido a su familia para que le enviara a la academia naval de Portsmouth. Por supuesto, a mí no me gustaba que me vieran en compañía de un cadete de la academia…

—¿Acaso eran malos?

—Bueno, eran tan malos como pueden serlo los muchachos de doce o trece años, pero no era eso lo que no me gustaba sino que eran inferiores. Les considerábamos simples aprendices de la profesión de marino, unos intrusos en la vida naval porque trataban de aprender en los libros cómo navegar y cómo disparar un cañón y pretendían estar a la misma altura que nosotros, que lo habíamos aprendido en la mar. Pero como éramos primos, le llevé a Blue Posts y le pagué una comida decente. Yo tenía en el bolsillo siete guineas que había obtenido como botín y él, en cambio, no tenía ni un ochavo, pues a pesar de que el señor Broke era generoso en los asuntos importantes, escatimaba exageradamente el dinero. Y fuimos al teatro a ver
Ventee preserved (La defensa de Venecia)
y a una feria donde estaba el áspid de Cleopatra y había unas pulgas que tiraban de un coche y por dos peniques más se podía ver en cueros a la auténtica Venus viviente. Le invité a verla, pero él dijo que no, que eso era inmoral.

»Poco después se embarcó en el
Bulldog
, a las órdenes del capitán Hope —continuó—. Debía de tener quince o dieciséis años entonces, era demasiado mayor para hacerse a la mar por primera vez. Sin embargo, tuvo suerte, porque el capitán era un marino extraordinario y amigo de Nelson. Luego pasó a
L'Eclair
con el capitán y le vi varias veces en el Mediterráneo. Después, también con el capitán, pasó al
Romulus
, donde yo regresaba a Inglaterra, y fuimos compañeros de tripulación durante un tiempo. En aquella época, yo no le llegaba a la suela del zapato. Yo tenía unos conocimientos rudimentarios de náutica y no fue hasta mucho más tarde que cogí el gusto a las secciones cónicas y estudié la teoría, yo solo. No me sorprendió que supiera mucha náutica, porque siempre se le habían dado bien las matemáticas y el latín, pero sí me asombré de ver la experiencia que había adquirido como marino. Los dos aprobamos el examen de teniente más o menos en la misma época, pero no volví a verle hasta que nos encontramos en Saint Vincent, cuando él era tercero de a bordo en el
Southampton
, y nos saludamos con la mano cuando pasamos cerca para formar la línea. Después estuvimos sin vernos muchos años, aunque, por supuesto, sabíamos uno del otro por amigos comunes, y pasó la mayor parte de ese periodo en el Canal y el mar del Norte, al mando de la
Shark
, un barco viejo, podrido y lento como una babosa que sólo servía para acompañar a un convoy. Le nombraron capitán de navío mucho antes que a mí, pues su padre era amigo íntimo de un amigo de Billy Pitt. No obstante eso, no pudo conseguir que le asignaran un barco y pasó años y años en tierra. Me escribió una carta muy hermosa cuando capturamos el
Cacafuego
y me dijo que estaba enseñando a algunos campesinos. Ya estaba casado entonces, aunque no creo que haya tenido suerte.

—¿No es decente la dama? Muchos marinos se casan con rameras.

—Sí, sí es decente. Es muy educada y de una familia conocida y tenía una dote enorme… creo que diez mil libras. Pero es débil y propensa a la hipocondría, ¿sabes? Siempre está enferma. Además, siempre está afligida y siente lástima de sí misma. La conocí cuando era niña y ya entonces sentía lástima de sí misma y siempre entornaba los párpados y suspiraba. Creo que eso le afecta. Estoy seguro de que estaría mejor si se hubiera casado con una joven alegre y simpática aunque no tuviera ni un cuarto de penique. Una mujer siempre tan apenada, que nunca se ríe… ¡Dios mío! Eso tiene que afectarle mucho. Volví a la casa solariega de los Broke cuando nació su primer hijo y pensé que él no podría soportar aquello, pero lo soportó como esos estoicos que tantas veces mencionas. Pero se hizo a la mar tan pronto como pudo después que se firmara la paz, a pesar de que había heredado una valiosa propiedad rústica con varias zonas de excelentes tierras cultivables y el mejor bosque para la caza de la perdiz de todo el país. Le dieron el
Druid
, un barco viejo e incómodo que estaba lleno de parches y no era estanco y, además, estaba abarrotado. Era tan frágil que habían tenido que reforzarlo con abeto, pero era muy veloz. He visto cómo alcanzaba los catorce nudos con el viento por la aleta, con las gavias con tres rizos y las juanetes y las alas superiores e inferiores desplegadas. Pero mientras estuvo al mando de ese barco, nunca tuvo la oportunidad de destacarse, nunca se enfrentó a un navío francés de su categoría, lo cual es una lástima porque no hay ningún hombre que desee más cubrirse de gloria ni que se haya esforzado más por alcanzarla. Incluso el viejo Jarvie alabó al
Druid
por su perfecta disciplina, a pesar de que los Broke son y han sido siempre
Tories
. Luego le dieron la
Shannon
, una fragata nueva, construida en el astillero de Brindley para reemplazar la que encalló Leveson Gower cerca de La Hogue. Fue en 1806. Yo subí a bordo en Nore. Creo que tú estabas en Irlanda entonces. Había acabado de recibir el nombramiento, así que no había tenido tiempo de probarla, pero parecía una embarcación extraordinaria. He oído que está en excelentes condiciones. No hay duda de que sus ideas sobre la artillería y la disciplina siempre han sido acertadas.

»No le había visto desde que le visité en la casa solariega y le encontré cambiado —prosiguió—. Estaba más callado y un poco triste. Seguro que era por culpa de su matrimonio. Siempre fue muy devoto y entonces lo era más todavía, aunque no es uno de esos capitanes piadosos que cantan salmos y tractos ni pone la otra mejilla, al menos no la pone cuando le golpean los enemigos del Rey. Uno se da cuenta de eso al ver los cañones, a los cuales les ha colocado miras tangenciales que ha pagado con su propio dinero, y también al ver las toneladas de pólvora y balas que ha comprado. Además, siempre ha tenido fama de ser un hombre de empuje. Nunca se ha enfrentado a un solo navío en una gran batalla porque no se le ha presentado la oportunidad, pero ha hecho montones de ataques rápidos en las costas enemigas y ha luchado contra montones de barcos corsarios. Pero, sin duda, se comporta como un puritano, pues no permite mujeres a bordo, quita a los cadetes su ración de grog en cuanto tiene la oportunidad y no permite decir obscenidades en la mesa.

—Tú has quitado a veces a los cadetes su ración de grog y no te gusta que haya mujeres a bordo, pero no eres un puritano. A la verdad, hablas de cosas obscenas con los demás capitanes y cantas canciones indecentes cuando estás borracho.

—Sí —dijo Jack, dejando aparte las canciones—, pero lo hago por mantener la disciplina y el orden. Los cadetes se ponen pesados cuando están borrachos y las mujeres pueden causar peleas que perturbarían a todos los tripulantes y vaciar sus bolsillos y obligarles así a vender hasta los pantalones y robar los pertrechos del barco. Y también pueden arruinar su salud, lo que trae como consecuencia que ya no puedan subir a la jarcia ni arrastrar un cañón. Broke lo hace por velar por la moral. Detesta la embriaguez en sí misma y detesta el adulterio y la fornicación porque las tres cosas ofenden a Dios, no porque perjudiquen al barco. Por supuesto, cuando hablo de mujeres hablo de las mujerzuelas, de esas que forman las hordas que se acercan en los botes cuando un barco atraca.

—Nunca las he visto.

Jack sonrió. Había muchas cosas en la Armada que Stephen no había visto nunca.

—No, no creo que las hayas visto porque siempre has navegado conmigo y no permito eso en los barcos que tengo bajo mi mando. Pero seguro que has notado que alrededor de todos los barcos de guerra de los puertos hay enjambres de botes con esas hordas.

—Suponía que eran visitantes.

—Algunas de esas personas los son. Entre ellas están las novias de los marineros y sus esposas y algunos familiares, pero la mayoría son putas. Suelen llegar doscientas o trescientas a la vez y en ocasiones hay más putas que marineros. Se instalan en la cubierta inferior y se acuestan con ellos en los coyes, comen de su comida y les van quitando dinero hasta que el barco vuelve a zarpar. Ver a toda esa gente copularse… porque ya sabes que no hay mamparos allí… es un espectáculo impresionante y no muy agradable para las esposas de los marineros y sus hijos. La mayoría de los capitanes permiten eso a condición de que antes las mujeres sean registradas y se les quiten las bebidas alcohólicas, pues según ellos, es bueno para los marineros. Y algunos oficiales y guardiamarinas también cogen mujeres. Recuerdo que cuando yo estaba en el
Reso
, siendo un muchacho, la sala de oficiales y la camareta de guardiamarinas se llenaba de mujeres cada vez que atracábamos y te consideraban un tipo insignificante y un maldito aguafiestas si no sacabas tajada tú también. Eso abre los ojos a los cadetes, te lo aseguro.

Llegó Maurya con la cena, que sólo consistía en un plato de bacalao, y dijo:

—¡Vaya, doctor, señor, creía que estaba usted en su habitación! Iba a llevarle su bandeja allí. ¿Pudo encontrarle ese caballero?

—¿Qué caballero, amiga mía?

—El caballero extranjero. Le dije que subiera porque yo estaba muy ocupada en la cocina. Seguro que todavía está sentado allí, el pobre.

—Voy a ver —dijo Stephen.

El caballero no estaba sentado allí todavía, pero había aprovechado el tiempo buscando documentos de Stephen. Lo había hecho muy bien, pues alguien que no fuera receloso no hubiera notado nada si no fuera porque el caballero carecía de habilidad para hacer la cama con la perfección de dos enfermeras y en el lugar por donde había levantado el colchón para mirar debajo había un bulto apenas perceptible. Pero Stephen era receloso y advirtió que las notas sobre cuestiones médicas estaban demasiado ordenadas y que los libros que le habían prestado estaban colocados de un modo diferente.

—Jack, las cosas no van tan bien como quisiera —dijo cuando ambos terminaron de comerse el bacalao—. Antes sospechaban que tú estabas relacionado con los Servicios Secretos, ahora sospechan de mí. No creo que los norteamericanos actúen sin pruebas y no tienen pruebas, pero hay espías franceses en Estados Unidos… uno acaba de registrar mi habitación… y ellos son diferentes. Es posible que la situación empeore.

—Pero, indudablemente, no pueden hacerte nada en Estados Unidos. Esto no es España.

—No deberían… pero sospecho que lo intentarán y voy a tomar precauciones. Cuando el señor Herapath venga a verte mañana, dale esta nota, por favor, y cuando la haya leído, échala al fuego. En ella le digo que por ahora no es conveniente que volvamos a reunimos y le ruego que nos consiga dos pistolas. ¿Crees que lo hará?

—Sí, creo que lo hará si menciono a los franceses —respondió Jack—. Odia a los franceses tanto como yo.

—Bueno, entonces menciónales, pero sé diplomático, haz una simple alusión nada más —dijo, pensando que Herapath no era Johnson y que, verdaderamente, estaba muy lejos de serlo—. Le he dicho al portero que no deje entrar a nadie que no conozca y he cogido esto del armario donde está guardado el instrumental del doctor Choate.

Entonces desató el pañuelo y sacó de su interior un escalpelo, un pequeño cuchillo de hoja fina con filo por los dos lados, y se lo enseñó.

—Lo usamos para las amputaciones —añadió.

—Me parece muy pequeño —dijo Jack.

—Aunque no lo creas, Jack, un trozo de acero de una pulgada puede hacer cosas increíbles. El hombre es una máquina que puede romperse muy fácilmente —dijo Stephen, mirando su rostro atentamente.

Le parecía que Jack tenía fiebre otra vez y pensó que tal vez había hecho mal en hablar.

—A muchos les han matado con una lanceta, aunque no ha sido a propósito —añadió—. Bueno, tienes que pensar que lo que te he dicho no es más que una suposición. Tenemos que tomar medidas aunque haya muy pocas probabilidades de que ocurra y un par de pistolas siempre nos serán de utilidad.

* * *

La sospecha no se había apartado de su mente en toda la noche ni en toda la mañana y casi se confirmó cuando Stephen atravesaba la pequeña ciudad para acudir a la cita con Johnson. Vio a Louisa Wogan al otro lado de la calle mayor andando en dirección opuesta. Había mirado hacia ella porque había visto a los hombres volver la cabeza cuando pasaban por su lado y reconoció entre sus admiradores a dos tenientes de la Armada real que habían sido capturados, curiosamente llamados Caín y Abel. Ella le vio unos momentos después y le lanzó una mirada extraña, difícil de calificar, pero en su rostro se reflejaban la preocupación, el miedo y el rencor. Entonces entró precipitadamente en la tienda más próxima, una tabaquería.

«Gracias, querida», pensó Stephen y le envió un beso con la mano y siguió caminando. Iba a unas treinta yardas de los marinos y observó que saludaban alegremente a sus conocidos agitando los bastones en el aire. Frente al hotel Franchón había coches de muy diversos tipos que recogían o dejaban personas y otros que estaban estacionados. Un poco antes de que Stephen se encontrara delante de uno de estos últimos, salió de él Pontet-Canet y, mirando a su alrededor con los ojos desorbitados, empezó a llamar a gritos a un médico. Al ver a Stephen, corrió hacia él gritando:

—¡Rápido, doctor Maturin! ¡La dama se ha desmayado! ¡Aquí, en el coche! ¡Sangre, sangre!

Cogió a Stephen por el brazo y le hizo avanzar apresuradamente hacia la puerta abierta. Enseguida salieron dos hombres más del coche y dos del porche del hotel y le rodearon y empezaron a empujarle. Mientras tanto, Pontet-Canet seguía gritando:

—¡Rápido! ¡Venga enseguida! ¡Rápido, rápido!

Luego murmuraron en francés: «El otro brazo… Dale un porrazo… Cógele por el cuello… Empújale dentro…».

Stephen trató de retroceder con todas sus fuerzas y cayó al suelo y mientras se esforzaba por apartar brazos y piernas gritaba:

—¡Detengan a los ladrones! ¡Detengan a los ladrones! ¡Detengan a los rateros! ¡Caín y Abel, socorredme!

Derribó a uno de los hombres y le mordió hasta que dio un horrible grito. Lograron alzarle, pero ya era demasiado tarde. Alrededor de ellos había multitud de personas gritando y Caín y Abel daban bastonazos a diestro y siniestro. Y él no paraba de gritar:

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