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Authors: Kerstin Gier

Esmeralda (30 page)

BOOK: Esmeralda
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—Se ha agotado la batería —en medio de la conversación con Leslie, en la limusina, exhaló el último suspiro.

Como Gideon seguía sin hablar, cogí el móvil del bolsillo de la falda y empecé a buscar el cargador. La tía Maddy lo había metido, bien enrollado, en un cajón del escritorio.

Gideon se apoyó con la espalda contra la puerta.

—Ha sido un día bastante caluroso, ¿verdad?

Asentí con la cabeza. El móvil estaba enchufado y la batería se estaba cargando. Como no sabía que más podía hacer, me apoye en el borde de la mesa.

—Creo que ha sido el día más espantoso de toda mi vida —dijo Gideon—. Cuando te vi allí tendida en el suelo… —Se le quebró la voz y no pudo seguir.

Se apartó de la puerta y vino hacia mí, y de pronto sentí una imperiosa necesidad de consolarle.

—Siento haberte… asustado de ese modo. Pero pensaba realmente que iba a morirme.

—Yo también lo pensaba.

Trago saliva y dio un paso más hacia mí.

Aunque Xemerius hacía rato que había desaparecido en busca de su clarinetista, una parte de mi cerebro escupió sin esfuerzo su comentario: «La ardiente mirada de sus ojos verdes inflamo el corazón de la muchacha de la blusa amarillo pipí, que, reclinando la cabeza contra su pecho varonil, dio rienda suelta al llanto tanto tiempo contenido».

¡Por dios, Gwendolyn! ¿No exageras un poco la nota?

Me aferre con más fuerza al borde del escritorio.

—Pero tú deberías haber sabido mejor que yo lo que me pasaba, ¿no? —dije—. Al fin y al cabo estudias medicina.

—Sí, y precisamente por eso comprendí que… —Se detuvo ante mí, y para variar, esta vez fue él el que se mordió el labio, lo que tuvo la virtud de conmoverme de nuevo. Levanto la mano despacio—. La punta de la espada penetraba tan hondo en tu cuerpo… —Separó el pulgar y el índice para señalar la anchura del corte—. Un pequeño rasguño no te hubiera desplomado así. Y enseguida perdiste el color y la piel se te cubrió de sudor frio. Por eso comprendí que Alastair había alcanzado la una arteria; estaba seguro de que tenías una hemorragia interna y te desangrabas.

Mire fijamente su mano, suspendida ante mí.

—Tú mismo has visto la herida, está claro que es inofensiva —dije, y me aclare la garganta. Por lo visto, su proximidad afectaba de algún modo mis cuerdas vocales—. Debió ser… bueno… tal vez solo fuera el shock. Ya sabes, imagine que me habían herido de gravedad y por eso también dio la sensación que yo…

—No, Gwenny, no te lo imaginaste.

—Pero ¿Cómo puede ser que solo me haya quedado esta pequeña herida? —susurre.

Aparto la mano y empezó a caminar de un lado a otro de la habitación.

—Al principio yo tampoco lo entendí —dijo excitado—. Me sentía tan… aliviado de que estuvieras viva que me convencí a mí mismo de que tenía que haber una explicación lógica para lo de la herida. Pero hace un rato, bajo la ducha, de repente lo he visto claro.

—Ah, debe ser eso —dije—. Yo aún no me he duchado.

Despegue mis dedos crispados del borde del escritorio y me deje caer sobre la alfombra. Bueno, así estaba mucho mejor. Al menos ahora ya no me temblaban las rodillas.

Con la espalda apoyada contra el borde de la cama, levante la cabeza y mire.

—¿Es necesario que te muevas de un lado a otro de ese modo? Me pone muy nerviosa, ¿sabes? Quiero decir, aún más nerviosa de lo que ya estoy.

Gideon se arrodillo ante mí sobre la alfombra y me coloco la mano en el hombro sin tener en cuenta que a partir de ese momento yo ya no estaría en condiciones de escucharle con atención, sino que me concentraría en un montón de pensamientos inútiles como «Supongo que al menos no oleré mal» o «Sobre todo ahora no te olvides de respirar».

—¿Conoces esa sensación cuando estas resolviendo un sudoku y encuentras justo el número que necesitas para que todas las casillas de pronto sean sencillísimas de rellenar? —pregunto.

Asentí vacilando.

Gideon me acarició, absorto en sus pensamientos.

—Hace unos días que le estoy dando vueltas a este asunto, pero hasta esta noche no había… encontrado ese número mágico, ¿comprendes? He leído los papeles una y otra vez, tantas que al final casi me los sé de memoria…

—¿De qué papeles hablas?

Aparto la mano.

—Los papeles que Paul obtuvo de lord Alastair a cambio de los árboles genealógicos. Paul me los dio justo el día que tu mantenías una conversación con el conde. —Sonrió de soslayo al ver mi cars de perplejidad—. Te hubiera hablado de ellos, pero estabas demasiado ocupada haciéndome preguntas extrañas, y luego saliste disparada, terriblemente ofendida. No pude seguirte porque el doctor White me estaba curando la herida, ¿te acuerdas?

—Eso fue el lunes, Gideon.

—Sí, eso es. Parece que haya pasado una eternidad desde entonces, ¿verdad? Cuando por fin pude ir a casa, te estuve llamando cada diez minutos para decirte que te… —Carraspeo y luego me cogió la mano— … para contártelo todo, pero comunicaba todo el rato.

—Sí, le estaba explicando a Leslie hasta qué punto podías ser cruel —dije—. Pero también tenemos un número fijo, ¿sabes?

Gideon pasó por alto la objeción.

—En los intervalos de las llamadas empecé a leer los papeles. Se trata de profecías y notas de propiedad privada del conde. Documentos que los Vigilantes no conocen y que oculto a su propia gente con toda premeditación.

Gemí.

—Deja que adivine. Más poesías tontas. Y no entendiste ni una palabra.

Gideon se inclinó hacia delante.

—No —repuso lentamente—. Todo lo contrario. Estaba bastante claro. En ellos se dice que alguien debe morir para que la piedra filosofal pueda desarrollar su poder. —Me miro directamente a los ojos—. Y ese alguien eres tú.

—Vaya. —No estaba tan impresionada como habría podido preverse—. Así que soy el precio que se debe de pagar.

—Me quede de piedra cuando lo leí. —Le cayó un mechón de pelo sobre la cara, pero no se dio cuenta—. Al principio no podía creerlo, pero el sentido de las profecías no admitía lugar a dudas. La vida rojo rubí se extingue, la muerte del cuervo revela el final, la duodécima estrella palidece, y así sucesivamente.

Ahora sí que trague saliva.

—¿Y cómo debo morir? —Automáticamente me vino a la cabeza la imagen de la hoja ensangrentada de lord Alastair—. ¿También está escrito ahí?

Gideon esbozo una sonrisa.

—Bueno, en ese aspecto las profecías son vagas como siempre; pero se recalca una y otra vez una cosa: que yo, es decir, el diamante, el león, el número once, tendré algo que ver con ello. —La sonrisa desapareció de su rostro, y entonces dijo con un tono que nunca le había oído antes—: Que tú morirás por mí de amor.

—Oh. Hum… Pero… —dije no muy inspirada—. Al fin y al cabo no son más que unos versos.

Gideon sacudió la cabeza.

—¿No comprendes que no podía permitir que ocurriera al así, Gwendolyn? Solo por eso entre en tu tonto juego e hice como si te hubiera mentido y hubiera jugado con tus sentimientos.

Por fin empezaba a entenderlo.

—¿Para qué no se me ocurriera la idea de morir de amor por ti, te encargaste al día siguiente que te odiara? Pero eso fue realmente… ¿Cómo lo diría?… caballeroso por tu parte. —Me incline hacia delante y le aparte el mechón rebelde de la cara—. Realmente muy caballeroso.

Gideon sonrió débilmente.

—Créeme, ha sido lo más duro que he hecho nunca.

Ahora que había empezado, ya no podía apartar los dedos de él. Mi mano se paseó despacio por su cara. Por lo visto no había tenido tiempo de afeitarse, pero su tacto rasposo me resultaba sexy.

—« ¿No podríamos seguir siendo amigos?» realmente fue una táctica genial —murmure—. Porque inmediatamente te odie hasta lo más hondo.

Gideon gimió.

—Pero yo no quería eso en absoluto, yo quería de verdad que siguiéramos siendo amigos —dijo. Me cogió la mano y la retuvo un momento—. Que esa frase te pusiera tan furiosa fue… —Dejo el resto de la frase en el aire.

Incline la cabeza hacia él y cogí su rostro entre mis manos.

—Bueno, tal vez así lo recuerdes para el futuro —susurre—. Esta frase no debe decirse nunca a alguien a quien se ha besado.

—Espera, Gwen, eso no es todo, aún hay algo que… —empezó a decir, pero yo no tenía ninguna intención de seguir atrasando aquello ni un minuto más. Con delicadeza pose mis labios sobre los suyos y empecé a besarle.

Gideon respondió a mi beso, primero de forma suave y cautelosa, y luego, cuando le pase los brazos por el cuello y me apreté contra él, apasionadamente. Su mano se hundió en mis cabellos y otra empezó a acariciarme el cuello y descendió lentamente. Justo en el momento en que llegaba al botón superior de mi blusa, sonó el móvil, o, para ser precisos, sonó la melodía inicial de la película La muerte tenía un precio.

A regañadientes me separe de él.

—Leslie —dije después de echar un vistazo a la pantalla—. Tengo que hablar con ella al menos un momento; si no, se preocupara.

Gideon sonrió irónicamente.

—No tengas miedo. No tengo intención de disolverme en el aire.

—¿Leslie? ¿Puedo llamarte luego? Y gracias por el nuevo tono. Muy gracioso.

Pero Leslie no me hizo ningún caso.

—Gwenn, escucha, he hojeado
Anna Karenina
—me soltó a toda prisa—. Y creo que ahora sé que propone hacer realmente el conde con la piedra filosofal.

La piedra filosofal podía irse al infierno de momento.

—Ah, fantástico —dije, y mire a Gideon—. Es urgente que hablemos de esto más tarde…

—No te preocupes —dijo Leslie—. Ya estoy viniendo hacia aquí.

—¿De verdad? Yo…

—Sí, sí, para ser exactos, ya estoy aquí.

—¿Dónde estás?

—Pues aquí. En el descansillo. Tu madre y tus hermanos están subiendo por la escalera. Y tu tía abuela les sigue tan deprisa como puede. Justo ahora acaban de adelantarme, llamaran la puerta de tu cuarto en cualquier momento…

Pero Caroline no se tomó siquiera la molestia de llamar ya, sin pensárselo dos veces, abrió la puerta de golpe y grito radiante de alegría:

—¡Pastel de chocolate para todos! —Y luego se volvió hacia los demás y dijo—: ¡Veis como no se están besuqueando!

Capítulo XI

Realmente ese día ya me había deparado toda clase de sorpresas (la más importante, para abreviar, ¡que Gideon me amaba! Ah, y también el asunto de la espada y de morirse, claro), pero ese picnic familiar nocturno en mi habitación me parecía la más extraña de todas. ¡Ahí estaban casi al completo, reunidas sobre mi alfombra, las personas que más me importaban en el mundo, mamá, la tía Maddy, Nick, Caroline, Leslie… y Gideon, riendo y hablando como locos e interrumpiéndose constantemente unos a otros! Y todos tenían chocolate en la cara. (Como la tía Glenda y Charlotte habían perdido el apetito y lady Arista abominaba por principio de todo lo dulce, teníamos todo el pastel de chocolate para nosotros.) De hecho, tal vez el pastel tuviera algo que ver con que entre Gideon y mi familia se hubiera creado enseguida un clima de confianza, pero seguramente también había influido que él se mostrara tan natural desde el principio. Nunca antes le había visto tan cómodo y relajado, y eso a pesar de que mamá y la tía Maddy no paraban de hacerle preguntas que iban de lo curioso a lo incómodo y de que Nick le llamaba Golum todo el rato.

Cuando desapareció la última miga de pastel, la tía Maddy se levantó gimiendo.

—Creo que debo volver a bajar para respaldar a Arista. Mister Turner se ha introducido en la casa junto con el pequeño admirador de Charlotte y seguro que ya estarán riñendo por las begonias —dijo, y añadió dedicando una de sus sonrisas con hoyuelos a Gideon—: ¿Sabe?, para ser un De Villiers es usted extraordinariamente simpático, Gideon.

Gideon también se levantó.

—Muchas gracias —replicó alegremente, y le estrechó la mano—. Para mí ha sido un verdadero placer conocerla.

—¡Uh! —Leslie me clavó un codo en las costillas—. Y, además, tiene modales. Levanta el trasero de la silla cuando una dama se pone en pie. Y vaya preciosidad de trasero. Lástima que, aparte de eso, sea un cerdo.

Puse los ojos en blanco.

Mamá se sacudió las migas de la ropa y tiró de Caroline y Nick.

—Vamos, venid, ya va siendo hora de irse a la cama.

—¡Mamá! —exclamó Nick ofendido—. ¡Es viernes y tengo doce años!

—Y a mí también me gustaría quedarme. —Caroline levantó los ojos y dirigió una mirada candorosa a Gideon—. Me gustas —dijo—. Eres guapo de verdad y además muy simpático.

—«Guapo de verdad» —me susurró Leslie—. ¿No crees que se ha sonrojado un poco?

Eso parecía, sí. Qué mono.

El codo de Leslie se clavó de nuevo en mis costillas.

—Se te están poniendo ojos de borrego —susurró.

En ese momento Xemerius entró aleteando por la ventana cerrada, se instaló sobre el escritorio y lanzó un eructo de satisfacción.

—Cuando el inteligente y extraordinariamente bello daimon volvió esperanzado de su vuelo, tuvo que constatar con dolor que en su ausencia la muchacha no había perdido la blusa amarillo pipí ni su inocencia… —citó de su novela no escrita.

Articulé un mudo «Cierra el pico» en su dirección.

—Era solo una observación —continuó ofendido—. La oportunidad era favorable. Al fin y al cabo tampoco eres tan joven y quién sabe si de aquí a dos días no lo odiarás otra vez con toda tu alma.

Después de que la tía Maddy se hubiera ido y mamá hubiera empujado a mis hermanos fuera de la habitación, Gideon cerró la puerta y nos miró sonriendo.

Leslie levantó las manos.

—¡No, olvídalo! No me voy a ir. Tengo que comentar cosas importantes con Gwen. Cosas estrictamente confidenciales.

—Entonces yo tampoco me voy —dijo Xemerius, y a continuación saltó del escritorio a mi cama y se acurrucó sobre la almohada.

—Les, creo que ya no es necesario que le ocultemos nada a Gideon —dije—. Me parece que sería mejor que olvidáramos lo pasado y pusiéramos todas las cartas boca arriba. —Vaya, esa frase me había quedado perfecta.

—Sobre todo porque dudo que Google pueda seguir ayudándonos a avanzar en este caso —se burló Gideon—. Perdona, Leslie, pero hace poco mister Whitman iba enseñando por ahí un clasificador tuyo muy mono en el que habías recopilado toda clase de… informaciones.

—¿Cómo has dicho? —Leslie puso los brazos en jarras—. ¡Y yo que empezaba a pensar que tal vez no eras el cretino arrogante del que siempre hablaba Gwen! ¡Cómo que muy mono! Eran datos que… —Arrugó la nariz, un poco cortada—. ¡Qué cerdada ir enseñando mi clasificador por ahí! Esas investigaciones en internet eran todo lo que teníamos al principio, y yo estaba bastante orgullosa de ellas.

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