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Authors: Kerstin Gier

Esmeralda (34 page)

BOOK: Esmeralda
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Gideon me dejó llorar un rato, y luego empezó a acariciarme el pelo y a murmurar palabras tranquilizadoras.

—Vamos, Gwenny, no pasa nada, todo esto no tiene ninguna importancia. ¡Siguen siendo las mismas personas sin que importe la relación de parentesco que tengas con ellas!

Pero yo seguí sollozando inconsolable, y apenas me di cuenta de que Gideon me había atraído suavemente hacia sí, me había rodeado con sus brazos y me mantenía apretada contra su pecho.

—Tendría que habérmelo dicho —conseguí soltar finalmente. La camiseta de Gideon estaba empapada de lágrimas—. Mamá… tendría que habérmelo dicho.

—Tal vez lo habría hecho en algún momento. Pero ponte en su situación: ella te quiere, y por eso sabía muy bien que la verdad te haría daño. Seguramente no tuvo fuerzas para confesártelo. —Las manos de Gideon me acariciaron la espalda—. Debe de haber sido terrible para todos, especialmente para Lucy y Paul.

De nuevo se me escaparon las lágrimas.

—Pero ¿por qué me dejaron sola? ¡Los Vigilantes nunca me hubieran hecho nada! ¿Por qué no hablaron con ellos, sencillamente?

Gideon no respondió enseguida.

—Sé que lo intentaron —dijo luego despacio—. Seguramente cuando Lucy se dio cuenta de que estaba embarazada y los dos comprendieron que tú serías Rubí.

Carraspeó.

—Pero entonces aún no tenían ninguna prueba que apoyara su teoría sobre el conde. Sus explicaciones fueron consideradas como excusas infantiles para justificar sus viajes no permitidos en el tiempo. Eso incluso puede verificarse en los Anales. Sobre todo el abuelo de Marley se puso hecho una furia al escuchar sus acusaciones. Según sus notas, Lucy y Paul mancillaban la memoria del conde.

—Pero… ¡y mi abuelito! —Mi cerebro se negaba a pensar en Lucas como alguien distinto al abuelito—. ¡Él estaba al corriente de todo y seguro que les creyó! ¿Por qué motivo, entonces, no evitó su huida?

—No tengo ni idea —dijo Gideon encogiéndose de hombros—. Pero ni siquiera él hubiera podido hacer gran cosa sin pruebas. No podía poner en peligro su posición en el Círculo Interior. Y quién sabe si podía confiar en todos los Vigilantes. No podemos excluir la posibilidad de que hubiera alguien en el presente que estuviera al corriente de los auténticos planes del conde.

«Alguien que tal vez al final incluso había asesinado a mi abuelo.» Sacudí la cabeza. Todo aquello era demasiado para mí, pero Gideon aún no había acabado con su teoría.

—Fuera lo que fuese lo que le llevara a actuar así, es posible que tu abuelo apoyara incluso la idea de enviar a Lucy y Paul con el cronógrafo al pasado.

Tragué saliva.

—Hubieran podido llevarme con ellos —dije—. ¡Antes de mi nacimiento!

—¿Para traerte al mundo en el año 1912 y criarte bajo un nombre falso? —Sacudió la cabeza—. ¿Quién hubiera podido acogerte si ellos les ocurría algo? ¿Quién hubiera cuidado de ti? —Me acarició el cabello—. No puedo ni imaginarme el daño que puede hacer enterarse de algo así, Gwen, pero puedo comprender a Lucy y a Paul. Sabían que tu madre te querría como si fueras su propia hija y que te criaría en un ambiente seguro.

Me mordisqueé el labio indecisa.

—No sé —dije sintiéndome agotada—. Ya no sé nada de nada. Me gustaría poder retroceder en el tiempo: ¡hace unas semanas tal vez no fuera la chica más feliz en el mundo, pero al menos era una chica completamente normal! No una viajera del tiempo. ¡No una inmortal! Y tampoco de… de dos adolescentes que viven en el año 1912.

Gideon me sonrió.

—Sí, pero míralo del lado positivo. —Delicadamente pasó el pulgar por debajo de mis ojos, seguramente para secar unos enormes charcos de rímel—. Encuentro que eres muy valiente. Y… ¡te quiero!

Sus palabras expulsaron el dolor sordo de mi pecho y le rodeé el cuello con los brazos.

—¿Puedes decirlo otra vez, por favor? ¿Y luego besarme para que me olvide de todo lo demás?

Gideon deslizó la mirada de mis ojos a mis labios.

—Puedo intentarlo —murmuró.

Podría decirse que los esfuerzos de Gideon se vieron coronados por el éxito. Yo al menos no habría tenido ningún inconveniente en pasar el resto del día —o posiblemente también toda mi vida— en sus brazos sobre ese sofá verde en el año 1953. Pero en algún momento él se apartó un poco de mí, se apoyó en el codo y me miró desde todo lo alto que era.

—Creo que sería mejor que lo dejáramos por ahora; si no, no me haré responsable de lo que pueda pasar —dijo jadeando un poco.

Yo no dije nada. ¿Por qué iba a sentir él algo diferente a lo que sentía yo? Solo que en mi caso no hubiera podido parar así sin más. Pensé si debía sentirme un poco ofendida por eso, pero no pude reflexionar demasiado sobre el tema porque Gideon lanzó una mirada a su reloj y de repente se puso en pie de un salto.

—Gwen… —dijo precipitadamente—. Enseguida se acabará el tiempo. Tendrías que hacer algo con tus cabellos. Probablemente ya estarán todos reunidos en círculo en torno al cronógrafo para reprendernos cuando saltemos de vuelta.

Suspiré.

—¡Dios, no! —dije sintiéndome desgraciada—. Y antes aún tenemos que discutir qué vamos a hacer a partir de ahora.

Gideon arrugó la frente.

—Naturalmente tendrán que aplazar la operación, pero tal vez pueda convencerles de que me envíen al menos a mí al año 1912 para elapsar las dos horas que faltan. ¡Es urgentísimo que hablemos con Lucy y Paul!

—Podríamos visitarles juntos esta noche —dije, aunque de repente se me encogió el estómago al representarme la escena: «Mamá, papá, encantada de conoceros».

—Olvídalo, Gwen. No dejarán que vuelva a ir al año 1912 conmigo a no ser que el conde lo ordene expresamente.

Gideon me tendió la mano, me ayudó a ponerme en pie y luego se dedicó a alisar, no muy hábilmente, la maraña de cabellos enredados de mi nuca que él mismo se había encargado de revolver.

—Es una suerte que casualmente tenga un cronógrafo en casa —dije esforzándome por aparentar indiferencia—. Y que, por cierto, funciona a la perfección.

Gideon me miró fijamente.

—¿Qué?

—¡Vamos, no me digas que no lo sabía! ¿Cómo habría podido encontrarme con Lucas, si no?

Me puse la mano en el estómago, que ya empezaba a moverse como un tiovivo.

—Pensé que, mientras elapsabas, habías encontrado un modo de…

Gideon se disolvió en el aire ante mis ojos. Y yo le seguí unos segundos más tarde, no sin antes pasarme otra vez la mano por los cabellos.

Estaba convencida de que, cuando volviéramos, encontraríamos la Sala del Cronógrafo atestada de Vigilantes indignados por la actuación no autorizada de Gideon (secretamente también esperaba ver a mister Marley con un ojo morado de pie en un roncón, insistiendo en que se lo llevaran esposado), pero de hecho todo estaba muy tranquilo.

Solo estaban presentes Falk de Villiers… y mamá, sentada, hecha polvo, en una silla, retorciéndose las manos y mirándome con los ojos llorosos. Restos de rímel y de sombra de ojos formaban un irregular motivo a rayas sobre sus mejillas.

—Ah, aquí estáis —dijo Falk.

Su voz, y también su expresión, eran neutras, pero no había que excluir la posibilidad de que bajo esa fachada estuviera hirviendo de rabia. Sus lobunos ojos de ágata tenían un brillo extraño. Gideon, a mi lado, se irguió instintivamente y levantó un poco la barbilla, como si se preparara para enfrentarse a una reprimenda.

Rápidamente le cogí la mano.

—No ha sido culpa, no quería elapsar sola —solté precipitadamente—. Gideon no tenía intención de que el plan…

—Está bien, Gwendolyn. —Falk me dirigió una sonrisa cansada—. En este momento hay unas cuantas cosas aquí que no se ajustan al plan. —Se rascó la frente y dirigió una rápida mirada de soslayo a mamá—. Siento que nuestra conversación de este mediodía haya llegado a tus… que hayas tenido que enterarte de este modo. Puedo asegurarte que no ha sido nada intencionado. —Volvió a mirar a mamá—. Una noticia tan importante como esta debería comunicarse con ciertas precauciones.

Mamá no dijo nada y vi que se esforzaba en contener las lágrimas. Gideon me apretó la mano.

Falk lanzó un suspiro y continuó:

—Creo que Grace y tú tenéis un montón de cosas que hablar. Será mejor que os dejemos solas. Ante la puerta espera un adepto que os acompañará arriba cuando hayáis terminado. ¿Vienes, Gideon?

A regañadientes Gideon me soltó la mano, me dio un beso en la mejilla y aprovechó para susurrarme al oído: «Todo saldrá bien, Gwen. Y luego hablaremos de lo que has escondido en tu casa».

Me costó un gran esfuerzo dominarme y no aferrarme a él y ponerme a gritar «Por favor, quédate conmigo».

En silencio esperé a que Gideon y Falk abandonaran la habitación y cerraran la puerta. Luego me volví hacia mamá tratando de sonreír.

—Me sorprende que te hayan dejado entrar en su sanctasanctórum.

Mamá se levantó —insegura como una anciana— y esbozó una sonrisa.

—El de la cara de luna me ha vendado los ojos. Tenía un labio partido y supongo que por eso ha apretado el nudo más de la cuenta. Me tiraba del pelo, pero no me he atrevido a quejarme a pesar del daño que hacía.

—Sí, ya sé de qué va eso. —La compasión que me inspiraba el labio partido de mister Marley era muy poca—. Mamá…

—Ya sé que ahora me odias —me interrumpió—. Y te entiendo perfectamente.

—Mamá, yo…

—¡Siento tanto que haya ocurrido esto! Nunca tendría que haber permitido que las cosas llegaran a este extremo. —Dio un paso hacia mí y tendió los brazos para abrazarme, pero inmediatamente los dejó caer de nuevo, abatida—. ¡Siempre me ha dado miedo este día! Sabía que en algún momento tendría que llegar, y cuanto mayor te hacías, más miedo me daba. Tu abuelo… —Se quedó callada un segundo, y luego cogió aire y siguió adelante—: Mi padre y yo teníamos la intención de decírtelo juntos, cuando fueras lo bastante mayor para entenderlo y asumir la verdad.

—¿De modo que Lucas lo sabía?

—¡Naturalmente! Él ocultó a Lucy y a Paul en nuestra casa de Durham, y también fue idea suya que yo simulara un embarazo ante todos para que, si hacía falta, pudiera presentar al bebé (es decir, a ti) como mío. Lucy fue a hacerse las revisiones en Durham utilizando mi nombre; ella y Paul vivieron casi cuatro meses en nuestra casa mientras papá se ocupaba de dejar pistas falsas por media Europa. Bien mirado, era el escondite ideal. Nadie se interesó por mi embarazo. El parto debía ser en diciembre, y por eso tú no tenías ninguna importancia para los Vigilantes y la familia. —Mamá se quedó mirando fijamente el tapiz de la pared, absorta en sus pensamientos—. Hasta el final confiamos en que no sería necesario hacer saltar a Lucy y a Paul con el cronógrafo al pasado; pero uno de los detectives privados de los Vigilantes tenía nuestra casa bajo vigilancia… —Se estremeció al recordarlo—. Mi padre aún pudo avisarnos en el último momento. Lucy y Paul no tenían otra elección: tuvieron que huir, mientras que tú te quedaste con nosotros: un bebé diminuto con un divertido mechoncito de pelo en la cabeza y unos enormes ojos azules. —Las lágrimas rodaron por sus mejillas—. Nicolas y yo juramos que te protegeríamos, y desde el primer instante te quisimos como si fueras nuestra propia hija.

Sin darme cuenta, yo también había empezado a llorar.

—Mamá…

—¿Sabes?, nosotros nunca quisimos tener hijos. En la familia de Nicolas había tantas enfermedades…, y yo siempre pensé que la maternidad no estaba hecha para mí. Pero todo cambió cuando Lucy y Paul te confiaron a nosotros —dijo incapaz de dejar de llorar—. Nos hiciste tan… felices. Cambiaste radicalmente nuestras vidas y nos enseñaste lo maravillosos que son los niños. Si no hubiera sido por ti, seguro que Nick y Caroline nunca habrían venido a este mundo.

Los sollozos no le permitieron seguir hablando. Yo ya no pude soportarlo más y me lancé a sus brazos.

«¡Todo va bien, mamá!», traté de decirle, pero solo me salió una especie de gruñido. De todos modos, mamá pareció comprenderlo, porque me rodeó con sus brazos y me apretó muy fuerte, y durante un rato bastante largo no estuvimos en condiciones de hablar por la llorera. Hasta que Xemerius asomó la cabeza a través de la pared y dijo:

—¡Vaya, estás aquí! —Luego introdujo el resto de su cuerpo en la habitación, voló hasta la mesa, y se quedó ahí, inmóvil, contemplándonos con cara de curiosidad—. ¡Oh, no, por favor! ¡Ahora ya son dos fuentes! El modelo portátil «Niagara Falls» debía de estar en oferta hoy.

Me solté con suavidad.

—¡Tenemos que irnos, mamá! ¿No llevarás ningún pañuelo encima?

—¡Espero que haya suerte! —Revolvió en su bolso y me tendió uno—. ¿Cómo es que no tienes rímel por toda la cara? —me preguntó esbozando una sonrisa.

Me soné ruidosamente.

—Me temo que está todo pegado a la camiseta de Gideon.

—Realmente parece un buen chico. Aunque debes ir con cuidado… los De Villiers siempre nos han traído problemas a las mujeres Montrose. —Mamá abrió su polvera, se miró en el espejito y suspiró—. Vaya por Dios, parezco la madre de Frankenstein.

—Sí, supongo que esto solo se arregla con una bayeta —dijo Xemerius. Y después de pasar de un salto de la mesa al arca del rincón, nos miró ladeando la cabeza—: ¡Por lo que se ve, me he perdido un montón de cosas aquí! Ahí arriba, por otra parte, están todos excitadísimos. Hay gente importante vestida con traje por todos lados y a ese bobo de Marley parece que le han partido los morros. Y por cierto, Gwendolyn, todos están poniendo verde a tu «buen chico» porque por lo visto les ha destrozado los planes. Y, además, está sacando a todo el mundo de sus casillas porque no para de sonreír para sí como un idiota —me explicó.

Y aunque supongo que no existía absolutamente ninguna razón para eso, de repente me vi haciendo lo mismo, es decir, sonriendo para mí como una idiota.

Mamá me miró por encima del borde de la polvera.

—¿Me perdonas? —preguntó en voz baja.

—¡Ay, mamá! —La abracé tan fuerte que se le cayó todo al suelo—. ¡Te quiero tanto!

—¡Oh, por favor! —gimió Xemerius—. Ahora volverá a empezar todo desde el principio. ¡No te parece que ya es bastante húmedo esto!

—Así es como imagino que es el cielo —dijo Leslie, y giró sobre sí misma para dejarse impregnar por la atmósfera del fondo del armario de madame Rossini.

Su mirada se deslizó por los estantes con zapatos y botas de todas las épocas, luego por los sombreros, a continuación por las filas de percheros con vestido colgados, tan largas que no se distinguía el final, y por último de vuelta a madame Rossini, que nos había abierto la puerta del paraíso.

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