Esmeralda (15 page)

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Authors: Kerstin Gier

BOOK: Esmeralda
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—Sí, y la Tierra es plana —repliqué yo estúpidamente en voz alta. Todos en la mesa me miraron desconcertados.

—No, Gweny, la Tierra es como una bola —me corrigió amablemente Caroline—. Y se supone que vuela a toda velocidad a través del universo. Al principio yo tampoco quería creerlo. —Cortó un pedazo de tostada y los sostuvo ante el morro rosa del cerdito—. Pero en realidad resulta que es así. ¿No es verdad, Margret? ¿Un trocito más con jamón?

Nick soltó un débil gruñido y lady Arista torció la boca en una mueca de desaprobación.

—¿No habíamos establecido la regla de que en las comidas no podían estar presentes animales de trapo, muñecas ni amigos reales o imaginarios?

—Pero es que Margret se porta muy bien —repuso Caroline, aunque enseguida dejó resbalar el cerdo bajo la silla como una buena chica.

La tía Glenda estornudó ruidosamente. Por lo visto, ahora también era alérgica a los animales de trapo.

Aunque Xemerius había prometido defender el cronógrafo con su vida (en ese momento me reí, aunque no con muchas ganas) e informarme enseguida si Charlotte entraba en mi habitación, no podía dejar de pensar en lo que pasaría si el cronógrafo llegaba a manos de los Vigilantes. Pero darle vueltas a ese tema tampoco servía de nada; tenían que superar el día y confiar que todo fuera bien. Primera medida: bajé del autobús una parada antes para hacer algo contra mi cansancio en el Starbucks.

—¿Podrías prepararme tres espressos en un Caramel macchiato? —le pregunté al chico que estaba detrás del mostrador, y él respondió con ironía:

—¡Sí a cambio me das tu número de móvil!

Lo miré con un poco más de atención y le devolví la sonrisa halagada. Con sus cabellos oscuros y esa coleta súper larga me recordaba a uno de esos tipos apuestos que salen en las películas francesas. Naturalmente solo parecía guapo mientras no se comparara con Gideon, lo que estúpidamente hice al instante.

—Ya tiene novio —dijo alguien detrás de mí. Volví la cabeza molesta, y vi que era Raphael. El hermano de Gideon me guiño un ojo antes de añadir—: Además, es demasiado joven para ti, como podrás ver fácilmente por su uniforme. Un caffe latte y un muffin de arándanos, por favor.

Puse los ojos en blanco y cogí mi mezcla especial con una sonrisa de disculpa.

—No tengo novio, pero ahora mismo no tengo tiempo. Vuelve a preguntármelo dentro de dos años, ¿vale? —Lo haré —replicó el chico.

—Seguro que no lo hará —dijo Raphael—. Me apuesto lo que quieras a que les pide el número a todas las chicas guapas.

Sencillamente lo dejé plantado, pero Raphael volvió a alcanzar me en la acera.

—¡Eh, espera! Siento mucho haberte estropeado el ligue. —Miró su café con gran desconfianza—. Seguro que me ha escupido en el vaso.

Tomé un gran trago de mi vaso de papel, me quemé instantáneamente los labios, la lengua y la parte delantera de la garganta y me pregunté, cuando pude volver a pensar, si no habría sido mejor tomar el café por vía intravenosa.

—Ayer estuve con Celia, la que va a nuestra clase, en el cine —continuó Raphael—. Una chica genial. Increíblemente guapa y divertida. ¿No te parece?

—¿Quééé? —dije con la nariz metida en la espuma de leche. (Por lo visto, Xemerius me estaba influyendo.)

—Nos divertimos mucho juntos —siguió—. Pero será mejor que no se lo digas a Leslie, podría ponerse celosa.

Estuve a punto de echarme a reír. Qué ricura de chico, ahora quería manipularme.

—Muy bien. Callaré como una tumba.

—¿Así que crees que de verdad podría ponerse celosa? —preguntó Raphael rápidamente.

—¡Sí, claro! Loca de celos. Sobre todo teniendo en cuenta que no hay ninguna Celia en clase.

Raphael se rascó la nariz desconcertado.

—¿La rubia? ¿La de la fiesta?

—Cynthia.

—Es verdad que estuve con ella en el cine —protestó.

El uniforme de la clase, con su desastrosa combinación de amarillo tristón y azul marino, le sentaba aún peor que a los demás. Y el modo como se pasaba la mano por los cabellos me recordó a Nick y despertó mi instinto maternal. Me pareció que merecía un premio por no mostrarse tan arrogante y seguro de sí mismo como su hermano mayor.

—Se lo haré saber a Leslie suavizándolo un poco, ¿de acuerdo? —le propuse.

Rió tímidamente.

—Pero no le digas que me he equivocado de nombre… bueno… mejor que no le digas nada… o tal vez…

—Déjame hacer a mí. —Le tiré de la corbata como despedida—. ¡Y oye, felicidades! Hoy te has hecho bien el nudo.

—Lo ha hecho Cyndy —dijo Raphael sonriendo, un poco cortado—. O como se llame.

A primera hora teníamos clase de inglés con mister Whitman, que reaccionó a la noticia de la enfermedad de Charlotte con una simple inclinación de cabeza, a pesar de que no pude resistirme a la tentación de dibujar en el aire unas comillas mientras pronunciaba la palabra «enferma».

—Tendrías que haberlo traído —susurró Leslie mientras mister Whitman repartía los deberes corregidos de la semana anterior.

—¿El cronógrafo? ¿A la escuela? ¿Bromeas? ¿Y qué pasaría si lo descubre mister Whitman? A la Ardilla le daría un infarto. Aunque antes aún tendría tiempo de informar rápidamente a sus colegas Vigilantes, que me descuartizarían, me llevarían al potro, o harían lo que sea que dicten sus chaladas reglas de oro para un caso como este. —Le tendí a Leslie la llave del arca—. Aquí está la llave de tu corazón. En realidad quería dársela a Raphael, pero he pensado que no te gustaría, ¿no?

Leslie puso los ojos en blanco y volvió la cabeza hacia delante, donde estaba sentado Raphael, esforzándose en no mirarla. —Vuelve a colgártelo, y procura que Charlotte no te lo quite.

—Krav Maga —murmuró Leslie—. ¿No salía en una película con Jennifer López? ¿Esa en la que al final le da una paliza a su violento ex marido? A mí también me gustaría aprenderlo.

—¿Crees que Charlotte puede abrir el armario simplemente a puntapiés? Aunque tampoco me sorprendería que ella y Gideon hu-bieran aprendido a abrir cerraduras. Seguramente tenían un taller de prácticas con un agente del MI6: «Forzar sin palanqueta: el elegante método de la horquilla para el pelo». —Suspiré hondo.

—Si Charlotte supiera realmente lo que hemos encontrado, ya hace tiempo que habría avisado a los Vigilantes —dijo Leslie sacudiendo la cabeza—. Si es que tiene algo, debe de ser solo una sospecha. Cree que podrá encontrar alguna cosa con la que darse importancia y hacerte quedar mal a ti.

—Sí, y si lo encuentra… —Espero que estén discutiendo sobre el soneto número 130.

—Mister Whitman de repente estaba ante nosotras.

—Hace días que no hablamos de otra cosa —dijo Leslie.

Mister Whitman enarcó las cejas.

—Últimamente no puedo sustraerme a la impresión de que ustedes dos dedican demasiado tiempo a ocupaciones que no favorecen su rendimiento escolar. Una carta a los padres podría ser lo más recomendable en un caso como este. Creo que por el dinero que pagan por tener el privilegio de ofrecerles una formación en esta institución, podría esperarse un cierto grado de compromiso por su parte. —Con un ligero chasquido, nuestros deberes aterrizaron sobre la mesa—. Un poco más de interés por Shakespeare las hubiera ayudado en sus trabajos, cuyo resultado, por desgracia, es solo mediocre.

—¿Y por qué razón será? —murmuré enojada. ¡Qué descaro! ¿Primero tenía que sacrificar todo mi tiempo libre para viajes en el tiempo, pruebas de modista y clases de baile, y luego aún tenía que escuchar que no trabajaba bastante en la escuela?

—Charlotte es la viva prueba de que se pueden combinar muy bien las dos cosas, Gwendolyn —replicó mister Whitman como si me hubiera adivinado el pensamiento—. Sus notas son brillantes. Y nunca se ha quejado por nada. Podrías tomar perfectamente ejemplo de su autodisciplina.

Le dirigí una mirada asesina mientras se marchaba.

Leslie me dió un cariñoso codazo en las costillas.

—Alguna vez le diremos lo que pensamos a la cruel Ardilla. A más tardar en el momento en que tengamos el aprobado final en el bolsillo. Pero hoy sería un puro despilfarro de energía.

—Sí, tienes razón. Al fin y al cabo la necesito toda para mantenerme despierta. —Se me escapó un bostezo—. A ver si el triple espresso hace de una vez efecto.

Leslie asintió aprobatoriamente con la cabeza. —Muy bien, y cuando pase, tenemos que ponernos a reflexionar enseguida sobre cómo puedes saltarte el baile.

—¡Pero no puede estar enferma! —dijo mister Marley retorciéndose las manos desesperado—. Ya está todo preparado. ¿Cómo voy a explicárselo a los demás?

—No es culpa suya que me haya puesto enferma —dije con voz apagada, y salí de la limusina como si me costara horrores moverme—. Ni tampoco mía. Es una causa de fuerza mayor contra la que no se puede hacer nada.

¡Sí se puede! ¡E incluso se debe! —Mister Marley me miró indignado—. Y tampoco parece que esté tan enferma —añadió, lo que era un golpe bajo porque yo había superado mi vanidad y había vuelto a quitarme el maquillaje de mamá para las ojeras. Leslie había pensado incluso en mejorar el efecto con sombra de ojos de color gris y lila, pero después de echar una ojeada a mi cara había vuelto a guardar su bolsita de maquillaje. Los cercos bajo mis ojos no hubieran desentonado en absoluto en una película de vampiros y además estaba pálida como una sábana.

—Bueno, pero es que no se trata de lo enferma que parezca, sino de lo enferma que estoy en realidad —dije, y le pasé la cartera a mister Marley. Ya que estaba tan enferma y débil, por esa vez podía llevarla él—. Y creo que en estas circunstancias también se puede aplazar la visita al baile.

—¡No! ¡Totalmente descartado! —gritó mister Marley, e inmediatamente se tapó la boca con la mano y miró a su alrededor asustado—. ¿Sabe hasta qué punto han sido complicadas las tareas preparatorias? —continuó diciendo en un susurro mientras ponía rumbo al cuartel general y yo le seguía a paso de tortuga como si no tuviera fuerzas para mover las piernas—. No ha sido nada sencillo convencer al director de su escuela para que aceptara que el grupo de teatro aficionado utilizara el taller artístico del sótano como sala de ensayos. ¡Precisamente hoy! Y el conde de Saint Germain ha indicado expresamente…

Mister Marley empezaba a ponerme de los nervios. (¿Grupo de teatro aficionado? ¿Y el director Gilíes? No entendía ni media palabra. )

—Escuche: ¡estoy enferma! ¡¡¡Enferma!!! Ya me he tomado tres aspirinas y no ha servicio de nada. Al contrario, cada vez estoy peor. Y también tengo fiebre. Y me sofoco al andar.

Para reforzar mis palabras me agarre a la barandilla de la escalera de entrada y empecé a respirar roncamente.

—¡Mañana puede ponerse enferma, mañana! —berreó mister Marley—. ¡Mister George! Dígale que no puede ponerse enferma hasta mañana, que si no todo el plan temporal quedará… ¡echado a perder!

—¿Estás enferma, Gwendolyn?

Mister George, que había aparecido en la puerta, me rodeó atentamente con el brazo y me condujo al interior del edificio. Eso ya es taba mejor.

Asentí con cara de sufrimiento.

—Seguramente me ha contagiado Charlotte. —¡Aja! ¡Perfecto! Las dos teníamos la misma gripe inventada. Donde las dan las loman—. Siento como si fuera a estallarme la cabeza.

—Pero eso resulta realmente inconveniente ahora —dijo mister George.

—Todo el rato he estado intentando hacérselo comprender —dijo mister Marley exasperado mientras avanzaba a cámara lenta pegado a nuestros talones. Para variar, su cara no estaba roja como un tomate, sino cubierta de manchas blancas y rojas, como si no acabara de decidirse sobre cuál era el color adecuado para esa situación—. Supongo que el doctor White podrá darle alguna inyección, ¿no? Solo tiene que aguantar unas horas.

—Sí, sería una posibilidad —convino mister George. Le miré con el rabillo del ojo desconcertada. Francamente, había esperado un poco más de compasión y de apoyo por su parte. Ahora sí que empezaba a sentirme realmente enferma, pero más bien de miedo. De algún modo intuía que los Vigilantes no iban a mostrarse muy amables conmigo si se daban cuenta de que solo había estado fingiendo. Pero ya era demasiado tarde para volverse atrás.

En lugar de llevarme al taller de madame Rossini, donde se suponía que en ese momento debían enfundarme en mis ropas del siglo XVIII, mister George me condujo a la Sala del Dragón, y mister Marley nos siguió, con mi cartera en la mano, hablando excitada-mente consigo mismo.

El doctor White, Falk de Villiers, mister Whitman y otro hombre que no conocía (¿tal vez el ministro de Sanidad?) estaban sentados en torno a la mesa. Cuando mister George me empujó al interior de la habitación, todos volvieron la cabeza hacia la puerta y se nos quedaron mirando, lo que hizo que me pusiera todavía más nerviosa.

—Dice que está enferma —soltó mister Marley, que había entrado en la sala detrás de nosotros. Falk de Villiers se levantó.

—Cierre primero la puerta, por favor, mister Marley. Y ahora empecemos de nuevo. ¿Quién está enferma?

—¡Pues ella! —Mister Marley apuntó acusadoramente su dedo índice hacia mí y yo resistí la tentación de poner una vez más los ojos en blanco.

Mister George me soltó, se sentó lanzando un gemido en una silla libre y se secó el sudor de la calva dando unos toquecitos con su pañuelo.

—Sí, Gwendolyn no se encuentra bien.

—De verdad que lo siento —dije cuidándome mucho de mirar hacia abajo y a la derecha (una vez leí que todo el mundo mira arriba a la izquierda cuando miente)—, pero no me veo capaz de asistir al baile de hoy. Apenas puedo aguantarme en pie y cada vez me encuentro peor.

Para reforzar mis palabras, me apoyé en el respaldo de la silla de mister George, momento en el que me di cuenta de que Gideon también estaba en la sala y se me aceleró el corazón.

Era tan injusto que su simple presencia bastara para hacerme perder el aplomo mientras él estaba tan tranquilo allí de pie junto a la ventana, con las manos hundidas en los bolsillos de los vaqueros, sonriéndome como si nada. Aunque la verdad es que tampoco era una sonrisa insolente, amplia y radiante, sino solo una mínima elevación de las comisuras de los labios; pero, por otro lado, sus ojos también sonreían, y por alguna razón otra vez se me hizo un nudo en la garganta.

Rápidamente miré hacia otro lado y descubrí en la enorme chimenea al pequeño Robert, el hijo del doctor White que se había ahogado en la piscina cuando tenía siete años. Al principio el pequeño fantasma se había mostrado tímido conmigo, pero poco a poco había ido ganando confianza. Ahora me saludó con la mano entusiasmado, pero yo solo pude responderle con una breve inclinación de cabeza.

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