Esmeralda (17 page)

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Authors: Kerstin Gier

BOOK: Esmeralda
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—Pues sí que la llevaban, en todo caso en la
cogté
.

—No entiendo por qué te quejas, si te queda genial —dije con una sonrisa realmente desagradable—. Tu cabeza parece un bombón enorme.

—Sí, lo sé. —Gideon también sonrió—. Estoy para comerme. Pero al menos esto distrae la atención de los bombachos, espero.

—Los pantalones son muy pero que muy sexis —afirmó madame Rossini sin poder contener una risita.

—Me alegro de haberte hecho pasar un buen rato —comentó Gideon—. Madame Rossini, ¡mi capa!

Me mordí el labio para dejar de reír. Solo faltaba que empezara a tontear con ese cerdo como si no hubiera pasado nada, como si realmente fuéramos amigos. Pero ya era demasiado tarde.

Al pasar a mi lado, Gideon me acarició la mejilla tan de improviso que no me dio tiempo a reaccionar.

—Que te mejores, Gwendolyn.

—¡Ah, ahí va el pequeño rebelde! Directo a su aventura en el siglo XVI vestido como debe ser. —Madame Rossini sonrió satisfecha—. Aunque apuesto a que el chico malo se sacará el cuello por el camino.

Yo también miré al chico malo mientras se marchaba. Hummm… tal vez sí eran un pelín sexis los bombachos.

—Nosotros también tenemos que irnos —dijo mister Marley, y a continuación me sujetó por el codo y me soltó de nuevo inmediatamente como si se hubiera quemado.

De camino al coche se mantuvo a unos metros de distancia, a pesar de lo cual aún pude oír que murmuraba entre dientes:

—¡Inaudito! No es en absoluto mi tipo.

Mi miedo a que Charlotte pudiera encontrar el cronógrafo mientras yo estaba fuera resultó ser infundado. Había infravalorado la capacidad imaginativa de mi familia. Cuando llegué a casa, Nick estaba jugando con un yoyó ante la puerta de mi habitación.

—Por el momento solo los miembros tienen acceso al cuartel general —dijo—. ¿Contraseña?

—Yo soy el capo, ¿lo has olvidado? —Le revolví el pelo—. ¡Argh! ¿Otra vez chicle?

Nick se dispuso a protestar indignado, y yo aproveché la oportunidad para deslizarme dentro de mi cuarto.

Mi dormitorio estaba irreconocible. Mi tía abuela, reclamada por mister Bernhard —que seguramente aún seguía corriendo de una floristería a otra—, se había pasado el día allí dentro y había conseguido darle su propio toque personal a la habitación. No es que fuera desordenada, pero tengo que reconocer que, por alguna razón, mis cosas tendían a cubrir todo el suelo de mi cuarto. Por primera vez desde hacía mucho tiempo, podía volver a verse la alfombra, la cama estaba hecha —la tía Maddy había sacado de algún sitio, como por arte de magia, una colcha blanca y unos cojines a juego—, la ropa estaba bien doblada sobre la silla, los papeles, cuadernos y libros de la escuela que rondaban por todas partes estaban apilados en orden sobre el escritorio e incluso la maceta con el helecho reseco había desaparecido de la repisa de la ventana. En su lugar había un precioso arreglo floral que desprendía un delicado aroma a fresas. Incluso Xemerius, en vez de balancearse de forma anárquica colgado de la lámpara del lecho, estaba decorativamente sentado sobre la cómoda, con su cola de dragón enrollada en torno al cuerpo, justo al lado de una enorme bandeja de caramelos.

—Qué atmósfera más distinta, ¿eh? —me saludó—. Tu tía abuela entiende algo de feng shui, eso hay que reconocérselo.

—No te preocupes, no he tirado nada —dijo la tía Maddy, que estaba sentada sobre la cama con un libro en las manos—. Solo he ordenado un poco y he sacado el polvo para que fuera más agradable. —No pude menos de correr a besarla—. He estado todo el día terriblemente preocupada.

Xemerius asintió enérgicamente con la cabeza.

—¡Y con razón! Apenas habíamos leído diez páginas, bueno, quiero decir, apenas la tía Maddy había leído diez páginas cuando Charlotte se deslizó dentro de la habitación —me informó—. Se quedó atónita cuando vio a la tía, pero enseguida se rehízo y dijo que había venido a buscar una goma.

La tía Maddy me explicó lo mismo.

—Como acababa de ordenar el escritorio, pude ayudarla en eso. Por cierto, también he sacado punta a tus lápices y los he clasificado por colores. Después vino otra vez, supuestamente para devolver la goma. Por la tarde Nick y yo nos hemos ido relevando; al fin y al cabo, también tenía que ir al lavabo de vez en cuando.

—Cinco veces, para ser exactos —dijo Nick, que me había seguido.

—Es por todo ese té —aclaró la tía Maddy disculpándose.

—Muchas gracias, tía Maddy, ¡has estado fantástica! Todos habéis estado fantásticos.

Volví a alborotarle el pelo a Nick.

La tía Maddy se echó a reír.

—Me gusta ser de utilidad. Ya le he dicho a Violet que mañana tendremos que vernos en tu habitación.

—¡Tía Maddy! ¿No le habrás hablado a Violet del cronógrafo? —exclamó Nick.

Violet Purpleplum era para la tía Maddy más o menos lo que Leslie para mí.

—¡Claro que no! —La tía Maddy le dirigió una mirada indignada—. ¡Lo juré por mi vida! Le he dicho que la luz aquí arriba era mejor para hacer trabajos manuales y que así lady Arista no nos molestaría. De todos modos, una de tus ventanas no cierra bien, querida: hay corriente, todo el tiempo he estado notando como un soplo de aire frío.

Xemerius puso cara de culpable.

—No lo hago intencionadamente —dijo—. Es que el libro era tan emocionante que…

Pero yo ya estaba pensando en la noche que me esperaba.

—Tía Maddy, ¿sabes quién ocupaba mi habitación en noviembre de 1993?

Mi tía abuela arrugó la frente, tratando de recordar.

—¿En 1993? Déjame que piense. ¿Margret Thatcher aún era primera ministra en esa época? Entonces era… a ver, ¿cómo se llamaba?, lo tengo en la punta de la lengua.

—¡Uf! La buena señora lo confunde todo —dijo Xemerius—. ¡Será mejor que me lo preguntes a mí! 1993 fue el año en que llegó a los cines
El día de la marmota
, la he visto catorce veces; además, se hizo pública la relación del príncipe Carlos con Camilla Parker-Bowles, y el primer ministro se llamaba…

—Eso no importa —le interrumpí—. Solo quiero saber si puedo saltar esta noche sin peligro al año 1993 desde aquí. —Me parecía la opción más segura, porque no se podía descartar que Charlotte se hubiera procurado un traje de camuflaje negro y estuviera haciendo guardia en el pasillo las veinticuatro horas—. ¿Estaba ocupada o no la habitación, tía Maddy?


Llanfairpwllgwyngyllgogerychwyrndrobwllllantysiliogogogoch
—exclamo la tía Maddy, y Xemerius, Nick y yo la miramos perplejos.

—Esta mujer ha perdido definitivamente el oremus —dijo Xemerius—. Esta tarde ya me ha llamado la atención que al leer siempre riera en el sitio equivocado.


Llanfairpwllgwyngyllgogerychwyrndrobwllllantysiliogogogoch
—repitió la tía Maddy, y a continuación nos dirigió una sonrisa radiante y se llevó un caramelo de limón a la boca—. Así se llamaba la ciudad de Gales de donde procedía nuestra ama de llaves. Para que luego digan que no tengo buena memoria.

—Tía Maddy, solo quiero saber si…

—Sí, sí, ya lo he entendido. El ama de llaves se llamaba Gladiola Langdon y vivió a principios de los años noventa en la habitación de tu madre —me interrumpió—. ¿Qué, te sorprende eso? ¿Sabes?, en contra de la opinión común, tu tía abuela tiene un cerebro que funciona extraordinariamente bien. En esa época las restantes habitaciones de aquí arriba se utilizaban solo de vez en cuando como habitaciones de invitados, y el resto del tiempo estaban vacías. Y Gladiola tenía muy mal oído. De modo que puedes subir sin miedo a tu máquina del tiempo y volver a bajar en el año 1993. —La tía Maddy rió entre dientes—. Gladiola Langdon: no creo que olvidemos nunca su
apple pie
. La pobre ni siquiera se preocupaba de apartar los corazones.

Mamá tenía bastantes remordimientos de conciencia por lo de mi supuesta gripe. Después de que Falk de Villiers la hubiera llamado personalmente por la tarde y le hubiera comunicado los consejos del doctor White sobre guardar cama y tomar muchas bebidas calientes, me repitió unas cien veces lo mal que se sentía por no haberme escuchado, luego me exprimió tres limones a mano y a continuación sentó media hora junto a mi cama para asegurarse de que me lo bebiera todo. Además, como había castañeteado con los dientes de una forma un poco demasiado convincente, me envolvió en dos mantas y, por si fuera poco, me colocó una bolsa de agua caliente en los pies.

—Soy una mala madre —dijo mientras me acariciaba la cabeza—. Y eso en una situación que ya debe de ser bastante dura de soportar para ti.

Sí, de hecho en eso tenía razón. Y no solo porque me sentía como si estuviera en una sauna y sobre mi vientre se pudieran freír dos huevos. Durante unos segundos me permití hundirme en la autocompasión.

—No eres una mala madre, mami —le dije luego.

Pero en lugar de tranquilizarse, me pareció que estaba aún más preocupada que antes si cabe.

—Espero que no te dejen hacer nada peligroso, esos viejos obsesionados con sus secretos.

Tomé cuatro sorbitos seguidos de limón caliente. Una vez más me encontraba ante el dilema de ponerla al corriente de todo o seguir callando como hasta entonces. No me sentía nada bien teniendo que mentirle, u ocultándole cosas importantes, pero tampoco quería que tuviera que preocuparse por mí o que la tomara con los Vigilantes. Además, seguramente no daría saltos de alegría si le explicaba que tenía escondido el cronógrafo en casa y que organizaba viajes en el tiempo por mi cuenta.

—Falk me ha asegurado que te limitas a permanecer sentada en un sótano haciendo los deberes —dijo—. Y que lo único que puede preocuparme es que tengas que estar tanto tiempo sin ver la luz del sol.

Dudé un segundo antes de decirle con una media sonrisa:

—En eso tiene razón. Está oscuro y es terriblemente aburrido.

—Eso está bien. No me gustaría que te ocurriera lo que a Lucy.

—Mamá, ¿qué pasó exactamente?

No era la primera vez en las dos últimas semanas que le hacía esa pregunta sin obtener una respuesta satisfactoria.

—Pero si ya lo sabes. —Mamá volvió a acariciarme la cabeza—. ¡Oh, mi pobre ratoncito! Si estás ardiendo de fiebre.

Le aparté la mano con suavidad. Sí, lo de que ardía era cierto, pero no de fiebre.

—Mamá, me gustaría saber qué pasó —dije.

Dudó un momento antes de explicar lo que hacía tiempo que ya sabía: que Lucy y Paul eran de la opinión que el círculo de sangre no debía cerrarse y que habían robado el cronógrafo y se habían escondido con él porque los Vigilantes no compartían su punto de vista.

—Y como era prácticamente imposible escapar a la red de espionaje de los Vigilantes (seguro que también tienen gente en Scotland Yard y en los servicios secretos), al final Lucy y Paul no tuvieron más remedio que saltar con el cronógrafo al pasado no se sabe a ciencia cierta a qué año —seguí yo en su lugar, y levanté discretamente las mantas con los pies para refrescarme un poco.

—Eso es. Y créeme, no fue nada fácil para ellos dejarlo todo atrás —Mamá parecía a punto de echarse a llorar.

—Sí, pero ¿por qué opinaban que el círculo de sangre no debía cerrarse?

¡Por Dios, no había quien soportara ese calor! ¿Por qué no me había limitado a decir que tenía escalofríos?

Mamá se quedó mirando al vacío.

—Solo sé que no se fiaban de las intenciones del conde de Saint Germain —continuó— y que estaban convencidos de que el secreto de los Vigilantes estaba basado en una mentira. Hoy me arrepiento de no haber querido saber más… pero creo que a Lucy ya le parecía bien así. No quería ponerme en peligro a mí también.

—Los Vigilantes creen que el secreto del círculo de sangre es una especie de remedio milagroso. Una medicina que curará todas las enfermedades de la humanidad —dije, y por la cara que puso mamá comprendí que aquella información no constituía ninguna novedad para ella—. ¿Por qué iban a querer impedir Lucy y Paul que se encontrara un remedio así? ¿Por qué Lucy y Paul iban a estar en contra?

—Porque… el precio que había que pagar les parecía demasiado alto —respondió mamá en un susurro. Una lágrima brotó de sus ojos y resbaló por su mejilla. Se apresuró a secársela con el dorso de la mano y se levantó—. Trata de dormir un poco, tesoro —dijo recuperada su voz normal—. Seguro que pronto se te pasará el frío. Dormir es siempre la mejor medicina.

—Buenas noches, mamá.

En otras circunstancias seguro que habría seguido acribillándola a preguntas, pero en ese momento apenas podía esperar a que la puerta de mi habitación se cerrara tras ella. En cuanto salió, aparté las mantas de un tirón y abrí la ventana tan deprisa que asusté a dos palomas (¿o palomas fantasma?) que se habían instalado en el alféizar. Cuando Ximerius volvió de su vuelo de control por la casa, ya me había cambiado mi pijama empapado de sudor por uno nuevo.

—Todos están en sus camas, incluida Charlotte, pero ella mira al techo con los ojos bien abiertos y hace estiramientos para las pantorrillas —informó Xemerius—. Uf, pareces una langosta.

—Y también me siento como una langosta.

Lancé un suspiro y fui a echar el cerrojo. Nadie, y menos que nadie Charlotte, debía entrar en mi habitación mientras estuviera fuera. No tenía ni idea de lo que se proponía hacer con sus pantorrillas distendidas, pero en todo caso no debía entrar de ningún modo en la habitación.

Abrí el armario empotrado y respiré hondo. Era un ejercicio extremadamente fatigoso avanzar reptando por ese agujero hasta llegar al cocodrilo, en cuyo vientre descansaba el cronógrafo instalado en su lecho de virutas. Por el camino, mi pijama limpio se tiñó de un gris sucio en toda la parte delantera y se me quedaron pegadas un montón de telarañas. Realmente repugnante.

—Tienes… una cosita aquí —dijo Xemerius señalándome el pecho cuando salí arrastrándome del agujero con el cronógrafo en brazos. La cosita resultó ser una araña tan grande como la palma de la mano de Caroline. (O casi.) Tuve que hacer un gran esfuerzo para reprimir un grito que no solo habría despertado a todos los habitantes de la casa, sino al barrio entero. La araña corrió a buscar refugio bajo la cama. (Es increíble lo rápido que se puede correr con ocho patas.)

—¡Puaj! —repetí durante un minuto más o menos, y luego empecé a ajustar el cronógrafo estremeciéndome todavía de asco.

—No hagas tantos aspavientos —dijo Xemerius—. Hay arañas veinte veces más grandes que esta.

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