Authors: Kerstin Gier
—¿Qué quieres decir?
Vi cómo la mano de Lucas barría de la mesa el libro de
Anna Karenina
.
—¡Ese ruido!
—Yo no he oído nada —dijo Lucas, pero no pudo evitar que lady Arista se volviera hacia mí. Sin necesidad de verlo, pude sentir cómo sus ojos echaban chispas sobre la arrogante nariz mientras buscaba el origen del ruido.
¿Y ahora qué?
Lucas carraspeó y le dio una fuerte bofetada al libro, que se deslizó por el suelo de parquet y se detuvo a medio metro del escritorio. Se me encogió el estómago al ver que lady Arista daba un paso hacia mí.
—Pero si es… —murmuró para sí lady Arista.
—Ahora o nunca —dijo Lucas, y supuse que se refería a mí. Con gesto decidido lancé atrevidamente el brazo hacia delante, atrapé el libro y lo apreté contra mi pecho. Mi abuela lanzó un grito de sorpresa, pero antes de que se agachara y me descubriera bajo el escritorio, sus zapatillas bordadas se desvanecieron ante mis ojos.
De vuelta al año 2011, salí reptando de debajo del escritorio con el corazón palpitante y agradecí a Dios que desde 1993 no hubieran movido el mueble de lado ni un centímetro.
Pobre lady Arista, después de haber visto cómo al escritorio le salían brazos y se comía un libro probablemente necesitaría otro whisky.
Yo, en cambio, solo necesitaba mi cama. Cuando Charlotte se interpuso en mi camino en el segundo piso, ni siquiera me sobresalté, como si mi corazón hubiera decidido que por ese día ya había tenido bastante emociones.
—He oído que estabas muy enferma y que tenías que guardar cama.
Encendió una linterna de bolsillo y me deslumbró con una cegadora luz de LED, lo que me hizo caer en la cuenta de que me había dejado olvidada la linterna de Nick en algún sitio en el año 1993. Seguramente en el armario empotrado.
—Exacto. Por lo visto me has contagiado —dije—. Parece que es una enfermedad que no te deja dormir por la noche. He ido a buscar algo para leer. ¿Y tú qué haces? ¿Entrenándote un poco?
—¿Por qué no? —Charlotte se acercó un paso más y apuntó la linterna hacia mi libro—. ¿
Anna Karenina
? ¿No es un poco difícil para ti?
—¿Tú crees? Bueno, entonces quizá será mejor que cambiemos. Yo te doy
Anna Karenina
y tú me prestas
A la sombra de la colina de los vampiros
.
Charlotte calló durante unos segundos desconcertada. Y luego volvió a deslumbrarme con la fría luz de la linterna.
—Enséñame lo que hay en esa arca y entonces tal vez pueda ayudarte a evitar lo peor, Gwenny.
¡Vaya!, si también podía hablar en un tono completamente distinto, suave y meloso; casi parecía un poco preocupada.
Pasé a su lado (con los abdominales en tensión).
—¡Olvídalo, Charlotte! Y mantente alejada de mi habitación, ¿está claro?
—Si estoy en lo cierto, eres aún más tonta de lo que había imaginado.
Su voz sonaba otra vez como siempre. Aunque esperaba que me cortara el paso y —como mínimo— me diera una patada en la espinilla, me dejó marchar. Solo la luz de su linterna me persiguió todavía durante un trecho.
No se puede parar el tiempo, pero para el amor a veces se detiene.
Pearl S. Buck
Cuando llamaron a la puerta hacia las diez, me desperté sobresaltada de un sueño profundo, aunque ya era la tercera vez que me despertaban esa mañana. La primera vez había sido a las siete, cuando mamá vino a interesarse por mi estado de salud («Ya no tienes fiebre, eso demuestra que tienes una constitución fuerte. ¡Mañana podrás volver a clase!»). La segunda vez, tres cuartos de hora más tarde, había sido Leslie, que dio un rodeo expresamente para venir a verme de camino a la escuela, porque de madrugada yo le había enviado un SMS:
Que el SMS no consistiera exclusivamente en una acumulación de letras sin sentido era algo que aún me maravillaba, porque, después de haber entrado en mi habitación cerrada, a través del alféizar de la ventana —a unos catorce metros por encima de la acera según mis cálculos—, estaba a punto de desmayarme de miedo y mis manos temblaban tanto que apenas podía acertar con las teclas. Había sido idea de Xemerius que trepara a la ventana de la habitación de Nick y me deslizara hasta la mía por el alféizar pegada a la pared de la casa; aunque su única contribución al éxito de la operación había consistido en aullar «¡Sobre todo no mires abajo!» y «¡Uau, qué alto está esto!».
Leslie y yo solo habíamos tenido unos minutos de tiempo para hablar antes de que ella tuviera que irse a la escuela y yo me hubiera vuelto a dormir profundamente. Hasta que se oyeron voces fuera y una cabeza pelirroja asomó por la rendija de la puerta.
—Buenos días —dijo mister Marley en tono formal.
Xemerius, que estaba dormitando al pie de mi cama, se incorporó de un salto.
—¿Qué hace aquí la alarma de incendios?
Me subí la manta hasta la barbilla.
—¿Se quema algo? —pregunté, menos inspirada aún que Xemerius—. Según mi madre, no tenían que venir a recogerme para elapsar hasta la tarde. ¡Y en todo caso no sacándome directamente de la cama, por Dios!
—¡Joven, esto ya supera todos los límites! —gritó una voz detrás de mister Marley. La tía Maddy le dio un empujoncito para hacerse sitio y se coló en la habitación—. Es evidente que no tiene usted modales —continuó—. Si no, no se atrevería a irrumpir así en el dormitorio de una muchacha.
—Eso. Y yo tampoco estoy preparado aún para recibir visitas —dijo Xemerius, y empezó a lamerse la pata delantera.
—Yo… yo… —balbució mister Marley con la cara enrojecida.
—¡Su comportamiento es realmente inadmisible!
—¡Tía Maddy, no te metas en esto! —La tercera en discordia era Charlotte, vestida con vaqueros y un jersey verde fosforescente que hacía que sus cabellos brillaran como fuego—. Mister Marley y mister Brewer solo han venido a recoger una cosa.
Mister Brewer tenía que ser el joven con traje negro que en ese momento hacía su entrada. El número cuatro. Poco a poco me iba sintiendo como en la Victoria Station en hora punta. Pero mi habitación no tenía ni de cerca los metros cuadrados adecuados para el caso.
Charlotte se adelantó a codazos para abrirse camino.
—¿Dónde está el arca? —preguntó.
—El perro del ventero ladra a los de fuera y muerde a los de dentro —recitó Xemerius.
—¿Qué arca?
Yo aún seguía sentada petrificada bajo mi manta. Y tampoco tenía ninguna intención de levantarme, porque seguía llevando el pijama hecho un asco y no pensaba permitir que mister Marley disfrutara de la visión. Ya bastaba con que me viera con los cabellos revueltos.
—¡Lo sabes perfectamente! —Charlotte se inclinó sobre mí—. Vamos, ¿dónde está?
Los ricitos de la tía Maddy y se encresparon de indignación.
—Nadie va a tocar el arca —ordenó en un tono sorprendentemente autoritario.
Aunque no podía competir ni de lejos con la dureza del de lady Arista:
—¡Madeleine! Ya te he dicho que te quedaras abajo. —Ahora también mi abuela entró en la habitación, tiesa como un palo y con la barbilla levantada—. Esto no te incumbe.
Entretanto, Charlotte se abrió paso entre la multitud en dirección al armario, abrió la puerta de un tirón y señaló el arca.
—¡Aquí está!
—Pues claro que me incumbe. Es mi arca —exclamó la tía Maddy, esta vez con una nota de desesperación en la voz—. ¡Solo se la he prestado a Gwendolyn!
—Tonterías —dijo lady Arista—. El arca pertenecía a Lucas. De hecho, durante todos estos años me he preguntado muchas veces dónde podía estar. —Sus ojos, de un azul de hielo, me repasaron de arriba abajo—. Jovencita, si Charlotte tiene razón, no me gustaría estar en tu piel.
Me subí la manta un poquito más y pensé en la posibilidad de desaparecer del todo debajo.
—Está cerrada —informó Charlotte inclinada sobre el arca.
Lady Arista tendió la mano hacia mí.
—La llave, Gwendolyn.
—No la tengo. —Mi voz quedo amortiguada por la manta—. Y tampoco entiendo qué…
—Ahora no te pongas testaruda —me interrumpió lady Arista. Pero como Leslie se había vuelto a colgar la llave al cuello, no me quedaba más remedio que ponerme testaruda.
Charlotte empezó a revolver los cajones de mi escritorio y la tía Maddy le dio una palmadita en los dedos.
—¡Deberías avergonzarte!
Mister Marley se aclaró la garganta.
—Con su permiso, lady Montrose, debo decir que en Temple disponemos de los medios y recursos necesarios para abrir la cerradura en caso de no disponer de la llave…
—«Los medios y recursos necesarios» —dijo Xemerius imitando sus aires de misterio—. Como si las palanquetas tuvieran propiedades mágicas. ¡Estúpido fanfarrón!
—Muy bien, entonces llévense el arca —dijo lady Arista, y se volvió hacia la puerta—. ¡Mister Bernhard —la oí gritar—, acompañe a estos señores abajo!
—A primera vista uno diría que ya tienen suficientes antigüedades en ese edificio —dijo Xemerius—. Unos tipos codiciosos, esos Vigilantes.
—¡Protesto una vez más contra este atropello! —gritó la tía Maddy mientras mister Marley y el otro hombre se llevaban el arca de la habitación sin decir palabra—. Esto es… allanamiento de morada. Cuando Grace se entere de que han entrado en sus habitaciones sin permiso, montará en cólera.
—Esta sigue siendo mi casa y aquí valen mis reglas —dijo lady Arista fríamente, y antes de marcharse añadió—: Que Gwendolyn no sea consciente de sus deberes y por desgracia se muestre indigna de ser una Montrose, puede justificarse por su edad y su falta de conocimientos, ¡pero tú, Madeleine, deberías saber por qué objetivos luchó tu hermano durante toda su vida! De ti había esperado más sentido del honor familiar. Estoy muy decepcionada con las dos.
—Yo también estoy decepcionada. —La tía Maddy puso los brazos en jarras y dirigió una mirada furiosa a lady Arista, que había dado media vuelta y salía muy tiesa de la habitación—. Con las dos. ¡Al fin y al cabo somos una familia! —Como lady Arista ya no podía oírla, se volvió hacia Charlotte—: ¡Liebrecilla! ¿Cómo has podido hacerlo?
Charlotte se sonrojó. Durante un brevísimo instante me recordó al inefable mister Marley y pensé en dónde habría metido el móvil, porque me habría encantado conservar esa imagen para la posteridad, o para posteriores intentos de chantaje.
—No podía permitir que Gwendolyn boicoteara algo que ni siquiera es capaz de comprender —dijo Charlotte (incluso le temblaba un poco la voz)— solo por ese afán que tiene de colocarse siempre en primer plano. Ella… no siente ningún respeto por los misterios a os que se encuentra ligada inmerecidamente. —Me lanzó una mirada venenosa y aquello pareció ayudarla a recuperar un poco el aplomo—. ¡Has montado este lío tú sola! —resopló con nuevos ánimos—. ¡Incluso me ofrecí a ayudarte! ¡Pero no! Tú siempre tienes que saltarte todas las reglas.
Y dicho esto, volvió a ser la misma de siempre e hizo lo que mejor sabía hacer: echarse el pelo hacia atrás orgullosamente y salir con paso firme de la habitación.
—Oh, Dios, Dios, Dios —exclamó la tía Maddy dejándose caer pesadamente sobre mi cama. (Xemerius tuvo el tiempo justo para rodar de lado y salvarse en el último momento.)—. ¿Qué vamos a hacer ahora? Seguro que vendrán a buscarme cuando hayan abierto el arca, y es más que seguro que no se andarán con chiquitas contigo. —Cogió la lata de caramelos de limón del bolsillo de la falta y se metió cinco de golpe en la boca—. Sencillamente no puedo soportarlo.
—¡Tranquila, tía Maddy! —Me pasé los dedos por el pelo y le sonreí—: Lo único que hay dentro del arca es mi atlas y las obras completas de Jane Austen que me regalaste por Navidad.
—Oh. —La tía Maddy se frotó la nariz y lanzó un resoplido de alivio—. Naturalmente ya lo había pensado —dijo chupeteando frenéticamente los caramelos—. Pero ¿dónde…?
—En lugar seguro, espero. —Suspiré hondo y pasé las piernas por encima del borde de la cama—. Pero por si vuelven enseguida con una orden de registro o algo así, será mejor que me vaya a duchar. Y, por cierto, ¡muchas gracias por tu consejo de ayer! Con que todas las habitaciones estaban vacías. ¡Aterricé en el dormitorio de la tía Glenda y el ex tío Charlie!
—¡Uy! —exclamó la ti Maddy, y del susto se tragó un caramelo.
Esa mañana no volví a ver a Charlotte ni a mi abuela. El teléfono sonó unas cuantas veces en el piso de abajo y también una en el nuestro, pero era mi madre, que quería saber cómo me encontraba.
Más tarde vino de visita la amiga de la tía Maddy, mistress Purpleplum, y oí cómo las dos reían como dos niñas pequeñas. Pero, por lo demás, todo permaneció tranquilo. Antes de que me recogieran al mediodía para llevarme a Temple. Xemerius y yo aún pudimos dedicarnos un rato a la lectura de Anna Karenina, quiero decir, a la parte que no había sido redactada por Tolstói. Las páginas 400 a 600 contenían principalmente transcripciones de las Crónicas y los
Anales de los Vigilantes
. Lucas había escrito en referencia a ellas: «Estas son solo las partes más interesantes, querida nieta»; pero, para ser sincera, al principio no las encontré especialmente interesante. Los llamados «Principios sobre la naturaleza del tiempo», redactados personalmente por el conde de Saint Germain, superaron mis capacidades cerebrales ya desde la primera frase. «Si bien en el presente el pasado ya ha sucedido, es preciso extremar la prudencia para no poner en peligro lo presente a través de lo pasado al hacerlo presente.»
—¿Tú lo entiendes? —le pregunté a Xemerius—. ¿Por un lado de todos modos ya ha sucedido todo y por eso también sucederá como ha sucedido, y por otro lado no se puede infectar a nadie con virus de la gripe? ¿O qué sentido tiene, si no?
Xemerius sacudió la cabeza.
—Nos lo saltamos y ya está, ¿vale?
Pero también el ensayo de un tal doctor M. Giordano (no creo que fuera una casualidad, ¿no?) con el título «El conde de Saint Germain, viajero del tiempo y visionario − Análisis de fuentes a partir de cartas y actas de la Inquisición», publicado en 1992 en una revista especializada en la investigación histórica, empezaba con una frase tipo gusano de ocho líneas de largo que no invitaba precisamente a seguir leyendo.
Por lo visto, Xemerius pensaba lo mismo que yo, porque vociferó «¡Qué aburrido!», de manera que también me lo salté y fui pasando páginas hasta llegar al punto en que Lucas había recopilado todos los verso y rimas. Algunos ya los conocía de antes, pero incluso los que eran nuevos para mí me parecieron confusos, cargados de símbolos y abiertos a muchas interpretaciones, como las visiones de la tía Maddy. Las palabras «muerte» e «inmortal» estaban sobrerepresentadas, asociadas con frecuencia a «suerte» y «fatal».