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Authors: Kerstin Gier

Esmeralda (10 page)

BOOK: Esmeralda
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Yo misma sentía una especia de flojera en el estómago, pero no tenía más remedio que seguir adelante. Las situaciones especiales requieren medidas especiales, habría dicho Leslie. De modo que ignoré la mirada horrorizada de Lucas y apoyé la hoja sobre la parte interna del antebrazo, unos diez centímetros por encima de la muñeca. Sin presionar mucho, la moví transversalmente sobre la blanca piel. Aunque solo tenía que ser un corte superficial, se hundió más de lo que esperaba; la fina línea roja se ensanchó rápidamente y goteó sangre de la herida. El dolor, una desagradable quemazón, llegó un segundo más tarde. Formando un reguero fino pero continuo, la sangre se deslizó por el brazo y cayó en la taza de té que temblaba en la mano de Lucas.

—Corta la piel como si fuese mantequilla —dije impresionada—. Ya lo dijo Leslie que este cuchillo es realmente mortífero.

—Guárdalo ya —exigió Lucas, que parecía que iba a vomitar de un momento a otro—. Demonios, realmente tienes mucho coraje. Una auténtica Montrose, podría decirse, fiel a nuestro lema familiar…

Reí entre dientes.

—Sí, seguro que lo he heredado de ti.

La sonrisa de Lucas resultó un poco forzada.

—¿Y no te duele?

—Claro que me duele —dije, y eché una ojeada a la taza—. ¿Basta con esta cantidad?

—Sí, debería bastar.

Lucas parecía un poco mareado.

—¿Quieres que abra la ventana?

—Está bien. —Colocó la taza junto al cronógrafo y respiró hondo—. El resto es sencillo. —Cogió la pipeta—. Solo tengo que dejar caer tres gotas de tu sangre en estas dos aberturas; ¿ves?: aquí debajo, el cuervo minúsculo y el signo del yin y el yang, y luego giro la rueda y muevo esta palanca. Bueno, ya está. ¿Oyes eso?

En el interior del cronógrafo varias ruedecitas empezaron a girar; se oyeron una serie de crujidos, tableteos y zumbidos y el aire parecía calentarse. El rubí se iluminó brevemente, y luego las ruedecitas volvieron a pararse y todo quedó como antes.

—Inquietante, ¿eh?

Asentí y traté de ignorar que se me había erizado todo el vello de mi cuerpo.

—Eso significa que en este cronógrafo se encuentra ahora la sangre de todos los viajeros del tiempo excepto la de Gideon, ¿no? ¿Qué pasaría si también se registrara su sangre?

—Aparte de que nadie lo sabe a ciencia cierta, estas informaciones son estrictamente confidenciales —dijo Lucas, que poco a poco iba recuperando el color de la cara—. Todos y cada uno de los Vigilantes han tenido que jurar que no hablarán con nadie ajeno a la logia del secreto en toda su vida.

—Oh.

Lucas suspiró.

—Pero, bueno, yo tengo una especie de debilidad por romper juramentos. —Señaló un pequeño compartimento del cronógrafo que estaba adornado con una estrella de doce puntas—. Lo que está claro es que de este modo se completará un proceso en el interior del cronógrafo y algo aterrizará en este compartimento. En las profecías se habla de la esencia bajo la Constelación de los Doce y también de la piedra filosofal. «Las preciosas alcanzan la unidad, del aroma del tiempo el aire se satura, y una permanece fija por toda la eternidad».

—¿Ese es todo el secreto? —dije decepcionada—. Una vaguedad más que se puede interpretar de mil maneras.

—Bueno, si se reúnen todos los indicios, en realidad es bastante concreto. «Cura todo achaque y toda pestilencia, bajo la Constelación de los Doce se cumple la sentencia». Se supone que, correctamente empleada, esta sustancia debe ser capaz de curar todas las enfermedades de la humanidad.

Eso ya sonaba mejor.

—Para conseguir algo así, realmente tendrían sentido todas estas complicaciones —murmuré mientras pensaba en el voto secreto de los Vigilantes y en sus enrevesadas reglas y rituales. Bajo estas circunstancias podía comprender incluso que se las dieran de importantes. Lo cierto era que para conseguir una medicina milagrosa de ese tipo valía la pena esperar unos siglos, y el conde de Saint Germain merecía todo el respeto y toda la consideración por haber descubierto todo eso y haber sido el primero en hacerlo posible. Si no fuera un tipo tan antipático…

—Lucy y Paul, sin embargo, no estaban tan seguros de que la piedra filosofal fuera realmente lo que pensamos —dijo Lucas como si me hubiera leído el pensamiento—. Ellos dicen que es difícil creer que alguien que no retrocede ante la idea de asesinar a su propio tatarabuelo esté interesado en perseguir el bien de la humanidad. —Carraspeó—. ¿Ha dejado de salir sangre?

—Aún no, pero ya no sale tanta —Levanté las manos por encima de la cabeza para acelerar el proceso—. ¿Y ahora qué hacemos? Supongo que tendré que probarlo, ¿no?

—Por Dios, esto no es ningún coche con el que se puede hacer un viaje de prueba, ¿sabes? —dijo Lucas retorciéndose las manos.

—¿Por qué no? —pregunté—. ¿Es que no era esa le idea?

—Bueno, sí —dijo mi abuelo, y lanzó una mirada al grueso infolio que había traído—. En realidad tienes razón. Al menos así podríamos ir sobre seguro, aunque ya no tenemos mucho tiempo. —De pronto parecía haber recuperado todas sus energías. Se inclinó y abrió los Anales—. Tenemos que ir con cuidado para no elegir una fecha en la que aterrices en medio de una reunión. O en la que te tropieces con uno de los hermanos De Villiers, los cuales se han pasado un montón de horas en esta sala elapsando.

Se me acababa de ocurrió otra idea brillante.

—¿Y no podría también encontrarme con lady Tilney a solas? —dije—. ¿En algún momento después de 1912, a poder ser?

—No sé si eso sería inteligente. —Lucas hojeó el infolio—. Tampoco queremos complicar las cosas más de lo que ya están.

—Pero no podemos desperdiciar las pocas oportunidades con que contamos para saber algo más —exclamé, y recordé algo en lo que Leslie me había insistido mucho: debía aprovechar todas las ocasiones que se me presentaran y sobre todo hacer preguntas, hacer tantas preguntas como se me ocurrieran—. ¿Quién sabe cuándo volveremos a disponer de una oportunidad como esta? En el arca también puede haber algo distinto a lo que imaginamos, y entonces tal vez nunca pueda volver a intentarlo. ¿Cuándo nos encontramos por primera vez nosotros dos?

—El 12 de agosto de 1948, a las doce del mediodía. —Dijo Lucas, ensimismado en la lectura de los Anales—. No lo olvidaré nunca.

—Exacto, y para que no lo olvides nunca, yo te lo escribiré —dije, encantada en mi propia genialidad. Y garrapateé en mi libreta de anillas:

Para lord Lucas Montrose. ¡¡¡Importante!!!

12 de agosto de 1948, 12 del mediodía. Laboratorio de alquimia.

Por favor, ven solo.

Gwendolyn Shepherd.

Arranqué la hoja de un tirón y la doblé.

Mi abuelo levantó un momento la cabeza del infolio.

—Podría enviarte a 1852, al 16 de febrero a medianoche. Lady Tilney elapsa allí, viniendo, concretamente, del 25 de diciembre de 1929 a las nueve de la mañana —murmuró—. La pobre ni siquiera por Navidad puede estar tranquila en casa. Aunque al menos le dan una lámpara de petróleo. Escucha lo que dice aquí: «Lady Tilney vuelve animada del año 1852, a la luz de la lámpara de petróleo ha confeccionado dos cerditos de ganchillo para el bazar de beneficencia del día de Reyes, que este año se celebra bajo el lema de "Vida campestre"». —Se volvió hacia mí—. ¡Cerditos de ganchillo! ¿Te imaginas? Existe el peligro de que sufra el trauma de su vida si te ve aparecer de pronto surgiendo de la nada. ¿Realmente queremos arriesgarnos a eso?

—Solo irá armada con una aguja de hacer ganchillo, y estas tiene la punta redondeada si no recuerdo mal. —Me incliné sobre el cronógrafo—. Bueno, pues, primero el año. 1852. Empiezo con la M, ¿no? MDCCCLII. Y el mes de febrero, según el calendario celta, es el número tres; no, cuatro…

—¿Qué demonios estás haciendo? ¡Primero tenemos que vendarte la herida y volver a pensarlo con calma!

—No tenemos tiempo para eso —dije—. El día…era esta palanca de aquí, ¿verdad?

Lucas me miraba por encima del hombro asustado.

—¡No tan rápido! Todo debe encajar a la perfección; si no… si no… —Otra vez parecía que fuera a vomitar de un momento a otro—. Y no debes sujetar nunca el cronógrafo, porque te lo llevarías contigo al pasado. ¡Y entonces ya no podrías volver!

—Como Lucy y Paul —susurré.

—Para mayor seguridad, elegiremos una ventana temporal de solo tres minutos. Pongamos de 12.30 a 12.33; a esa hora al menos ya estará tranquilamente sentada tejiendo sus cerditos. Si estuviera durmiendo, no la despiertes, porque podría darle un infarto…

—Pero entonces tendría que aparecer en los Anales, ¿no? —le interrumpí—. Lady Tilney me dio la impresión de ser una persona muy fuerte. No creo que vaya a desmayarse por eso.

Lucas arrastró el cronógrafo hasta la ventana y lo colocó detrás de la cortina.

—Aquí podemos estar seguros de que no habrá ningún mueble. Sí, no pongas esa cara. ¡Una vez Rimothy de Villiers aterrizó sobre una mesa con tan mala fortuna que se rompió una pierna!

—¿Y si lady Tilney se encuentra justamente aquí mirando soñadoramente hacía la noche? Vamos, abuelito, no pongas esa cara, era solo una broma.

Lo empujé suavemente a un lado, me arrodillé en el suelo ante el cronógrafo y abrí el registró que se encontraba bajo el rubí. Tenía el tamaño justo de mi dedo.

—Espera un momento. ¡Tu herida!

—También podemos vendarla de aquí a tres minutos. Nos veremos entonces —dije, y después de inspirar profundamente, apreté la punta del dedo contra la aguja.

Me invadió la ya familiar sensación de vértigo, y mientras la luz roja se ponía a brillar y Lucas decía «Pero aún quería…», todo se desvaneció ante mi vista.

De los
Anales de los Vigilantes

18 de diciembre de 1745

Mientras, según dicen, el ejército de jacobitas se encuentra ya ante Derby y sigue avanzando hacia Londres, nos hemos instalado en nuestro nuevo cuartel general, confiando en que la información de que 10.000 soldados franceses se han unido a the young pretender «Bonnie Price Charlie» no se confirme y podamos celebrar en paz la Navidad en la ciudad. No podría imaginarse un alojamiento más apropiado para nosotros, los Vigilantes, que estos venerables edificios de Temple, pues también los caballeros del Temple fueron, al fin y al cabo, guardianes de grandes secretos; la gran Temple-Church no solo está al alcance de la vista, sino que sus catatumbas también están unidas por las nuestras. Oficialmente desde aquí seguiremos desarrollando nuestras actividades, pero este lugar también nos ofrecerá la posibilidad de alojar a adeptos, novicios e invitados de fuera, y naturalmente a los criados, además de proporcionarnos espacio suficiente para instalar algunos laboratorios con fines alquimísticos. Nos alegra que lord Alastair no haya conseguido enturbiar con sus calumnias la buena relación del conde con el Prince of Walles (véase el informe del 2 de diciembre) y hayamos podido adquirir, gracias a la protección de Su Majestad, este complejo de edificios. En la Sala del Dragón se celebra hoy la solemne entrega de los documentos secretos propiedad del conde a los miembros del Círculo Interior.

INFORME: Sir Oliver Newton, Círculo Interior.

Capítulo IV

Necesité unos segundos para acostumbrarme al cambio de luz. Solo una lámpara de petróleo colocada sobre la mesa iluminaba la sala. A su luz cálida y exigua reconocí una agradable naturaleza muerta consistente en una cesta, algunos ovillos de lana rosa, una jarra de té con una funda de fieltro y una taza con decoración de rosas, además de a lady Tilney, que estaba en una silla haciendo ganchillo y al verme dejó caer las manos sobre el regazo. Aunque había envejecido claramente desde nuestro último encuentro y algunas canas salpicaban sus cabellos rojos, peinados con una permanente bastante convencional, seguía manteniendo ese porte majestuoso e inaccesible que también caracterizaba a mi abuela. Por cierto, no hizo ningún intento de chillar ni de lanzarse hacia mí con la aguja de hacer ganchillo desenvainada.

—Feliz Navidad —dijo.

—Feliz Navidad —repliqué yo un poco desconcertada.

Por un momento me quedé parada sin saber qué decir, pero enseguida me rehíce:

—No tenga miedo, no quiero sangre suya ni nada parecido.

Salí de la sombra.

—Lo de la sangre hace tiempo que está hecho, Gwendolyn —dijo lady Tilney en un tono ligeramente reprobatorio, como si yo ya tuviera que saberlo—. Y, por cierto, ya me estaba preguntando cuándo vendrías. Pero siéntate, por favor. ¿Un poco de té?

—No, gracias. Solo tengo unos minutos. —Me acerqué un paso más y le tendí la hoja—. Esto es para que lo reciba mi abuelo, para que… bueno, para que todo pase como ha pasado. Es muy importante.

—Comprendo.

Lady Tilney cogió la hoja y la dobló con toda calma. No parecía en absoluto desconcertada por mi aparición.

—¿Por qué esperaba que viniera?

—Porque me dijiste que sobre todo no me asustara si me visitabas. Por desgracia, no dijiste cuándo sería eso, y por esa razón ya hace años que estoy esperando a que me asustes. —Rió bajito—. Pero tejer cerditos tiene un efecto extraordinariamente tranquilizador. Para serte sincera, es muy fácil dormirse del aburrimiento.

Tenía en los labios un cortés «Si es para fines benéficos…» pero cuando eché una mirada a la cesta solté:

—¡Oh, pero si son una monada! —Y realmente lo eran. Mucho mayores de lo que me había imaginado, como auténticos animales de peluche, y elaborados con un realismo sorprendente.

—Coge uno —dijo lady Tilney.

—¿De verdad?

Pensé en Caroline y metí la mano en la cesta. Los animales tenían un tacto supersuave.

—Lana angora-cachemir —dijo lady Tilney con orgullo—. Solo yo la uso. Todas las demás usan lana de oveja, pero la suya pica y esta no.

—Ah, vaya. Gracias.

Con el cerdito rosa apretado contra mi pecho, tuve que pararme a reflexionar un momento. ¿Dónde nos habíamos quedado? Me aclaré la garganta.

—¿Cuándo nos encontraremos la próxima vez? En el pasado, ¿no?

—Fue en 1912. Pero desde mi perspectiva no es la próxima vez —suspiró—. Fueron tiempos excitantes…

—¡Oh, no! —Mi estómago se encogió de nuevo como si estuviera en una montaña rusa. ¿Por qué no habíamos elegido una ventana temporal mayor?—.Entonces está claro que usted sabe más que yo —solté—. No tenemos tiempo para entrar en detalles, pero… tal vez podría darme aún un buen consejo antes de que me marche.

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