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Authors: Kerstin Gier

Esmeralda (5 page)

BOOK: Esmeralda
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—De alguna manera teníamos que deshacernos de ella —dijo Leslie—. ¡Fiestas! Bah, ¿quién tiene tiempo para ocuparse de eso ahora?

—¿He oído algo de una fiesta? Me apunto.

El hermano de Gideon, Raphael, que había aparecido de repente por detrás, se coló entre nosotras dos, dándome el brazo y pasándole el otro a Leslie por la cintura como si fuera lo más natural del mundo. Llevaba la corbata anudada de un modo muy curioso. Y al fijarme con más detalle me di cuenta de que se había limitado a hacerse un nudo doble.

—Y yo que ya empezaba a pensar que a vosotros los ingleses no os iban las fiestas. No hay más que ver a qué hora cierran los pubs.

Leslie se soltó con un movimiento enérgico.

—Me temo que voy a decepcionarte, pero la fiesta de disfraces anual de Cynthia no tiene nada que ver con una fiesta de verdad. A no ser que te gusten las fiestas en que los padres vigilan el bufet para que nadie vierta alcohol en las bebidas o sobre el postre.

—Bueno, eso es verdad; pero siempre juegan con nosotros a juegos muuuy divertidos —defendí a los padres de Cynthia—. Y la mayoría de las veces también son los únicos que bailan. —Miré de soslayo a Raphael y rápidamente volví la cabeza, porque su perfil se parecía demasiado al de su hermano—. Para ser sincera, me extraña que Cynthia aún no te haya invitado.

—No, si lo ha hecho —Raphael suspiró—. Le dije que por desgracia ya había quedado. Odio las fiestas temáticas con disfraz obligatorio. Pero si hubiera sabido que vosotras también ibais…

Estaba pensando en ofrecerme a anudarle bien la corbata (las normas escolares eran bastante estrictas en ese sentido) cuando volvió a pasar el brazo por la cintura de Leslie y dijo alegremente:

—¿Le has explicado a Gwendolyn que hemos localizado el tesoro de vuestro juego de misterios? ¿Ya lo ha encontrado?

—Sí —respondió Leslie escuetamente. Y me fijé en que esta vez no se había soltado.

—¿Y cómo sigue el juego ahora,
mignonne
?

—En realidad no es ningún… —empecé a decir, pero Leslie me interrumpió.

—Lo siento, Raphael, pero no puedes seguir jugando con nosotras —dijo fríamente.

—¿Qué? ¡Vamos, eso no me parece muy deportivo, la verdad!

Yo tampoco lo encontraba deportivo. Al fin y al cabo, no estábamos jugando a ningún juego del que pudiéramos excluir al pobre Raphael.

—Leslie solo quiere decir que…

Leslie volvió a interrumpirme.

—Mira, resulta que a veces la vida no es nada deportiva —dijo más fríamente aún si cabe—. Puedes darle las gracias a tu hermano por eso. Como estoy seguro de que sabes, en este «juego» estamos en bandos distintos. Y no podemos arriesgarnos a que le des alguna información a Gideon, que, dicho sea de paso, es un ce… no es una persona de nuestro agrado que digamos.

—¡Leslie! —¿Se había vuelto loca o qué?

—¿
Pardon
? ¿Esta búsqueda del tesoro tiene algo que ver con mi hermano y los viajes en el tiempo? —preguntó Raphael parándose en seco—. ¿Y puedo preguntar qué os ha hecho Gideon en realidad?

—Ahora no te hagas el sorprendido —dijo Leslie—. Supongo que Gideon y tú hablaréis de todo.

Me hizo un giño, y yo me quedé mirándola perpleja, incapaz de reaccionar.

—¡Pues no, no lo hacemos! —gritó Raphael—. ¡Apenas tenemos tiempo para hablar! Gideon siempre está fuera, ocupado con sus misiones secretas. Y cuando está en casa, se pasa el tiempo rumiando inclinado sobre sus documentos secretos o mirando agujeros secretos en el techo. O pero aún: Charlotte se deja caer por el piso y me pone de los nervios con ese continuo ir y venir arreglando cosas. —Ponía tal cara de pena que me vinieron ganas de abrazarlo, sobre todo cuando añadió en voz baja—: Pensaba que seríamos amigos. Ayer por la tarde tuve la sensación de que realmente nos entendíamos bien.

Leslie —o tal vez debería decir «mi amiga la nevera»— se limitó a encogerse de hombros.

—Sí, ayer estuvo bien. Pero para ser sincera, apenas nos conocemos. De modo que en realidad no se puede hablar de una amistad.

—De manera que solo me has utilizado para encontrar las coordenadas —dijo Raphael, y le dirigió una mirada inquisitiva, probablemente con la esperanza de que ella lo desmintiera.

—Como ya he dicho, la vida no siempre es deportiva. —Era evidente que para Leslie se había acabado la discusión. Mi amiga me estiró del brazo y dijo—: Gwen, tenemos que darnos prisa. Hoy mistress Counter reparte los temas para las exposiciones, y no quiero tener que ponerme a investigar sobre la expansión del delta del Ganges oriental…

Me volví y miré a Raphael. Estaba muy serio y como aturdido. Cuando trató de meterse las manos en los bolsillos, descubrió que los pantalones del uniforme del Saint Lennox no tenían bolsillos.

—¡Les, mira qué has hecho! —le dije.

—… ni tampoco sobre grupos étnicos con nombre impronunciables.

La agarré del brazo, como antes Cynthia lo había hecho conmigo.

—¿Qué te pasa, cielo? —susurré—. ¿Por qué has cargado de ese modo contra Raphael? ¿Forma parte de un plan que aún no conozco?

—Solo soy prudente. —Leslie desvió la mirada hacia el tablón de anuncios—. ¡Oh, qué bien! ¡Unas prácticas nuevas, diseño de joyas! Y a propósito de joyas —se metió la mano dentro de la blusa y sacó una cadenita—, mira, llevo la llave que me trajiste de tu viaje en el tiempo como colgante. ¿No te parece guay? Les digo a todos que es la llave de mi corazón.

Su maniobra de distracción no funcionó conmigo.

—Leslie, Raphael no tiene la culpa de que su hermano sea un cerdo. Y le creo cuando dice que no sabe nada de los secretos de Gideon. Es nuevo en Inglaterra y en la escuela no conoce a nadie…

—Seguro que encontrará a un montón de gente nueva que estará encantada de ocuparse de él. —Leslie seguía mirando tercamente hacia el tablón de anuncios. En su nariz bailaban las pecas—. Ya verás como mañana me habrá olvidado y llamará
mirnonne
a otra.

—Sí, pero… —Y entonces vi el revelador enrojecimiento en sus mejillas y tuve una inspiración—. ¡Ahora lo entiendo! ¡Tu forma de comportante no tiene nada que ver con Gideon! ¡Solo te da miedo enamorarte de Raphael!

—Tonterías. ¡No es para nada mi tipo!

Ajá. No hacía falta que dijera más. Al fin y al cabo, yo era su mejor amiga y la conocía desde hacía una eternidad. Y, además, con su respuesta no hubiera conseguido despistar ni a Cynthia.

—Vamos, Les. ¿A quién quieres engañar? —dije riendo.

Por fin Leslie apartó la mirada de los anuncios y me dirigió una sonrisa irónica.

—¡Y qué importa si es así! Por el momento no podemos permitirnos padecer un reblandecimiento cerebral hormonal al mismo tiempo. Ya es suficiente con que una de las dos no se encuentre en plena posesión de sus facultades mentales.

—Muchas gracias.

—¡Es que es verdad! Como solamente estás preocupada por Gideon, sencillamente no eres consciente de la gravedad de la situación. Necesitas que te ayude alguien que pueda pensar con claridad, y esa soy yo. No me dejaré engatusar por ese francés, eso lo tengo muy claro.

—¡Oh, Les! —En un arranque de emoción le eché los brazos al cuello. Nadie, nadie en el mundo tenía una amiga tan maravillosa, loca e inteligente como Les—. Sería terrible que por mi culpa tuvieras que renunciar a estar felizmente enamorada.

—Ahora no vuelvas a empezar con tus exageraciones —replicó, y me sopló al oído—: Si se parece aunque solo sea un poco a su hermano, me habría roto el corazón en una semana a más tardar.

—¿Y qué? —dije dándole un cachete—. ¡Es de mazapán, y siempre se le puede volver a dar forma!

—No te burles. Los corazones de mazapán son una metáfora de la que estoy muy orgullosa.

—Sí, claro. Algún día saldrás citada en los calendarios de todo el mundo —dije—. «Los corazones no se pueden partir de ningún modo porque son de mazapán.» Brillante metáfora de la eminente Leslie Hay.

—Por desgracia es falso —dijo una voz junto a nosotras.

La voz pertenecía a nuestro profesor de inglés, mister Whitman, que también esa mañana parecía demasiado guapo para ser un profesor.

«¿Y usted qué puede saber sobre la naturaleza de los corazones femeninos?», me hubiera gustado preguntarle, pero con mister Whitman era mejor contenerse. Igual que a mistress Counter, le gustaba repartir deberes extra sobre temas exóticos, y por más relajado que pareciera, sabía que también podía ser implacable.

—¿Y qué es lo que es falso, si puede saberse? —preguntó Leslie olvidando toda prudencia.

Mister Whitman nos miró sacudiendo la cabeza.

—Creía que ya habíamos comentado suficientemente las diferencias entre metáforas, comparaciones, símbolos e imágenes. Por mí podéis incluir la expresión del corazón roto entre las metáforas, pero el mazapán es claramente ¿qué?

¿A quién demonios podía interesarle aquello? ¿Y desde cuándo la clase empezaba en el pasillo?

—Un símbolo… ¿una comparación? —pregunté.

Mister Whitman asintió.

—Aunque una bastante mala —dijo sonriendo. Y luego volvió a ponerse serio—. Pareces cansada, Gwendolyn. Toda la noche tendida en la cama dando vueltas a la cabeza sin poder dormir y sin entender qué le pasa al mundo, ¿no es cierto?

¡Pero bueno! Eso no era en absoluto cosa suya, ¿no? Y también podía guardarse su tono compasivo.

Suspiró.

—Supongo que todo esto te viene un poco grande. —Empezó a jugar con el anillo que le acreditaba como miembro de los Vigilantes—. Lo que era de esperar, claro. Tal vez el doctor White debería prescribirte alguna cosa que al menos te ayudara a descansar.

Mister Whitman respondió a mi mirada de enojo con una sonrisa de ánimo antes de dar media vuelta y dirigirse al aula.

—¿He oído mal o mister Whitman acaba de proponer que me administren un somnífero? —le pregunté a Leslie—. Inmediatamente después de afirmar que tenía un aspecto horrible.

—¡Sí, seguro que eso le iría muy bien! —resopló Leslie—. Durante el día, una marioneta de los Vigilantes y, por la noche, drogada, para que no se te ocurran ideas tontas. Pero no lo permitiremos —Enérgicamente se apartó un mechón de pelo de la cara—. Le demostraremos a esa gente que te han infravalorado de una forma vergonzosa.

—¿Eh? —exclamé, pero Leslie me dirigió una mirada ferozmente decidida y anunció:

—Trazar plan maestro, en primer descanso, lavabo de las chicas.

—A sus órdenes —dije.

Lo cierto es que mister Whitman no tenía razón: en absoluto parecía cansado (lo había comprobado varias veces en los descansos en el lavabo de chicas), y extrañamente tampoco me sentía así. Después de nuestra operación nocturna en busca del tesoro me había vuelto a dormir bastante rápido y no había tenido pesadillas. E incluso es posible que hubiera soñado algo bonito, porque en los segundos mágicos entre el sueño y la vigilia me había sentido confiada y llena de esperanza. Aunque al despertarme, los tristes hechos me había devuelto a la realidad, siendo el primero de todos ellos: «Gideon ha estado simulando todo el tiempo».

De todas formas, un poco de ese estado de ánimo esperanzado había superado la prueba de la vigilia; tal vez porque por fin había conseguido dormir unas horas seguidas, o tal vez simplemente porque en mi sueño había comprendido que la tuberculosis hoy día tiene curación; o tal vez es que sencillamente mis glándulas lacrimales estaban vacías.

—¿Crees que Gideon había planeado simular que estaba enamorado de mí, pero que luego, contra su voluntad, podríamos decir, se ha enamorada de mí de verdad? —le pregunté prudentemente a Leslie mientras recogíamos nuestras cosas después de clase. Durante toda la mañana había evitado el tema para mantener la cabeza clara mientras trazábamos nuestro plan maestro, pero ahora tenía que hablar de aquello o iba a reventar.

—Sí —dijo Leslie después de dudar un momento.

—¿De verdad lo crees? —pregunté sorprendida.

—Tal vez fuera eso lo que quería decirte ayer con tanta urgencia. En las películas siempre son tan emocionantes esos malentendidos artificiales que tienen que mantener la tensión antes del final feliz y que en realidad podrían eliminarse solo con un poco de comunicación.

—¡Exacto! Es el momento en que tú siempre gritas: «¡Pero díselo de una vez, cretina!»

Leslie asintió con la cabeza.

—Pero en las películas siempre se interpone algo o alguien. El perro ha mordido el cable del teléfono, la perversa antagonista no le pasa la noticia, la madre le explica que su hija se ha trasladado a California… ¡ya sabes lo que quiero decir! —Me pasó su cepillo del pelo y me examinó con atención—. ¿Sabes?, cuanto más lo pienso, más improbable me parece que no se haya enamorado de ti.

Me sentí tan aliviada que se me empañaron los ojos de lágrimas.

—En ese caso seguiría siendo un cerdo, pero… creo que podría personárselo.

—Yo también —dijo Leslie, y me dirigió una sonrisa radiante—. Tengo rímel resistente al agua y lipgloss, ¿quieres?

Bueno, de todas formas no me haría ningún daño.

Otra vez fuimos las últimas en salir de la clase. Me sentía de tan buen humor que Leslie se sintió obligad a darme un codazo en las costillas.

—No es que quiera estropear tu entusiasmo, pero también podría ser que estuviéramos equivocadas y que hayamos visto demasiadas películas románticas.

—Sí, ya lo sé —dije—. Oh, ahí está James.

Miré a mi alrededor. La mayoría de los alumnos ya estaban saliendo, de modo que quedaban pocos que pudieran extrañarse de ver cómo le hablaba a un nicho de la pared.

—¡Hola, James!

—Buenos días, miss Gwendolyn.

Como siempre, llevaba una levita floreada, pantalones de media pierna y medias de color blanco crema. Sus pies estaban embutidos en unos zapatos de brocado con hebillas plateadas y su pañuelo del cuello estaba anudado de un modo tan artístico y complicado que era imposible que hubiera podido hacérselo él mismo. Lo más chocante era la peluca rizada, la capa de polvos en la cara y las pecas pegadas, que, por razones difíciles de entender, él llamaba «parchecitos embellecedores». Sin todos esos complementos y vestido con ropa actual, James probablemente habría podido pasar por un joven bastante atractivo.

—¿Dónde te has metido esta mañana, James? Habíamos quedado en el segundo descanso, ¿no te acuerdas?

James sacudió la cabeza.

—Odio esta fiebre. Y no me gusta este sueño; aquí es todo tan… ¡feo! —Suspiró profundamente y señalo el techo—. Me pregunto qué clase de patanes han cubierto de pintura los frescos. Mi padre pagó una fortuna por ellos. Me encanta la pastora del medio; está pintada con excepcional maestría, aunque mi madre siempre dice que debería llevar un poco más de ropa. —Con expresión malhumorada, me miró a mí y luego a Leslie, dedicando especial atención a las faldas plisadas de nuestro uniforme escolar y a nuestras rodillas—. ¡Si supiera cómo van vestidas las personas en mi sueño febril, se quedaría realmente horrorizada! Sin ir más lejos yo lo estoy. Nunca en mi vida habría pensado que podía tener una imaginación tan depravada.

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