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Authors: Kerstin Gier

Esmeralda (4 page)

BOOK: Esmeralda
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—¡Muy bien, allá vamos!

Nick iluminó la cara de nuestro antepasado con la linterna.

—¡Es una crueldad que llamara a su caballo Fat Annie! ¡El animal es superesbelto, y en cambio él parece un cerdo bien cebado con barba!

—Sí, a mí también me lo parece.

Palpé por detrás del marco buscando la palanca que ponía en movimiento el mecanismo de la puerta secreta. Como siempre, se atrancaba un poco.

—Todos duermen como bebés. —Xemerius aterrizó resoplando junto a nosotros en los escalones—. Todos menos mister Bernhard, que por lo visto padece de insomnio. Pero no os preocupéis, que no nos molestará: está sentado en la cocina ante un plato de salchichas de pollo frías mirando una película de Clint Eastwood.

—Perfecto.

Con el chirrido habitual, el cuadro giró hacia delante dejando paso a unos pocos escalones situados entre las paredes, que un metro y medio más allá acababan ante otra puerta más ancha. Esa puerta conducía al baño del primer piso, y por el otro lado estaba camuflada con un espejo que llegaba hasta el suelo. En otro tiempo a menudo pasábamos por ella solo para divertirnos (lo emocionante estaba en que nunca se podía saber si en ese momento alguien estaría utilizando el baño), pero nunca descubrimos para qué servía en realidad aquel pasadizo secreto. Tal vez simplemente a uno de nuestros antepasados le gustara la idea de poder desaparecer cuando quisiera del reservado.

—¿Y dónde está la caja, Xemerius? —pregunté.


Ichquierda. Entre lach paredes
.

En la penumbra no podía distinguirlo bien, pero sonaba como si estuviera intentando sacarse algo de entre los dientes.

—El nombre de Xemerius es como un trabalenguas —dijo Nick—. Yo le llamaría Xemi. O Merry. ¿Puedo coger yo la caja?

—Está a la izquierda —dije.


¿Cho un trabalenguach?
—dijo Xemerius—.
¡Txemi o Merry! ¡Ni che te ocurra! Cho vengo de una larga echtirpe de poterosos daimones, y nuechtroch nombrech…

—Oye, ¿tienes algo en la boca?

Xemerius masticó y escupió antes de decir:

—Ahora ya nada. Me he comido a esa paloma que dormía en el tejado. Estúpidas plumas.

—¡Tú no puedes comer!

—No tiene ni idea de nada, pero siempre tiene que opinar de todo —dijo Xemerius ofendido—. Y ni siquiera me concede el gusto de zamparme una palomita.

—Tú no puedes comer palomas —repetí—. Eres un espíritu.

—¡Yo soy un daimon! ¡Puedo comer lo que me dé la gana! Una vez incluso me tragué a un cura enterito, con sotana y alzacuellos. ¿Por qué me miras con esa cara de incrédula?

—Será mejor que vigiles si viene alguien.

—¡Oye! ¿Es que no me crees?

Nick ya había bajado los escalones e iluminaba el muro con su linterna.

—No veo nada.

—Pues la caja está detrás de las piedras. En un hueco, cabeza hueca —dijo Xemerius—. ¡Y yo no miento! Si digo que me he zampado una paloma, es que me he zampado una paloma.

—Está en un hueco detrás de las piedras —informé a Nick.

—Pues no da la sensación de que haya ninguna suelta.

Mi hermano pequeño se arrodilló en el suelo y empujó las piedras con las manos para ver si alguna cedía.

—¡Hola! ¡Estoy hablando contigo! —dijo Xemerius—. ¿Acaso me estás ignorando, niña llorica? —Y al ver que no respondía, gritó—: ¡Muy bien, de acuerdo, era una paloma fantasma! Pero vale igual.

—¿Paloma fantasma? No me hagas reír. Aunque hubiera palomas fantasma (y yo no he visto nunca ninguna), tampoco podrías comértela: los espíritus no se pueden matar entre sí.

—Estas piedras están fijadas a prueba de bomba —informó Nick.

Xemerius resopló enojado.

—En primer lugar, también las palomas pueden decidir a veces quedarse en la tierra como espíritus, vete a saber por qué. Tal vez tengan alguna cuenta pendiente con un gato. En segundo lugar, ¡explícame, por favor, cómo puedes distinguir a una paloma fantasma de las otras! Y en tercer lugar, su vida fantasmal se acaba cuando me las como. Porque yo no soy un espíritu corriente, sino (no sé cuántas veces tendré que decírtelo) un daimon. Es posible que no pueda hacer muchas cosas en vuestro mundo, pero en el mundo de los espíritus soy un tipo importante. ¿Cuándo vas a comprenderlo?

Nick volvió a ponerse de pie y asestó unas cuantas patadas a la pared.

—Imposible, no hay nada que hacer.

—¡Chist, para! Haces demasiado ruido. —Asomé la cabeza al pasadizo y dirigí una mirada de reproche a Xemerius—. Muy bien, fantástico, tipo importante, y ahora, ¿qué hacemos?

—¿Qué pasa? Yo no he dicho nada de piedras sueltas.

—Y, entonces, ¿cómo vamos a llegar hasta la caja?

La respuesta «Con martillo y escarpa» era perfectamente lógica, solo que no fue Xemerius quien la dio, sino mister Bernhard. Me quedé petrificada del susto. Ahí estaba, solo un metro por encima de mí. En la penumbra veía brillar la montura dorada de sus gafas de lechuza. Y sus dientes. ¿Era posible que estuviera sonriendo?

—¡Oh, mierda! —Con la emoción, Xemerius escupió un chorro de agua sobre la alfombra de la escalera—. Debe de haber inhalado las salchichas. O la película era una porquería. Sencillamente ya no se puede confiar en Clint Eastwood.

Lamentablemente, lo único que fui capaz de articular fue:

—¿Q… qué?

—El martillo y la escarpa serían la elección correcta —repitió mister Bernhard con calma—. Pero propongo que dejemos la empresa para más tarde, aunque solo sea para no alterar la tranquilidad nocturna de los otros habitantes del edificio cuando usted saque el arca de su escondite. Ah, aquí está también mister Nick. —Miró hacia la luz de la linterna de Nick sin parpadear—. ¡Descalzo! Se resfriará andando así por la casa.

Él, por su parte, iba equipado con unas zapatillas y un elegante albornoz con un monograma bordado. W. B. (¿Walter? ¿Willy? ¿Wigand? Para mí, mister Bernhard siempre había sido un hombre sin nombre de pila.)

—¿Cómo se ha enterado de que estamos buscando una caja? —preguntó Nick. Su tono de voz era bastante enérgico, pero por sus ojos dilatados pude ver que estaba tan espantado y desconcertado como yo.

Mister Bernhard se puso bien las gafas.

—Bueno, supongo que porque fui yo quien emparedé aquí esa «caja». En realidad, se trata de un arca con un trabajo de marquetería muy valioso, una antigüedad de principios del siglo XVIII que perteneció a su abuelo.

—¿Y qué hay dentro? —pregunté, por fin capaz de articular otra vez con claridad.

Mister Bernhard me dirigió una mirada de reproche.

—Habría sido del todo inapropiado por mi parte hacer esa pregunta. Simplemente me limité a esconder aquí el arca por encargo de su abuelo.

—Si cree que me lo voy a tragar… —dijo Xemerius enfurruñado—. Este hombre mete la nariz en todas partes. Y se acerca sigilosamente por detrás cuando uno se siente a salvo después de haberle dejado ante un plato de salchichas. ¡Pero todo esto es por tu culpa, incrédula fuente ambulante! Si no me hubieras acusado de mentir, este insomne senil no habría podido sorprendernos.

—Desde luego, estaré encantado de ayudarles a volver a sacar el arca de aquí —continuó mister Bernhard—, pero sería preferible hacerlo hoy al atardecer, cuando su abuela y su tía se encuentren en la reunión de la sección femenina del Rotary Club. Por eso ahora les propongo que nos vayamos todos a la cama; al fin y al cabo, mañana tienen que ir a la escuela.

—Sí, claro —dijo Xemerius—, y entretanto él saca ese trasto de la pared por su cuenta, y luego se hace con los diamantes y nos deja a nosotros unas cuantas nueces viejas en la caja. Ya sabemos cómo funciona esto.

—Tonterías —murmuré. Si esa hubiera sido la intención de mister Bernhard, habría podido hacerlo mucho antes, porque, aparte de él, nadie sabía de la existencia de la caja. Pero ¿qué demonios podía haber dentro para que el abuelito la hubiera hecho emparedar en su propia casa?

—¿Por qué quiere ayudarnos? —preguntó Nick, adelantándose impertinentemente a la pregunta que yo ya tenía en la punta de la lengua.

—Porque manejo muy bien el martillo y la escarpa —dijo mister Bernhard. Y bajando aún más el tono de voz, añadió—: Y porque, lamentablemente, su abuelo no puede estar aquí para apoyar a miss Gwendolyn.

De pronto se me hizo un nudo en la garganta y tuve que hacer un esfuerzo para no echarme a llorar otra vez.

—Gracias —murmuré.

—No se alegre demasiado pronto. La llave del arca se ha… perdido. Y no sé si podré reunir el valor suficiente para maltratar una obra tan valiosa como esa con una palanqueta.

Mister Bernhard suspiró.

—¿Eso significa que no les dirá nada de esto a mamá y a lady Arista? —preguntó Nick.

—No si se van enseguida a la cama. —De nuevo vi brillar sus dientes en la penumbra antes de que se volviera para subir otra vez por la escalera—. Buenas noches. Traten de dormir un poco.

—Buenas noches, mister Bernhard —murmuramos Nick y yo.

—Viejo tunante —dijo Xemerius—. ¡A partir de ahora no te voy a quitar los ojos de encima!

Cuando el círculo de la sangre se completa

la eternidad fragua la piedra filosofal.

Vestida de juventud surge una nueva fuerza

que al elegido otorga un poder inmortal

Mas cuando ascienda la duodécima estrella,

reanudará el destino su curso fatal.

Perderá su lozanía el roble con ella,

sometido al yugo del tiempo terrenal.

Hasta que el lucero palidezca y muera,

no tendrá el águila su nido eternal.

Y solo por amor se extingue una estrella,

si ha elegido libremente su final.

De los
Escritos secretos
del conde de Saint Germain

Capítulo II

—¿Y bien? —Nuestra compañera de clase Cynthia se había plantado ante nosotras con los brazos en jarras bloqueándonos el paso hacia el primer piso. Los alumnos, que tenían que apretujarse para pasar a nuestro lado, protestaron por el atasco, pero a Cynthia le era indiferente. Mientras retorcía entre sus dedos la fea corbata del uniforme del Saint Lennox con expresión severa, nos preguntó—: A ver, ¿cómo pensáis ir disfrazadas?

El fin de semana era su cumpleaños y nos había invitado a su fiesta de disfraces anual.

Leslie sacudió la cabeza, irritada.

—¿Sabes que cada vez te comportas de forma más rara, Cyn? Antes ya eras extraña, pero últimamente la cosa empieza a ser realmente extravagante. ¡La gente no pregunta a los invitados cómo se vestirán para su fiesta!

—¡Exacto! A ver si al final tendrás que celebrarla sola.

Traté de escabullirme discretamente hacia la escalera, pero Cynthia alargó la mano a la velocidad del rayo y me agarró del brazo.

—Cada año le doy un montón de vueltas a la cabeza para encontrar un tema interesante de verdad, y al final siempre aparece un aguafiestas que hace lo que le da la gana —dijo—. Solo hay que pensar en «El carnaval de los animales» y ¡en todos los que se clavaron una pluma en el pelo diciendo que representaban a una gallina! Sí, Gwenny, ya puedes poner cara de culpable. Sé muy bien de quién fue la idea.

—No todo el mundo tiene una madre aficionada a las máscaras de elefante de papel maché —dijo Leslie mientras yo me limitaba a murmurar fastidiada «Tenemos que ir a clase».

Me contuve para no añadir que en ese momento me importaba un pito su fiesta; pero supongo que se me debía de notar en la cara, porque, en lugar de apartarse, Cynthia me apretó el brazo con más fuerza.

—¿Y os acordáis de «La fiesta playera de las Barbies»? —Cynthia se estremeció visiblemente ante el simple recuerdo de aquella fiesta (y con razón, dicho sea de paso) y después respiró hondo antes de añadir—: Esta vez quiero ir sobre seguro. «Verde que te quiero verde» es un tema fabuloso y no dejaré que nadie me lo estropee. Para que os queda claro: la laca de uñas verde o un pañuelo verde no bastan.

—¿Te apartarías si te pusiera un ojo morado? —gruñí—. Seguro que para cuando llegue la fiesta estará verde.

Cynthia hizo como si no me hubiera oído.

—Yo, por ejemplo, iré de Eliza Doolittle, la florista victoriana. Sarah tiene un disfraz de pimiento verde genial (aunque no sé cómo lo hará cuando tenga que ir al lavabo). Gordon va de prado florido, envuelto de la cabeza a los pies en césped artificial.

—Cyn…

Por desgracia, se resistía a dejarse apartar a un lado.

—Y a Charlotte una modista le está haciendo un vestido. Pero aún es un secreto de qué irá disfrazada. ¿No es verdad, Charlotte?

Mi prima Charlotte, encajada entre un montón de alumnos de primero, trató de detenerse, pero se vio empujada escaleras arriba por la multitud.

—Bueno, en realidad no es muy difícil de adivinar. Solo os diré: tul en siete tonos de diferentes de verde. Y si todo va bien, me presentaré acompañada del rey Oberón.

Tuvo que gritar la última frase por encima del hombro, y mientras la pronunciaba me miró y sonrió de un modo extraño. Ya lo había hecho antes en el desayuno, y había faltado poco para que le tirara un tomate a la cara.

—Bien por Charlotte —dijo Cynthia satisfecha—. Viene de verde y con compañía masculina. Esos son mis invitados preferidos.

La compañía masculina de Charlotte no sería… No, imposible. Gideon nunca se pegaría unas orejas puntiagudas. ¿O tal vez sí? Miré hacía Charlotte, que se movía entre el tumulto como una reina. Se había sujetado su resplandeciente cabellera roja en una especie de peinado trenzado estilo retro, y todas las chicas de las clases inferiores la miraban con esa mezcla de aversión y admiración que solo puede provocar la pura envidia. Probablemente al día siguiente el patio de la escuela estaría invadido de encantadores peinados retro.

—Bueno, ¿de qué y con quién vais a venir? —preguntó Cynthia.

—De marcianas, oh, Cyn, la mejor de las anfitrionas que imaginarse pueda —respondió Leslie con un suspiro resignado—. Y lo de los acompañantes todavía es una sorpresa.

—Ah, muy bien. —Cynthia me soltó el brazo—. Marcianas. No es bonito, pero sí original. Cuidado con cambiar de planes, ¡eh! —Sin despedirse, se alejó en busca de su siguiente víctima—. ¡Katie! ¡Hola! ¡Espera un momento! ¡Es por lo de mi fiesta!

—¿De marcianas? —repetí yo mientras dirigía automáticamente la mirada hacia el nicho donde acostumbraba a encontrarse James, el fantasma de la escuela. Pero el nicho estaba vacío.

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