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Authors: Kerstin Gier

Esmeralda (6 page)

BOOK: Esmeralda
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Por lo visto, James tenía un día especialmente malo. Suerte que Xemerius (¡al que James odiaba!) había preferido quedarse en casa (según él, para mantener controlado el tesoro y a mister Bernhard, aunque yo sospechaba que en realidad quería volver a mirar por encima del hombro de mi tía abuela mientras leía. Por lo visto, el best-seller de la tía Maddy le tenía enganchado).

—¡Depravada! Qué cumplido más encantador, James —dije con benevolencia.

Hacía tiempo que había renunciado a explicarle a James que no estaba soñando, sino que desde hacía unos doscientos treinta años estaba muerto, porque suponía que a nadie le gusta escuchar algo así.

—Hace un rato el doctor Barrow me ha vuelto a practicar una sangría, e incluso he podido beber unos sorbos de agua —continuó—. Confiaba en soñar otra cosa esta vez, pero… en fin, aquí estoy de nuevo.

—Y yo estoy encantada de verte —repliqué cordialmente—. Te echaría mucho de menos, ¿sabes?

James se esforzó en sonreír.

—Bueno, mentiría si dijera que yo no os llevo también, de algún modo, en mi corazón. ¿Debemos continuar ahora con las clases de modales?

—Por desgracia, no tenemos tiempo. Pero podemos quedar mañana, ¿de acuerdo? —En la escalera me volví de nuevo hacia él—. Por cierto, James, ¿en septiembre del año 1782, cuál era tu caballo favorito?

Dos chicos que empujaban una mesa con un proyector por el pasillo se detuvieron, y Leslie soltó una risita cuando me preguntaron a coro: «¿Es a mí?».

—¿En septiembre del año pasado? —preguntó James—. Héctor, naturalmente. Siempre será mi caballo favorito. El alazán más soberbio que te puedas imaginar.

—¿Y cuál es tu comida preferida?

Los chicos del proyector me miraron como si hubiera perdido la cabeza. Y también James arrugó la frente.

—¿Qué clases de preguntas son esas? En este momento no tengo ningún apetito.

—Bueno, no corre prisa. Dejémoslo para mañana. Hasta luego, James.

—Me llamo Finley, pirada —dijo uno de los chicos, y el otro sonrió y dijo–: Y yo soy Adam, ¡pero, oye, no me importa que me llames James!

Les ignoré y cogí a Leslie del brazo.

—¡Fresas! —gritó James mientras nos íbamos—. ¡Mi comida favorita son las fresas!

—¿De qué iba todo eso? —me preguntó Leslie mientras bajábamos.

—Si me encuentro con James en el baile, quiero prevenirle contra el virus de la viruela —le expliqué—. Acaba de cumplir veintiún años. Demasiado joven para morir, ¿no te parece?

—Me pregunto si es correcto inmiscuirse —dijo Leslie—. Ya sabes: el destino, la predestinación y todas esas cosas.

—Sí, pero algún motivo tiene que haber para que siga merodeando por aquí como espíritu. Tal vez mi destino sea ayudarle.

—¿Y por qué tienes que ir a ese baile? —preguntó Leslie.

Me encogí de hombros.

—Supuestamente, el conde de Saint Germain lo determinó así en esos chalados Anales. Para conocerme mejor o algo parecido.

—¿O algo parecido? —dijo Leslie enarcando las cejas.

Suspiré.

—Sea como sea, el baile se celebra en septiembre de 1782, pero James no se pondrá enfermo hasta el año 1783. Si consigo prevenirle, podría, por ejemplo, irse al campo cuando estalle la enfermedad. O al menos mantenerse a distancia de ese lord no-sé-qué. ¿Por qué sonríes así?

—¿Quieres decirle vienes del futuro y que sabes que dentro de poco se infectará de viruela? ¿Y como demostración le dirás el nombre de su caballo favorito?

—Sí, bueno… El plan aún no está del todo maduro.

—Sería mejor una vacuna —dijo Leslie mientras abría la puerta del patio—. Aunque de todos modos, no creo que resulte nada fácil.

—Supongo que no. Pero ¿qué hay que sea fácil en estos días? —dije, y lancé un gemido—: ¡Maldita sea!

Charlotte se encontraba junto a la limusina que esperaba llevarme, como cada día, al cuartel general de los Vigilantes, lo cual solo podía significar una cosa: que volverían a torturarme con los minués, las reverencias y el sitio de Gibraltar, todos ellos conocimientos muy útiles para un baile en el año 1782, al menos en opinión de los Vigilantes.

Sin embargo, curiosamente todo eso me resultaba indiferente, tal vez porque ya estaba demasiado ocupada pensando en mi siguiente encuentro con Gideon.

Leslie entornó los ojos.

—¿Quién es ese fulano que está junto a Charlotte?

Señalo al pelirrojo mister Marley, un adepto de primer grado que, aparte de por su título, se distinguía sobre todo por su capacidad para ponerse rojo como un tomate. Mister Marley estaba de pie junto a Charlotte con la cabeza gacha. Le expliqué a Leslie quién era.

—Creo que Charlotte le da miedo —añadí—,pero de algún modo también la encuentra fabulosa.

Charlotte, que nos había visto, me hizo señas para que me acercara. Parecía bastante nerviosa.

—Desde el punto de vista cromático-capilar, al menos, encajan de maravilla —dijo Leslie, y me abrazó—. Mucha suerte. Piensa en todo lo que hemos hablado. Y sé prudente. ¡Y, por favor, haz una foto del tal mister Giordano!

—Giordano, Giordano a secas, si no te importa —dije imitando la voz nasal de mi profesor—. Hasta la noche.

—Ah, Gwenny, no se lo pongas demasiado fácil a Gideon, ¿vale?

—¡Por fin, ya era hora! —Me chilló Charlotte cuando llegué junto al coche—. Hace una eternidad que esperamos. Todos nos están mirando.

—Como si eso te molestara. Hola, mister Marley, ¿cómo está?

—Hummm… Bien. Hummm… ¿Y usted?

Ya estaba rojo como un pimiento. El pobre mister Marley me daba pena. Yo también tenía tendencia a sonrojarme, pero a él no solo le subía la sangre a las mejillas, sino que también las orejas y el cuello se le ponían del color de un tomate maduro. ¡Era algo horripilante!

—Magníficamente —dije, aunque me habría gustado ver la cara que ponía si hubiera contestado «hecha una mierda».

Mister Marley mantuvo la puerta del coche abierta para que entráramos; Charlotte se instaló graciosamente en el asiento trasero y yo me dejé caer en el asiento que había frente a ella.

El coche se puso en movimiento. Charlotte empezó a mirar por la ventanilla y yo me quedé contemplando el vacío, reflexionando sobre si sería mejor adoptar un aire frío y ofendido, o marcadamente amable pero indiferente, cuando me encontrar con Gideon. Me disgustaba no haberlo discutido antes con Leslie. Cuando la limusina ya subía hacia el Strand, Charlotte dejó de mirar fuera y se puso a mirarse las uñas. Luego levantó la mirada de improviso, me examinó de arriba abajo y me preguntó desafiante:

—¿Con quién irás a la fiesta de Cynthia?

Era evidente que buscaba guerra, suerte que ya estábamos llegando: la limusina giraba para entrar en el aparcamiento de la Crown Office Road.

—Bueno, aún no he podido decidirme, no sé si iré con la rana Gustavo o con Shrek, si tiene tiempo. ¿Y tú?

—Gideon quería ir conmigo —dijo Charlotte, y me observó expectante. Estaba claro que quería ver cuál era mi reacción.

—Muy amable por tu parte —dije cortésmente, y sonreí. La verdad es que no me costó demasiado, porque a esas alturas estaba bastante segura en lo que respectaba a Gideon.

—Pero la verdad es que no sé si debería aceptar su invitación —suspiró Charlotte, pero su mirada se mantuvo alerta—. Seguro que se sentirá terriblemente incómodo entre todos esos críos. Siempre se está quejando de lo ingenuos e inmaduros que son algunos adolescentes…

Durante una fracción de segundo consideré la posibilidad de que tal vez estuviera diciendo la verdad y no quisiera solo molestarme. Pero aunque fuera así, no pensaba darle la satisfacción de ver que lo que había dicho me afectaba, de modo que asentí comprensivamente con la cabeza y le respondí:

—Siempre podrá disfrutar de tu madura e inteligente compañía, Charlotte, y si eso no le basta, también puede discutir con mister Dale sobre las consecuencias fatales del consumo del alcohol entre los jóvenes.

El coche frenó y aparcó en una de las plazas reservadas ante la casa en que la sociedad secreta de los Vigilantes tenía su sede desde hacía siglos. El chófer apagó el motor y en el mismo instante mister Marley saltó del asiento del acompañante. Me adelanté a él muy poco y abrí yo misma la puerta. A esas alturas ya sabía demasiado bien cómo debía de sentirse la reina: la gente ni siquiera te cree capaz de salir sola de un coche.

Cogí la cartera, salí afuera ignorando la mano que me tendía mister Marley, y dije tan alegremente como pude:

—Y, además, diría que el verde es el color favorito de Gideon.

¡Bien! Aunque Charlotte no movió ni una pestaña, ese round había sido claramente mío. Por eso después de dar unos pasos y de asegurarme de que nadie me estaba mirando, me permití una pequeñísima sonrisa triunfal… que inmediatamente se me borró: Gideon estaba sentado al sol en la escalera de entrada al cuartel general de los Vigilantes. ¡Estúpida de mí! Estaba tan concentrada tratando de encontrar una réplica brillante para Charlotte que no me había fijado en lo que tenía alrededor. El bobo corazón de mazapán de mi pecho no sabía si encogerse de angustia o palpitar de alegría.

Cuando nos vio, Gideon se levantó y se dio unas palmaditas en los vaqueros para sacudirse el polvo. Aminoré el paso mientras trataba de decidir cómo debía comportarme frente a él. Con el labio inferior temblándome, seguramente la representación de la variante «amable pero marcadamente indiferente» no sería demasiado creíble. Y por desgracia, ante la imperiosa necesidad que sentía de lanzarme a sus brazos, tampoco la variante «fría por enfado más que justificado» parecía realizable. De modo que me mordí el labio inferior y traté de adoptar una expresión lo más neutra posible. Al acercarme vi con cierta satisfacción que también Gideon se mordía el labio inferior y además parecía bastante nervioso.

Aunque iba sin afeitar y daba la impresión de que se había limitado a peinarse los rizos castaños con los dedos, si es que lo había hecho, de nuevo me sentí fascinada al contemplarle. Me detuve al pie de la escalera, indecisa, y durante unos segundos los dos nos miramos directamente a los ojos, hasta que él desvió la mirada hacia la fachada de la casa de enfrente y la saludó con un «Hola». En todo caso, yo no me sentí interpelada, pero Charlotte, en cambio, pasó a mi lado, subió los escalones, le pasó el brazo por el cuello y le besó la mejilla.

—¡Eh!, hola —dijo.

Tengo que admitir que ese saludo era mucho más elegante que quedarse petrificada mirándole estúpidamente con los ojos abiertos de par en par.

Mi conducta, por lo visto, había sido interpretada por mister Marley como una señal de debilidad, porque me preguntó:

—¿Quiere que le lleve la cartera, miss?

—No, gracias, puedo yo.

Hice de tripas corazón, agarré la cartera con fuerza y me puse en movimiento. En lugar de echarme el pelo hacia atrás y pasar rápidamente junto a Gideon y Charlotte con la mirada fija al frente, subí por la escalera con la energía de un caracol reumático. Posiblemente, Leslie y yo nos habíamos pasado de la raya con lo de las películas románticas, pensé. Pero justo en ese momento Gideon apartó a Charlotte y me cogió del brazo.

—¿Puedo hablar un momento contigo, Gwen? —preguntó.

Casi se me doblaron las rodillas del alivio.

—Claro.

Mister Marley iba cambiando el peso del cuerpo de una pierna a otra, impaciente por seguir adelante.

—Ya vamos con un poco de retraso —murmuró, y las orejas se le encendieron.

—Tiene razón —susurró Charlotte—. Gwenny tiene clase antes de elapsar y ya sabes cómo se pone Giordano cuando le hacen esperar. —No sé cómo pudo conseguirlo, pero su risa argentina sonó realmente auténtica—. ¿Vienes, Gwenny?

—Estará ahí dentro de diez minutos —dijo Gideon.

—¿No podéis dejarlo para más tarde? Giordano es…

—¡He dicho que dentro de diez minutos!

El tono de Gideon superó la frontera entre la buena y la mala educación, y mister Marley parecía francamente asustado. Y yo también, supongo.

Charlotte se encogió de hombros.

—Como quieras —dijo, y echó la cabeza hacia atrás alejándose muy digna. A ella sí que le salía perfecto. Mister Marley la siguió rápidamente.

Después de que los dos hubieran desaparecido en el vestíbulo, Gideon pareció haber olvidado lo que quería decirme. Volvió a mirar fijamente la estúpida fachada de la casa de enfrente y se frotó la nuca con la mano como si tuviera una contractura. Finalmente los dos cogimos aire al mismo tiempo.

—¿Cómo va tu brazo? —pregunté, y en el mismo instante Gideon dijo:

—¿Te encuentras bien?

Los dos sonreímos, y Gideon contestó:

—Mi brazo va de maravilla.

Por fin volvió a mirarme. ¡Oh, Dios mío! ¡Esos ojos! Se me volvieron a aflojar las rodillas y me alegré de que mister Marley no estuviera allí.

—Gwendolyn, siento muchísimo todo esto. Yo… me he portado de un modo totalmente irresponsable sin que te lo merecieras. —Parecía tan desgraciado que casi no lo podía soportar—. Anoche te llamé unas cien veces al móvil, pero siempre estaba ocupado.

Pensé en sí no debería zanjar el asunto lanzándome directamente a sus brazos; pero Leslie había dicho que no debía ponérselo demasiado fácil, de modo que me limité a enarcar las cejas y esperé a que siguiera.

—No quería hacerte daño, por favor, créeme —dijo con voz ronca—. Parecías tan terriblemente triste y decepcionada anoche…

—Tampoco fue tan malo —dije en voz baja (una mentira disculpable, en mi opinión; tampoco iba a refregarle por las narices las lágrimas vertidas y mi urgente deseo de morir de tuberculosis)—. Solo estaba… me dolió un poco… —¡de acuerdo, esa sí que era la mentira del siglo!— tener que pensar que por tu parte todo había sido fingido: los besos, tu declaración de amor…

Me callé, un poco cortada.

Gideon parecía aún más desolado que antes si cabe.

—Te prometo que nunca volverá a pasar algo así.

¿Qué quería decir exactamente? No acababa de entender adónde quería ir a parar.

—Bueno, claro ahora que lo sé, ya no funcionaría —dije en un tono un poco más enérgico—. Entre nosotros, el plan, de todos modos, era una estupidez. Las personas enamoradas no son más fáciles de influenciar que las otras. ¡Al contrario! Con todas esas hormonas se sabe qué será lo siguiente que hagan. —Yo era el mejor ejemplo de ello.

—Pero por amor se hacen las cosas que de otro modo nunca se harían. —Gideon levantó la mano, como si quisiera acariciarme la mejilla, pero enseguida la dejó caer de nuevo—. Cuando se quiere a alguien, de repente el otro es más importante que uno mismo —Si no le hubiera conocido, habría dicho que estaba a punto de echarse a llorar—. Uno se sacrifica por el otro…: supongo que eso es lo que el conde quería decir.

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