Esmeralda (33 page)

Read Esmeralda Online

Authors: Kerstin Gier

BOOK: Esmeralda
9.22Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Esto no será…?

—Hummm… sí. Apropiado, ¿no? —Gideon pescó el móvil del bolsillo de los pantalones—. Si es Marley, le voy a… ¡oh, es mi madre! —Suspiró—. Ha encontrado un internado para Raphael y quiere que yo le convenza de que vaya. Después la llamaré. Pero el móvil no dejaba de sonar.

—Ponte, no te preocupes —le dije—. Mientras tanto iré a buscar el libro. Volveré enseguida.

Salí corriendo sin esperar su respuesta. Seguramente mister Marley se subiría por las paredes en el sótano, pero eso en ese momento carecía de importancia. La puerta de la Sala del Dragón estaba entreabierta, y por tanto pude oír la voz excitada de mamá ya desde lejos:

—¿Qué se supone que es esto, un interrogatorio? Ya he expuesto antes mis razones: quería proteger a mi hija y esperaba que Charlotte hubiera heredado el gen. No tengo nada más que decir sobre este tema.

—Vuelva a sentarse.

Este era, indudablemente, mister Whitman, con el tono de voz que empleaba para poner en cintura a los alumnos rebeldes.

Se oyó un ruido de sillas arrastradas y carraspeos varios. Me acerqué sigilosamente a la puerta.

—Te habíamos prevenido, Grace.

La voz de Falk de Villiers tenía un tono gélido. Probablemente en ese instante mamá se estaría mirando los pies, preguntándose por qué demonios se había tomado tanto trabajo para encontrar el conjunto apropiado. Me apoyé con la espalda contra la pared, justo al lado de la puerta, para poder escuchar mejor.

—Qué estupidez pensar que no descubriríamos la verdad —se oyó decir a la voz malhumorada del doctor White.

Mamá no decía nada.

—Ayer nos dimos un paseo hasta las Cotswolds y visitamos a una tal mistress Dawn Heller —dijo Falk—. ¿Te dice algo ese nombre?

Como mamá no contestaba, continuó:

—Se trata de la comadrona que ayudó a traer al mundo a Gwendolyn. Como hasta hace poco aún pagabas el alquiler de su casita de vacaciones con tu tarjeta de crédito, pensé que no te sería difícil recordarla.

—Por todos los santos, ¿qué le habéis hecho a esa pobre mujer? —exclamó mamá.

—Nada, naturalmente. ¡Qué se imagina!

Era mister George.

Y míster Whitman, con una voz que rezumaba sarcasmo, agregó:

—Aunque la mujer parecía creer que íbamos a realizar con ella alguna especie de ritual satánico. Estaba totalmente histérica y no paraba de persignarse. Y cuando vio a Jake, estuvo a punto de desmayarse del susto.

—Yo solo quería ponerle una inyección tranquilizante —gruñó el doctor White.

—De todos modos, al final se tranquilizó lo suficiente para que pudiéramos mantener una conversación hasta cierto punto razonable. —Ese era de nuevo Falk de Villiers—. Y entonces nos explicó la interesantísima historia de la noche que nació Gwendolyn. Suena un poco a cuento de miedo. Una honrada y crédula comadrona es requerida para atender a una muchacha con dolores de parto que ha sido ocultada en una pequeña casa adosada de Durham para protegerla de una secta satánica. Esta bárbara secta, obsesionada con los rituales numerológicos, no solo persigue a la joven, sino que también quiere hacerse con el bebé. La comadrona, aunque no sabe exactamente qué se proponen hacer los sectarios con la pobre criatura, imagina las peores atrocidades, y como tiene un corazón de oro y además le han pagado una considerable suma como soborno (por cierto, no estaría mal que me explicaras de dónde sacaste el dinero, Grace), falsifica la fecha en la partida de nacimiento de la criatura después de haber ayudado a traerla al mundo en casa. Y jura que jamás dirá nada a nadie de lo ocurrido.

Durante un rato reinó el silencio. Y luego mamá dijo en un tono ligeramente retador:

—¿Y? Creo que esto es exactamente lo que ya os había explicado, ¿no?

—Sí, al principio también nosotros lo pensamos —dijo mister Whitman—, pero luego nos llamaron la atención un par de detalles en el relato de la mujer.

—En 1994 tú tenías casi veintiocho años; pero bueno, a ojos de la comadrona aún podías pasar por una «muchacha» —continuó Falk—. Ahora bien, ¿quién era entonces la preocupada hermana pelirroja de la futura madre a la que se había referido mistress Heller?

—En esa época la mujer ya era bastante mayor —dijo mamá en voz baja—. Probablemente estará un poco senil después de tantos años.

—Posiblemente. Pero de hecho no tuvo ningún problema para reconocer en una fotografía a la muchacha de entonces —dijo mister Whitman—. A la joven que esa noche dio a luz a una niña.

—Era una foto de Lucy —dijo Falk.

Fue como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago. Mientras, tras las palabras de Falk, se extendía un silencio helado en la Sala del Dragón, se me doblaron las rodillas y me deslicé hacia abajo, con la espalda pegada a la pared, hasta quedar sentada en el suelo.

—Esto es… un error —oí que susurraba mamá finalmente.

Oí unos pasos que se acercaban por el pasillo, pero fui incapaz de volver la cabeza. Hasta que no se inclinó sobre mí, no descubrí que era Gideon.

—¿Qué pasa? —me preguntó en un susurro poniéndose en cuclillas ante mí.

No fui capaz de responderle y me limité a sacudir la cabeza en silencio.

—¿Un error, Grace? —resonó la voz de Falk de Villiers—. La mujer también te reconoció a ti en una foto como la supuesta hermana mayor que le había entregado un sobre con una suma de dinero increíblemente elevada. ¡Y reconoció al hombre que le había sostenido la mano a Lucy durante el parto! ¡Mi hermano!

Y como si yo aún no lo hubiera entendido del todo, añadió:

—¡Gwendolyn es la hija de Lucy y Paul!

Se me escapó un extraño gemido. Gideon, que se había puesto muy pálido, me cogió la mano. Dentro, en la Sala del Dragón mamá empezó a llorar. Solo que no era mi madre la que lloraba.

—Todo esto no hubiera sido necesario si les hubierais dejado en paz —sollozó—. Si no les hubierais perseguido tan despiadadamente.

—¡Nadie sabía que Lucy y Paul esperaban un hijo! —dijo Falk furioso.

—Habían cometido un robo —resopló el doctor White—. Habían robado la propiedad más valiosa de la logia y estaban a punto de destruir todo lo que durante siglos…

—¡Vamos, calle de una vez! —gritó mamá—. ¡Obligaron a esos jóvenes a abandonar a su querida hija solo dos días después de su nacimiento!

Ese fue el momento en que yo —no sé cómo— me puse en pie de un salto. No podía seguir escuchando aquello ni un segundo más.

—¡Gwenny! —dijo Gideon preocupado, pero yo me solté y salí corriendo.

Al cabo de unos pasos ya me había atrapado.

—¿Adónde vas? —preguntó.

—¡Lo único que quiero es irme lejos de aquí!

Corrí aún más rápido. La porcelana de las vitrinas ante las que pasábamos tintineaba suavemente.

Gideon me cogió de la mano.

—¡Voy contigo! —dijo—. No te dejaré sola ahora.

En algún lugar detrás de nosotros, en los pasadizos, alguien gritó nuestros nombres.

—No quiero… —dije jadeando—. No quiero hablar con nadie. —Gideon me apretó la mano con más fuerza—. Conozco un sitio donde nadie podrá encontrarnos en las próximas horas. ¡Vamos por aquí!

De las Actas de la inquisición

del padre dominico Gian Petro Baribi

Archivo de la Biblioteca Universitaria de Padua

(descifrado, traducido y revisado por el doctor. M. Giordano)

27 de junio de 1542

Sin mi conocimiento, el padre dominico de la orden terciaria, un hombre de reputación más que dudosa, persuadió a M de la necesidad de realizar un exorcismo de tipo especial para liberar a su hija Elisabetta de su supuesta posesión. Cuando llegó a mis oídos la noticia de este sacrílego proyecto, ya era demasiado tarde. Aunque conseguí acceder a la capilla en la que tenía lugar el infame proceso, no pude evitar que le fueran administradas a la joven sospechosas sustancias que hicieron que brotara espuma de su boca, los ojos se le salieran de las órbitas y empezara a pronunciar palabras confusas, mientras el padre dominico la rociaba con agua bendita. A consecuencia de este tratamiento, para el que no puedo sino emplear la palabra «tortura», Elisabetta perdió esa misma noche al fruto de su vientre. Antes de partir, el padre no se mostró en absoluto arrepentido de sus actos, sino, al contrario, exultante por la expulsión del demonio, y tras haber anotado cuidadosamente la confesión de Elisabetta, realizada bajo el efecto de las sustancias y los dolores, la hizo constar en acta como prueba de su enajenación. Rechacé cortésmente la transcripción que me fue ofrecida, dado que mi informe al superior de la Congregación —de eso estoy seguro— ya resultará de todos modos bastante difícil de aceptar. Por mi parte, solo deseo que pueda contribuir a que M caiga en desgracia con sus protectores, aunque no albergo muchas esperanzas al respecto.

Capítulo XII

Mister Marley arrugó la frente cuando irrumpimos en la Sala del Cronógrafo.

—¿No le ha vendado los…? —empezó a decir, pero Gideon no le dejó acabar.

—Hoy elapsaré con Gwendolyn al año 1953 —anunció.

Mister Marley puso los brazos en jarras.

—No puede hacer eso —respondió—. Necesita su contingente temporal para la operación Turmalina negra barra Zafiro. Y le recordaré que la operación tiene lugar simultáneamente.

El cronógrafo se encontraba sobre la mesa, ante mister Marley, y las piedras preciosas centelleaban bajo la luz artificial.

—Cambio de planes —dijo Gideon escuetamente, y me apretó la mano.

—¡Yo no sé nada de eso! Y, además, no les creo. —Mister Marley torció la boca en una mueca de enfado—. Mis órdenes indican con toda claridad…

—No tiene más que llamar arriba e informarse —le interrumpió Gideon señalando el teléfono de la pared.

—¡Justamente eso es lo que voy a hacer!

Mister Marley, con las orejas coloradas, se dirigió muy tieso hacia el teléfono. Gideon me soltó y se inclinó sobre el cronógrafo, mientras yo me quedaba inmóvil junto a la puerta como una estatua. Ahora que ya no teníamos que correr, de repente me sentía totalmente paralizada, como un reloj al que se le había acabado la cuerda. Ni siquiera sentía ya los latidos de mi corazón. Era como si poco a poco me estuviera convirtiendo en piedra. En realidad, un millón de ideas deberían haber bullido en mi cabeza, pero en lugar de eso solo sentía un dolor sordo.

—Gwenny, ya está todo ajustado para ti. Ven. —Sin esperar a que le obedeciera e ignorando las protestas de mister Marley («¡Deje eso! ¡Esto es función mía!»), Gideon me arrastró hacia la mesa, cogió mi flácida mano y con mucho cuidado colocó un dedo en el compartimento bajo el rubí—. Enseguida estaré contigo.

—¡No tiene permiso para manipular el cronógrafo por su cuenta! —exclamó indignado mister Marley mientras descolgaba el teléfono—. Informaré inmediatamente a su tío de esta infracción de las reglas.

Aún tuve tiempo de ver cómo marcaba un número antes de sumergirme en un torbellino de luz rojo rubí.

Aterricé en medio de una profunda oscuridad y caminé mecánicamente, avanzando a tientas, en dirección hacia donde se suponía que se encontraba el interruptor.

—Ya me ocupo yo —oí decir a Gideon, que había aterrizado silenciosamente detrás de mí. Dos segundos más tarde, la bombilla se puso a parpadear en el techo.

—Sí que ha ido rápido —murmuré.

Gideon se volvió hacia mí.

—Oh, Gwenny —dijo suavemente—. ¡Siento tanto esto!

Y al ver que yo no me movía ni le contestaba, se acercó en dos zancadas y me abrazó. Apoyó mi cabeza en su hombro, hundió la barbilla en mis cabellos y susurró:

—Todo irá bien, te lo prometo. Todo se arreglará.

No sé cuánto tiempo estuvimos así inmóviles. Tal vez fueran sus palabras, que repetía una y otra vez, o tal vez también el calor de su cuerpo, lo que poco a poco me arrancó de mi parálisis. En todo caso, finalmente un susurro brotó de mis labios.

—Mamá… ya no es mi madre —dije tristemente.

Gideon me condujo hasta el sofá verde en el centro de la habitación y se sentó a mi lado.

—Gwenny, no sabes cuánto siento no haberlo sabido antes —dijo afligido—. Entonces hubiera podido prevenirte. ¿Tienes frío? Te castañean los dientes.

Sacudí la cabeza, me recliné contra él y cerré los ojos. Por un momento pensé en lo bien que estaría que el tiempo se detuviera en ese sótano, en el año 1953, en ese sofá verde donde no había problemas ni preguntas ni mentiras, sino solo Gideon y su consoladora cercanía, que me envolvía aislándome de todo. Pero, por desgracia, la experiencia me había enseñado que mis deseos no se acostumbraban a hacerse realidad.

Abrí los ojos de nuevo y le miré.

—Tenías razón —dije con voz quejumbrosa—. Probablemente este es el único sitio donde no pueden molestarnos. Pero esto te traerá problemas.

—Sí, seguro que sí. —Gideon esbozó una sonrisa—. Sobre todo porque tuve que ponerme… bueno… algo violento con Marley para evitar que me arrebatara el cronógrafo. —La sonrisa se volvió un poco tensa—. Supongo que la operación Turmalina negra y Zafiro tendrán que aplazarse —añadió—. Aunque ahora tengo más preguntas que nunca que hacerles a Lucy y a Paul, y una cita con ellos es justo lo que más nos convendría en estos momentos.

Pensé en nuestro último encuentro con Lucy y Paul en casa de lady Tilney, y me castañearon los dientes al recordar como Lucy me había mirado y había susurrado mi nombre. Dios mío, qué ciega había estado.

—Si Lucy y Paul son mis padres, ¿significa eso que somos parientes? —pregunté.

Gideon volvió a sonreír.

—Eso es lo primero que se me ha pasado por la cabeza —dijo—, pero para mí Falk y Paul son primos lejanos, de tercer o cuarto grado. Ellos proceden de uno de los gemelos Cornalina y yo de otro.

Las ruedecitas de mi cerebro empezaron a girar de nuevo y encajar unas con otras y de repente se me hizo un nudo en la garganta.

—Antes de ponerse enfermo, por la noche papá siempre nos cantaba algo y tocaba la guitarra. A Nick y a mí nos encantaba —dije en voz baja—. Siempre decía que había heredado de él mi talento musical. Y, sin embargo, ni siquiera éramos parientes. Mis cabellos negros me vienen de Paul.

Tragué saliva.

Gideon calló y me miró apenado.

—Si Lucy no es mi prima, sino mi madre, entonces mi madre es… ¡mi tía abuela! —continué—. Y mi abuela es en realidad mi bisabuela. ¡Y mi abuelito no es el abuelito, sino el tío Harry! —Esa fue la gota que colmó el vaso, y empecé a llorar sin poder contenerme—. ¡No puedo soportar al tío Harry! ¡No quiero que sea mi abuelo! Y no quiero que Caroline y Nick ya no sean mis hermanos. Los quiero tanto…

Other books

Second Chance by Natasha Preston
No Scone Unturned by Dobbs, Leighann
Bug Out by G. Allen Mercer
Don't Fear The Reaper by Lex Sinclair
A Little Bit on the Side by John W O' Sullivan
Each Time We Love by Shirlee Busbee
Supernova on Twine by Mark Alders
A Quiet Belief in Angels by R. J. Ellory
Task Force by Brian Falkner