Espadas contra la Magia

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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

BOOK: Espadas contra la Magia
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En el helado norte de Nehwon se alzaba una montaña inescalable. La leyenda decía que en su cumbre moraban dioses malignos y demonios y que, por supuesto, había un tesoro sin precio. De modo que, naturalmente, cuando Fafhrd y el Ratonero Gris oyeron hablar de ello... Y, como si una aventura semejante no fuera suficiente para dos mortales, encontraremos a Fafhrd y al Ratonero Gris en una taberna de Lankhmar, fanfarroneando sobre su habilidad como ladrones, y poco después, turbados por la vergüenza, viendo separados sus caminos en los laberintos del antiguo reino de Quarmal, cuna de intrigas y poderosos nigromantes.

Esta cuarta entrega de la saga de Fafhrd y el Ratonero Gris, dotada de la finísima ironía con la que Fritz Leiber ha caracterizado siempre a sus personajes más queridos, justifica una vez más el que dicho ciclo se considere la obra maestra de la fantasía heroica. Acaparador de todos y cada uno de los grandes premios literarios que se conceden en la fantasía, el terror y la ciencia ficción, Fritz Leiber es uno de los más personales escritores norteamericanos y el autor más premiado en toda la historia de la literatura fantástica.

Fritz Leiber

Espadas contra la Magia

Fafhrd y el Ratonero Gris - 4

ePUB v1.2

OZN
31.05.12

Título original:
Swords Against Wizardry

Fritz Leiber, enero de 1989.

Traducción: Jordi Fibla

Ilustraciones: Peter Elson

Diseño/retoque portada: Orkelyon

Editor original: OZN (v1.0 a v1.1)

ePub base v2.0

Dedico este libro a

HARRY OTTO FISCHER

que fue el primero en explorar Quarmall

y quien escribió diez mil de estas palabras

que aquí están sin variaciones,

sobre aquel reino subterráneo.

Además, dedico Stardock,

La segunda parte de esta novela,

A esos dos esforzados «hombres de los despeñaderos
»

Poul Anderson y Paul Turner.

Contenido

Prólogo del autor
[Espadas contra la magia] (Author's Introduction [Swords Against Wizardry]) [Artículo]
1973

En la tienda de la bruja
(In the Witch’s Tent) [Relato Corto]
1968

Stardock
(Stardock) [Relato]
1965

Los dos mejores ladrones de Lankhmar
(The Two Best Thieves in Lankhmar) [Relato Corto]
1968

Los señores de Quarmall
(The Lords of Quarmall) [Novela Corta] 1964

Nota acerca del autor
[Saga de Fafhrd y el Ratonero Gris]

PRÓLOGO DEL AUTOR

Espadas contra la Magia es el cuarto libro de la saga de Fafhrd y el Ratonero Gris, que sigue inmediatamente a
Espadas entre la niebla
y al que seguirá
Las espadas de Lankhmar
. Los dos héroes han sido compañeros de aventuras durante cerca de una década.

En 1936 mi compañero Harru Otto Fischer concibió, empezó a escribir y abandonó la historia «Los señores de Quarmall». Veinte años después, decidí que debía emprender la agradable tarea de resolver los misterios del relato y completarlo sin cambiar en absoluto sus palabras, excepto para añadir detalles argumentales. Harry, que para ciertas cosas es una persona muy paciente, comentó que le agradaba descubrir por fin cómo terminaba su historia.

Las secciones que Harry escribió son la historia de Quarmall y la presentación de su señor y Flindach, que comienza con el penúltimo párrafo de la página 110 y termina en la 119; el juego de ajedrez entre Gwaay y Hasjarl, 132 a 142; la cremación de Quarmall, 151 a 158; partes del hechizo del Ratonero, 159; y la idea del viaje del Ratonero por un túnel, 172 y 173.

Ahora el hogar de Harry está en Clarksburg, una población de montaña en el corazón de los Appalaches, mientras que yo vivaqueo en otra población montañesa de la costa occidental de Estados Unidos, pero, a pesar de la distancia, nuestra camaradería está tan viva como siempre.

FRITZ LEIBER, 1973

En la tienda de la bruja

La bruja se inclinó sobre el brasero, cuyo humo gris se entrelazaba en su ascensión con las hebras de la enmarañada cabellera negra. La luz de las brasas reveló el rostro moreno, de facciones irregulares y sucio como las raíces de un manzano negro recién arrancado. Medio siglo de calor y humo de brasero lo habían curtido, y era tan negro, arrugado y correoso como el tocino mingol.

A través de las anchas fosas nasales y la boca entreabierta, con la mandíbula caída, en la que se veían unos pocos dientes parduscos, como viejos tocones de árboles que vallaban irregularmente el campo grisáceo de su lengua, la vieja inhalaba gargarizando y expelía con un borboteo aquella humareda.

El humo que escapaba a sus pulmones ávidos se dirigía tortuosamente al combado techo de la tienda, que descansaba en siete nervaduras curvadas hacia abajo desde el poste central, y depositaba sobre el viejo cuero sin curtir su pequeña limosna de resina y hollín. Dicen que el cuero de esas tiendas, si se hierve tras décadas, o mejor aún, siglos de uso, produce un líquido nauseabundo que proporciona a quien lo toma extrañas y peligrosas visiones.

Desde el lugar donde se levantaba la tienda irradiaban los oscuros y retorcidos callejones de Illik—Ving, una ciudad que había crecido demasiado y era ruda y ruidosa, la octava y más pequeña metrópolis de la Tierra de las Ocho Ciudades.

Soplaba un viento helado, y en el cielo brillaban las extrañas estrellas del mundo de Nehwon, que es tan parecido y tan distinto al nuestro.

Dentro de la tienda, dos hombres con atuendo bárbaro contemplaban a la vieja encorvada sobre el brasero. El más corpulento, rubio con destellos rojizos, miraba atentamente y con expresión sombría. El de menor estatura, totalmente vestido de gris, entrecerró los ojos, ahogó un bostezo y frunció la nariz.

—No sé qué apesta más, si ella o el brasero —murmuró—. O quizá es toda la tienda, o esta inmundicia sobre la que nos sentamos. O a lo mejor vive con una mofeta. Mira, Fafhrd, si era preciso consultar a alguien con dotes mágicas, deberíamos haber buscado a Sheelba o Ningauble antes de haber zarpado de Lankhmar para cruzar hacia el norte el mar Interior.

—No estaban disponibles —respondió el hombre robusto en un susurro entrecortado—. Chitón, Ratonero Gris, creo que está entrando en trance.

—Querrás decir que se está durmiendo —replicó jocosamente su compañero.

La respiración gargarizante de la bruja empezó a parecer un estertor agónico. Movió ligeramente los párpados, mostrando dos líneas blancas. El viento agitó las oscuras paredes de la tienda..., o tal vez lo hacían invisibles presencias que se revolvían en la penumbra.

El hombrecillo no estaba impresionado.

—No veo por qué tenemos que consultar con nadie —comentó—. No vamos a abandonar Nehwon, como hicimos en nuestra última aventura. Tenemos los papeles..., quiero decir el trozo de pergamino... y sabemos adónde vamos, o al menos tú afirmas saberlo.

—¡Chitón! —repitió el hombre corpulento. Y añadió en tono áspero—: Antes de que uno se embarque en cualquier empresa importante, es costumbre consultar con un mago o una bruja.

El hombrecillo, ahora también susurrante, replicó:

—En ese caso, ¿por qué no hemos consultado con alguien civilizado? Cualquier miembro del Gremio de Brujos de Lankhmar con buena reputación, quien, por lo menos, habría tenido a su lado una o dos muchachas desnudas con las que solazar los ojos cuando empezaran a lagrimear por fijarlos tanto en los enmarañados jeroglíficos y horóscopos.

—Una buena bruja vulgar es más honesta que esos pícaros de la ciudad disfrazados con una túnica llena de estrellas y un cono negro en la cabeza —arguyó el hombretón—. Además, ésta se halla más cerca de nuestro helado objetivo y sus influencias. ¡Tú y tu gusto por los lujos urbanos! ¡Convertirías la sala de un brujo en un burdel!

—¿Por qué? —respondió el hombrecillo—. ¡Dos clases de hechizos a la vez! —Entonces, señalando a la vieja con un dedo, añadió—: ¿Vulgar, dices? Sería más exacto decir asquerosa.

—Calla, Ratonero, o interrumpirás su trance.

—¿Trance?

El hombrecillo miró de nuevo a la bruja, la cual había cerrado la boca y respiraba con dificultad sólo por la nariz, cuya punta sucia de hollín trataba de reunirse con el mentón sobresaliente. Se oían unos aullidos muy tenues, como de lobos remotos, o de fantasmas cercanos, o quizá no era más que una nota curiosa del jadeo de la bruja.

El hombrecillo hizo un mohín despectivo y meneó la cabeza. Le temblaban un poco las manos, pero lo disimulaba.

—Lo único que le ocurre es que está narcotizada —comentó juiciosamente—. Le has dado demasiada goma de adormidera.

—Pero ése es el propósito del trance —protestó el hombretón—. Narcotizar al espíritu para que ascienda a las montañas místicas y desde sus cumbres pueda ver las tierras del pasado y él futuro, y quizá el otro mundo.

—Ojalá las montañas que nos esperan fuesen simplemente místicas —musitó el hombrecillo—. Mira, Fafhrd, estoy dispuesto a permanecer aquí en cuclillas toda la noche, o el tiempo que haga falta delante de esta vieja apestosa, para satisfacer tu antojo. Pero ¿no se te ha ocurrido pensar que dentro de esta tienda corremos peligro? Y no me refiero tan sólo a los espíritus. Hay otros pillos aparte de nosotros en Illik—Ving, algunos quizá empeñados en la misma empresa que nosotros, y a quienes les encantaría destruirnos. Y aquí, tras estas paredes de cuero, somos ciervos silueteados contra el horizonte..., unos blancos perfectos.

En aquel instante el viento volvió a manosear la tienda, y se le añadió un garrapateo que podría ser de puntas de ramas agitadas por el viento o de largas uñas de muertos rascando el cuero. También se oían débiles gruñidos y aullidos, acompañados de pisadas sigilosas. Los dos hombres pensaron en la última advertencia del Ratonero, ambos miraron hacia la entrada oscura de la tienda y aflojaron las espadas en sus vainas.

La ruidosa respiración de la bruja se detuvo, y con ella los demás sonidos. Abrió los ojos, mostrando sólo los blancos, unos óvalos lechosos que resaltaban espectrales en el rostro oscuro y rugoso y la maraña del pelo. La punta gris de la lengua recorrió los labios como un gusano enorme.

El Ratonero iba a seguir hablando, pero Fafhrd le conminó a callar tocándole con su manaza.

En voz baja, pero muy clara, casi la voz de una muchacha, la bruja entonó:

Por razones brujeriles de sentido profundo

viajaréis hacia el borde helado del mundo...

«De sentido profundo —pensó el Ratonero—, una manera de no decir nada propio de las brujas. Está claro que no sabe nada de nosotros, salvo que nos dirigimos al norte, cosa que puede haberle dicho cualquier indiscreto.»

El norte, siempre el norte, será vuestro destino,

sin que os arredre el hielo y la nieve del camino.

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