Espadas de Marte (11 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

BOOK: Espadas de Marte
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—Y ahora cuéntame qué has averiguado o qué sospechas —me dijo Fal Silvas.

—Tengo razones para creer que Rapas se ha puesto en contacto con Ur Jan. A Ur Jan, según me contaste, lo ha contratado Gar Nal para asesinarte. Manteniéndome en contacto con Rapas, es posible conocer algo de los planes de Ur Jan. No estoy seguro de ello, pero es el único contacto que tengo con los asesinos y sería mala estrategia romperlo.

—Tienes toda la razón, Vandor. Comunícate con Rapas tan a menudo como puedas, y no lo mates hasta que deje de sernos útil. Entonces… — su rostro se contrajo en una mueca diabólica.

—Sabía que estarías de acuerdo conmigo —dije yo—. Me interesa mucho volver a ver a Rapas esta noche.

—Muy bien. Y ahora vayamos al taller. El trabajo en el motor va progresando muy bien, pero quiero que revises lo que se ha hecho hasta ahora.

Fuimos juntos al taller y, tras inspeccionarlo todo, le dije a Fal Silvas que quería ver el compartimento del motor en la nave para tomar unas medidas.

El me acompañó y penetramos junto n el casco. Cuando hube terminado mi investigación, busqué una excusa para quedarme más tiempo en el hangar, ya que tenía medio urdido un plan para cuya realización necesitaba un conocimiento más íntimo de aquella sala.

Simulando admirar la nave, caminé en torno a ella, observándola desde todos sus ángulos y, al mismo tiempo, observando el hangar desde todos sus puntos. Mi atención se concentró particularmente en el gran portalón a través del cual la nave debía abandonar en su momento el edificio.

Observé la construcción de las puertas y de sus cierres. Cuando lo hube hecho, perdí todo interés en la nave…, al menos por el momento.

Pasé el resto del día en el taller con los mecánicos, y la noche me sorprendió de nuevo en la casa de comidas de la Avenida de los Guerreros.

Rapas no se encontraba allí. Ordené mi cena y comencé a comer muy despacio, casi la había terminado sin que apareciera. Me dediqué a perder el tiempo, porque tenía muchas ganas de verlo aquella noche.

Al fin, cuando casi me había dado por vencido, llegó. Era evidente que estaba muy nervioso, y parecía más furtivo y sigiloso que de ordinario.

—¡Kaor! —lo saludé cuando se acercó a la mesa—, llegas tarde esta noche.

—Sí, me entretuve.

Pidió su cena. Parecía que no se podía estar quieto.

—¿Llegaste anoche a casa sin novedad? —me preguntó.

—Sí, por supuesto, ¿por qué?

—Estaba un poco preocupado por ti. Oí decir que habían asesinado a un hombre en una avenida por la que tuviste que pasar.

—¿Sí? —exclamé—. Debe haber sucedido después de que pasara yo. —Es muy extraño, era uno de los asesinos de Ur Jan, y de nuevo tenía la marca de John Carter en el pecho.

Me miraba recelosamente, pero noté que temía decir en voz alta lo que sospechaba.

—Ur Jan está seguro ahora de que John Carter está en la ciudad.

—Bueno —repliqué yo—, ¿por qué preocuparnos de ese asunto? Estoy seguro de que no nos concierne ni a ti ni a mí.

CAPÍTULO IX

En el balcón

Los ojos dicen la verdad más a menudo que los labios. Los ojos de Rapas el Ulsio me comunicaron que no estaba de acuerdo conmigo en que la muerte del asesino de Ur Jan no nos concerniese a ninguno de los dos, pero sus labios dijeron lo contrario.

—Por supuesto, no es cosa mía, pero Ur Jan está furioso. Ha ofrecido una enorme recompensa por la identidad del hombre que mató a Uldak y Povak. Esta noche se reúne con sus principales lugartenientes para concretar los detalles de un plan que, cree él, terminará de una vez por todas con las actividades de John Carter contra el gremio de asesinos. Ellos piensan…

Se detuvo repentinamente, con una mezcla de sospecha y terror en la mirada. Creo que durante un instante, su estúpida mente había olvidado sus sospechas de que yo era John Carter y luego, después de revelarme algunos de los secretos de su amo, las había recordado de pronto, aterrorizándose.

—Pareces saber muchas cosas de Ur Jan —comenté yo casualmente—. Uno creería que eres miembro de pleno derecho de su gremio.

Permaneció confuso durante algún tiempo. Se aclaró la garganta varias veces como si fuera a hablar, pero sin duda no se le ocurrió nada que decir: sus ojos no pudieron sostener mi mirada. Yo disfruté mucho con su embarazo.

—No —rechazó él, al fin—, nada de eso. Son meramente habladurías que he oído por la calle. Puro chismorreo. No es nada raro que se lo repita a un amigo, ¿no?

¡A un amigo! La idea era muy divertida. Sabía que Rapas era un hombre de Ur Jan y que, al igual que sus compañeros, había recibido la orden de matarme, y Fal Silvas me había ordenado que lo matara a él; y, a pesar de todo, allí estábamos cenando y chismorreando juntos. Era una situación de lo más graciosa.

Cuando concluyó nuestra cena, dos malencarados individuos entraron en el local y se sentaron a la mesa. No intercambiaron ningún signo con Rapas, pero yo reconocí a ambos y supe a qué habían venido. Los había visto en la asamblea de asesinos, y rara vez olvido una cara. Su presencia allí era todo un cumplido hacia mí, pues significaba que Ur Jan reconocía que hacía falta más de un espadachín para acabar conmigo.

Me hubiera gustado mucho grabar mi marca sobre sus pechos, pero sabía que si los mataba, las sospechas de Ur Jan respecto a que yo era John Carter se verían definitivamente confirmadas. La muerte de Uldak y de Povak y el hallazgo de la marca del señor de la Guerra en sus pechos podía ser una coincidencia; pero si dos hombres más, que fueron enviados para acabar conmigo, encontraban un destino similar…, incluso a un estúpido no le quedarían dudas de que los cuatro habían encontrado su fin a manos del propio John Carter. Los asesinos apenas se habían sentado cuando yo me levanté.

—Debo marcharme, Rapas. Tengo un trabajo importante esta noche. Espero que me perdones que te deje así, quizás nos veamos mañana por la noche.

Rapas intentó detenerme.

—No tengas tanta prisa —exclamó—, espera un momento. Deseo comentarte cierto asunto.

—Tendrá que esperar hasta mañana. Que duermas bien, Rapas —y, diciendo esto, me di la vuelta y abandoné el edificio.

Recorrí tan solo una corta distancia por la avenida, en dirección opuesta a la casa de Fal Silvas. Luego me oculté en las sombras de un zaguán y aguardé, aunque no tuve que esperar demasiado para ver a los dos asesinos salir y tomar apresuradamente, la dirección por la que suponían que yo me había ido. Un minuto o dos más tarde, Rapas salió del edificio. Dudó un instante, y luego siguió lentamente la avenida tomada por los asesinos.

Cuando los tres estuvieron fuera de mi vista, salí de mi escondite y me dirigí, una vez más, al edificio en lo alto del cual guardaba mi nave.

El propietario estaba ocupado en trabajos de poca importancia cuando aparecí en la azotea. Me hubiera gustado más que estuviera en cualquier otra parte ya que no quería que nadie supiera de mis idas y venidas.

—No se le ve mucho —me dijo.

—No —contesté—, he estado muy ocupado.

Continué mi camino hacia el hangar de mi nave.

—¿Va a sacar su vehículo esta noche?

—Sí.

—Tenga cuidado con las patrulleras si está metido en algún negocio que no quiera que conozcan las autoridades. Han estado terriblemente ocupadas el último par de noches.

No sabía si se limitaba a darme un consejo amistoso o si pretendía obtener información de mí. Muchas organizaciones, el gobierno entre ellas, empleaban agentes secretos. Por lo que yo sabía, aquel tipo muy bien podía pertenecer al gremio de asesinos.

—Bueno —dije yo—, espero que la policía no me siga esta noche — él aguzó el oído—. No necesito ninguna ayuda y, a propósito, ella es muy guapa —le guiñé un ojo y le di un codazo, al pasar, de una forma que sabía que comprendería.

Lo hizo.

Se rió y me dio una palmada en la espalda.

—Me imagino que te preocupará más su padre que la policía —dijo él, y cuando subí al vehículo añadió—: Dime, ¿no tendrá alguna hermana?

Mientras me alzaba silenciosamente sobre la ciudad, escuché al hombre del hangar riéndose de su propia ocurrencia; estaba seguro de que si tenía alguna sospecha, había desaparecido.

Estaba bastante oscuro; ninguna luna aparecía en el cielo; pero este mismo hecho me haría más visible a las naves de patrulla que volaran por encima de mí cuando yo sobrevolara las zonas más brillantemente iluminadas de la ciudad, así que busqué rápidamente avenidas oscuras y volé bajo entre las densas sombras de los edificios.

Fue sólo cuestión de minutos que alcanzara mi destino y posara suavemente mi volador sobre el tejado del edificio que albergaba el cuartel general del gremio de asesinos de Zodanga.

La afirmación de Rapas de que Ur Jan y sus lugartenientes estaban perfeccionando un plan dirigido contra mis actividades era el imán que me había atraído allí esta noche.

Había decidido no utilizar otra vez la antesala de su estancia de reunión, ya que no sólo el camino hasta ella estaba plagado de peligros, sino que, aunque alcanzara el escondite de detrás del aparador, sería incapaz de oír nada de lo que maquinaran a través de la puerta cerrada. Tenía otro plan, y lo puse en ejecución sin tardanza. Hice posar mi nave al borde del tejado, directamente encima de la sala donde se reunían los asesinos. Luego amarré una cuerda a una de las anillas de su borde.

Acostado boca abajo, me asomé por el borde del tejado para asegurar mi posición, y descubrí que la había calculado perfectamente. Justo debajo de mí se encontraba el balcón que daba a la ventana iluminada. Mi cuerpo colgaba ligeramente a un lado de la ventana, de modo que no era visible desde el interior de la sala.

Ajusté cuidadosamente los mandos de mi volador, y luego até el cabo de una cuerda delgada a la palanca de puesta en marcha. Una vez atendidas estas cuestiones, agarré la cuerda y me deslicé por el alero del tejado, llevando la cuerda delgada en una mano.

Descendí silenciosamente, ya que había dejado mis armas en el volador para que no fueran a chocar unas contra otras o arañar la pared del edificio mientras descendía, atrayendo la atención sobre mí.

Al llegar ante la ventana, comprobé que podía alcanzar la barandilla del balcón con una mano. Me acerqué a ella silenciosamente, colocándome en una posición desde la cual pudiera ponerme de pie con seguridad.

Había oído voces a poco de descolgarme del tejado, y ahora que estaba junto a la ventana descubrí encantado que estaba abierta y que podía escuchar, con bastante claridad, todo lo que sucedía dentro de la sala. Reconocí la voz de Ur Jan. Estaba hablando cuando me acerqué a la ventana.

—Incluso si lo capturamos esta noche —decía—, y es el hombre que yo creo, aún podremos obtener un rescate del padre o del abuelo de la chica.

—Y un buen rescate —apostilló otra voz.

—Todo lo que una nave grande pueda transportar —contestó Ur Jan—, además de una promesa de inmunidad para todos los asesinos de Zodanga y la renuncia a perseguirnos más.

Yo no podía sino tratar de imaginarme contra quién estaban conspirando, quizás contra algún noble viejo y rico; pero no podía comprender la conexión que podía haber entre mi muerte y el secuestro de aquella chica, a menos que no hablaran de mí, sino de otro.

En aquel momento, oí unos golpes secos, y la voz de Ur Jan que dijo:

—Pase.

Oí abrirse una puerta, y el sonido de hombres entrar en la sala.

—¡Ah! —exclamó Ur Jan, dando una palmada—. ¡Lo cazasteis! ¡Dos de vosotros fue demasiado para él!

—No lo cazamos —contestó una voz malhumorada.

—¿Qué? ¿Acaso no acudió esta noche a la casa de comidas?

—Estuvo allí —dijo otra voz, que reconocí al instante como la de Rapas—. Lo llevé allí, tal como había prometido.

—Muy bien, ¿y por qué no lo matasteis? —preguntó airadamente Ur Jan.

—Cuando salió de la casa de comidas —explicó uno de los otros—, lo seguimos rápidamente, pero había desaparecido cuando llegamos a la avenida. No se le veía por ninguna parte, y aunque recorrimos aprisa todo el camino hasta la casa de Fal Silvas, no le vimos.

—¿Sospechaba algo? —preguntó Ur Jan—. ¿Crees que adivinó para qué estabais allí?

—No, estoy seguro de que no. No se fijó en nosotros. Ni siquiera nos miró.

—No puedo entender cómo desapareció tan rápidamente —indicó Rapas—. Pero lo cogeremos mañana por la noche. Me prometió encontrarse conmigo de nuevo.

—Escuchad —dijo Ur Jan—, no me falléis mañana. Estoy convencido de que ese hombre es John Carter. Después de todo me alegro de que no lo mataran. Acaba de ocurrírseme un plan mejor. Mañana por la noche enviaré a cuatro de vosotros a esperarlo cerca de la casa de Fal Silvas. Quiero que lo capturéis vivo y que me lo traigáis. Con él vivo, podremos pedir dos naves cargadas de tesoros por su princesa.

—Y después tendremos que ocultarnos en las minas de Zodanga el resto de nuestras vidas —objetó uno de los asesinos.

Ur Jan se rió.

—Una vez que hayamos reunido el rescate, John Carter nunca nos molestará más.

—¿Quieres decir que…?

—Soy un asesino, ¿no? —preguntó Ur Jan—. ¿Crees que un asesino puede dejar con vida a un enemigo peligroso?

Ahora comprendía la conexión entre mi muerte y el secuestro de la joven que habían mencionado. Esta no era otra que mi divina princesa Dejah Thoris. Aquellos canallas esperaban obtener dos naves llenas por el rescate de Mors Kajak, Tardos Mors y de mí mismo; y ellos sabían, y yo también, que no habían calculado mal. Cualquiera de los tres daría gustoso muchas naves cargadas de tesoros a cambio de la seguridad de la incomparable princesa de Helium.

Me di cuenta, entonces, de que tenía que volver de inmediato a Helium para asegurarme de la integridad de mi princesa, pero me demoré un momento en el balcón para oír los planes de los conspiradores.

—Pero —repuso uno de los lugartenientes de Ur Jan—, aunque logres raptar a Dejah Thoris…

—No hay «aunque» alguno que considerar —replicó Ur Jan—. Es como si ya estuviera hecho. He preparado el golpe largo tiempo. Lo he hecho con el máximo secreto, para que no hubiera ninguna filtración; pero ahora que estoy listo para actuar, no importa que lo sepan. Puedo revelarte que dos de mis hombres son guardianes del palacio de la princesa Dejah Thoris.

—Bien, concedamos que la raptarás —prosiguió el otro escépticamente—. Pero, ¿dónde piensas ocultarla? ¿En qué lugar de Barsoom podrás esconder a la princesa de Helium del Gran Tardos Mors, aunque logres quitar del medio a John Carter?

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