Espadas de Marte (30 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

BOOK: Espadas de Marte
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Ambos se pusieron en pie de un brinco al reconocerme; sus malvados rostros eran un retrato de sorpresa y de terror.

Salté adelante y agarré a Gar Nal, antes de que pudiera desenvainar su espada, mientras que Ur Jan caía sobre Fal Silvas. Lo hubiera matado sin más contemplaciones, pero se lo prohibí. Todo lo que quería era saber qué había de Dejah Thoris, y uno de estos hombres debía saberlo. No podían morir ante de comunicármelo.

—¿Qué estás haciendo aquí, Gar Nal? —exigí saber—. Creíamos que estabas prisionero en Ombra.

—Escapé —contestó él.

—¿Sabes dónde está mi princesa?

—Sí.

—¿Dónde?

Su mirada adoptó una expresión astuta.

—Te gustaría saberlo, ¿no? —preguntó con una sonrisa de desprecio—. Pero, ¿crees que Gar Nal es lo bastante tonto como para decírtelo? No señor; mientras yo lo sepa y tú no, no te atreverás a matarme.

—Yo le sacaré la verdad —gruñó Ur Jan—. Rápido, Rapas, caliéntame una daga y ponla al rojo vivo.

Mas cuando miró alrededor, Rapas no estaba allí. Se había escabullido cuando entramos en la habitación.

—Bueno, puedo calentarla yo mismo; pero primero déjame matar a Fal Silvas.

—No, no —vociferó el viejo inventor—. Yo no rapté a la princesa de Helium, fue Gar Nal.

Y acto seguido, los dos comenzaron a acusarse el uno al otro, y no tardé en descubrir que aquellos dos magistrales inventores y redomados bribones, habían acordado una tregua y unido fuerzas, obligados por su mutuo temor hacia mí. Gar Nal ocultaría a Fal Silvas y, en compensación, éste le revelaría los secretos de su cerebro mecánico.

Ambos estaban seguros de que la casa de Gar Nal sería el último lugar del mundo donde yo buscaría a Fal Silvas. Gar Nal había ordenado a sus criados que dijeran que nunca había vuelto de su viaje con Ur Jan, dando la impresión de que todavía estaba en Thuria; planeaba partir aquella misma noche hacia un distante escondrijo.

Pero todo aquello me fastidiaba. Ni ellos ni sus planes me interesaban lo más mínimo. Yo sólo quería saber una cosa, y era qué había sido de Dejah Thoris.

—¿Dónde está mi princesa, Gar Nal? Dímelo y te perdono la vida.

—Aún está en Ombra.

Me volví hacia Fal Silvas.

—Esta es tu sentencia de muerte, Fal Silvas —le anuncié.

—¿Por qué? ¿Qué tiene que ver conmigo?

—Tú impides que yo controle el cerebro que dirige tu nave, que es el único medio que tengo para alcanzar Ombra.

Ur Jan alzó su espada para abrirle el cráneo a Fai Silvas, pero aquel cobarde se arrojó ante mí, suplicando por su vida.

—No me mates —gritó—, y te devolveré la nave y dejaré que controles el cerebro.

—No puedo fiarme de ti —dije yo.

—Llévame contigo —mendigó—, será preferible a la muerte.

—Muy bien. Pero si te interfieres en mis planes o intentas traicionarme, lo pagarás con tu vida.

Me volví hacia la puerta.

—Voy a volver a Thuria esta noche —dije a mis compañeros—. Me llevaré a Fal Silvas conmigo, y cuando vuelva con mi princesa, y no volveré sin ella, espero poder recompensaros materialmente a todos, por vuestra espléndida lealtad.

—Yo voy contigo, mí príncipe—dijo Jat Or—, y no quiero recompensa alguna.

—Yo también iré —manifestó Zanda.

—Y yo —gruñó Ur Jan—. Pero primero, mí príncipe, déjame por favor que le atraviese el corazón a ese canalla —y mientras hablaba, comenzó a avanzar hacia Gar Nal—. Debe morir por lo que ha hecho. Dio su palabra y la rompió.

Yo negué con la cabeza.

—No, Ur Jan. Me dijo dónde puedo encontrar a mi princesa, y he garantizado su vida a cambio.

Refunfuñando, Ur Jan envainó la espada, y los cuatro, en compañía de Fal Silvas, nos dirigimos hacia la puerta. Los demás me precedían. Yo iba a ser el último en salir al pasillo, y justo cuando me disponía a hacerlo, oí abrirse una puerta, en el otro extremo de la habitación que iba abandonar. Me volví para echar una mirada, y allí, en el umbral de enfrente, se encontraba Dejah Thoris.

Vino hacia mí, con los brazos extendidos, mientras que yo corría hacia ella.

Respiraba entrecortadamente y temblaba cuando la tomé en mis brazos.

—Oh, mi príncipe —gritó—, creí que no lo lograría a tiempo. Escuché todo lo que se dijo en esta habitación, pero estaba atada y amordazada, y no podía avisarte de que Gar Nal te estaba engañando. Sólo ahora he logrado liberarme.

Mi exclamación de sorpresa, al verla, había atraído la atención de mis compañeros, y todos volvieron a la habitación, y mientras estrechaba a la princesa entre mis brazos, Ur Jan saltó junto a mí y traspasó con su espada el pútrido corazón de Gar Nal.

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