Esperanza del Venado (32 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Fantástico

BOOK: Esperanza del Venado
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Éste fue el comienzo de una pequeña serie de acontecimientos: los pequeños Actos del Reyecito de Burland. No es una larga crónica: te la contaré aquí íntegramente sin tomar aire más de cien veces. Y sin embargo creo que al final no tuvo de qué avergonzarse.

El comandante sacó a Brasa de la jaula. Qué criatura tan obsequiosa; se mostraba ávida de arrojarse a los pies del Reyecito. Pero Orem no le echó a patadas; en realidad, le dirigió unas pocas palabras de amabilidad y ordenó a los guardias que le extendieran un pase.

—En nombre de Dios —dijo el comandante—. ¿Cómo puedo hacerlo si no tiene trabajo?

—Consignen en el pase que es sirviente de Horca de Cristal, un hombre de medios privados que en este momento no tiene sirviente. Si abandona a Horca de Cristal, entonces se termina su pase.

A Brasa se le agrandaron los ojos, pero tragó saliva y asintió.

—Es suficiente para mí, está bien, es justo, es un verdadero favor.

Los guardias obedecieron y el eco que esto tuvo en la ciudad fue tan pequeño que Belleza no lo advirtió. Pero no dejó de hacer eco, con todo, y cambió para siempre la ciudad a la cual retornarías, Palicrovol.

Tal vez el sabor del poder era embriagante como el del vino, pero creo que Orem no se emborrachó por haber bebido tan poco. Pienso que Orem siguió ejerciendo poder en otras circunstancias porque lamentaba haber sido misericordioso con un hombre que despreciaba, cuando había otros que merecían más de él y no habían sido ayudados.

Comenzó a utilizar a la guardia para sus propios propósitos. Encontrad a estas dos personas, eran mis amigos:

Un niño llamado Zumbón, Zumbón Moscardón, tal vez de unos diez años, que vive en la Ciénaga. Pero no lo atemoricéis; tratadlo con amabilidad, averiguad dónde está y decídmelo.

Un hombre llamado Rainer el Carpintero, que vive en el Pueblo de los Mendigos con la esperanza de conseguir trabajo algún día con su pase de pobre. Averiguad dónde está, y decídmelo.

Una vez al año llega de High Waterswatch un mercader llamado Glasin el Mercader, que una vez fue el Premio de Corth. Averiguad dónde está y decídmelo.

Y se lo dijeron. Orem se sentó en la Casa de Carbón, donde se controla a los espías de la ciudad; Orem se sentó allí con Timias, Belfeva y Comadreja y escuchó: Zumbón fue atrapado un mes atrás, sin pase y robando a un pobre en el Pequeño Mercado. Perdió ambas orejas y ahora vive en el Pueblo de los Mendigos.

—No le digáis a nadie quién lo ordenó, pero dadle a Zumbón un pase, un pase completo y libre que no lo sujete a ningún hombre, y extendedle una suma ilimitada de la Gran Bolsa; cargadlo al importe que la Reina me permite gastar. No me importa lo difícil que resulte. O eso, o le devolvéis las orejas. Si no podéis hacer lo último, haréis lo primero. —Y

así lo hicieron, y más aún: custodiaron al pequeño. Los guardias que antes habían sido su terror ahora le cuidaban silenciosamente, le protegían de todo daño ya que ¿no era el adorado del Reyecito, que contaba con la anuencia de la Reina?

Y respecto a Rainer el Carpintero, la respuesta tardó más en venir, ya que nunca había perdido una oreja y no figuraba en los registros perpetuos de las Cárceles. Por fin los espías trajeron su informe. Conocido por ser un hombre ebrio y violento, fue asesinado un año atrás, días después de haber sido rechazado cuando intentaba ingresar en la ciudad antes de tiempo con un pase de pobre.

—¿Ya hace un año? —preguntó Orem en voz baja.

—Más de un año —dijo el espía, tras consultar sus informes escritos.

Demasiado tarde, aun antes de que se marchara de la ciudad. Orem miró una pared ennegrecida por el hollín del carbón.

—¿Tenía familia?

—En una aldea del oeste. Tuvo que partir cuando la sequía dejó en la pobreza a todos los granjeros de la zona; vino aquí con la esperanza de poder enviarles dinero. La familia apenas se gana la vida como trabajadores libres ahora que las lluvias han vuelto a caer.

—Dadles veinte cabezas de ganado y tierras para ellos, y dinero suficiente para que estén resguardados sin que suscite la envidia de sus vecinos. Decidles que Rainer el Carpintero ganó el dinero antes de morir tratando de salvar a un hombre de los ladrones.

No es mentira.

Al último que hallaron fue a Glasin el Mercader. Prosperaba en su aldea, al norte de Banningside, amado y respetado por todos los que no le envidiaban y temían. Orem pensó en vengarse, pero no era algo afín a su naturaleza. Glasin le había engañado, pero a la vez había tenido oportunidad de venderlo como esclavo indefenso y no lo había hecho. ¿Era culpa de Glasin que los que más beneficio habían causado a Orem hubieran sufrido más? Las Hermanas no tejían justicia en el lienzo. Así Orem les dijo que otorgaran a Glasin un puesto permanente en el Gran Mercado, en el mejor lugar, donde la plaza se abría para formar la Calle del Mercado en la Corte Baja. Hasta ese momento, la autoridad jamás había demostrado interés por un mero mercader; fue suficiente para que Glasin se convirtiera en el más eminente de los mercaderes y para que se añadieran varias estrofas a su poema.

¿Qué importaba si los guardias y los espías pensaban que Orem era extravagante? En cierta forma él pensaba que su vida era un artefacto y que el carpintero determinaba que todas las patas quedaran planas. Sierra aquí, lija allá, equilibra las cosas, acomoda todo hasta que quede nuevamente firme y estable.

Había olvidado que su oficio no era el de carpintero sino el de labriego, cuyo único talento era conocer el calendario y observar el cielo, arar cuando la tierra está madura, enfardar cuando el maíz está seco, y separar parte de la cosecha para sembrar al año siguiente.

¿POR QUE ME ESCOGISTE A MI?

Así fue su vida juntos. De esa forma pasaron el tiempo. Belfeva y Timias empleaban las horas haciendo lo que nadie en las Grandes Casas había siquiera pensado hacer: reparar en las existencias de los débiles e indefensos. No podían acabar con todo el sufrimiento de la ciudad, pero sí hallar pequeños actos de infamia que podían ser detenidos, y hacer que en conjunto la ciudad fuera algo menos injusta. Y luego Timias y Belfeva informaban al Reyecito, y él trazaba su plan, cegaba a la Reina y ejecutaba sus pequeños actos de misericordia. No pasó inadvertido en la ciudad. Se corrió el rumor silencioso de que en el Pueblo del Rey la gente común tenía un amigo, y entre los temerosos e indefensos surgió una cierta esperanza, un poco de coraje.

Un día, cuando estaban solos, Timias preguntó al Reyecito:

—¿Por qué me escogiste a mí?

—¿Escogerte?

—Para ayudarte en esta labor que estamos haciendo. —Timias se rió de la expresión intrigada de Orem y se explicó-: ¿No has notado que estamos haciendo una tarea?

—Pero… sólo hago esto porque te tengo conmigo —repuso Orem y era la verdad.

Pero aún más cierta fue su respuesta cuando Belfeva le hizo la misma pregunta.

—¿Por qué yo?

—Según creo, porque la mano que me llevó hasta donde estoy te trajo cerca de mí.

Pero la más veraz de todas fue la respuesta que dio a Comadreja Bocatiznada, cuando un día le preguntó amargamente:

—¿Por qué mantienes a Timias y Belfeva a tu lado? ¿No sabes que los haces quedar en ridículo en la corte, que pasan por aduladores de ese bufón llamado el Reyecito? Y no me digas que los dioses los han acercado porque tú y yo sabemos que los dioses están hechizados.

Orem lo pensó un rato y luego dijo:

—Cuando estudiaba en la Casa de Dios, solía hacer juegos con palabras y números, y mis maestros creían que había escrito la verdad. Y yo me reía de ellos porque encontraban verdad en mis juegos. Ahora creo que el mundo corre dentro de un esquema. En ese esquema hay muchos nombres que un hombre puede llevar. He dado con un nombre que me trae hasta aquí y quienesquiera que se llamen Timias y Belfeva deben estar conmigo, porque esa es la forma en que corre el mundo. Es un enigma, pero así y todo sigue siendo verdad.

Creo que ahora te das cuenta de que Orem el Carniseco afrontar su muerte si es la muerte lo que impones sobre él. Somos nosotros, los que os amamos a los dos, quienes no podemos soportar que el hombre que más razones tenga para estarle agradecido sea el hombre que decida suprimir la vida del joven Orem.

21
EL FUTURO DE OREM

De cómo Orem supo que debía morir a causa de Belleza, y de cuáles fueron sus planes ante la inminencia de la muerte.

UNA CONVERSACIÓN CASUAL

Una noche, Orem estaba sentado sobre un pórtico que pendía en el vacío sobre una terraza ajardinada. Solía ir para observar el pequeño bosque desde allí. A pesar de las horas que había pasado intentándolo, aún no había hallado una forma de llegar hasta el jardín a través de la maraña del Palacio. A veces pensaba que Dios debía ver el mundo de ese modo, muy cercano, casi hasta poder tocarlo, e infinitesimalmente pequeño, al punto de no atreverse a tocarlo para no romperlo.

Más allá del Parque de Palacio, con su primavera perpetua, una tormenta de nieve cubría la ciudad, la primera del año. Habían transcurrido once meses desde aquella nevada en las jaulas, donde se vio con la muerte cara a cara. Pensó en ello y recordó no haber sentido miedo. Había combatido a la muerte, pero no con temor sino con obstinación. Tampoco con pasión. Su vida era tan plácida en Palacio que creía ser por naturaleza un hombre de paz. Diecisiete años, y ya se sentía cómodo en su vida contemplativa.

Desde luego, no era verdad. Estaba frustrado, impedido, pero estos sentimientos lo dejaban lánguido y paralizado, conque cuando más necesitaba actuar más propensión sentía a no hacer nada. Por eso se acercó al pórtico y miró el jardín desde arriba y deseó poder habitar en ese diminuto lugar; era por eso que miró la ciudad y se preguntó qué estaría haciendo Zumbón esa noche en la nieve.

Entonces llegaron voces desde abajo.

—Mira. Nieva otra vez —decía Pusilánime.

—¿Ya? Esta vez ha sido breve —replicaba Comadreja.

—Once meses. Demasiado, creo —seguía Urubugala.

¿Sabrán que estoy aquí?, pensó Orem. Casi les dio una isla para que pudieran conversar en privacidad sin el Ojo Inquisidor de la Reina; y luego se le ocurrió que había cosas que podía saber escuchando sin que lo advirtieran. Accidentalmente, durante un instante, podía espiar del modo en que lo hacía la Reina todo el tiempo.

—Con qué ansiedad esperamos el día —dijo Pusilánime—. El nacimiento de un nuevo retoño.

—El renacimiento y la renovación de Belleza. Poder por unos siglos más. ¿El Reyecito conoce el papel que jugará en todo esto?

—Creo que no —dijo Comadreja—. No, no lo sabe.

—¿Debemos decírselo? —preguntó Pusilánime.

—Creo que sí —respondió Comadreja sin demora.

—No —dijo Urubugala.

—Siempre es mejor saber la verdad.

—¿Podrá impedirlo? —preguntó Urubugala—. Si tratara de detenerlo, nos destruiría a todos. Para que la Reina se renueve, todo su poder debe ser puesto en la sangre viviente.

Él desempeñará mejor su papel si no sabe nada.

—Es más misericordioso de ese modo —resopló Pusilánime.

—Sí —dijo Comadreja—. ¿Pero te agradecerá la misericordia?

—No me importa su agradecimiento —dijo Urubugala—. El coste del poder jamás lo paga quien lo ejerce.

Y luego, silencio. Ni siquiera les escuchó partir.

Orem nada sabía de los libros de magia. Sin embargo, su vida con Horca de Cristal le había enseñado esto: que el precio del poder era la sangre y que aquello que diera la sangre debía morir. Belleza se aproximaba al momento de su renacimiento. Y no le contarían a Orem el papel que debía representar porque todo el poder de ella debía ser conferido a la sangre viviente. En ese momento llegó a la conclusión obvia: la sangre de un venado es más potente que la de una rata; la sangre de un hombre es más potente que la de un venado; y la sangre de un esposo es más potente que la de un desconocido.

¿Qué sangre derramaría Belleza para su inminente poder infinito? La sangre de su esposo, el Reyecito.

De pronto su existencia casi vacía en Palacio cobró sentido. Era el pavo que engordaban para el sacrificio. Belleza le había dejado entrar en su lecho y había concebido un hijo porque de otro modo él no podía ser su legítimo esposo y así no tendría suficiente poder para ella. Probablemente ella aguardase a que naciera el niño, y luego le mataría.

Se reclinó contra la baranda porque no podía tenerse en pie. Después de todo, seguía enjaulado. No se salvó cuando la Reina acudió en su búsqueda. Simplemente le había hecho encajar en sus planes. Durante una hora observó caer la nieve y se lamentó de su suerte.

Y mientras lloraba, vio muchas versiones de su muerte. ¿Le pondría en ridículo en esos momentos finales? ¿O le agradecería su sacrificio? más poderosa que la sangre de un esposo sería la de un consorte que se desangrara voluntariamente. ¿Y si Belleza le pedía que diera su sangre por voluntad propia? ¿Acaso pensaba que algún hombre moriría con gusto por ella? Se imaginó yendo hasta ella a ofrendarle su vida. Pero sabía que se reiría de él. Lo consideraba ridículo aun entonces, no podía ser capaz de un gesto grandioso bajo su mirada, ya que también le resultaba ridículo a él.

También pensó en escapar. Pero tras meditarlo, descartó esa alternativa. ¿Había salido de Banningside rumbo a Inwit, había salido de la Calle de los Magos hacia Palacio para escapar en el preciso momento que daría significado a su vida? ¿No había querido un nombre, un poema y un lugar?

Y después de cavilar de este modo durante una hora, decidió que podía tolerar que su existencia concluyera de ese modo. Se reconcilió con el hecho de ser un peón en el juego de la Reina.

Entonces, de pronto, recordó haber yacido en la jaula porque el cansancio le impedía caminar en la nieve. Sentía los escupitajos de los demás hombres sobre sus hombros y su rostro. Aun cuando uno no tiene esperanzas, no muere durmiendo si es que puede morir luchando.

¿Para qué he venido hasta aquí? ¿Para qué tuve que venir yo? Belleza ignora que soy un Sumidero. Fueron las Hermanas las que le mostraron mi rostro en un sueño. Tal vez he debido escuchar esta conversación hoy por la noche para recordar que la Reina Belleza es mi enemiga. Aunque sigo soñando con ella, aunque vacilo y me siento el peor de los tontos cuando estoy ante ella, tal vez lo que corresponde es que me valga de mi poder para debilitarla.

Si debo morir, que no sea un sacrificio voluntario. Quiero morir sabiendo que aunque ella pueda quitarme la vida yo también le quitaré algo a ella. Tal vez tenga tiempo para ayudar a Palicrovol en los días que quedan hasta que nazca el niño. He estado un año aquí, y en ese tiempo no he hecho nada con el poder que poseo salvo mantener unas pocas conversaciones secretas y triviales. Acaso sea débil, mas soy la única persona que puede ofrecer lucha a la Reina. Y si me descubre, tanto mejor. Que me mate enfurecida, para que gran parte de mi sangre se vierta y se desperdicie. Será mi hora de reírme de ella.

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