Espía de Dios (23 page)

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Authors: Juan Gómez-Jurado

Tags: #thriller

BOOK: Espía de Dios
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El cardenal se incorporó un poco más, hasta sentarse en la cama. Se dirigió a la monja.

—Corre el rumor entre algunos de mis hermanos cardenales de que dos de las figuras más preeminentes de la Curia no van a asistir al Cónclave. Espero que ambos se encuentren bien.

—¿Dónde ha oído eso su Eminencia? —Paola se sorprendió. En su vida había escuchado una voz tan suave, dulce y humilde como aquella con la que Dante había formulado su última pregunta.

—Ay, hijos míos, a mi edad uno olvida muchas cosas. Como quién susurro qué entre el café y el postre. Pero puedo asegurarles que no soy el único que lo sabe.

—Eminencia, seguramente se trate tan solo de un rumor sin fundamento. Si usted nos disculpa, hemos de ocuparnos de buscar al alborotador.

—Espero que le encuentren pronto. Está habiendo demasiados disturbios en el Vaticano, y tal vez sea hora de un cambio de rumbo en nuestra política de Seguridad.

La velada amenaza de Shaw, tan recubierta de azúcar glaseado como la pregunta de Dante, no pasó desapercibida a ninguno de los tres. Incluso a Paola el tono le heló la sangre en las venas, y eso que detestaba a todos los miembros de la
Vigilanza
que conocía.

La hermana Helena salió de la habitación con ellos y siguió pasillo adelante. En la escalera le aguardaba un cardenal un tanto grueso, seguramente Pauljic, con el que la hermana Helena descendió las escaleras.

Tan pronto Paola vio como la espalda de la hermana Helena desaparecía escaleras abajo, Paola se giró hacia Dante con una amarga mueca en el rostro.

—Parece que su control de daños no funciona tan bien como usted creía, superintendente.

—Le juro que no lo comprendo —Dante llevaba el pesar pintado en el rostro—. Al menos esperemos que no conozcan la verdadera razón. Desde luego no parece posible. Y tal y como están las cosas, incluso Shaw podría ser el próximo que calce las Sandalias Rojas.

—Como mínimo los purpurados saben que algo raro está ocurriendo —dijo la criminalista—. Sinceramente, me encantaría que la maldita cosa les estallara en las narices para que pudiéramos trabajar como el caso requiere.

Dante iba a replicar airado cuando alguien apareció en la escalinata de mármol. Carlo Boi había decidido enviar al que consideraba el mejor y más discreto técnico de la UACV.

—Buenas tardes a todos.

—Buenas tardes, director Boi —respondió Paola.

Había llegado la hora de enfrentarse al nuevo escenario de Karoski.

Academia del FBI

Quantico, Virginia

22 de agosto de 1999

—Pase, pase. Supongo que sabe quién soy, ¿verdad?

Para Paola, conocer a Robert Weber era el equivalente a lo que sentiría un egiptólogo si Ramses II le invitara a tomar café. Entró en la sala de reuniones, donde el famoso criminólogo estaba repartiendo las calificaciones a los cuatro estudiantes que habían seguido el curso. Llevaba diez años retirado, pero sus pasos firmes aún imponían un respeto reverencial en los pasillos del FBI. Aquel hombre había revolucionado la ciencia forense al crear un nuevo método para localizar a los criminales: el perfil psicológico. En el elitista curso que el FBI impartía para formar nuevos talentos a lo largo del globo, él era siempre el encargado de dar las notas. A los chicos les encantaba, porque podían ver cara a cara a alguien a quien admiraban mucho.

—Claro que le conozco, señor. Debo decirle…

—Si, ya lo sé, es un honor conocerme y bla bla bla. Si me dieran un dólar cada vez que me dicen esa frase ahora sería un hombre rico.

El criminalista tenía la nariz hundida en una gruesa carpeta. Paola metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó un papel arrugado, que le tendió a Weber.

—Es un honor conocerle, señor.

Weber miró el papel y se echó a reír. Era un billete de un dólar. Extendió la mano y lo recogió. Lo alisó y se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta.

—No arrugue los billetes, Dicanti. Son propiedad del Tesoro de los Estados Unidos de América —pero sonrió, complacido ante la oportuna respuesta de la joven.

—Lo tendré en cuenta, señor.

Weber endureció la cara. Era el momento de la verdad, y cada palabra de las que siguió fue como un mazazo para la joven.

—Usted es débil, Dicanti. Roza los mínimos en las pruebas físicas y en las de puntería. Y no tiene carácter. Se derrumba enseguida. Se bloquea ante la adversidad con excesiva facilidad.

Paola estaba apesadumbrada. Que una leyenda viva te saque los colores en un momento es un trago muy difícil de pasar. Es aún peor cuando su voz carraspeante no deja el más mínimo resquicio de simpatía en su voz.

—Usted no razona. Es buena, pero tiene que sacar lo que lleva dentro. Y para eso tiene que inventar. Invente, Dicanti. No siga los manuales al pie de la letra. Improvise y verá. Y sea más diplomática. Aquí tiene sus notas finales. Ábralas cuando salga del despacho.

Paola recogió el sobre de Weber con manos temblorosas y abrió la puerta, agradecida de poder escapar de allí.

—Una cosa más, Dicanti. ¿Cuál es el verdadero motivo de un asesino en serie?

—Su hambre de matar. Que no puede contenerla.

El viejo
profiler
negó con disgusto.

—Se encuentra cerca de donde debería, pero aún no está ahí. Vuelve a pensar como los libros, señorita. ¿Usted puede comprender el ansia de matar?

—No, señor.

—A veces hay que olvidar los tratados de psiquiatría. El verdadero motivo es el cuerpo. Analice su obra y conocerá al artista. Que sea lo primero que piense su cabeza cuando entre a una escena del crimen.

Dicanti corrió a su habitación y se encerró en el baño. Cuando consiguió la serenidad suficiente, abrió el sobre. Tardó un buen rato en comprender lo que veía.

Había obtenido las máximas calificaciones en todas las materias, y una valiosa lección. Nada es lo que parece.

Domus Sancta Marthae

Piazza Santa Marta, 1

Jueves, 7 de abril de 2005. 17:35

Apenas había pasado una hora desde que el asesino había escapado de aquella habitación. Paola pudo sentir aún su presencia en la estancia como el que respira un humo acerado e invisible. De viva voz se mostraba siempre racional sobre los asesinos en serie. Era fácil hacerlo cuando emitía (las más de las veces) sus opiniones desde un cómodo despacho enmoquetado.

Era muy distinto entrar de esa manera en la habitación, con cuidado para no pisar la sangre. No sólo para no contaminar la escena del crimen. El motivo principal de no pisar era porque la maldita sangre estropeaba para siempre unos buenos zapatos.

Y también el alma.

Hacía casi tres años que el director Boi no procesaba personalmente una escena del crimen. Paola sospechaba que Boi estaba llegando a aquel nivel de compromiso por ganar puntos ante las autoridades del Vaticano. Desde luego no podría ser para progresar políticamente con sus superiores italianos porque todo aquel maldito asunto se tenía que guardar en secreto.

Él había entrado primero, con Paola detrás. Los demás esperaron en el pasillo, mirando al frente y sintiéndose incómodos. La criminalista escuchó cómo Dante y Fowler intercambiaban unas palabras —incluso juraría que algunas dichas en un tono de voz muy poco educado— pero hizo un esfuerzo por poner toda su atención sobre lo que había dentro de la habitación y no en lo que había dejado fuera.

Paola se quedó junto a la puerta, dejando a Boi seguir su rutina. Primero las fotografías forenses, una desde cada esquina de la habitación, otra en vertical al cadáver, otra desde cada uno de los posibles lados, y una de cada uno de los elementos que el investigador pudiera considerar relevantes. En definitiva, más de sesenta destellos de flash iluminando la escena con tonos irreales, blanquecinos e intermitentes. También sobre el ruido y el exceso de luz se impuso Paola.

Respiró hondo, procurando ignorar el olor a sangre y el regusto metálico que dejaba en la garganta. Cerró los ojos y contó mentalmente de cien a cero, muy despacio, intentando acompasar los latidos de su corazón con el ritmo de la cuenta decreciente. El descarriado galopar del cien era tan solo un trote suave en el cincuenta y un tambor contundente y preciso en el cero.

Abrió los ojos.

Sobre la cama estaba tendido el cardenal Geraldo Cardoso, de 71 años. Cardoso estaba atado al cabecero ornamentado de la cama por dos toallas anudadas fuertemente. Llevaba puesto el capelo cardenalicio, totalmente ladeado, con un aire perversamente cómico.

Paola recitó, despacio, el mantra de Weber. «Si quieres conocer a un artista, contempla su obra». Lo repitió una y otra vez, moviendo los labios en silencio hasta borrarle el significado a las palabras en su boca, pero imprimiéndoselo a su cerebro, como el que moja un sello en tinta y lo deja seco tras estamparlo en el papel.

—Comencemos —dijo Paola en voz alta, y sacó una grabadora del bolsillo.

Boi ni siquiera la miró. Estaba enfrascado en ese momento en la recogida de rastros y en estudiar la forma de las salpicaduras de sangre.

La criminalista empezó a dictarle a su grabadora tal y como le habían enseñado en Quantico. Haciendo una observación y una deducción inmediata. El resultado de aquellas conclusiones se parecería bastante a una reconstrucción de cómo había sucedido todo.

Observación:
El cadáver está atado por las manos en su propia habitación, sin ningún signo de violencia en el mobiliario.

Inferencia:
Karoski se introdujo en la habitación con algún subterfugio y redujo a la víctima con rapidez y en silencio.

Observación:
Hay una toalla con sangre en el suelo. Parece arrugada.

Inferencia:
Con toda probabilidad Karoski colocó a la víctima una mordaza y la sacó para seguir adelante con su macabro
modus operandi
: cortar la lengua.

Observación:
Escuchamos un alarido.

Inferencia:
Lo más probable es que al sacar la mordaza Cardoso encontrara el modo de gritar. Luego la lengua es lo último que corta, antes de pasar a los ojos.

Observación:
La víctima conserva ambos ojos y la garganta seccionada. El corte parece apresurado y lleno de sangre. Las manos permanecen en su lugar.

Inferencia:
El ritual de Karoski en éste caso comenzó por torturar el cuerpo, para después continuar con el despiece ritual. Fuera la lengua, fuera los ojos, fuera las manos.

Paola abrió la puerta de la habitación y le pidió a Fowler que pasara un momento. Fowler hizo una mueca al contemplar el macabro espectáculo, pero no apartó la mirada. La criminalista rebobinó la cinta de la grabadora y ambos escucharon el último punto.

—¿Cree que hay algo especial en el orden en que realiza el ritual?

—No lo sé,
dottora
. El habla es lo más importante en un sacerdote: por su voz se administran los sacramentos. Los ojos no definen en absoluto el ministerio sacerdotal, ya que no intervienen de manera crítica en ninguna de sus funciones. Pero sin embargo, sí lo hacen las manos, que son sagradas ya que tocan el cuerpo de Cristo en la Eucaristía. Las manos de un sacerdote son sagradas siempre, independientemente de lo que éste haga.

—¿Qué quiere decir?

—Incluso un monstruo como Karoski sigue teniendo las manos sagradas. Su capacidad para impartir los sacramentos es la misma que la del más santo y puro de los sacerdotes. Es un contrasentido, pero es así.

Paola se estremeció. La idea de que un ser tan abyecto pudiera tener un contacto directo con Dios le parecía repugnante y terrible. Intentó recordarse a si misma que aquel era uno más de los motivos que le había hecho renegar de Dios, pensar de Él que era un tirano insufrible en su cielo de algodón. Pero profundizar en el horror, en la depravación de aquellos como Karoski que supuestamente debían de realizar Su obra, estaba produciendo en ella un efecto muy diferente. Sintió la traición que Él debía sentir y por unos instantes se puso en Su lugar. Recordó a Maurizio más que nunca y lamentó que no estuviera allí para intentar poner sentido a toda aquella maldita locura.

—Dios santo.

Fowler se encogió de hombros, sin saber muy bien que decir. Volvió a salir de la habitación. Paola volvió a conectar la grabadora.

Observación:
La víctima está vestida con el traje talar, abierto completamente. Bajo él lleva puesta una camiseta interior de algodón y calzones tipo
boxer
. La camiseta está desgarrada, probablemente con un instrumento afilado. Sobre el pecho hay varios cortes, que forman las palabras EGO TE ABSOLVO.

Inferencia:
El ritual de Karoski en éste caso comenzó por torturar el cuerpo, para después continuar con el despiece ritual. Fuera la lengua, fuera los ojos, fuera las manos. Las palabras EGO TE ABSOLVO fueron encontradas también en los escenarios de Portini —según las fotos presentadas por Dante— y Robayra. La variación en éste caso es extraña.

Observación:
Hay gran cantidad de manchas de salpicaduras y retrosalpicaduras por las paredes. También una huella parcial de pisada en el suelo, junto a la cama. Parece sangre.

Inferencia:
Todo en esta escena del crimen es muy extraño. No podemos deducir que su estilo haya evolucionado, o que se haya adaptado al medio. Su
modus
es anárquico, y…

La criminalista pulsó el botón de
stop
en la grabadora. Allí había algo que no encajaba, algo que estaba terriblemente mal.

—¿Qué tal va, director?

—Mal. Muy mal. He sacado huellas de la puerta, de la mesilla de noche y del cabecero de la cama, pero poco más. Hay varios juegos de huellas, pero creo que uno corresponde a las de Karoski.

En aquel momento estaba sosteniendo una lámina de plástico en la que se había impreso una huella de índice bastante clara, que acababa de obtener del cabecero de la cama. La estaba comparando al trasluz con la huella aportada por Fowler de la ficha de Karoski (obtenida por el propio Fowler en su celda tras la fuga de éste, ya que no era práctica habitual en el Saint Matthew tomar las huellas a los pacientes).

—Sólo es una impresión previa, pero creo que hay coincidencia en varios puntos. Esta horquilla ascendente es bastante característica, y ésta cola déltica… —decía Boi, más para sí mismo que para Paola.

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