Un frutero con ciruelas exquisitas, una fuente de porcelana con repostería variada y dos bandejas con trufas de chocolate y otros dulces deliciosos se le ofrecían a la vista entre los dos platos puestos. Las ciruelas invitaban a cogerlas. Estiró la mano y se detuvo, recordando el agua con sedantes que le suministraron en el campamento. Necesitaba resistir la tentación y tomar decisiones inteligentes a pesar del hambre.
Permaneció de pie, descalza en medio del solitario comedor. La música sonaba suavemente dentro de la casa. Nora reparó en la otra puerta lateral, y pensó en girar el pomo, pero se sentía observada. Miró en busca de cámaras pero no vio ninguna.
La segunda puerta se abrió. Barnes entró, de nuevo con su uniforme de almirante completamente blanco. Su piel parecía sana, radiante y sonrosada alrededor de su barba blanca y recortada al estilo Van Dyke. Nora casi había olvidado el aspecto saludable que podía tener un ser humano bien alimentado.
—Bien —dijo él, caminando a lo largo de la mesa en dirección a Nora; llevaba una mano en el bolsillo, con el aire de un respetable propietario de una mansión—, este es un entorno mucho más favorable para encontrarnos de nuevo, ¿verdad? La vida en el campamento es muy triste. Este lugar es mi refugio —prosiguió, señalando la estancia con la mano—. Es demasiado grande para mí, por supuesto. Pero con el poder del derecho de expropiación, todo lo que aparece en el menú tiene el mismo precio, así que ¿por qué conformarse con menos de lo que uno se merece? Tengo entendido que esta mansión perteneció alguna vez a un pornógrafo. Todo esto fue comprado con el producto de la obscenidad, así que no me siento tan mal.
Sonrió, y las comisuras de su boca alzaron los bordes de su barba puntiaguda mientras se acercaba a Nora.
—¿No has comido? —le preguntó, mirando la bandeja rebosante de dulces; a continuación, cogió un pastel rociado con una fina capa de azúcar—. Supuse que estarías muerta de hambre. —Miró el pastel con orgullo—. Los han hecho para mí. Todos los días, en una panadería de Queens, únicamente para mí. Soñaba con ellos cuando era niño, pero no podía permitirme el lujo… En cambio, ahora…
Barnes le dio un mordisco. Se sentó en la cabecera de la mesa, desdobló la servilleta y la extendió sobre su rodilla.
Al constatar que la comida no contenía ninguna sustancia extraña, Nora tomó una ciruela y la devoró con rapidez. Cogió una servilleta para limpiarse el jugo de su barbilla, y luego se comió otra.
—Cabrón —le dijo con la boca llena.
Barnes sonrió abiertamente; esperaba algo mejor de ella.
—Guau, Nora; directa al grano… o más bien «realista». ¿Te parece «oportunista»? Podría aceptarlo. Tal vez. Pero este es un Nuevo Mundo. Los que aceptan ese hecho y se adaptan a él pueden sacarle partido.
—¡Qué noble! Un simpatizante de esos… monstruos.
—Al contrario, diría que la empatía es un rasgo del cual carezco.
—Un especulador, entonces.
Barnes pensó en eso, jugando a sostener una conversación educada; terminó su pastel y comenzó a chuparse los dedos.
—Tal vez.
—¿Qué tal «traidor», o «hijo de puta»?
Barnes golpeó la mesa con su mano.
—Basta —protestó, rechazando el calificativo como si fuese una mosca insidiosa—. ¡Te estás aferrando a la santurronería porque es lo único que te queda! ¡Mírame! Observa todo lo que tengo…
Nora no apartó sus ojos de él.
—Mataron a todos los líderes en las primeras semanas. A los formadores de opinión, a las personas más válidas. Todo para que alguien como tú ascendiera a la cima. No es algo que te deje en muy buen lugar, que digamos; flotar en el desagüe…
Barnes sonrió, fingiendo que su opinión sobre él no le importaba.
—Estoy tratando de ser civilizado. Intento ayudarte. Así que siéntate…, come…, conversa…
Nora retiró su silla para sentarse a una prudente distancia de él.
—Permíteme —dijo Barnes, y comenzó a untar la mantequilla y la mermelada de frambuesa en un cruasán con un cuchillo sin filo—. Estás empleando términos bélicos como «traidor» y «especulador». La guerra, si alguna vez la hubo, ha terminado. Unos cuantos humanos como tú aún no han aceptado esta realidad. Sin embargo, te estás engañando. Pero ¿significa eso que todos debemos ser esclavos? ¿Es esa la única opción? No lo creo. Hay un espacio intermedio, incluso un lugar cerca de la cima. Para aquellos con habilidades excepcionales y la suficiente perspicacia para aplicarlas, claro está.
Dejó el cruasán en el plato de Nora.
—Había olvidado lo poco de fiar que eres —dijo ella—. Y lo ambicioso.
Barnes sonrió como si hubiera recibido un cumplido.
—Bueno, la vida en el campamento puede ser satisfactoria. No vivir únicamente para uno mismo, sino para los demás. Esta función humana tan básica a nivel biológico (producir sangre) es un recurso esencial para ellos. ¿Crees que eso nos deja sin ninguna ventaja? No si uno mueve bien las fichas; si puedes demostrarles que tienes un verdadero valor.
—Como carcelero.
—De nuevo, Nora, eres muy reduccionista. Tu lenguaje es el de los perdedores. Creo que el campamento no existe para castigar ni oprimir. Es simplemente una instalación, construida para garantizar una producción masiva y una eficiencia máxima. Mi opinión (aunque considero que es un hecho obvio) es que la gente aprende rápidamente a apreciar una vida con expectativas claramente definidas; con reglas sencillas y comprensibles para sobrevivir. Si provees, serás provista. Hay un verdadero consuelo en eso. La población humana ha disminuido casi un tercio en todo el mundo. Gran parte de esta situación es obra del Amo, pero la gente se mata entre sí por asuntos simples…, como la comida que tienes ante ti. Así que te aseguro que la vida en el campamento, cuando te entregues completamente a ella, estará bastante libre de estrés.
Nora rechazó el cruasán y se sirvió una limonada.
—Creo que lo más espantoso es que realmente crees en eso que estás diciendo.
—La idea de que los seres humanos son superiores a los animales (y que fuimos escogidos para dominar la Tierra) es lo que nos ha causado problemas. Nos ha hecho establecernos y ser complacientes. Privilegiados. Cuando pienso en los cuentos de hadas que solíamos contarnos a nosotros mismos, y unos a otros acerca de Dios…
Un criado abrió una de las puertas y entró, sosteniendo una botella cubierta con una tela dorada en una bandeja de latón.
—¡Ah —dijo Barnes, acercando su copa vacía—, el vino!
Nora vio al criado escanciar una pequeña cantidad en la copa de Barnes.
—¿Qué significa todo esto? —preguntó.
—Priorato, un vino español. Bodega Palacios, L’Ermita, 2004. Te gustará. Además de esta hermosa casa, heredé una magnífica bodega.
—Me refiero a todo esto. Al motivo de haberme traído hasta aquí. ¿Por qué? ¿Qué quieres?
—Ofrecerte algo. Una gran oportunidad. Algo que podría mejorar sustancialmente tu suerte en esta nueva vida, y tal vez para siempre.
Nora lo vio degustar el vino y aprobarlo, permitiendo que el criado llenara su copa.
—¿Necesitas otra conductora? ¿Alguien que lave los platos? ¿Alguien que administre el vino? —inquirió con sorna.
Barnes sonrió con una especie de velada timidez. Miraba las manos de Nora como si quisiera tomarlas entre las suyas.
—¿Sabes, Nora? Siempre he admirado tu belleza. Y…, para ser sincero, siempre creí que Ephraim no se merecía a una mujer como tú…
Nora abrió la boca para hablar. No articuló ninguna palabra, solo dejó escapar el aire, vaciando sus pulmones con una exhalación silenciosa.
—Es evidente que, en aquel entonces, en un entorno gubernamental, habría sido… poco profesional hacer cualquier tipo de insinuación a un subalterno. Se le llamaba acoso, o algo así. ¿Recuerdas esas reglas tan ridículas y poco naturales, y cómo se resintió la civilización al final? Ahora tenemos un orden de cosas mucho más natural. Quien quiere y puede… conquista y toma.
Nora tragó saliva antes de poder recuperar el habla.
—¿Estás diciendo lo que yo creo, Everett?
Él se sonrojó un poco, como si su insinuación careciera de convicción.
—No queda mucha gente de mi vida anterior. Ni de la tuya. ¿No sería bueno recordar el pasado de vez en cuando? Creo que eso sería muy agradable: compartir experiencias comunes. Anécdotas del trabajo…, fechas y lugares. Recordar cómo solían ser las cosas. Hemos compartido muchas cosas: nuestra profesión, la experiencia laboral. Incluso podrías practicar la medicina en el campamento, si quisieras. Creo recordar que tienes formación en trabajo social. Podrías cuidar a los enfermos, y prepararlos para que se incorporen de nuevo a la fuerza productiva. O realizar incluso una labor más seria si así lo prefieres. Tengo mucha influencia, ¿sabes?
Nora mantuvo su voz en un tono uniforme:
—¿Y a cambio?
—¿A cambio? El lujo. Las comodidades. Podrías vivir aquí conmigo, a modo de prueba inicialmente. Ninguno de los dos quiere comprometerse con una mala situación. Con el tiempo, el acuerdo podría llegar a ser muy agradable para ambos. Lamento no haberte encontrado antes de que afeitaran tu hermosa cabellera. Pero tenemos pelucas…
Barnes estiró su mano hacia el cuero cabelludo de Nora, pero ella se enderezó con rapidez y retrocedió.
—¿Es así como consiguió trabajo tu conductora? —le espetó.
Barnes retiró su mano con lentitud y en su rostro se reflejó cierto arrepentimiento. No por sí mismo, sino por Nora, como si ella hubiera cruzado bruscamente una línea que no debía cruzar.
—Bien —dijo él—, parece que sucumbiste con mucha facilidad ante Goodweather, que era tu jefe inmediato.
Nora se sintió menos ofendida que incrédula.
—Así que es eso —replicó—. No te gustó eso. Eras el jefe de mi jefe. Pensabas que eras el único que podía… tener derechos desde la primera noche, ¿verdad?
—Simplemente intento recordarte que no se trata de tu primera vez en lo que a esta situación se refiere.
Se sentó, cruzando las piernas y los brazos, como un polemista convencido de la contundencia de sus argumentos.
—Esta no es una situación inusual para ti —recalcó.
—¡Guau! —exclamó ella—. Realmente eres más imbécil de lo que siempre pensé…
Barnes sonrió imperturbable.
—Creo que tu elección es sencilla. Vivir en el campamento… o (potencialmente, si juegas bien tus cartas) quedarte aquí. Es una alternativa que ninguna persona en su sano juicio pensaría mucho tiempo.
Nora esbozó una sonrisa forzada a causa de su incredulidad, con el rostro contraído con un rictus de desprecio.
—Eres una mierda inmunda —dijo—. Eres peor que un vampiro, ¿lo sabías? No es una necesidad para ti, solo una oportunidad. Un viaje al poder. Una violación real sería demasiado complicada para ti, y por eso prefieres atarme con «lujos». Quieres que esté satisfecha y conforme. Agradecida por ser explotada. Eres peor que un monstruo. Puedo ver por qué encajas tan bien en sus planes. Pero no hay suficientes ciruelas en esta casa, ni en este planeta arruinado, que me hagan…
—Tal vez unos días en un entorno más duro te harían cambiar de opinión.
Los ojos de Barnes se habían endurecido mientras ella soltaba su diatriba contra él. El director pareció aún más interesado en ella, como si quisiera acortar la distancia insalvable que lo separaba de Nora.
—Si realmente decides permanecer allí, aislada y en la oscuridad (estás, obviamente, en tu derecho), déjame recordarte lo que puedes esperar. Sucede que tu tipo de sangre es B positivo, que por alguna razón (¿su sabor?, ¿algún beneficio nutricional?) es el más codiciado por los vampiros. Eso significa que serás apareada. Como has entrado en el campamento sin un compañero, escogerán uno para ti. También será B positivo, a fin de incrementar las posibilidades de dar a luz hijos con este tipo de sangre. Alguien como yo. Eso puede arreglarse fácilmente. Luego, durante el resto de tu etapa fértil, estarás embarazada o amamantando. Lo cual tiene sus ventajas, como habrás podido ver. Mejor vivienda, mejores raciones de frutas y verduras cada día. Por supuesto, si tuvieras algún problema para concebir, después de un tiempo razonable y tras numerosos intentos utilizando diversos medicamentos para la fertilidad, serás enviada a un campamento de trabajos forzados y te sangrarán cinco días a la semana. Al cabo de un tiempo, si me permites ser totalmente sincero, morirás.
Barnes esbozaba una sonrisa forzada.
—… Además, como me he tomado la libertad de examinar tus formularios de admisión, «señora Rodríguez», sé que fuiste llevada al campamento con tu madre.
Nora sintió un cosquilleo en la base de la nuca, donde antes le crecía el cabello.
—Fuiste detenida en el metro cuando intentabas esconderla. Me pregunto adónde ibais.
—¿Dónde está ella? —preguntó Nora.
—Aún con vida, en realidad. Pero como has de saber, debido a su edad y a su enfermedad tan evidente, está programada para ser desangrada y retirada de manera definitiva.
Nora sintió que la visión se le nublaba.
—Ahora bien —dijo Barnes, descruzando los brazos para tomar una trufa de chocolate blanco—, es perfectamente posible hacer algo al respecto. Quizá…, se me ocurre ahora, pueda ser traída incluso aquí, en una especie de retiro. Tendría su propia habitación, y posiblemente una enfermera. Podría estar bien cuidada.
A Nora le temblaron las manos.
—¿Así que… quieres follar conmigo y jugar a las casitas?
Barnes mordió la trufa, deleitado con el sabor de la crema en su paladar.
—Esto podría haber sido mucho más placentero, ¿sabes? Intenté un trato decente. Soy un caballero, Nora.
—¡Eres un hijo de puta! Eso es lo que eres.
—Ajá —asintió complacido—. Es tu temperamento latino, ¿verdad? Pendenciero. Está bien.
—Eres un maldito monstruo.
—Eso ya lo mencionaste. Ahora, hay algo más que quiero que consideres. Supongo que no ignoras que lo primero que debería haber hecho cuando te vi en la casa de detención habría sido revelar tu verdadera identidad y entregarte al Amo, quien estaría más que encantado de saber más sobre el doctor Goodweather y sobre el resto de tu pandilla de rebeldes; como por ejemplo, su paradero actual y el alcance de sus recursos. Incluso, simplemente saber adónde ibais tú y tu madre en ese metro de Manhattan, o… de dónde veníais. —Barnes sonrió con satisfacción—. Se sentiría muy animado al obtener esa información. Puedo decir con plena seguridad que el Amo disfrutaría de tu compañía incluso más que yo. Y que podría utilizar a tu madre para dar contigo. No hay dudas al respecto. Si regresas al campamento, tarde o temprano serás descubierta. También puedo asegurarte eso. —Barnes se puso en pie, alisando los pliegues de su uniforme y retirando las migajas—. Así que ahora entiendes que también tienes una tercera opción. Una cita con el Amo, y con la eternidad en calidad de vampira.