—¿Sabes una cosa, Eph? Esto concuerda con tu manera de proceder. —Fet apretó la mano de Nora para que se callara, pero ella ignoró la indicación—. Siempre apareces después de los hechos. Y por «aparecer» me refiero a «comprender». Comprendiste cuánto amabas a Kelly…
después
de la ruptura. Te diste cuenta de la importancia de tu papel como padre…
después
de dejar de vivir con Zack. ¿De acuerdo? Y ahora… creo que es probable que empieces a darte cuenta de lo mucho que me necesitabas. Porque ya no me tienes.
Nora se sorprendió al oírse expresar esto abiertamente, pero ya lo había hecho y no podía dar marcha atrás.
—Siempre llegas demasiado tarde. Has pasado la mitad de tu vida debatiéndote con tus arrepentimientos, tratando de compensar el pasado en lugar de esforzarte por hacerlo en el presente. Lo peor que te pudo haber pasado fue aquel éxito precoz. Tú, y el título de «joven genio». Crees que puedes arreglar con un esfuerzo las cosas preciosas que has destrozado, en lugar de haber sido cuidadoso desde el principio. —Casi estaba a punto de terminar, mientras Fet trataba de tirar de su blusa, pero sus lágrimas fluían incontenibles, y su voz ronca estaba llena de dolor—. Si hay algo que deberíamos haber aprendido desde que empezó todo esto, es que no tenemos nada garantizado. Nada. Especialmente los otros seres humanos…
Eph permaneció inmóvil. Clavado en el suelo. Tanto que Nora no estaba segura de que sus palabras hubieran llegado a él. Hasta que, al cabo de un momento de silencio, cuando todo parecía indicar que Nora había dicho la última palabra, Eph se apartó de la pared y cruzó lentamente la puerta.
E
ph recorrió los antiguos pasadizos con una sensación de entumecimiento. Sus pies no parecían sostenerle. Dos impulsos irrumpieron en su interior. Al principio, quiso recordarle a Nora cuántas veces estuvieron a punto de ser capturados o convertidos a causa de su madre; y que la demencia de la señora Martínez los había retenido a todos durante muchos meses. Evidentemente, ya no importaba que en numerosas ocasiones Nora hubiera expresado su deseo de apartar a su madre de ellos.
No. Todos los fracasos eran culpa suya.
En segundo lugar, se sorprendió al ver lo cerca que ella parecía estar de Fet ahora. En todo caso, su secuestro y el rescate los había unido más. Habían reforzado su nuevo vínculo. Eso le pesaba aún más, porque él había considerado el rescate de Nora como un ensayo general para el rescate de Zack, pero lo único que había conseguido fue revelar su temor más profundo: rescatar a Zack y descubrir que había sido convertido; que lo había perdido para siempre.
Una parte de él le decía que ya era demasiado tarde. Su faceta depresiva, aquella que él trataba de evitar constantemente. La que él trataba de controlar con las pastillas. Buscó a tientas en la bolsa colocada en su espalda y abrió la cremallera del monedero. Su última Vicodina. La puso en su lengua y la mantuvo allí mientras caminaba, esperando producir suficiente saliva para tragársela.
Recordó la imagen del Amo observando a su legión en el vídeo, en lo alto del Castillo Belvedere, con Kelly y Zack a su lado. Esa imagen verdosa lo perseguía y lo corroía por dentro mientras seguía caminando, sin saber muy bien en qué dirección.
Sabía que regresarías.
La voz y las palabras de Kelly eran como una inyección de adrenalina, directas al corazón. Eph llegó a un corredor que le pareció familiar y encontró la gruesa puerta de madera con batientes de hierro; no estaba cerrada con seguro.
Dentro de la cámara del antiguo hospital psiquiátrico, en el centro de la jaula emplazada en la esquina, se hallaba el vampiro que había sido la madre de Gus. El casco de moto se inclinó ligeramente, registrando la entrada de Eph. Tenía las manos atadas a la espalda.
Eph se acercó a los barrotes de hierro de la puerta de la jaula, separados a unos quince centímetros de distancia. Unos candados de bicicleta, de acero trenzado forrado de vinilo, aseguraban la parte superior e inferior de la reja, y en el centro, un viejo candado oxidado.
Eph esperó oír de nuevo la voz de Kelly. La criatura permaneció inmóvil, con el casco erguido; tal vez aguardaba su ración de sangre. Él quería oír a su exesposa. Se sintió frustrado y dio un paso hacia atrás, echando un vistazo a su alrededor.
En la pared del fondo, colgando de un clavo oxidado, había una pequeña argolla con una llave de plata.
Cogió la llave y la acercó a la puerta de la celda. La criatura no se movió. Introdujo la llave en la cerradura superior y la abrió. Luego hizo lo mismo con los otros candados. Sin embargo, el vampiro no mostró ninguna señal de consciencia. Eph desenrolló los cables de acero y vinilo; la reja crujió contra el marco, pero las bisagras estaban engrasadas. La abrió lentamente y se plantó en el hueco de la puerta.
El vampiro no se movió del centro de la celda.
Nunca puedes ir hacia abajo… Nunca puedes ir hacia abajo…
Eph sacó su espada y se acercó; vio el pálido reflejo de su rostro en la visera pintada de negro, la espada contra la pierna.
El silencio de la criatura lo acercó a su reflejo.
Él esperó. Sintió un leve zumbido vampírico en su cabeza.
La criatura lo estaba examinando.
Has perdido a alguien más. Ya no te queda nadie a quien acudir. Exceptuándome a mí.
—Sé quién eres —dijo Eph.
¿Quién soy?
—Hablas con la voz de Kelly. Pero tus palabras son las del Amo.
Viniste a mí. Viniste a escuchar.
—No sé por qué he venido.
Viniste a oír de nuevo la voz de tu esposa. Es tan narcótica como tus pastillas. Realmente la necesitas. La echas de menos. ¿Acaso podría ser de otro modo?
Eph no preguntó por qué el Amo lo sabía. Debía mantenerse en guardia; a cada momento, sobre todo en su mente.
Quieres volver a casa. Regresar.
—¿A casa? ¿Te refieres a ti? ¿A la voz incorpórea de mi exesposa? ¡Jamás!
Es hora de escuchar. No es momento para obstinaciones. Debes abrir tu mente
.
Eph permaneció en silencio.
Te puedo devolver a tu hijo. Y también a tu esposa. Puedes liberarla. Volver a empezar, con Zack a tu lado.
Eph contuvo el aliento en su boca antes de exhalar, esperando controlar su ritmo cardiaco, que comenzaba a acelerarse. El Amo no desconocía la desesperación de Eph por la liberación y el regreso de Zack, y que intentaba no demostrarlo.
Aún no ha sido convertido, y seguirá siendo así, un ser inferior, tal como lo deseas.
Entonces, escaparon de sus labios las palabras que nunca pensó pronunciar:
—¿Qué esperas a cambio?
El libro. El
Lumen
. Y a tus secuaces. Incluyendo al Nacido
.
—¿A quién?
Al señor Quinlan; creo que así lo llaman.
—No puedo hacer eso —dijo Eph.
Claro que puedes.
—
No
haré eso.
Lo harás, no me cabe duda.
Eph cerró los ojos e intentó despejar su mente. Volvió a abrirlos unos segundos después.
—¿Y si me niego?
Procederé según lo previsto. La transformación de tu hijo tendrá lugar de inmediato.
—¿La transformación? —Eph tembló, ansioso, pero luchó para contener sus emociones—. ¿Qué significa eso?
Someterte mientras tengas algo con qué negociar. Entrégate a mí en lugar de tu hijo. Busca el libro y tráemelo. Tomaré la información contenida en el libro… y la que guardas en tu mente. Lo sabré todo. Puedes incluso devolver el libro a su sitio. Nadie se enterará.
—¿Y me entregarías a Zack?
Te daré su libertad a cambio. La libertad de un ser humano débil, igual que su padre.
Eph intentó contenerse. Sabía que no debía dejarse arrastrar a esa conversación, ni ceder a un intercambio con el monstruo. El Amo continuó hurgando en su mente, buscando la mejor ruta de acceso para dominarla por completo.
—Tu palabra no significa nada.
Estás en lo cierto en lo concerniente a los códigos morales. Nada me obliga a cumplir mi parte del trato. Sin embargo, podrías tener en cuenta el hecho de que cumplo mi palabra la mayoría de las veces.
Eph miró su reflejo. Se debatió, apoyándose en su propio código moral. Y sin embargo…, se vio realmente tentado. Era un trato irreversible: su alma por la de Zack; y una decisión apremiante. La idea de Zack en manos de ese monstruo, ya fuera como vampiro o como acólito, era tan aborrecible que Eph habría aceptado casi cualquier propuesta.
Pero el precio era mucho más alto que su propia alma empañada. También implicaba las almas de sus compañeros. Y el destino de toda la raza humana, en la medida en que la capitulación de Eph otorgaría al Amo el gobierno absoluto y sempiterno del planeta.
¿Podría intercambiar a Zack por todo eso? ¿Su decisión sería la correcta? ¿No sería considerado como algo abyecto?
—Aunque considerara tu propuesta —dijo Eph, hablándole tanto a su imagen reflejada como al Amo—, hay un problema: desconozco la ubicación del libro.
¿Lo ves? Te lo están ocultando. Ellos no confían en ti.
Eph sabía que el Amo tenía razón.
—Sé que no confían en mí. Han dejado de hacerlo.
Porque sería más seguro para ti si pudieras saber dónde lo esconden; sería casi una garantía.
—Existe una transcripción; algunas notas que he visto. Son buenas. Puedo darte una copia.
Sí. Muy bien… Y yo te entregaré una copia de tu hijo. ¿Te gusta el trato? Necesito el original. No hay sustitutos. Debes arrebatárselo al exterminador.
Eph sofocó su sorpresa ante esta revelación del Amo. ¿Había obtenido el Amo esa información sobre Fet de la mente de Eph? ¿El Amo extraía la información de su mente mientras hablaba con él?
No. Seguramente la había extraído de Setrakian. El Amo debió de convertirlo antes de que el anciano se destruyera a sí mismo. El Amo se había apoderado de todo el conocimiento de Setrakian de la misma forma que ahora intentaba apoderarse de todos los conocimientos de Eph: a través de la posesión.
Has demostrado ser muy ingenioso, Goodweather. Estoy seguro de que puedes encontrar el
Lumen.
—Aún no he aceptado nada.
¿No? Puedo confiar en que contarás con un aliado en esta misión. Un traidor. Alguien de tu círculo íntimo. No ha sido convertido físicamente por simple compasión.
—Ahora sé que estás mintiendo —replicó Eph, incrédulo.
¿De veras? Dime una cosa, ¿en qué sentido me beneficiaría esa mentira?
—… Para provocar descontento.
¿Más? Ya hay suficiente, ¿no te parece?
Eph pensó en ello. Parecía cierto: no podía ver ninguna ventaja en que el Amo mintiera.
Hay alguien entre vosotros que os entregará a todos.
¿Un tránsfuga? ¿Acaso uno de ellos había sido cooptado? Y entonces Eph advirtió cómo, al expresarlo de esa manera, él mismo se había incluido entre los cooptados.
—¿Quién?
Esa persona te lo revelará a su debido momento.
Si alguno de los suyos se había visto obligado a tratar con el Amo, entonces Eph podría perder su última oportunidad de salvar a su hijo.
Eph se sintió mareado. Notó una gran tensión en su mente. Luchaba por mantener a raya al Amo, y conservar su escepticismo.
—Yo… primero necesitaría pasar unos minutos con Zack. Para explicarle mi forma de actuar. Para justificarla, y para saber que él está bien; para decirle…
No.
Eph esperó a que el Amo continuara. Ante su silencio, retomó la palabra:
—¿Qué quieres decir con eso de «no»? La respuesta es «sí». Inclúyelo dentro del trato.
No forma parte del trato.
—¿No forma parte del…? —Eph vio su consternación en el reflejo de la visera—. No lo comprendes. Me es casi imposible pensar en la posibilidad de hacer lo que me acabas de proponer. Pero no existe ninguna manera (ni siquiera en el infierno) de continuar con esta conversación a menos que me garantices que puedo ver a mi hijo y saber que está bien.
Lo que no entiendes tú es que no tengo ni paciencia ni compasión por tus superfluas emociones humanas.
—¿No tienes paciencia…? —dijo Eph—. ¿Has olvidado que tengo algo que quieres? ¿Algo que al parecer necesitas a toda costa?
¿Has olvidado que tengo a tu hijo?
Eph dio un paso atrás, como si lo hubieran empujado.
—No puedo creer lo que estoy oyendo. Mira, esto es muy simple. Me falta poco para aceptar el trato. Lo que estoy pidiendo es que me des diez malditos minutos…
Es aún más simple que eso. El libro por tu hijo.
Eph negó con la cabeza.
—No. ¡Cinco minutos!
Olvidas cuál es tu sitio, humano. No acato tus necesidades emocionales y estas no forman parte del acuerdo. Te entregarás a mí, Goodweather. Y me darás las gracias por el privilegio. Y cada vez que observe tu rostro por toda la eternidad, aquí, en este planeta, consideraré tu capitulación como el epítome del carácter de tu raza de animales civilizados.
Eph sonrió, su boca torcida parecía un tajo en su rostro; se sentía aturdido ante la crueldad de la criatura. Esto le hizo recordar contra qué luchaba él —contra qué luchaban todos— en este Nuevo Mundo inhóspito y despiadado. La indiferencia del Amo ante los seres humanos lo dejó atónito.
De hecho, era esta falta de comprensión, esta absoluta incapacidad de sentir compasión, lo que había hecho que el Amo los subestimara una y otra vez. Un ser humano desesperado es un ser peligroso, y esta era una verdad que el Amo no podía intuir.
—¿Quieres saber cuál es mi respuesta? —preguntó Eph.
Ya la sé, Goodweather. Lo único que necesito es tu capitulación.
—Aquí está mi respuesta.
Eph se echó hacia atrás y atacó a la vampira que hacía las veces de intermediaria. La hoja de plata le rebanó el cuello, desprendiendo la cabeza y el casco de los hombros; Eph ya no tuvo que contemplar el reflejo de su propia traición.
El cuerpo se desplomó, y la sangre blanca y corrosiva se acumuló sobre las losas centenarias. El casco produjo un sonido sordo y chocó contra un rincón, dando vueltas antes de detenerse.
Eph no había golpeado al Amo tanto como lo había hecho con su propia vergüenza y angustia ante este callejón sin salida. Había segado el altavoz de la tentación, en lugar de la tentación misma, y él sabía que su acto era meramente simbólico.
La tentación permaneció.
Unos pasos se acercaron desde el pasillo; Eph se alejó del cuerpo decapitado y comprendió de inmediato las consecuencias del acto que acababa de cometer.