—Sí, señor —contestó Jack, mirando las caras de las personas que tenía alrededor.
—Imagino que el resto ha visto el informe 201 acerca del comandante y ya conocen sus referencias y cualidades.
Los hombres y mujeres que había en la sala asintieron. Collins se percató de que de los diez, él y Everett eran los únicos que llevaban monos de color azul. Los demás llevaban batas de laboratorio o iban vestidos de calle.
—Comandante, dejaremos las presentaciones para más tarde —dijo Compton.
Jack contestó asintiendo con la cabeza.
Niles colocó los papeles en el suelo y sacó un puntero láser del bolsillo de la camisa.
—Esta mañana ha ocurrido algo al oeste de la costa de Panamá. Por lo que parece, hemos sufrido un percance en el que se han visto envueltos dos cazas de la Marina. A las 6.40 de esta mañana hemos perdido dos naves: dos F-14 súper Tomcat que habían despegado del buque Carl Vinson.
Los hombres y mujeres sentados alrededor de la mesa recibieron la noticia en silencio. Collins se dio cuenta de que estaban acostumbrados a recibir informes de pérdidas de efectivos. No supo decir si eso resultaba tranquilizador o todo lo contrario.
—La Marina, por el momento, y como es su costumbre, se muestra muy hermética acerca del suceso.
—Que sepa, comandante Collins, que no investigamos cada incidente naval que se produce —interrumpió el senador.
—Sí, claro —confirmó Compton, aclarándose la garganta—. Sabemos que este es diferente porque en el momento del suceso estábamos redirigiendo a Boris y Natasha.
Everett arrancó una hoja de su bloc y escribió algo rápidamente, luego se lo pasó a Jack. Decía: «Satélite KH-11 es nuestro, el distintivo es Boris y Natasha».
Collins levantó una ceja al recibir esta información. Era impresionante que alguien que no fuese la CIA o la Agencia de Seguridad Nacional tuviera un satélite espía de la serie KH: no solo tenían acceso al personal militar, también a su material.
—Por suerte —continuó Compton—, dejamos los oídos de Boris y los ojos de Natasha abiertos. Para que entiendan mejor, dejamos esa cosa funcionando mientras la cambiábamos de sitio, porque hacía falta recalibrar algunos de sus sistemas. Estábamos moviendo el satélite para que observara una zona de la selva brasileña donde podría haber ocultas unas ruinas de nuestro interés, así que lo que nos encontramos fue por pura casualidad. —Cogió alguno de los papeles que tenía—. Muy bien, esto es cuanto sabemos. La patrulla aérea de combate, o PAC, como dicen en la Marina, se encontraba en el aire. Recibieron un aviso de un contacto intermitente que se acercaba a la posición del portaaviones. Tenemos grabadas las comunicaciones para quien le interese. Les comunicaron que el objetivo aparecía y desaparecía en los radares aéreos de todos los barcos de la formación. —Compton volvió a detenerse—. Boris y Natasha recogió con sus cámaras lo que no podía captar el portaaviones con su radar. —Apartó la lámina blanca que tapaba la primera foto que había en el caballete.
—Quiero que mantengan la calma respecto a lo que van a ver y traten de prestar toda la atención posible —pidió Lee con mucha tranquilidad y sin levantar la cabeza—. En el Grupo hemos trabajado con aspectos difíciles de creer de la historia, la naturaleza y la ciencia, pero ninguno de ustedes se ha enfrentado antes a algo como esto.
Los hombres y mujeres allí reunidos intercambiaron miradas de sorpresa. Se habían enfrentado a eventos realmente fuera de lo común, ¿qué podía ser aquello que hacía que el senador los advirtiera previamente?
En la primera diapositiva aparecían los dos Tomcat de la Marina. Compton los señaló con el puntero láser, el pequeño punto rojo se paseó por encima de las naves. En la foto se les veía avanzar en paralelo, uno un poco más adelantado que el otro, en un buen primer plano. Compton pasó la primera foto y mostró la segunda, tomada en alta definición.
—Estábamos revisando el funcionamiento del satélite, así que ampliamos el ángulo para poder ajustar bien las ópticas. Luego nos llevó más tiempo del esperado limpiar estas imágenes con el ordenador.
Cuando Niles se apartó y los presentes pudieron ver la segunda foto, sus ojos se abrieron como platos y a varios se les aceleró el pulso. En algunas partes de la mesa se oyeron pequeños gritos y comentarios. Muchos se incorporaron intentando ver mejor algo que nunca habían imaginado que pudiera existir. La sala quedó completamente en silencio; algunos de los integrantes del Grupo se reclinaron en sus sillas, cerraron los ojos y los volvieron a abrir, como si así pudieran cambiar la imagen que tenían delante.
—¿Qué demonios es eso? —preguntó Walter Dickinson, responsable de ciencias forenses, aunque supiera perfectamente de lo que se trataba.
—Te diré qué es lo que parece, Walter. Parece algún tipo de platillo volante.
Collins dejó de mirar la fotografía y observó a Lee. Luego volvió a examinar otra vez la imagen. Definitivamente, tenía la forma de un platillo, era redondo y plano como un plato, con lo que parecía ser una pequeña cúpula en la parte superior.
—Llevo mirando estas fotos desde primera hora de la tarde y me cuesta creer lo que veo, pero aquí está, de manera irrebatible. Esos dos cazas estuvieron persiguiendo a un enorme platillo volante.
Collins se puso de pie y se acercó al caballete para ver mejor la fotografía procesada por ordenador. El resto de los presentes dejaron de hablar y permanecieron mirando en silencio. Jack siguió con el dedo índice una línea casi invisible que salía de la parte trasera del platillo y llegaba hasta unos cuatrocientos metros por detrás.
—¿Tienen alguna idea de lo que puede ser esto, doctor Compton? —preguntó Collins ante el caballete.
—De momento son solo especulaciones, pero puede tratarse de algún daño que hubiera sufrido. Creemos que es un escape de líquido.
—¿Cabe la posibilidad de que fuera provocado por nuestros cazas? —preguntó Jack, viendo a los pequeños Tomcat que iban detrás del platillo.
—Según las comunicaciones de radio, no —contestó Niles.
Jack volvió a su sitio.
Al cabo de un minuto y medio de producirse este Evento, los cazas creyeron tener un segundo contacto aproximándose a varios miles de kilómetros por hora. —Compton dejó que los que lo escuchaban entendieran lo que eso significaba—. Esa velocidad estimada fue confirmada después por el radar Doppler de Boris y Natasha; tenemos registrada la velocidad del segundo objeto desconocido.
—¿Entonces en ese momento el portaaviones ya era consciente de la situación? —preguntó Virginia Pollock. Tenía poco más de cuarenta años y había dejado General Dynamics para aceptar la oferta del doctor Compton para ser su asistente. Ahora estaba al frente del departamento de Ciencia Nuclear.
—Negativo, Virginia. Los aviones perdieron el contacto por radio con el portaaviones al acercarse a ese objeto.
Compton se levantó, luego se quedó pensando antes de retirar la fotografía.
—Ahora vamos a ver el momento en que pensamos que tuvo lugar el ataque.
En la sala se produjo un silencio sepulcral al escuchar la palabra «ataque». El director apartó la foto del platillo y de los dos cazas. La tercera fotografía mostraba al caza cayendo, con el morro en picado, fuera ya de plano. Pero había algo extraño: esta foto tenía un tono de color diferente, un tono verdoso cuya causa probablemente era un error informático en el procesamiento de la imagen.
—El piloto del segundo F-14, el piloto de apoyo, declaró un «mayday». Sus motores se habían apagado, y por si se lo están preguntando, no hay ningún error en la fotografía. Esa luz proviene de un lugar que no es ni los aviones ni la nave a la que estaban persiguiendo.
—¿Y de dónde viene entonces? —preguntó Everett, poniéndose en pie para ver mejor la imagen.
—De aquí. —Niles Compton apartó la fotografía, mostrando la que había detrás. Todos se levantaron para poder ver mejor.
—¡Caray! —exclamó Everett. Un coro de comentarios parecidos lo secundaron. Jack apretó las mandíbulas y no dijo nada.
En la foto que Miles les estaba mostrando aparecía un segundo platillo gigante. Los F-14 se encontraban bastante por debajo de él, si bien en la foto se apreciaba como el segundo ovni se acercaba al Tomcat del jefe de vuelo. Sin decir nada más, Compton retiró esta foto, dejando ver otra. Varios de los miembros del Grupo se cogieron de las sillas de altos respaldos. Nadie dijo nada hasta que asimilaron lo que la siguiente foto mostraba.
La imagen mostraba con todo lujo de detalles cómo el segundo platillo impactaba por detrás contra el caza del jefe de vuelo. El avión ya estaba en llamas y partido por la mitad. La fotografía era tan clara que se podía ver tanto al piloto como al operador de radio sujetos aún a sus asientos y precipitándose en el vacío.
El senador seguía escribiendo, todavía no había dicho nada hasta el momento, pero cuando dejó de tomar notas y levantó la cabeza, se quedó mirando al comandante Collins, que seguía observando la fotografía. Lee golpeó sobre la mesa con los nudillos de la mano derecha. Golpeó tres veces hasta que todos le prestaron atención. El viejo respiró profundamente, y mientras se levantaba le hizo un gesto a Compton para que se acercara y le dijo algo en voz baja. Compton fue después hasta su sitio, puso un voluminoso informe encima de la mesa y se quedó esperando.
Lee empezó a hablar, mirando la última foto expuesta.
—Comandante, esto es exactamente lo que tratábamos de explicarle hace un rato acerca de nuestro Grupo. Las pocas personas en el gobierno que saben de nuestra existencia, o sea, los jefes del Estado Mayor y del Consejo de Seguridad Nacional, dirían que esto no es de nuestra incumbencia, que deberíamos dejar que los militares se hicieran cargo, pero esto es lo que nosotros llamamos un «Evento»; esto puede cambiar la vida de nuestro planeta, sea cual sea el tipo de análisis que se quiera hacer. Tenemos una ventaja —afirmó, estudiando los rostros de las personas que había en torno a la mesa—: Poseemos cierta experiencia con este tipo de eventos, o más bien, yo la tuve, cuando era más joven, en la época en que fui director de este hormiguero bajo tierra.
Se escucharon algunos comentarios de sorpresa ante lo que el senador acababa de decir, pero enseguida se extinguieron.
Alice le pasó al senador dos pastillas y este se las tomó rápidamente con un poco de agua; luego cogió el bastón que estaba colgado del borde de la mesa y fue cojeando hasta el caballete, y una vez allí, señaló con el dedo índice la foto que había allí.
—El presidente Truman me destinó a este Grupo en 1945 y, por sorprendente que parezca, dos años después, el dos de julio de 1947, apareció un artefacto similar a este que describió el mismo recorrido. Una gran explosión sobresaltó a un pequeño pueblo de Nuevo México —explicó Lee, antes de hacer una pequeña pausa—. Estoy seguro de que saben a lo que me refiero.
Collins observaba al viejo Lee mientras este rememoraba el pasado. Parecía aun más viejo que esa mañana; Lee se preguntó qué tipo de medicación se acababa de tomar.
—Pues así es, el incidente Roswell. —Lee golpeó la fotografía con el puño, haciendo que el caballete se balanceara—. Roswell, Nuevo México. Según las pruebas recogidas en 1947, aquello fue el accidente de un platillo volante, señoras y señores. Y ahora, tengo un presentimiento, un recuerdo que me viene a la memoria, si me lo permiten. Y si estoy en lo cierto, nos encontramos ante un problema muy serio y muy peligroso. Antes de que Boris y Natasha perdiera el contacto con los dos objetos, confirmando así lo que por casualidad habíamos oído en las conversaciones del portaaviones, es decir, que los objetos son capaces de pasar desapercibidos, tuvo tiempo aún de determinar su posible trayectoria.
—¿Dice que el satélite les perdió la pista, señor? —preguntó Everett.
El viejo volvió cojeando hasta su silla, inclinándose más que nunca contra el bastón.
—Sí, después de que los objetivos se volvieran invisibles, desaparecieron del radar y del visor de Natasha, pero con el rastro que le dio tiempo a registrar hicimos un cálculo de su trayectoria. No conseguía ganar altitud; quizá se debiera a la posible avería, eso no lo sabemos. Si siguió perdiendo altitud, puede que haya caído en algún sitio.
Las demás personas sentadas a la mesa miraban las fotos, una detrás de otra, intentando absorber toda la información que pudieran.
—Entiendo que la primera nave no utilizara esa capacidad de sortear los radares, quizá a causa de ese desperfecto que sufría, pero ¿por qué la segunda no usaba esa ventaja? Carece de sentido —afirmó Virginia Pollock.
—No tenemos ninguna respuesta, solo buenas preguntas como la tuya, Virginia —contestó Lee—. Quizá a esa segunda nave no le importaba ser vista, ya que sabía que no podría ser seguida después. No lo sabemos y es un poco peligroso hacer especulaciones.
Justo cuando terminó la frase anterior, Compton abrió la carpeta con todos los documentos y se dirigió al fax. Marcó su código de seguridad y empezó a introducir las páginas en la máquina.
Cuando Lee consideró que los faxes habían sido enviados, se volvió hacia Alice.
—Haz ahora la llamada, por favor. —Luego se quedó mirando a Niles—. Con su permiso, doctor Compton…
Niles asintió y, una vez acabó de enviar por fax todos los documentos, tomó asiento de nuevo.
Alice pulsó un pequeño botón que hizo que se descubriera en la mesa una abertura de la que, lentamente, como accionado por un sistema hidráulico, emergió un teléfono de color rojo. A continuación, levantó el auricular y apretó el único botón que tenía el aparato. Le hizo una señal a Compton, que fue detrás de la cámara y realizó un último ajuste; después fue hasta la pared y abrió unas puertas que ocultaban una pantalla de plasma de alta definición.
—Sí, señor, aquí estamos listos —dijo Alice a la persona que había al otro lado del teléfono. Luego, lo posó sobre una pequeña horquilla y presionó con fuerza hasta que quedó bien ajustado.
—¿Estamos listos? —preguntó Lee.
—Sí, señor.
En la pantalla se vio un fogonazo azul y luego poco a poco fue apareciendo una imagen más nítida. Se trataba del escudo del presidente de los Estados Unidos. Seguidamente, surgió otra imagen: la de un hombre sentado en un sofá. Llevaba puesta una camisa vaquera y estaba incorporado hacia delante, con los brazos apoyados sobre las rodillas y los dedos entrecruzados.