Authors: John Darnton
Jude acababa de encender un cigarrillo, Brantley estaba hablando por un teléfono móvil y Tizzie, nerviosa, se hallaba junto a ellos cuando entre las sombras se materializó la figura de un fornido hombretón que les indicó que lo siguieran. Era el cocinero gullah.
Los condujo hasta la parte posterior de la residencia del comandante de la base. Una puerta trasera conducía al sótano del edificio. Descendieron unos escalones y llegaron hasta la puerta de la habitación del negro, que estaba pulcramente decorada. Contra la pared había una cama cubierta con una colcha de retales. Skyler estaba tumbado encima con los ojos cerrados.
Tizzie se abalanzó sobre él. Jude le tocó la frente y Brantley le tomó el pulso. El federal sacó de nuevo su teléfono y lo utilizó para llamar a una ambulancia.
—No tiene buen aspecto —dijo.
Jude no pudo sino estar de acuerdo. Tizzie se sentó en el borde de la cama, le cogió la mano y rezó en silencio.
Cuando llegó la ambulancia, Tizzie montó en el vehículo con él y lo acompañó sentada en una banqueta de la parte trasera. Brantley llevó a Jude en su coche. El hombre se quedó en el hospital esa noche y la siguiente, junto con Tizzie, mientras los médicos administraban a Skyler grandes dosis de medicamentos para el corazón. Los doctores dijeron que no sabían qué podía ocurrirle. Todo aquello era demasiado nuevo para ellos. Lo único que podían hacer era esperar.
En mitad de la larga vigilia, Jude miró a Tizzie, que parecía demacrada y tenía los ojos cerrados. Jude deseaba con todas sus fuerzas que Skyler se recuperase. Pero también sabía que debía hacer una pregunta.
—Tizzie —dijo.
Ella abrió los ojos.
—Pronto tendré que volver a Nueva York. ¿Tienes decidido qué vas a hacer tú?
Tizzie negó con la cabeza, pero sus ojos relucientes le dieron a Jude una respuesta distinta.
Jude pensaba que se sentiría peor, sin embargo, por algún extraño motivo, la cosa no fue tan dura. A fin de cuentas, no era ninguna sorpresa, pues siempre supo que ella se sentía atraída por Skyler. Esperaba que fuera porque Skyler se parecía mucho a él.
Pero resultó que se debía a lo distinto que Skyler era de Jude.
Dos años más tarde, la vida de Jude había vuelto a algo parecido a la normalidad. Como muchas personas de su edad, se había trasladado a los barrios residenciales: a Larchmont, en Westchester, Nueva York. Todas las noches se le podía ver saliendo de la estación Grand Central en el tren de las 6.40 o en el de las 7.20, uno más en la legión de viajeros de cercanías que se peleaban por conseguir asiento a fin de hacer el trayecto de regreso a casa dormidos. Su domicilio, situado en una calle bordeada de árboles, estaba a un corto trecho de la estación. La casa era pequeña pero confortable, y en los fines de semana a Jude le gustaba trabajar en el jardín, plantando, desbrozando y, sobre todo, recolectando verduras. Las únicas que se le resistían eran los tomates. Se estaba convirtiendo en un cocinero más que pasable.
Seguía trabajando en el
Mirror
y, aunque no viajaba tanto como antes, esto se debía en parte a su propia voluntad. Estaba a mitad de su segunda novela, que llevaba el título de
Doble exposición
. Era una obra de ficción, desde luego, pero el tema —dos gemelos idénticos que dirigían una agencia de detectives— estaba sacado en gran medida de su propia experiencia en la vida real. Su agente estaba muy entusiasmado con lo que ya llevaba escrito, pero Jude seguía preocupado. En las horas bajas, estaba convencido de que su primer libro sólo había alcanzado el éxito debido a que contó con el pleno apoyo del imperio de Tibbett.
El propio Tibbett había muerto de una fulminante enfermedad que resultaba un misterio para todo el mundo menos para Jude y para otra media docena de personas. Corrían rumores de que había sido el sida. El hombre pasó sus últimos días en la cárcel, adonde fue a parar acusado de traficar con información privilegiada. Un sorprendente número de otros grandes nombres de la política, las finanzas y la ciencia había terminado también entre rejas por delitos cuya simple diversidad resultaba sorprendente; iban desde la corrupción política hasta —en el caso de un pelirrojo de treinta años que se dedicaba a la investigación médica— el fraude postal. Tantos de ellos habían muerto que los de la sección de necrológicas del
Mirror
trabajaban frenéticamente para poner al día todos sus obituarios. Jude, naturalmente, podría haberles dicho en qué nombres debían concentrarse, pero le producía un secreto placer guardarse tal información para sí. A fin de cuentas, él nunca llegó a escribir el gran reportaje. Ésa fue una de las condiciones que puso el FBI y que él aceptó.
La Agencia le había impuesto el silencio como condición para dar satisfacción a sus demandas. Éstas eran bastante claras: que los miembros del Laboratorio y de la conspiración W fueran castigados, y que se incautaran las posesiones del Grupo para crear un enorme fondo fiduciario. Los beneficiarios del fondo pertenecían a dos categorías. Una estaba formada por un grupo de jóvenes menores de treinta años, brillantes pero con escasa formación, que necesitaban de una educación especial para ajustarse a las exigencias del cambiante mundo moderno. La otra era una serie de niños que habían sido colocados en hogares de acogida repartidos por todo el país. Como un observador perspicaz habría advertido, todos aquellos niños tenían un enorme parecido físico con una serie de peces gordos de la sociedad que en aquellos momentos se encontraban atrapados en las redes del sistema carcelario. Aquellos jovencitos fueron adoptados por buenas familias, recibieron una excelente educación y con el tiempo fueron beneficiarios de una Beca Raymond LaBarret para asistir a una escuela de élite de la costa atlántica.
El propio FBI fue sacudido por una misteriosa y dramática conmoción que se produjo a renglón seguido de la brusca dimisión y suicidio del poderoso subdirector, Frederick C. Eagleton. Catorce hombres y una mujer fueron expulsados ignominiosamente de la Agencia, y todos terminaron en prisión. Se vertieron toneladas de tinta de imprenta tratando de explicar aquella «limpieza general», pero los motivos que la causaron —algo relacionado con unas intervenciones telefónicas ilegales— resultaron vagos y difusos para el público.
Para ocupar el cargo de Eagleton nombraron a un agente relativamente desconocido, Edward Brantley. Poco después de tomar posesión del puesto, el propio Brantley viajó a Prairie du Chien, Wisconsin, donde vivía un niño de cinco años que tenía un gran parecido físico con Eagleton. De una lista de colegios a la que el pequeño podía asistir, Brantley, no se supo muy bien si como recompensa o como castigo, escogió la Academia Phillips Andover.
El FBI limpió totalmente isla Cangrejo. Aunque todos los niños que fueron abandonados en la guardería murieron, un puñado de los que gozaban de buena salud sobrevivieron. El hecho de que tanta gente muriese a la vez de progeria condujo a un gran aumento en las investigaciones acerca de tal enfermedad, y a un ciclo de conferencias en Berkeley en el que se dieron a conocer varios estudios científicos de gran importancia. Baptiste —cuyo auténtico nombre resultó ser Henry Burne— cayó en coma y expiró a las dos semanas de los arrestos masivos de Fort Stewart. Una vez se dio por cerrado el caso, Jude recibió un permiso especial para examinar el expediente que el FBI había compilado partiendo de los interrogatorios a los miembros del Laboratorio. De este modo se enteró de su propia historia, incluida su primera infancia como hijo de un ardiente predicador fundamentalista de la Biblia. Jude descubrió también que Burne era el conductor del coche que, tras matar a su padre, huyó de la escena del accidente. Esta información en particular procedió de alguien muy próximo a Baptiste que había decidido colaborar con la policía: el cocinero gullah. Resultó que Kuta le había pedido que no perdiera de vista a Skyler y lo protegiese.
Jude nunca llegó a averiguar gran cosa acerca de su madre, y lo que descubrió le mostró lo muy equivocado que había estado respecto a ella. Antes de morir, los miembros fundadores del Laboratorio aseguraron que la mujer había estado muy enamorada del padre de Jude. No se trató de un matrimonio acordado, pues se conocieron cuando ambos asistían al instituto secundario. Los motivos por los que la expulsaron de la Facultad Médica de Harvard —a fin de cuentas sí había sido Harvard— cuando estuvo matriculada bajo el nombre de Grace Connir nunca quedaron claros, ya que los archivos se habían perdido. Posteriormente, mientras jugaba al Scrabble, Jude se dio cuenta de que Rincón era un anagrama del apellido Connir.
Los historiales médicos, los cuadernos de notas y las descripciones de los experimentos W fueron declarados material clasificado y quedaron en poder de una unidad especial creada conjuntamente por el Instituto Nacional de Salud y la Agencia Nacional de Seguridad.
En cuanto a Tizzie y Skyler, Jude los veía siempre que visitaban Nueva York. Vivían en Raleigh, Carolina del Norte, donde ella trabajaba allí como investigadora en el hospital de la Universidad de Duke; Skyler, que iba camino de conseguir su doctorado en ciencias sociales, estaba interesado en trabajar con los sin techo. La pareja se había casado el año anterior y Jude, naturalmente, fue su padrino. A la boda asistieron personas de todo el país que habían crecido en isla Cangrejo. Desde entonces, Tizzie escribía a Jude semanalmente, y en su última carta le anunciaba que estaba embarazada.
Skyler había tenido suerte en lo referente a su salud. Como recibió inyecciones de telomerasa en lugar de genoterapia, la variedad de la enfermedad del envejecimiento que padeció resultó ser menos severa. Tenía que tomar medicinas para el corazón y estar pendiente de la arteriosclerosis cardíaca. Lo que sí había necesitado era un nuevo riñón, ya que los suyos quedaron dañados por sus heroicos intentos de eliminar de su sistema los agentes patógenos. Jude mal podía negarse. Como él mismo le dijo en broma a Skyler, la donación constituía una especie de ironía poética. La operación no fue tan difícil como había imaginado, pero el período de recuperación fue largo. Al menos, se había visto obligado a restringir su consumo de alcohol y a dejar de fumar de una vez por todas.
Jude admitía que en ocasiones, cuando los días eran largos, lentos y calurosos, pensaba en Tizzie y en lo que podrían haber compartido. ¿Y si las cartas se hubieran barajado de modo distinto? A veces se preguntaba si la otra —Julia— habría correspondido a su amor si él se hubiera enamorado de ella. Si algo había aprendido, era que la vida podía resultar muy extraña. Uno se encuentra una noche con alguien en el vestíbulo de su edificio, y el encuentro lo cambia para siempre.
Pero no se sentía desdichado. Ni tampoco estaba totalmente solo. Uno de los escasos niños que sobrevivieron en la guardería resultó su propio clon. El muchacho no fue sometido al tratamiento de telomerasa porque Jude no era por entonces un miembro bien visto del Laboratorio. Su primer encuentro, en el aeropuerto JFK, con el chiquillo de aspecto perdido que iba de la mano de un corpulento agente del FBI era algo que Jude se llevaría consigo a la tumba.
Así que ahora regresaba a casa por las noches, en el 6.40 o en el 7.20, y era recibido por una ama de llaves y un muchacho, Harold, llamado así en memoria del padre de Jude. Cuando Jude iba a recogerlo a la escuela después del entrenamiento de fútbol de los sábados, o cuando asistía a una representación teatral escolar, la gente decía que el muchacho se parecía muchísimo a él. De tal palo, tal astilla. ¿Quién sabía lo que con el tiempo terminaría sucediendo? Jude ni siquiera pensaba en ello. Tal vez cuando el muchacho cumpliera los veintiuno se iría a vivir su vida. Y quizá lograra no cometer los errores que él había cometido.
Mientras tanto, Jude disfrutaba de su compañía. Su vida en común era casi idílica. Salvo por los domingos, cuando iban a la institución a visitar a la chiquilla —si es que se le podía dar tal nombre—, la inmensa niña a la que mantenían en una habitación aparte, porque su presencia hacía que los demás huérfanos se echaran a llorar.
1
Literalmente, «Ciudad de los gemelos». (N. de la t.)
2
Twin Cities: St. Paul y Minneapolis, situadas la una frente a la otra, con el río Mississippi de por medio. (N. de la t.)
3
En inglés, la W se pronuncia «dabelyu», igual que «doble tú», y también recibe el nombre de double ve, y veve suena igual que bibi. (N. de la t.)
4
En español en el original. (Nota de la t.)