Fabuland (25 page)

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Authors: Jorge Magano

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

BOOK: Fabuland
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Los desuellamentes eran criaturas subterráneas que se alimentaban de los cerebros de sus víctimas a la vez que les robaban sus recuerdos y las convertían en esclavos. Aquel desuellamentes tenía a su servicio un ejército de lemmings acuáticos que obedecían sus órdenes sin cuestionarlas. Todos ellos tenían la mirada enloquecida y ausente de su rey.

—Así que os envía la ondina —dijo con una ronca exhalación mientras sus tentáculos iban de un lado a otro, como sondeando a los intrusos—. Su atrevimiento es asombroso. Le he pedido matrimonio tantas veces que ya no recuerdo el número de rechazos que he obtenido. ¿Qué tenéis que decir antes de que os convierta en mis servidores?

—¿Estos lemmings saben a merluza o algo así? —preguntó Naj.

Ante tal situación, Steamboat tomó el mando.

—La ondina nos dijo que tú podrías ayudarnos a introducirnos en Isla Neblina por una entrada distinta a la de la superficie.

—¿Queréis ir a Isla Neblina? ¿Por qué?

—Apuesto a que están buenísimos con salsa tártara.

—Cállate, gregoch —pidió Steamboat—. Tenemos una misión que cumplir. Es alto secreto, así que no podemos contarte nada. Lo siento.

—Siempre puedo golpearos con mis tentáculos y beberme vuestros cerebros con todos esos secretos dentro.

—Queremos ir a Isla Neblina para recuperar los huevos áureos y derrotar a Kreesor antes de que resucite al brujo Gelfin —recitó Steamboat de carrerilla, casi sin pausa entre las palabras.

—¿Qué haces? —preguntó Naj indignado—. ¿Por qué se lo cuentas?

El desuellamentes pasó los tentáculos por el rostro del buzo que parecía llevar la voz cantante.

—Siento que dices la verdad. Y tienes que estar muy loco para intentar algo así. Nadie se ha atrevido nunca a meterse en Isla Neblina con unas pretensiones tan descabelladas. Nadie excepto Animoso, pero él no cuenta porque lo hizo después de que yo le lavara el cerebro.

—¿Animoso?

—Un estúpido lemming acuático.

—Perdona la pregunta, poderoso Illithid Ram —volvió a intervenir Naj—. Pensaba que los lemmings eran mamíferos terrestres. Estúpidos, sí, pero terrestres.

—Y lo son —respondió el desuellamentes. Sus tentáculos acariciaron la escafandra de Naj, sondeando su interior—. Cientos de esas bobas criaturas se lanzan cada año desde lo alto del acantilado y acaban pereciendo en el mar. Sin embargo, a base de hacerlo durante milenios, algunos de sus miembros empezaron a desarrollar características genéticas más apropiadas para el medio acuático, al que al fin y al cabo están destinados. Muchos siguen ahogándose, pero esta nueva rama de la evolución ha sobrevivido y vive bajo el mar.

—Convertidos en esclavos —se atrevió a reprochar Steamboat.

—¿Y usted los ha probado? —preguntó Naj, ansioso.

—Sólo sus cerebros —Illithid Ram pareció quedarse pensativo un instante, como tratando de retomar el hilo de lo que estaba diciendo—. Hace unas cuantas lunas envié a Animoso al interior de Isla Neblina. Quería saber si había algún acceso desde aquí abajo para intentar acabar con Kreesor y sus magos. Desde su llegada, el mar está lleno de aberraciones —Uno de los tentáculos hizo cosquillas al que tenía al lado. Parecían tener vida propia—. Están llenando el mar de hechizos absurdos y cada vez es más difícil vivir aquí.

—Sé a qué te refieres —convino Steamboat—. El otro día pesqué una rana y un enanito.

—También están sembrando el mar de desperdicios. Botellas, velas, restos de maleficios… Hay que acabar con esa morralla mágica. El día menos pensado yo mismo…

—No hay tiempo, poderoso Illithid Ram —le interrumpió Steamboat—. En menos de dos días Un-Anul se alineará con el Sol Fabuloso y la magia de Kreesor multiplicará su poder. Entonces resucitará al brujo Gelfin y todo estará perdido.

—Tenemos que detenerlo —dijo el desuellamentes. Sus ojos ciegos parecían haberse vuelto algo más humanos, si es que eso era posible—. Por desgracia, el estúpido de Animoso no volvió jamás, así que no hay modo de saber si esa entrada conduce a alguna parte.

—Llévanos allí. Nosotros lo haremos.

—¿Os atreveréis a internaros en Cueva Prohibida? —Los dos buzos asintieron con la cabeza—. Vaya, parece que os juzgué mal desde el principio.

—Pensabas que éramos menos valientes, ¿eh? —sonrió Steamboat con orgullo.

—No —respondió el desuellamentes—. Mis tentáculos me habían dicho que erais menos idiotas. Tendré que mandar que me los revisen.

Ese lunes, después de la clase de español, la señorita Ávila le preguntó a Kevin si se encontraba bien.

—Vamos —dijo ante la mirada de extrañeza de éste—. Te conozco desde hace más de un año y es la primera vez que no has interrumpido la clase con asuntos personales. Hay algo que te preocupa.

Kevin sonrió. Definitivamente no tenía ningún interés en aprobar español. Y si lo aprobaba, convencería a su padre para que siguiera pagando a la señorita Ávila.

—¿Alguna vez ha hecho algo guiándose por un presentimiento? ¿Algo que le haya hecho sacrificar lo que más le importaba en el mundo?

—Oh, oh. Eso suena muy trascendental.

—Bueno… ¿recuerda esa chica de la que le hablé la semana pasada? Ha ocurrido algo extraño. Es como si antes hubiera creído que era otra persona… y ahora que sé que no lo es, tuviera la necesidad de saber quién es la otra. ¿Entiende lo que quiero decir?

—Creo que lo entiendo, Kevin. La gente no es siempre como pensamos que es. Hay veces que nos encariñamos de la primera imagen que tenemos de alguien, y luego, cuando conocemos realmente a ese alguien y descubrimos que no es como creíamos, nos cuesta mucho quitarnos esa primera impresión de la cabeza. Es entonces cuando cometemos el error de querer convertir a esa persona en la que tenemos en la cabeza. Eso nunca sale bien.

—Imagino que se está refiriendo a Emilio. Los ojos de la señorita Ávila se llenaron de lágrimas y Kevin se angustió. Había notado a la profesora más seria de lo normal al empezar la clase.

—¿Ha pasado algo?

—Está mejor. Los médicos dicen que evoluciona favorablemente. Ya sabes, jerga de médicos. Eso sólo que el muy bobo… Lo siento, Kevin. Yo…

—No tiene que disculparse, señorita Ávila —dijo Kevin tomándola de la mano—. Lo siento muchísimo. Llevan más de dos años compartiendo cosas.

La joven profesora dibujó una triste sonrisa y apretó la mano de Kevin.

—Compartiendo miserias, más bien.

—Llore tranquila. Eso sólo demuestra que usted tiene sentimientos. Igual que él.

Desde luego los tenía, aunque, como alguna vez había dicho la señorita Ávila, eran como un huracán: violentos y cambiantes. Tan pronto se deshacía en detalles, piropos y regalos como desaparecía del mundo o se ponía a perseguir a otras. Kevin tenía poca experiencia en el mundo de la pareja y los sentimientos, pero empezaba a sospechar que era un territorio difícil en el que cualquier decisión contaba. Estaba seguro de que él tenía la culpa del enfado de Martha. Ella había tenido razón todo el tiempo. Era un enfermo y un vicioso. Sólo ahora, después de haber encontrado a alguien que merecía la pena de verdad, se había dado cuenta.

—Parece que ninguno de los dos tenemos mucha suerte. Martha no ha contestado a mis últimos mensajes. Ayer tuvimos una pequeña discusión, pero parece que se ha enfadado de verdad.

—Sabrá perdonarte —dijo la señorita Ávila—. Todos disculpamos a la gente que nos importa. Hasta yo soy capaz.

—¿Va a perdonar a Emilio?

—Me llamó desde el hospital. Dice que lo siente, que se arrepiente de lo ocurrido en los últimos meses. Que se ha dado cuenta de que yo soy lo único que le importa.

—¿Irá a verle?

—No. Quiero que tenga tiempo para pensar. Si tanto le importo, que me eche de menos él a mí, para variar. Además, no podemos dejar a medias nuestras clases.

—Claro que podemos —de pronto Kevin había visto las cosas claras. Nunca había hablado de Fabuland a la señorita Ávila, pues temía que pensara que era un inmaduro, pero aquella conversación le había convencido para tomar una decisión. Iría a buscar a Martha, completaría la misión y se olvidaría de aquella princesa que, sin duda, no era más que una parte de la gran mentira que era Fabuland. Las cosas importantes de la vida eran demasiado frágiles para jugar con ellas—. Tiene que ir a visitarle, señorita Ávila. Así le demostrará que a usted realmente le importa. Tómese el resto de la semana libre.

—Pero tu padre…

—Mi padre no regresa hasta el viernes. No diré nada, lo prometo.

La señorita Ávila se lo pensó durante un largo rato. Luego se guardó el pañuelo usado en el bolsillo.

—¿Te leerás el libro? —preguntó señalando los Doce cuentos peregrinos.

—Eso también se lo prometo —sonrió Kevin.

Aquella tarde el alumno y la profesora se despidieron con un largo abrazo. Después, Kevin recogió la mesa del salón y subió a su cuarto. Por primera vez en meses, no había pensado en Rob en todo el día, y eso que lo había dejado en una situación bastante delicada. Otras preocupaciones zumbaban por su mente. Al encender el ordenador se encontró con un correo electrónico.

De
: lmi ([email protected])

Para
: Kevin Dexter ([email protected])

Enviado
: Lunes, 13 de julio de 2009,16:04:51

Asunto
: Re: La Princesa Sidior Bam

Hola, Kevin:

Me dejaste intrigado con tu interés por conocer la identidad de esa princesa. No suelo perder el tiempo con este tipo de tonterías (y no te ofendas), pero por hacerte un favor puse mi rastreador en marcha y te he conseguido los datos que me pedías. Están en el archivo adjunto. La próxima vez pide algo más difícil:. Ya me contarás.

Un saludo,

Hideki

Kevin se quedó paralizado. Había decidido que no seguiría adelante con aquello, pero su asombro iba en aumento. ¿Cómo podía Hideki haber encontrado esa información con semejante rapidez? En el fondo lo que le sorprendía era que se hubiera dado tanta prisa en buscarla y enviársela, pues imaginaba que para alguien que estaba acostumbrado a enredar en los archivos del Vaticano, la CÍA y cosas así, colarse en los registros de Fabuland habría sido coser y cantar. Sin poder contener la curiosidad, abrió el archivo adjunto.

Fabuland. Registro de usuario

Fecha
: 20 de junio de 2009. 21:52

Los campos marcados con * son obligatorios a menos que se especifique lo contrario.

Nombre y Apellidos*
: Paola Mabroidis

Nombre de Usuario*
: Princesa Sidior Bam

Dirección de e-mail*
: [email protected]

Información de Perfil

Ubicación
: Chicago, IL

Ocupación
: Escribir, soñar, respirar… aún

Intereses
: Decreciendo.

Fecha de Nacimiento
: 09—04—1994

El corazón de Kevin iba a mil por hora. Lo que tenía ante él era la clave para llegar a la persona que se ocultaba tras los ojos plateados de Sidior Bam, Había visto esos ojos a través de Rob, pero ahora se asomaba a la persona de carne y hueso. Casi pudo sentir que la tenía delante y eso le hizo estremecerse.

Cogió una hoja de papel y un lápiz y empezó a estudiar cuidadosamente cada uno de los datos de la tabla. Al cabo de unos minutos había llegado a las siguientes conclusiones:

  • Se llama Paola Mabroidis. Sí escribimos el apellido al revés se puede leer el nombre de su personaje: Sidior Bam.
  • El 9 de abril hizo 15 años.
  • Vive en Chicago.
  • No posee una dirección de correo electrónico personal. Sólo la que proporciona Fabuland al registrarse.
  • No tiene messenger o no quiere hacerlo público.
  • Su estado de ánimo se corresponde con el que muestra su personaje en el juego. Así se deduce de las casillas «Ocupación» e «Intereses» y de su blog personal, lleno de poesías y textos tristes y melancólicos. NOTA: La última actualización del blog es de hace un mes. Pocos días después se registró en Fabuland y no volvió a escribir en él.

Releyó sus observaciones varias veces, excitado y orgulloso de su labor detectivesca. Volvió a mirar el blog de Paola Mabroidis, y vio que no había más información: ni nombres, ni fotos, ni datos personales, ni comentarios de amigos: sólo poesía y dolor. El siguiente paso fue consultar la guía telefónica de Chicago a través de Internet y buscar su nombre. Tal como suponía, no se encontraron registros. Sí tenía quince años aún viviría con sus padres. Sin embargo, la página ofrecía cinco resultados con el apellido Mabroidis.

Su mente se detuvo a tomar una decisión. ¿Qué podía hacer? ¿Llamar a los cinco números y preguntar si vivía allí una princesa? Decidió enviarle un correo a la dirección de Fabuland. Nada sofisticado, sólo un saludo, tal como había hecho Rob cuando vio a la princesa en lo alto de la torre. Una vez enviado el correo, Kevin miró las direcciones de los cinco Mabroidis. Algo no estaba tranquilo en su pensamiento. Tenía la seguridad de que contaba con la clave para averiguar cuál de ellos era el que estaba buscando, pero no lograba enfocarla con claridad.

Volvió a mirar la ficha de registro, volvió a leer sus notas, pero no había nada que pudiera ayudarlo. Se conectó a Fabuland sólo para revisar los mensajes privados que la princesa le había enviado por armadillo. Allí, salvo tristeza, no encontró ninguna cosa. Lo mismo que en el blog. Kevin echó otro vistazo a la última poesía y sintió de nuevo el dolor inexplicable que ésta transmitía. Aunque no era ningún entendido, las dos últimas estrofas le inquietaban desde la primera lectura.

Y volar hacia el guardián

De la prolongada sombra

Que con su altura me asombra

Y me impide respirar.

Quiero darle mi mensaje

Y colgar todas mis pena

Y olvidar todo el ultraje

Jugando entre sus antenas.

¿Qué tenían que ver los mensajes con las antenas? Era posible que Paola hubiera perdido la inspiración y por eso abandonara el blog.

Volvió a su bandeja de correo, pero no había recibido respuesta. Una profunda depresión le hizo prisionero durante el resto de la tarde. Lo intentó con el libro de García Márquez, pero sus ojos sólo veían trazos sin ningún significado.

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