Fantasmas (21 page)

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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Terror

BOOK: Fantasmas
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En el suelo de debajo de la mesa, Cora Reynolds está masticando un dedo índice cortado.

—Querida —dice la señora Clark, mirando el muñón sanguinolento y cubierto de una costra mientras la Directora se lo envuelve una y otra vez con un trozo de seda amarilla. Y la sangre traspasa el amarillo.

La señora Clark da un paso adelante para ayudar, para apretar más el trozo de seda, y le dice:

—¿Quién te ha hecho esto?

La Directora Denegación se aprieta más el torniquete de nailon y dice:

—Usted.

Llegado este punto, todo el mundo está buscando un toque especial.

Todos queremos una forma de reforzar nuestro papel. De poner a nuestro personaje en primer plano después de que nos rescaten.

Además, es una forma de alimentar al gato.

Quien pueda mostrar el sufrimiento más intenso, el mayor número de cicatrices, será el protagonista en la mente del público. Si el mundo de fuera entrara a rescatarnos en este preciso momento, la Directora Denegación sería nuestra mayor víctima: mostrando los muñones de sus dedos cortados en las manos y en los pies, haciendo ostentación de los mismos para obtener compasión. Convirtiéndose en la protagonista. En el primer bloque de cualquier programa de entrevistas de la tele.

Convirtiéndonos al resto en su plantilla de secundarios.

Para no ser menos, el flaco San Destripado ha pedido prestado un cuchillo de carnicero del Chef Asesino y se ha cortado el pulgar de la mano derecha. Una pulgarectomía radical.

Para no quedar eclipsado, el Reverendo Sin Dios ha pedido que le prestaran el cuchillo de carnicero y se ha cortado el dedo pequeño de cada pie.

—Para ser famoso —dice—. Y después me pondré zapatos de tacón estrechos de verdad.

En el papel de pared verde y en los cortinajes de seda del lounge estilo Renacimiento italiano, el verde está lleno de salpicaduras de sangre que se ven negras bajo la luz eléctrica. La moqueta está tan pegajosa que a cada paso le intenta chupar a uno los zapatos.

El Eslabón Perdido dice que perder un dedo lo distrae a uno del hambre. El Eslabón Perdido lleva vestiduras de obispo, con pelos negros del pecho asomándole por el cuello, todas de brocado blanco y con bordados dorados en los dobladillos. Lleva una peluca empolvada que hace que su cabeza cuadrada y su barba enmarañada parezcan el doble de grandes.

Con su cola de caballo, el Duque de los Vándalos lleva una camisa de gamuza y pantalones con flecos largos que ondean en todas las costuras. Y se dedica a masticar su chicle de nicotina. La Madre Naturaleza está coja y se dedica a renquear por ahí con unas sandalias de tacón alto que exhiben sus dedos de los pies cortados, con su collar de campanillas tintineando a cada paso renqueante. Mordisqueando una vela de aromaterapia de clavo y nuez moscada.

Estamos todos luchando contra el frío con blusas de poeta estilo Lord Byron llenas de volantes. O con faldas largas a lo Mary Shelley llenas de enaguas. Con capas de Drácula con forro de satén rojo. Con pesadas botas de Frankenstein.

Llegado este punto más o menos, San Destripado pregunta si puede ser él quien se enamore.

Toda epopeya necesita una subtrama romántica, dice, aguantándose los pantalones con la mano para que no se le caigan. Para cubrir todas las bases de mercado necesitamos a dos personas jóvenes víctimas de un amor profundo y desesperado, pero a quienes un cruel villano impide estar juntos.

San Destripado y la Señorita Estornudos, conversando en el lounge estilo Renacimiento italiano con sus sillas bordadas y sus colgantes de seda verde entre altas ventanas de espejo, han dado con el lugar para urdir un romance.

—Yo estaba pensando en enamorarme de la Camarada Sobrada —dice San Destripado.

A su lado, el cuchillo de carnicero está clavado en la larga mesa de madera. El fantasma del señor Whittier esperando a su siguiente víctima.

Limpiándose la nariz de lado, la Señorita Estornudos le pregunta al Santo si le ha preguntado a la Camarada Sobrada qué le parece estar enamorada de él. Después de que nos rescaten, durante la fase de marketing y promoción en los medios, cualesquiera dos personas que hayan estado luchando por estar juntos tendrán que fingir por lo menos que están enamorados. No importa cómo actúen aquí dentro, pero en cuanto se abran esas puertas van a tener que estar besándose y abrazándose cada vez que una cámara apunte en su dirección. La gente esperará una boda. Tal vez incluso hijos.

Parpadeando con sus ojos inyectados de sangre, la Señorita Estornudos dice:

—Elige a una chica a la que puedas fingir que amas durante el resto de tu vida.

Y San Destripado dice:

—¿Qué te parece la Condesa Clarividencia y yo?

Tal como lo ve San Destripado, estar falsamente casada con él tiene que ser como para cortarse los dedos. Cualquier mujer de las de aquí tendría que correr para aprovechar la oportunidad.

Y sonriendo, con la cara muy pegada a la de él, la Señorita Estornudos dice:

—¿Qué te parece tú y yo?

Y San Destripado dice:

—¿Y la Baronesa Congelación?

—No tiene labios —dice ella—. O sea, no tiene labios de verdad.

¿Y Miss América?

—Ella ya va a ser famosa por estar embarazada —dice la Señorita Estornudos.

Y dice:

—Yo no estoy embarazada, y sí que tengo labios…

La Directora Denegación ya se ha cortado algunos dedos de las manos. También la Hermana Justiciera, además de varios de los pies, usando el mismo cuchillo de mondar que tomó prestado la Dama Vagabunda para mutilarse. Su plan, después de que los rescaten, es contarle al mundo que el señor Whittier los torturó cortándoles un trocito cada día si no producían una gran obra de arte. O bien era la señora Clark la que cortaba mientras el señor Whittier sostenía a la víctima inmovilizada y gritando sobre la larga mesa de madera oscura del lounge estilo Renacimiento italiano.

La mesa ya tiene marcas de tajos de práctica y tajos nerviosos y tajos exitosos con el cuchillo de carnicero del Chef Asesino.

—Muy bien —dice San Destripado—. ¿Y la Madre Naturaleza?

Está claro que solamente quiere un masaje en los pies, una nueva forma de pasar un buen rato en la cama. Una reflexopaja. Otro método sin manos que supere a la zanahoria invisible, la cera de vela y la piscina. No tanto una subtrama romántica como una necesidad sexual.

Mejor, dice la Señorita Estornudos. Y dice:

—Sabes lo que se ha hecho Madre en la nariz, ¿verdad?

La pobre Señorita Estornudos sigue tosiendo y tosiendo por culpa de las esporas de moho que tenemos que respirar, pero su sufrimiento se queda en nada comparado con el de la Madre Naturaleza, que ha pedido prestado un cuchillo de hacer filetes y se ha rajado los orificios nasales hacia arriba hasta llegar al caballete de la nariz: ahora cada vez que se tiene que reír le tintinean las campanillas y le caen costras por todas partes.

Con todo, necesitamos la subtrama romántica. Cualquier historia romántica.

La verdad es que ha sido el señor Whittier el que le ha rajado la nariz a la Madre Naturaleza.

—Pero si está muerto —dice la señora Clark.

El señor Whittier lo hizo antes de morir, dice el Eslabón Perdido. Ahora que todo el mundo se está cortando los dedos de las manos y los dedos de los pies y las orejas, de ninguna manera nadie va a salir de aquí sin una buena cicatriz. Sin un muñón que puedan exhibir en primer plano en la televisión. El señor Whittier lo hizo para evitar que San Destripado y la Madre Naturaleza estuvieran juntos. Para castigarlos por enamorarse.

En nuestra versión de lo sucedido, todo dedo de una mano o de un pie ha sido devorado por los villanos a quienes nadie va a creer.

El Casamentero ha estado haciendo preguntas, intentando encontrar a alguien dispuesto a cortarle el pene. Porque es perfecto: se trata de una tortura que coincide con una vieja broma de su familia.

Un solo tajo, dice, y se acabaron tus problemas. No hay más que un pene cortado en el suelo.

—Además, no lo uso para nada —dice el Casamentero, y sonríe. Guiño, guiño.

Por ahora no se ha presentado nadie voluntario para blandir el cuchillo de carnicero. No porque sea algo demasiado asqueroso o demasiado horrible, sino porque hacerlo pondría al Casamentero en el asiento del conductor. Un pene cortado es algo que ninguno de los demás podemos superar.

Con todo, si lo hace —y se desangra— eso significaría que los royalties solamente se dividirán entre quince. Entre catorce si la Señorita Estornudos se da prisa y se asfixia con el moho. Entre trece si Miss América es lo bastante considerada como para morirse al dar a luz.

Como todo el mundo le está dando sus trocitos a la gata, Cora Reynolds se está poniendo enorme.

—Si te cortas la polla —dice la Directora Denegación—, no se la des a mi gata.

Dice:

—No quiero tener que estar pensando en eso cada vez que Cora me lama la cara…

Fue mientras buscábamos vendas cuando encontramos los disfraces. Fuimos detrás del escenario en busca de tela limpia para rasgarla y conseguir vendas y nos encontramos montones de vestidos de noche y capas sobrantes de vodeviles y operetas. Dobladas entre papel de seda y bolas de naftalina, en baúles y bolsas para la ropa, encontramos faldas de aros y togas. Quimonos y faldas escocesas. Botas y pelucas y armaduras.

Gracias al hecho de que la señora Clark cortó el cable de la lavadora, toda la ropa que hemos traído apesta y está llena de polvo y de sudor. Gracias al hecho de que el señor Whittier se cargara la caldera, el edificio está cada día más frío. Así que empezamos a llevar estas túnicas y sarongs y chalecos. Estas prendas de terciopelo y brocados de satén. Sombreros de colonos con hebillas plateadas. Guantes hasta el codo de cuero blanco.

—Estas salas… —dice la Condesa Clarividencia, tocada con su turbante y dando tumbos, después de haberse cortado los dedos de los pies pero no la pulsera de seguridad que permite rastrearla y que lleva en la muñeca—. Esta ropa… toda esta sangre… —dice—. Es como si estuviera en un cuento de hadas espantoso de los hermanos Grimm…

Llevamos estolas de pieles hechas de animalitos que se muerden el culo entre sí. Visones y hurones y comadrejas. Muertos pero con los dientes todavía bien hincados.

Aquí, en el lounge estilo Renacimiento italiano, apoyado en una rodilla, sosteniéndole la mano ensangrentada y mirándola desde debajo de la nariz rajada de ella, San Destripado le dice a la Madre Naturaleza:

—¿Puedes fingir que me amas durante el resto de tu vida?

Y allí arrodillado, le pone el diamante de tres quilates embadurnado de rojo pegajoso que ha cortado de la mano de la Dama Vagabunda, San Destripado pone los restos muertos y resplandecientes de Lord Vagabundo en el dedo pintado con henna rojo de la Madre Naturaleza.

Y le gruñe el estómago.

Y ella se ríe, soltando sangre y costras por todas partes.

Llegado este punto, todas las camisas de seda y la ropa blanca están apelmazadas y embadurnadas de sangre. Los dedos de los guantes cuelgan vacíos. Los zapatos y las botas están rellenos con calcetines hechos unas bolas para reemplazar los dedos de los pies que faltan.

Las estolas de pieles, las comadrejas y los hurones, suaves como el pelo de la gata.

—Seguid dando de comer a ese gato —dice Miss América— y podrá ser nuestro pavo del día de Acción de Gracias.

—No lo digas ni en broma —le dice la Directora Denegación, rascando el estómago gordo de la gata—. La pequeña Cora es mi nenita…

Con las raíces de su pelo oxigenado asomando, marrones, como una especie de varilla de medir que indica el tiempo que llevamos encerrados, Miss América mira cómo el gato arranca la carne de otro dedo. Levanta la vista para mirar a la Directora Denegación y dice:

—Si has sido tú la que me ha robado mi rueda de ejercicios, quiero que me la devuelvas.

Miss América pone las manos un poco separadas y dice:

—Es de plástico rosa, y más o menos así de grande. Ya te acuerdas.

Cepillando la capa de pelos de gato que cubre sus vendas de seda amarilla y pegajosa, la Directora dice:

—¿Qué pasa con el hijo que esperas?

Y acariciándose su barriga diminuta, Miss América dice:

—El Casamentero tendría que darme de comer su pene a mí.

Dice:

—Soy yo la que no está comiendo por dos…

CARACTERÍSTICAS DEL PUESTO

Un poema sobre la Directora Denegación

«Un agente de policía —dice la Directora Denegación— tiene que proteger hasta a los adoradores de Satanás.»

No se le permite elegir.

La Directora Denegación en el escenario, las mangas de

tweed de su blazer le desaparecen tras la espalda,

donde se está cogiendo las manos

escondidas, tal como se pone uno delante de un pelotón de fusilamiento.

El pelo salpicado de canas y cortado para que parezca erizado a propósito.

En el escenario, en vez de un foco, un fragmento de película:

la imagen de una cámara de seguridad, borrosa y en blanco y negro,

de unos sospechosos detenidos, en medio de una ronda de identificación por parte de un testigo.

Sospechosos que forcejean con sus esposas o que llevan los abrigos subidos

para cubrirse la cara mientras entran en el tribunal.

Sobre el escenario está la Directora Denegación, con el

contorno de la pistolera que lleva al hombro

abultándole a un lado del blazer.

La falda de tweed le llega casi hasta las zapatillas de deporte blancas todas raspadas y con doble nudo en los cordones.

Y dice: «Un agente de policía tiene que dar la vida por el

primero que pase».

Morir por gente que da patadas a los perros.

Por drogadictos. Comunistas. Luteranos.

Morir en defensa de niños ricos con fondos fiduciarios.

Pederastas. Pornógrafos. Prostitutas.

Si la siguiente bala lleva su nombre.

Con hordas de víctimas y criminales sobre la cara, en blanco y negro,

La Directora Denegación dice: «Puedes morir por parásitos de la asistencia social…».

O por travestidos.

Por gente que te odia o por gente que te llama héroe.

Cuando te llega la hora no tienes oportunidad de decidir.

«Y si eres muy estúpido —dice la Directora Denegación—,

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