Fenris, El elfo (23 page)

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Authors: Laura Gallego García

BOOK: Fenris, El elfo
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Una nueva sacudida interna le hizo aullar de dolor, mientras su propio cuerpo seguía sufriendo la metamorfosis. Se puso a cuatro patas y Ronna saltó sobre su lomo.

—¡Sube, Rasloc! —lo apremió ella.

El muchacho vaciló y echó una mirada a su padre, que corría hacia ellos.

—No, yo me quedo; confío en vosotros, pero este es mi clan y mi gente.

Ronna no insistió; los dos salieron huyendo, dejando atrás al resto de la tribu, que no se atrevía a intervenir, y a Log, que, según se iba alejando Ronna, recuperaba otra vez sus rasgos de lobo.

La figura a medio transformar del chamán fue lo último que vio Fenris antes de culminar su propia metamorfosis y perder la conciencia para dar paso a la bestia.

Despertó en el interior de una cueva, y al mirar en torno a sí, vio a Ronna dormida junto a él. Trató de moverse para no despertarla, pero el sueño de ella era ligero e intranquilo, y abrió los ojos.

—Ya estás despierto —murmuró.

Fenris la miró. Estaba muy pálida y ojerosa, y llevaba el cabello muy despeinado.

—¿Qué ha pasado?

—Escapamos de Log —simplificó ella—. Monté sobre tu lomo y huimos hacia el sur, siempre hacia el sur. No hemos dormido en toda la noche. Antes del amanecer buscamos refugio para que te transformaras, y... aquí estamos.

Fenris calló, confuso.

—No podemos volver —añadió ella—. Te matarán.

—Pero, ¿y tú? No puedes dejar a los tuyos.

El rostro de Ronna se endureció.

—No quiero vivir en un clan gobernado por Log —dijo simplemente.

Fenris no discutió.

Descansaron un poco y continuaron su viaje hacia el sur, buscando tierras más benignas. Días después llegaron hasta un pequeño bosquecillo al pie de las montañas y decidieron establecerse allí. No se habían alejado mucho de la aldea, pero no esperaban que Log fuera a buscarlos. Como comentó Fenris con sorna, lo único que quería el chamán era perderle de vista para siempre, y él, desde luego, no pensaba regresar.

La pareja vivió tranquila durante algunos meses. A pesar de su huida, Ronna seguía respetando a los lobos y la bendición del Primero todavía la protegía, por lo que Fenris podía transformarse con la tranquilidad de saber que no le haría daño.

Pasó el tiempo y Fenris empezó a pensar que podría recuperar la felicidad perdida. Pero un día un grupo de personas se presentaron en el bosque. Eran miembros de la Tribu del Lobo y, al principio, el elfo y su compañera no se atrevieron a salir del escondite desde el que los espiaban, por miedo a que hubieran sido enviados por Log. Pero eran casi todo mujeres, ancianos y niños, y parecían agotados y hambrientos. Al frente de ellos iba Rasloc, pálido y mucho más delgado de lo que recordaban. Apoyada en su brazo caminaba una anciana de cabello blanco. Olvidando todas sus precauciones, Ronna exclamó al verla:

—¡Madre! —y salió corriendo.

Las dos mujeres se rundieron en un abrazo. Los recién llegados las contemplaron en silencio. Fenris, incómodo, aguardaba un poco más lejos, sin saber si sería o no bien recibido si se acercaba. La madre de Ronna, llamada Rua, se separó de su hija para mirar fijamente al elfo.

—Tenéis que ayudarnos —susurró—. Log se ha vuelto loco.

Fueron a cazar y trajeron comida para asar en la hoguera. Cuando todos estuvieron calientes y saciados, los recién llegados contaron su historia.

Después de la Noche de la Transformación, como se debía llamar al glorioso momento en que el Gran Log se había fusionado con Fenris, el Primero, pasando a llamarse Fenlog, las cosas habían cambiado mucho en la Tribu del Lobo. El chamán se había rodeado de un grupo de jóvenes que lo idolatraban y estaban completamente convencidos de que él era la reencarnación del lobo ancestral. Log —o Fenlog, como se hacía llamar ahora— no había tardado en declarar que la amistad con los lobos había terminado. El hombre era claramente superior al lobo y, por tanto, este debía ser dominado, no idolatrado. Y, por ello, solo a aquellos que demostraran su valor matando a un lobo se les concedería el honor de formar parte de los Elegidos.

Los miembros de la tribu lo escucharon horrorizados, pero algunos jóvenes bebieron de sus palabras con fervor. Pronto empezaron a celebrarse en las noches de plenilunio unos macabros ritos de iniciación en los cuales el neófito debía matar a un lobo con sus propias manos. Una vez hecho esto, Fenlog podía, bajo su forma de lobo, morderle y transformarle en uno de los Elegidos. Por lo visto había descubierto que, si era él el que mordía y convertía a un humano en hombre—lobo, poseía cierta influencia sobre él.

Fenris se estremeció al pensar en Novan, y en cómo lo había admirado incluso tras haberse enterado de que era un asesino.

Al principio eran unos pocos, siguió contando Rua, pero pronto algunos de los guerreros más fuertes envidiaron a aquellos que se transformaban en lobo las noches de luna llena. Y así, poco a poco, el grupo fue creciendo...

—La aldea es un infierno —dijo un viejo guerrero—. Los hombres—lobo gobiernan y ejecutan en nombre de Fenlog a todo el que se atreve a oponérseles.

—Pero como lobos no pueden haceros daño —dijo Ronna.

—Pero sí como hombres.

—Yo me escapé hace mucho tiempo —murmuró Rasloc—, cuando mi vida peligraba porque todos mis amigos se unieron a Fenlog y yo me negué a seguirlos.

—El último plenilunio salieron a cazar y aprovechamos para escapar —concluyó Rua—. Encontramos a Rasloc en el bosque y decidimos venir a buscaros. Supusimos que os habríais dirigido hacia el sur, dado que el viaje hacia el oeste es duro, hacia el este están las montañas y hacia el norte ya no hay nada. Vinimos en vuestra busca. Queríamos que supieses, Fenris..., que sentimos mucho haber dudado de ti.

Fenris sintió un nudo en la garganta y volvió la cabeza con brusquedad.

—¿Qué vais a hacer ahora? —preguntó Ronna.

Los ojos de Rua brillaron como el acero.

—Log ha traído la desgracia a nuestro clan. Debe morir.

—No, no ha sido él —intervino Fenris en voz baja—. Fui yo. Llevo la muerte y la desgracia allá donde voy. Me engañaba a mí mismo al pensar que podía vivir entre vosotros sin causar daño. Todo esto que ha pasado es culpa mía.

Sobrevino un silencio. Entonces Rua se acercó a él y lo miró a los ojos.

—Si es culpa tuya, arréglalo —dijo—. Destruye al monstruo que has creado.

XIV. CITA CON EL DESTINO

Faltaba aún un poco para la puesta de sol, pero todos habían acudido ya al lugar acordado.

A un lado, Fenris y los suyos, liderados por Ronna y Rasloc. Eran apenas un grupo de andrajosos que lo habían perdido todo, excepto la esperanza, y que, a pesar de sus semblantes pálidos, mostraban una mirada limpia y un gesto sereno.

A otro lado, el que ahora se hacía llamar Fenlog, rodeado por un grupo de arrogantes y poderosos guerreros entre los que se encontraban también algunas mujeres. Todos ellos vestían con pieles de lobos, algo que hacía apenas unos meses les habría parecido horrendo y repugnante, y esbozaban una sonrisa de suficiencia. En el bando de Fenris, a más de uno se le llenaron los ojos de lágrimas al ver en qué se había convertido la tribu.

«Es culpa mía», pensó el elfo, comido por los remordimientos. «Y yo he de arreglarlo».

A simple vista, cualquiera habría apostado por el bando de Fenlog. El semblante lampiño y delicado del elfo contrastaba vivamente con los rostros barbudos y feroces de los guerreros varones, que eran indudablemente mucho más fuertes y musculosos que la gente de Fenris; pero este sabía que eran ellos, sobre todo los niños y los jóvenes como Rasloc, quienes poseían la clave del futuro de la Tribu del Lobo.

No iban a luchar todos. Fenris podría haber atacado a Fenlog en cualquier otro momento, tal vez disparándole una flecha desde la distancia, en la noche, aprovechándose de su aguda visión élfica. Pero entonces volvería a ser un asesino. Igual que Novan, que en una situación similar, lo había atacado a él a traición y por la espalda.

No, se enfrentarían en un combate de igual a igual. El elfo había hecho llegar un desafío al chamán y los dos lucharían como lobos cuando saliese la luna llena. Sería un combate largo y agotador, dada la gran capacidad de regeneración de ambos, pero Fenris estaba dispuesto a hacerlo. Y Fenlog no podía dejar de responder al desafío porque, si lo rechazaba, quedaría como un cobarde ante los suyos.

De modo que allí estaban, esperando la puesta del sol, mirándose el uno al otro, desafiantes, pero a una prudente distancia. Fenris solo lamentaba que fuese a perder la conciencia después de transformarse. No dudaba de que la bestia atacaría a Fenlog, puesto que le odiaba casi tanto como él, pero habría querido estar presente durante el combate, sobre todo porque los guerreros del chamán se transformarían también y, si bien sabía que no podían hacer daño a Ronna y a los suyos, y que en principio no se entrometerían en el duelo particular de su jefe, no estaba seguro de lo que sucedería si él mismo resultaba vencedor.

Eran demasiados interrogantes y, sin embargo, el elfo sabía que aquello no podía resolverse de otra manera.

—¿Sabes a qué has venido hoy, elfo? —dijo de pronto Fenlog con una sonrisa—. Has venido aquí a morir. Hoy tenías una cita con tu destino.

Hubo risas entre los guerreros. Fenris no se alteró.

—Es posible —admitió—, pero, en tal caso, tú morirás conmigo.

Fenlog esbozó una sonrisa siniestra.

—Ya veremos.

Los dos a la vez se volvieron hacia el horizonte. El último rayo de sol se ocultó tras las montañas, y, lentamente, un manto de oscuridad salpicado de estrellas comenzó a cubrir las Tierras Muertas. Aún tuvieron que aguardar un poco más hasta que la luna llena asomó, soberana y magnífica, por detrás de la cordillera.

Todos los hombres—lobo comenzaron a transformarse; era un terrible espectáculo, porque, a pesar de que parecía claro que la metamorfosis les resultaba espantosamente dolorosa, sus rostros estaban iluminados por una febril expresión extática, como si estuviesen experimentando algo infinitamente maravilloso.

También Fenris empezó a transformarse, pero comprendió enseguida que, como sospechaba, su proceso de metamorfosis era más lento que el del resto de los hombres—lobo. Sintió un breve ataque de pánico al darse cuenta de lo que ello significaba: Fenlog estaría listo para atacar antes de que él se hubiese transformado del todo, y, por tanto, podría sorprenderlo cuando todavía era vulnerable.

No fue el único que se percató de ello. Con un gruñido de triunfo, Fenlog, ya completamente convertido en lobo, se volvió hacia él y saltó hacia adelante con los ojos repletos de furia asesina.

Fenris, todavía a medio transformar, se preparó para defenderse. Pero Ronna gritó:

—¡¡Cuidado!!

Y se lanzó contra él, empujándolo hacia un lado. Los dos cayeron al suelo. Instintivamente, Fenris cubrió el cuerpo de ella con el suyo propio cuando el pesado cuerpo de Fenlog cayó sobre él. Un nuevo espasmo le hizo gemir de dolor, y batalló un momento contra la bestia que luchaba por dominarlo mientras trataba de comprender qué estaba sucediendo.

Fenlog lo había alcanzado, sí..., pero estaba muerto. Una flecha sobresalía de su pecho, una flecha que le había acertado en el corazón, causándole una terrible herida que quemaba su carne como si se tratase de ácido.

Plata.

Fenris comprendió entonces que la intervención de Ronna no había tenido por objeto protegerlo de Fenlog, sino apartarlo de la trayectoria de aquella flecha, que estaba destinada a él.

—¿Qué está pasando? —jadeó Ronna.

Fenris se convulsionó de nuevo y su cuerpo se transformó definitivamente en el de un lobo.

—Tenemos que salir de aquí —gruñó.

Ronna saltó sobre su lomo y Fenris echó a correr. Más flechas atravesaban el aire, ensartando los cuerpos de los hombres—lobo, que aullaban de dolor, aterrorizados, incapaces de comprender qué era aquello que les abrasaba la carne de aquel modo. Nadie en la Tribu del Lobo conocía la plata, y por tanto aquellos licántropos no tenían modo de saber que era mortal para ellos. Se habían sentido invencibles bajo su forma de lobo y ahora caían abatidos por aquellas saetas malditas. Muchos de ellos murieron allí mismo.

En sus últimos momentos conscientes, Fenris logró ver en lo alto de una loma, recortada contra la luna llena, la figura de un hombre que portaba una ballesta.

Pero entonces se oyó un silbido y un gemido, y el elfo—lobo sintió que Ronna se deslizaba de su lomo para caer a tierra. Se detuvo, perplejo, y la vio un poco más atrás, echada de bruces sobre el suelo. Una flecha sobresalía de su espalda.

Loco de furia, Fenris corrió hacia ella mientras su conciencia racional despertaba de nuevo, como si por una vez la bestia y el elfo se hubieran puesto de acuerdo en algo y hubieran firmado una tregua para salvar a Ronna.

A su alrededor reinaba el caos. No era un hombre, sino varios, los que atacaban a la Tribu del Lobo aquella noche, y el clan se había unido a los hombres—lobo de Fenlog para luchar contra ellos. Fenris distinguió entre los asaltantes a dos o tres guerreros con espadas, a un par de arqueros, a un mago, que destacaba por su túnica roja, y a alguien que parecía ser muy hábil lanzando cuchillos. Incluso le pareció ver a un enano enarbolando una enorme hacha, pero no estaba seguro de ello. «Un grupo de aventureros», pensó el elfo. «Devorémoslos», dijo la bestia.

Sin embargo, la visión de Ronna yaciendo en el suelo con la flecha clavada en la espalda los puso de nuevo de acuerdo. Olvidaron la batalla que se desarrollaba a su alrededor para acudir junto a ella.

Pero una sombra se interpuso entre ellos, y el lobo recibió el impacto de una flecha que le acertó en el hombro. Aulló de dolor, tratando de arrancársela con los dientes, mientras la punta de plata corroía su carne.

—Volvemos a encontrarnos, elfo —dijo una voz acerada.

Fenris alzó la cabeza, ignorando el dolor. El hombre que le había hablado tenía el cabello de color gris, y el tiempo había cincelado ya un buen número de arrugas en su rostro de piedra, pero, por lo demás, era el mismo Cazador que él recordaba. Había cargado de nuevo la ballesta y lo apuntaba con ella, y Fenris se debatió entre el impulso de saltar sobre él para matarlo y la prudencia, que le decía que era mejor estarse quieto.

—No deberías haber disparado contra Ronna —gruñó—. Ella no te ha hecho nada.

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