Authors: Laura Gallego García
—Oh —dijo Ankris solamente, mientras una espantosa sensación de abatimiento caía sobre él.
—Alégrate; el Cazador sigue allí, hecho una furia porque no sabe dónde buscarte.
—¿Lo has visto? ¿No te ha reconocido?
—Un mago tiene sus propios métodos para pasar inadvertido, joven elfo.
—Qué bien —replicó Ankris, de mal humor.
—Puedo encerrarte —le propuso el mago súbitamente—. En una cárcel mágica, quiero decir. Eso te volverá inofensivo la noche del plenilunio.
—¿Lo harías?
—Oh, sí; pero no creo que sea una buena idea. Te vas a perder toda la diversión.
—Mejor eso que ser un monstruo.
—Chico, tú ya eres un monstruo, lo quieras o no. No merece la pena luchar contra ello.
—Eso no es verdad.
—Hagamos una prueba, entonces. Intentemos el método Contrario. Conozco un conjuro que puede despertarte: conservarías tu conciencia racional incluso después de la transformación, y ambas mentes, la del elfo y la de la bestia, dominarían a la vez tu cuerpo de lobo. Si tanto interés tienes en derrotar al lobo, atrévete a mirarlo cara a cara. En igualdad de condiciones, ¿quién crees que vencería?
Ankris no contestó.
El primer plenilunio que pasó en la cabaña de Novan optó por la solución de la prisión mágica. El hechicero trazó unas señales en el suelo en torno a él y realizó otras operaciones que Ankris no fue capaz de identificar; pero, cuando el círculo se cerró, el elfo fue completamente incapaz de salir de él. Era como si una barrera invisible le cerrara el paso.
—Armarás mucho escándalo cuando te transformes y trates de escapar de ahí —le advirtió el mago—. Por suerte, estamos muy apartados de cualquier lugar habitado. Aun así, no me parece que esta sea una buena solución. El Cazador todavía te está buscando, y si casualmente se acerca por aquí, estarás a su merced. Porque... puede que olvidara mencionarlo, pero, aunque tú no puedas salir del círculo..., cualquiera podría entrar. Y no voy a estar aquí para protegerte; es una noche demasiado bonita como para quedarse en casa.
Riendo suavemente, Novan se metamorfoseó en lobo y, antes de salir por la puerta, le dijo a Ankris:
—Hasta mañana, cachorro. Nos veremos al amanecer.
El elfo quiso decir algo, pero en ese momento la bestia comenzó a despertar en su interior y tuvo que concentrarse para sobreponerse al dolor.
Por fortuna, todo fue bien, y al día siguiente despertó encerrado todavía en la prisión mágica. También Novan dormía sobre el camastro, pero se despertó en cuanto oyó que Ankris se movía.
—Buena cacería, ¿eh? —bostezó, desperezándose—. Oh, perdona, olvidaba que anoche te quedaste en casa.
—Sácame de aquí —gruñó Ankris.
Los días siguientes permaneció silencioso y pensativo. En su interior latían sentimientos contradictorios. Por un lado, odiaba y temía todo lo que Novan era y representaba; por otro, el mago le había salvado la vida y, además, era la primera persona que lo había aceptado tal y como era. Porque incluso sus padres y el brujo sentían horror hacia aquella parte de sí mismo que Novan encontraba tan natural.
Y descubrió que, a pesar de todo, se sentía a gusto con el mago, en aquella cabaña en la montaña, y aquello le daba miedo.
Sin embargo, las heridas de su cuerpo casi habían sanado ya, y ello significaba que pronto estaría listo para partir de nuevo.
Se lo dijo a Novan una tarde.
—¿Y adónde te diriges, si puede saberse?
—A la Torre, en el Valle de los Lobos.
El rostro del mago se ensombreció.
—¿No has oído las nuevas?
—No. ¿Por qué? ¿Qué pasa?
—El Valle de los Lobos está maldito, muchacho.
—¿Qué? Eso son tonterías. La Señora de la Torre nunca lo permitiría. Ella...
—La Señora de la Torre está muerta.
Ankris acogió la noticia con un incrédulo silencio.
—No es verdad —balbuceó finalmente.
—Sí lo es. Nadie sabe muy bien qué sucedió, pero parece ser que alguien la traicionó. Ahora, la Torre está abandonada y dicen que una maldición pesa sobre ella. Lástima. De las cuatro Escuelas de Alta Hechicería que había en tiempos antiguos, ahora ya solo quedan dos.
—No puede ser verdad. Ella no puede estar muerta. La vi hace...
Le costó un poco sacar las cuentas. Había pasado casi un año desde su encuentro en la Escuela del Bosque Dorado, el día en que Shi—Mae había superado la Prueba del Fuego.
—Si tienes mucho interés en ello, podemos comprobarlo —ofreció Novan.
Aquella tarde realizó un conjuro de visión mágica; y así, en una jofaina que contenía aguas encantadas, el mago hizo aparecer la imagen de la Torre.
Y fue una escena desoladora; porque, a pesar de que se trataba de un edificio enclavado entre montañas, grande y majestuoso, rematado por una alta aguja, presentaba un aspecto lúgubre y abandonado. Los lobos aullaban amenazadoramente desde el bosque e incluso Novan se estremeció al escucharlos.
—¿No los oyes? —susurró—. No aullan como los demás lobos. Están malditos, muchacho, malditos, y no permitirán que nada ni nadie invada su territorio.
Ankris asintió sobrecogido. También él había entendido el mensaje de los lobos del valle.
El agua mágica les mostró, a petición del hechicero, una imagen del interior de la Torre. Ambos recorrieron sus estancias y pasillos sin moverse de la cabaña de Novan, y solo vieron silencio, soledad y desolación.
Nadie vivía ya en la Torre y había en ella algo siniestro que ponía la carne de gallina.
—¿Qué ha pasado aquí? —susurró Ankris, aterrado.
Novan suspiró y movió la cabeza.
—No lo sé. Pero ahora ya estoy seguro de que la Señora de la Torre está muerta. Porque jamás habría permitido que sucediera algo así.
La jofaina les mostraba ahora una imagen de la planta baja de la Torre. A Ankris le pareció ver, de pronto, una sombra baja que se deslizaba por el corredor, pero desapareció enseguida, y el elfo pensó que había sido fruto de su imaginación.
—¿Ya has visto bastante?
Ankris asintió gravemente. Sabía que Novan no lo engañaba y que la visión era cierta, porque había visto a Shi—Mae realizando conjuros similares. Sintió una punzada de dolor. Se suponía que lo que aprendía en la Escuela era secreto, pero a ella le gustaba compartir con él sus nuevos hallazgos. Habían estado muy unidos. Una vez más, Ankris se preguntó cómo era posible que ella lo hubiese traicionado de aquella manera.
La imagen tembló y desapareció, y el agua de la jofaina volvió a ser solamente agua.
—Si la Señora de la Torre está muerta —dijo Ankris en voz baja—, ya nadie puede ayudarme.
Novan se encogió de hombros.
—Te dije que no merecía la pena luchar.
Durante los siguientes días, Ankris se encerró todavía más en sí mismo, considerando todas las alternativas y tratando de encontrar una salida a su situación. Poco a poco iba recuperando fuerzas, pero ya no tenía a donde ir. Y así, cuando ya se acercaba la siguiente luna llena, Ankris se sorprendió a sí mismo preguntándole a Novan:
—¿Cuándo podemos probar ese conjuro del que me hablabas, para despertar mi conciencia durante el plenilunio?
El mago sonrió.
Fue una sensación extraña.
La transformación fue igual de dolorosa, pero en esta ocasión no sintió el miedo cerval que lo invadía cada vez que su conciencia caía en aquel oscuro pozo sin fondo del que nunca sabía si iba a escapar. Esta vez fue muy consciente de todo lo que sucedía, percibió que la bestia despertaba, pero no lo echaba a él fuera de su cuerpo. Durante un momento, la mente del elfo y la del lobo se observaron, cautelosamente y con desconfianza. Después, la conciencia del lobo, insegura, se retiró a un rincón, desde donde siguió observando, alerta.
Un poco receloso, Ankris trató de ponerse en situación. Se sentía extraño dentro de aquel cuerpo de lobo. Llevaba años transformándose, pero nunca lo había experimentado de aquella manera.
A su lado Novan, metamorfoseado en un enorme lobo negro, lo observaba riéndose entre dientes.
—Sienta bien, ¿eh? —dijo solamente, y su voz sonó como un gruñido.
Ankris quiso responder, pero solo ladró.
—No creas que es tan fácil —dijo Novan—. Necesitarás algo de práctica. Vamos, sigúeme.
Novan saltó ágilmente fuera de la cabaña. Ankris lo siguió, inseguro todavía sobre sus cuatro patas. A pesar de todo, se sentía bien, y cuando salió al exterior y la luz de la luna llena bañó su cuerpo, una salvaje sensación de poder recorrió sus venas. Se notó más fuerte, más ágil y más despierto que nunca, como si todos sus sentidos captaran matices nuevos que nunca antes había experimentado. Embriagado por aquel descubrimiento, echó la cabeza atrás y aulló.
Novan se unió a él. Ambos aullaron bajo la luna llena y, cuando otros lobos les respondieron desde las montañas y el mago salió corriendo hacia allí, Ankris lo siguió con un ladrido de triunfo.
Aquella noche fue especial. Hubo una cacería y Ankris aprendió a utilizar su cuerpo de lobo, sus dientes, sus garras, sus poderosas patas. Entre varios, mataron a un ciervo y fue como en los viejos tiempos, cuando el elfo merodeaba por los bosques de su tierra liderando su propia manada, antes de transformarse completamente en lobo. Sin embargo, y a pesar de que se sentía muy a gusto con sus nuevos compañeros, su compenetración con Novan era mucho mayor. Ankris se descubrió a sí mismo admirando sus movimientos ágiles y seguros, su comportamiento, tan idéntico al de un lobo, a pesar de que seguía manteniendo aquel brillo de inteligencia en la mirada que demostraba que detrás del lobo existía una conciencia racional. Novan era un lobo, sí, pero también un hombre, y Ankris se dio cuenta de que lo envidiaba. Porque el lobo también era parte de él, y todo había sido perfecto hasta que la bestia había empezado a dominarlo las noches de luna llena.
«Tal vez podría ser como él», pensó Ankris. «Como Novan. Seguir siendo yo incluso cuando me transformo. Así nunca más mataría a nadie».
Sin embargo, una sombra empañó aquella recién descubierta alegría. Porque, cuando los dientes de los lobos desgarraron el cuello del ciervo, el olor de la sangre volvió loca a la bestia.
Ankris sintió que perdía el control. Con un gruñido salvaje, se abalanzó sobre la presa y hundió los dientes en su cuello, y una extraña sed de sangre recorrió su espina dorsal. Quería más, deseaba seguir cazando... y matando.
«Solo es un ciervo», pensó su parte racional. Pero, en algún lugar de su mente, la bestia gruñó, satisfecha.
Durante los siguientes meses, salió con Novan todas las noches de luna llena y aprendió lo que era ser un auténtico lobo. Pero en las largas tardes de verano, el elfo y el hechicero se sentaban en el porche y conversaban.
—Puede que no sea tan malo ser un hombre—lobo —reflexionó Ankris un día—. Tal vez llegue a acostumbrarme.
—Tú no eres un hombre—lobo. Ni siquiera eres un hombre.
—Entonces, ¿qué soy?
Novan se lo pensó.
—Podría decirse que eres un elfo—lobo. Sí, eso es. Un elfo—lobo.
—Hace tiempo que tengo pensado cambiarme de nombre. Buscaría un nombre que estuviese relacionado con mi nueva condición, y que a los humanos no les resultase difícil de pronunciar. Pero no se me ocurre ninguno lo bastante apropiado.
Novan lo miró largamente.
—Eso significaría renunciar a tus raíces. Lo sabes, ¿no?
—No me importa. En mi tierra ya no me quieren.
Novan no respondió enseguida, pero, cuando lo hizo, le dijo:
—¿Sabes por qué sigues usando tu nombre élfico? Porque, a pesar de lo que digas, has dejado mucho atrás. Mientras no seas capaz de mirar al pasado sin dolor, nunca te forjarás una nueva identidad y un destino diferente.
Ankris no respondió. No comprendía del todo las palabras del mago, aunque sí intuía su significado, y durante los días siguientes meditó sobre ello.
No todas sus conversaciones eran tan profundas. En cierta ocasión, Ankris le preguntó cómo se las arreglaba para aparecer completamente vestido cuando se transformaba de nuevo en un ser humano.
—Es un truco muy útil que aprendí hace tiempo. En realidad es una variante del hechizo de invocación: llamas a tu ropa para que se materialice en torno a tu cuerpo cuando lo deseas.
—Suena muy complicado.
—Nah, solo es cuestión de práctica. Al principio tienes que concentrarte mucho para recordar el hechizo justo mientras te transformas, pero con el tiempo se convierte en algo automático. Te basta con imaginarte de nuevo con forma humana... y vestido.
—Me gustaría aprenderlo.
—Tendrías que ser un mago, cachorro. Y no creas que hay tantos magos en el mundo.
Así transcurrían los días, las semanas y los meses. El Cazador no había vuelto a dar señales de vida; Novan le explicó a Ankris que había protegido su casa con una serie de conjuros de ocultamiento que, aunque no la hacían invisible, sí reducían notablemente las posibilidades de que fuera vista por alguien.
A pesar de ello, Ankris no olvidó al Cazador. Por si acaso regresaba, decidió que no lo encontraría desarmado, y se confeccionó su propio arco. Una mañana, Novan lo vio tallando las flechas con su daga de plata y se quedó mirándolo.
—Plata —dijo, como si escupiera—. ¿Por qué llevas eso encima? No es un buen material para trabajar la madera, es demasiado blando. Por no hablar del hecho de que es mortal para ti bajo tu otra forma. Y... que me aspen..., ¿no es esa la cosa que te clavó el Cazador en la barriga?
—Sí, pero no me la clavó él. Esta daga es mía.
—¿Te la clavaste a ti mismo, entonces?
Sonriendo, Ankris le contó la historia de la daga. Un brillo de interés asomó a los ojos del hechicero.
—Déjame ver.
Cuando tocó el puñal, todo él se estremeció visiblemente, y cuando alzó la cabeza, al elfo le pareció ver un destello de odio profundo en su mirada. Pero fue solo un momento, porque enseguida se rió con cierto sarcasmo.
—Tiene gracia. Sí, tiene gracia.
Miró a Ankris como si lo viera por primera vez y sacudió la cabeza.
—Mucha gracia, sí —repitió y, aún riéndose entre dientes, se levantó y entró de nuevo en la cabaña.
El elfo no llegó a preguntarle qué le parecía tan divertido. Estaba empezando a acostumbrarse a sus bruscos cambios de humor.
Y así, con el tiempo, el joven elfo—lobo comenzó a sentirse sereno y a salvo por primera vez en muchos años. Todas las noches de plenilunio salía de cacería con Novan y los demás; la transformación era cada vez menos dolorosa, y ahora empezaba a lamentar no poder metamorfosearse siempre que lo deseara, como hacía el mago. Se sentía muy orgulloso de sí mismo porque, a pesar de todo, su mente racional seguía arrinconando a la bestia en un oscuro recoveco de su conciencia; porque podía ser un lobo cazador, pero no volvería a ser un asesino.