La escoltaron a presencia de Leek. Ser Rufus era bajo, corpulento y de barba canosa. Su pierna izquierda terminaba en un muñón.
—Disculpad que no me levante —dijo.
Brienne le tendió la carta, pero Leek no sabía leer, así que la envió a ver al maestre, un hombre calvo de bigotes rojos rígidos con el cuero cabelludo lleno de pecas.
Al oír el nombre de Hollard, el maestre frunció el ceño, irritado.
—¿Cuántas veces voy a tener que cantar la misma canción? —Su expresión debió de delatarla—. ¿Acaso pensáis que sois la primera que viene a buscar a Dontos? Más bien la vigesimoprimera. Los capas doradas se presentaron aquí a los pocos días de la muerte del Rey, con la orden de captura de Lord Tywin. A ver, ¿qué traéis vos?
Brienne le mostró la carta con el sello de Tommen y la firma infantil. El maestre leyó la carta, examinó el lacre y, por último se la devolvió.
—Parece que está en regla. —Se sentó en un taburete e indicó a Brienne que ocupara otro—. No llegué a conocer a Ser Dontos. Era apenas un niño cuando se fue del Valle Oscuro. Es cierto que los Hollard fueron en tiempos una Casa noble. ¿Conocéis su escudo? Un burel en gules y púrpura, con tres coronas de oro sobre jefe en azur. Los Darklyn fueron reyezuelos sin importancia durante la Edad de los Héroes; tres de ellos se casaron con mujeres Hollard. Más adelante, los reinos grandes engulleron el suyo, pero los Darklyn resistieron y los Hollard se mantuvieron a su servicio... Sí, incluso en la Resistencia. ¿Lo sabíais?
—Algo había oído.
Su maestre le contaba que la Resistencia del Valle Oscuro era lo que había vuelto loco al rey Aerys.
—En el Valle Oscuro todavía aprecian a Lord Denys, pese a la desgracia que hizo caer sobre sus habitantes. A quien culpan es a Lady Serala, su esposa myriense. La llaman la Serpiente de Encaje. Si Lord Darklyn se hubiera casado con una Staunton, o con una Stokeworth... En fin, ya sabéis cómo es el pueblo. Dicen que la Serpiente de Encaje llenó de veneno myriense los oídos de su esposo hasta que se alzó contra su rey y lo tomó prisionero. Durante la batalla, su maestro de armas, Ser Symon Hollard, mató a Ser Gwayne Gaunt, de la Guardia Real. Aerys se vio recluido tras aquellos muros durante medio año, mientras la Mano del Rey aguardaba en el exterior del Valle Oscuro con un poderoso ejército. Lord Tywin contaba con fuerzas suficientes para tomar la ciudad cuando quisiera, pero Lord Denys le hizo llegar el mensaje de que, a la primera señal de ataque, mataría al Rey.
Brienne sabía qué había pasado a continuación.
—El Rey fue rescatado —dijo—. Barristan
el Bravo
lo sacó de allí.
—Cierto —convino el maestre—. Ya sin su rehén, Lord Denys abrió las puertas y puso fin a la Resistencia antes de dejar que Lord Tywin tomara la ciudad. Se arrodilló y pidió clemencia, pero el Rey no era de los que perdonaban. Lord Denys fue decapitado, al igual que sus hermanos, su hermana, sus tíos, sus primos y todos los señores Darklyn. A la Serpiente de Encaje, pobre mujer, la quemaron viva, pero primero le arrancaron la lengua y las partes femeninas, con las que se decía que había esclavizado a su señor. Aún hoy en día, la mitad del Valle Oscuro os dirá que Aerys fue demasiado benevolente con ella.
—¿Y los Hollard?
—Cayeron en desgracia y fueron aniquilados —dijo el maestre—. Yo estaba forjando mi cadena en la Ciudadela cuando sucedió todo, pero he leído las crónicas de los juicios y los castigos que se les impusieron. Ser Jon Hollard
el Mayordomo
estaba casado con la hermana de Lord Denys y murió con su esposa, al igual que su joven hijo, que era medio Darklyn. Robin Hollard era escudero, y mientras el Rey estaba prisionero se dedicó a bailotear a su alrededor y a tirarle de la barba. Murió en el potro de tormento. Ser Barristan mató a Ser Symon Hollard durante la fuga del Rey. A los Hollard les arrebataron las tierras, derribaron su castillo y prendieron fuego a sus aldeas. Al igual que sucedió con los Darklyn, la casa de Hollard se extinguió.
—Con excepción de Dontos.
—Así es. El joven Dontos era hijo de Ser Steffon Hollard, el hermano gemelo de Ser Symon, que había muerto de fiebres años antes y no participó en la Resistencia. Pese a ello, Aerys habría decapitado al chico, pero Ser Barristan intercedió para que le perdonara la vida. El Rey no podía negarle nada al hombre que lo había salvado, así que llevaron a Dontos a Desembarco como escudero. Que yo sepa, no volvió nunca al Valle Oscuro; ¿por qué iba a regresar? Aquí no tenía tierras, ni familia, ni castillo. Si Dontos y la chica norteña mataron a nuestro amado rey, les interesará poner tantas leguas como puedan entre ellos y la justicia. Buscadlos en Antigua, o al otro lado del mar Angosto. Buscadlos en Dorne, en el Muro... Buscadlos en cualquier lugar menos en este. —Se levantó—. Mis cuervos me reclaman. Disculpad si me tengo que despedir de vos.
El camino de vuelta a la posada le pareció más largo que el de ida a Fuerte Pardo, aunque tal vez se debiera a su estado de ánimo. No encontraría a Sansa Stark en el Valle Oscuro, eso era evidente. Si Ser Dontos la había llevado a Antigua o al otro lado del mar Angosto, como parecía sospechar el maestre, la búsqueda de Brienne estaba abocada al fracaso.
«¿Qué haría Sansa en Antigua?», se preguntó. El maestre no la conocía, igual que no conoció a Hollard. La niña no se habría ido con desconocidos.
En Desembarco del Rey, Brienne había dado con una de las antiguas doncellas de Sansa, que por entonces se dedicaba a lavar ropa en un burdel.
—Serví a Lord Renly antes que a mi señora Sansa, y al final los dos se volvieron traidores —se quejó con amargura la mujer, de nombre Brella—. Ahora, ningún señor se me acerca siquiera, así que tengo que lavar para las putas. —Pero cuando Brienne le preguntó por Sansa, sacudió la cabeza—. Os diré lo mismo que a Lord Tywin: esa chica no paraba de rezar. Iba al septo y encendía velas como una dama, pero casi todas las noches bajaba al bosque de dioses. Se ha ido al Norte, seguro. Ahí es donde están sus dioses.
Pero el Norte era muy grande, y Brienne no tenía ni idea de en cuál de los banderizos de su padre se habría atrevido a confiar Sansa.
«¿O preferiría buscar a su familia? —Habían matado a todos sus hermanos, pero Brienne sabía que Sansa aún tenía un tío y un hermano bastardo en el Muro, en la Guardia de la Noche. Otro tío suyo, Edmure Tully, estaba prisionero en Los Gemelos, pero el tío de este, Ser Brynden, seguía resistiendo en Aguasdulces. Y la hermana pequeña de Lady Catelyn gobernaba en el Valle—. La sangre llama a la sangre.» Sansa podía haber acudido a alguno de ellos, pero ¿a cuál?
El Muro estaba demasiado lejos, y además era un lugar frío y siniestro. Y para llegar a Aguasdulces, la niña tendría que cruzar las tierras de los ríos, arrasadas por la guerra, y atravesar las líneas de asedio de los Lannister. El Nido de Águilas era más accesible, y sin duda, Lady Lysa le daría la bienvenida a la hija de su hermana...
Más adelante, la calle describía una curva. En algún momento, Brienne se había equivocado de camino. Estaba en un callejón sin salida, un patio pequeño y enlodado donde tres cerdos hozaban alrededor de un pozo bajo de piedra. Uno lanzó un chillido al verla, y la anciana que estaba sacando agua la examinó de arriba abajo con desconfianza.
—¿Queréis algo?
—Estaba buscando el Siete Espadas.
—Por donde habéis venido. En el septo, girad a la izquierda.
—Gracias.
Brienne volvió sobre sus pasos y se dio de bruces contra alguien que doblaba la esquina. El choque lo derribó, y fue a caer de culo en un charco de barro.
—Mil perdones —murmuró ella. No era más que un chiquillo, un chaval flaco con el pelo fino y lacio, y un orzuelo bajo un ojo—. ¿Te has hecho daño? —Le tendió una mano para ayudarlo a levantarse, pero el chico retrocedió sin incorporarse. No tendría más de diez o doce años, y a pesar de ello llevaba un chaleco de malla y una espada larga en una vaina de cuero, a la espalda—. ¿Te conozco de algo? —le preguntó Brienne.
Su rostro le sonaba, aunque no habría sabido decir de dónde.
—No. De nada. Nunca nos hemos... —Se puso en pie como pudo—. P-perdonadme, mi señora. No iba mirando. O sea, sí, pero para abajo. Iba mirando para abajo. Mirándome los pies.
El chico dio media vuelta y salió corriendo por donde había llegado.
Había en él algo que despertaba la desconfianza de Brienne, pero no pensaba perseguirlo por las calles del Valle Oscuro.
«Ante las puertas, esta mañana, ahí es donde lo he visto —recordó de repente—. Iba montado en un jamelgo picazo.» Y también tenía la sensación de haberlo visto en otro lugar, pero... ¿dónde?
Cuando Brienne consiguió volver al Siete Espadas, la sala común ya estaba abarrotada. Había cuatro septas sentadas junto a la chimenea, con la túnica sucia y llena de polvo del camino. Los habitantes de la ciudad ocupaban todos los bancos, y mojaban trozos de pan en grandes cuencos de guiso de marisco caliente. El olor hizo que le rugiera el estómago, pero no había asientos libres.
—Mi señora, aquí, ocupad mi lugar —dijo de repente una voz a sus espaldas.
Hasta que lo vio bajarse del banco de un salto, Brienne no se dio cuenta de que su interlocutor era enano. El hombrecillo no llegaba ni a los siete palmos de altura. Tenía la nariz bulbosa llena de venas reventadas y los dientes rojos de mascar hojamarga, y vestía la túnica marrón de lana basta de un hermano santo, con el martillo del Herrero colgado de un cordel en torno al grueso cuello.
—Seguid sentado —dijo ella—. Puedo estar de pie igual que vos.
—Sí, pero en mi caso no es probable que me dé con la cabeza contra el techo.
El enano se expresaba en tono vulgar, pero cortés. Brienne le vio la coronilla afeitada. Muchos monjes lucían tonsuras semejantes. En cierta ocasión, la septa Roelle le había explicado que con aquello pretendían demostrar que no tenían nada que ocultar a los ojos del Padre.
—¿Es que el Padre no ve a través del pelo? —había preguntado Brienne.
«Qué tontería.» Ya de niña era torpe; la septa Roelle se lo decía constantemente. En aquel momento se sentía igual de estúpida, de modo que ocupó el lugar del hombrecillo al final del banco, hizo una seña para que le sirvieran una ración de guiso y se volvió para dar las gracias al enano.
—¿Estáis en alguna casa santa del Valle Oscuro, hermano?
—La mía estaba más cerca de Poza de la Doncella, mi señora, pero los lobos la quemaron —respondió al tiempo que mordisqueaba un mendrugo—. La reconstruimos lo mejor que pudimos, hasta que llegaron los mercenarios. No sabría decir a quién servían, pero se llevaron nuestros cerdos y mataron a los monjes. Yo conseguí esconderme en un tronco hueco, pero los demás eran demasiado grandes. Tardé mucho en enterrarlos a todos, pero confié en el Herrero, y me dio fuerzas. Cuando terminé, cogí unas monedas que había escondido el Hermano Mayor y me puse en marcha.
—Me tropecé con otros monjes que iban camino de Desembarco del Rey.
—Sí, hay cientos de viajeros. Y no sólo monjes; también septones, y gente del pueblo llano. Gorriones. Puede que yo también sea un gorrión. El Herrero me hizo pequeño, desde luego. —Soltó una risita—. ¿Cuál es vuestra triste historia, mi señora?
—Estoy buscando a mi hermana. Es noble y sólo tiene trece años; es una doncella muy hermosa de ojos azules y cabello castaño rojizo. Tal vez la hayáis visto viajando con un hombre. Un caballero, o quizá un bufón. Hay oro para quien me ayude a encontrarla.
—¿Oro? —El monje le dedicó una sonrisa tímida—. Un cuenco de ese guiso de marisco sería recompensa suficiente para mí, pero siento no poder ayudaros. Bufones se ven a menudo, pero doncellas hermosas... —Ladeó la cabeza y meditó un instante—. Ahora que lo decís, había un bufón en Poza de la Doncella. Recuerdo que iba sucio y harapiento, pero bajo la mugre vestía ropa de muchos colores.
«¿Dontos Hollard llevaba ropa multicolor? —Nadie le había dicho semejante cosa a Brienne, pero tampoco le habían dicho lo contrario. ¿Y por qué iba harapiento? ¿Les habría sucedido alguna desgracia a Sansa y a él tras huir de Desembarco del Rey? Bien podía ser, los caminos eran peligrosos—. También puede que no fuera él.»
—¿Ese bufón tenía la nariz roja, llena de venillas?
—No os lo podría decir. Reconozco que no le presté atención. Había ido a Poza de la Doncella después de enterrar a mis hermanos, creyendo que podría encontrar una nave que me llevara a Desembarco del Rey. La primera vez que vi al bufón fue en los muelles. Tenía un aire furtivo; se ocupaba bien de esquivar a los soldados de Lord Tarly. Luego me lo volví a encontrar en el Ganso Hediondo.
—¿El Ganso Hediondo? —repitió, insegura.
—Mal lugar —reconoció el enano—. Los hombres de Lord Tarly patrullan el puerto de Poza de la Doncella, pero el Ganso siempre está lleno de marineros, y es bien sabido que los marineros cuelan a viajeros en sus barcos si tienen con qué pagarles. El bufón buscaba pasaje para tres; quería cruzar el mar Angosto. Lo veía a menudo hablando con los remeros de las galeras. A veces cantaba canciones divertidas.
—¿Buscaba pasaje para tres? ¿No para dos?
—Para tres, mi señora. Eso lo puedo jurar por los Siete.
«Tres —pensó—. Sansa, Ser Dontos... ¿Quién puede ser el tercero? ¿El Gnomo?»
—¿Consiguió barco?
—Eso no os lo sabría decir —respondió el enano—, pero una noche, los soldados de Lord Tarly fueron al Ganso a buscarlo, y unos días después oí a un hombre alardear de que había engañado al bufón y tenía el oro que lo demostraba. Estaba borracho e invitaba a todos a cerveza.
—¿Que había engañado al bufón? ¿Qué quería decir con eso?
—No os lo sabría decir. Lo que sí recuerdo es que lo llamaban Dick
el Ágil
. —El enano extendió las manos—. Mucho me temo que es lo único que puedo ofreceros, aparte de las oraciones de un hombre pequeño.
Brienne cumplió su palabra y lo invitó a un cuenco de guiso caliente de marisco, así como a pan recién hecho y a una copa de vino. Mientras el monje lo devoraba todo, de pie a su lado, meditó sobre lo que le había contado.
«¿Viajará el Gnomo con ellos?» Si detrás de la desaparición de Sansa estaba Tyrion Lannister y no Dontos Hollard, tenía lógica que quisieran cruzar el mar Angosto.
El hombrecillo se acabó su cuenco de guiso y luego rebañó también lo que quedaba en el de Brienne.
—Deberíais comer más —le dijo—. Una mujer tan grande como vos tiene que conservar las fuerzas. Poza de la Doncella no está lejos, pero en estos tiempos que corren, los caminos son peligrosos.