—Lyn Corbray es peligroso —asintió Lord Nestor—. ¿Qué pensáis hacer?
—¿Qué puedo hacer, aparte de recibirlos si vienen?
Petyr removió una vez más las llamas y dejó el atizador.
—Mi primo tiene intención de quitaros el puesto de Lord Protector.
—Si es así, no se lo puedo impedir. Dispongo de una guarnición de veinte hombres; Lord Royce y sus amigos pueden reunir a veinte mil. —Petyr se dirigió hacia el arcón de roble situado bajo la ventana—. Yohn Bronce hará lo que quiera —comentó al tiempo que se arrodillaba. Abrió el arcón, sacó un pergamino y se lo tendió a Lord Nestor—. Tomad, mi señor. Es una prueba del afecto que os profesaba mi señora.
Sansa observó como Royce desenrollaba el pergamino.
—Esto es... Esto es muy inesperado, mi señor.
La niña se sobresaltó al ver lágrimas en sus ojos.
—Inesperado, pero no inmerecido. Mi señora os tenía en más estima que a ninguno de sus banderizos. Me dijo que erais su roca.
—Su roca. —Lord Nestor se sonrojó—. ¿De verdad dijo eso?
—Muchas veces. Y esto —añadió señalando el pergamino con un gesto— es la prueba.
—Me... Me alegro de saberlo. Sé que Jon Arryn valoraba mis servicios, pero Lady Lysa... Se burló de mí cuando vine a cortejarla, y me temía... —Lord Nestor frunció el ceño—. Aquí veo el sello de Arryn, pero la firma...
—Lysa fue asesinada antes de que le presentaran el documento para su firma, de manera que lo firmé yo como Lord Protector. Sé que es lo que habría querido.
—Ya veo. —Lord Nestor enrolló el pergamino—. Es una gran... deferencia por vuestra parte, mi señor. Y no os falta valor. Hay quien dirá que esto no es apropiado, y os culparán por hacerlo. El cargo de Guardián nunca ha sido hereditario. Los Arryn edificaron las Puertas en los tiempos en que aún tenían la Corona Halcón y gobernaban el Valle como reyes. El Nido de Águilas era su asentamiento veraniego, pero cuando llegaban las nieves bajaban con toda su corte. Se dice que las Puertas era un lugar tan regio como el Nido de Águilas.
—Hace trescientos años que no hay reyes en el Valle —señaló Petyr Baelish.
—Llegaron los dragones —reconoció Lord Nestor—. Pero incluso después de aquello, las Puertas siguió siendo un castillo de los Arryn. El propio Jon Arryn fue Guardián de las Puertas en vida de su padre. Tras su ascenso nombró para el cargo a su hermano Ronnel, y más adelante, a su primo Denys.
—Lord Robert no tiene hermanos; sólo primos lejanos.
—Cierto. —Lord Nestor apretó el pergamino con fuerza—. No diré que no albergaba esperanzas de que llegara este momento. Mientras Lord Jon gobernó el reino como Mano, sobre mis espaldas recayó el deber de gobernar el Valle en su nombre. Hice todo lo que fue necesario, y nunca pedí nada para mí, pero ¡por los dioses que me he ganado esto!
—Así es —convino Petyr—, y Lord Robert duerme más tranquilo sabiendo que siempre estáis ahí, que tiene un amigo fiel al pie de la montaña. —Alzó la copa—. Brindemos, mi señor. Por la Casa Royce, Guardianes de las Puertas de la Luna... ahora y siempre.
—¡Sí, ahora y siempre!
Las copas de plata entrechocaron.
Más tarde, mucho más tarde, después de que se acabara la frasca de dorado del Rejo, Lord Nestor salió de la estancia para ir a reunirse con sus caballeros. Sansa ya estaba casi dormida de pie; lo único que quería era irse a la cama, pero Petyr la agarró por la muñeca.
—¿Has visto qué maravillas se pueden conseguir con mentiras y dorado del Rejo?
¿Por qué tenía ganas de echarse a llorar? Que Nestor Royce estuviera de su parte era bueno.
—¿Todo eran mentiras?
—Todo no. Lysa decía a menudo que Lord Nestor era una roca, aunque me parece que no era en tono de cumplido. También decía que su hijo era un zoquete. Sabía que Lord Nestor soñaba con gobernar las Puertas por derecho propio, con ser un verdadero señor, no sólo de nombre; pero Lysa tenía otro sueño: tener más hijos, que el castillo fuera para el hermano pequeño de Robert. —Se levantó—. ¿Comprendes lo que ha sucedido aquí, Alayne?
Sansa titubeó un momento.
—Le habéis entregado las Puertas de la Luna a Lord Nestor para aseguraros su apoyo.
—Cierto —reconoció Petyr—, pero nuestra roca es un Royce, o lo que es lo mismo, un hombre demasiado orgulloso y susceptible. Si le hubiera preguntado su precio, se habría hinchado como un sapo, furioso ante la afrenta que eso supondría para su honor. Pero así... No es completamente idiota, pero las mentiras que le he servido eran más dulces que la verdad. Quiere creer que Lysa lo tenía en mayor estima que a sus otros banderizos. Al fin y al cabo, uno de ellos es Yohn Bronce, y Nestor es demasiado consciente de que desciende de una rama menor de la Casa Royce. Quiere algo más para su hijo. Los hombres de honor hacen por sus hijos cosas que jamás se plantearían hacer por sí mismos.
—La firma... —Sansa asintió—. Podríais haberle pedido a Lord Robert que pusiera la firma y el sello, y sin embargo...
—... he firmado yo mismo como Lord Protector. ¿Por qué?
—Porque así... si os deponen... o... si os matan...
—Los derechos de Lord Nestor sobre las Puertas no serán tan incuestionables. Te aseguro que no se le ha escapado. Has sido muy lista al darte cuenta. Aunque no más de lo que esperaba de mi propia hija.
—Gracias. —Sentía un absurdo orgullo por haberlo comprendido, pero también estaba desconcertada—. Pero no lo soy. Vuestra hija. No de verdad. O sea, finjo ser Alayne, pero sabéis...
Meñique le puso un dedo sobre los labios.
—Sé lo que sé, y tú también. Hay cosas que es mejor no decir en voz alta, cariño.
—¿Ni siquiera cuando estemos a solas?
—Mucho menos aún cuando estemos a solas. Si no, cualquier día entrará un criado sin anunciarse, o un guardia que esté junto a la puerta oirá lo que no deba. ¿Quieres más sangre en esas preciosas manitas, pequeña?
El rostro de Marillion, con la venda blanca en los ojos, pareció flotar ante ella. Detrás alcanzó a ver a Ser Dontos, todavía ensartado por las saetas.
—No —dijo Sansa—. Por favor.
—Ganas me dan de decir que esto no es un juego, hija, pero lo es. El juego de tronos.
«Yo nunca quise jugar. —Era un juego demasiado peligroso—. Un simple desliz puede costar la vida.»
—Oswell... Mi señor, Oswell me sacó en bote de Desembarco del Rey la noche de mi huida. Debe de saber quién soy.
—Si es la mitad de listo que una cagada de oveja, desde luego. Ser Lothor también lo sabe. Pero Oswell lleva mucho tiempo a mi servicio, y Brune es discreto por naturaleza. Kettleblack vigila a Brune, y Brune vigila a Kettleblack. No confíes en nadie. Se lo dije a Eddard Stark, pero no me hizo caso. Eres Alayne, y tienes que ser Alayne todo el tiempo. —Le puso dos dedos en el pecho, a la izquierda—. Incluso aquí. En tu corazón. ¿Serás capaz? ¿Puedes ser mi hija, de corazón?
—Pues... —«No lo sé, mi señor», estuvo a punto de decir, pero no era lo que él quería oír. «Mentiras y dorado del Rejo», pensó—. Soy Alayne, padre. ¿Quién si no?
Lord Meñique le dio un beso en la mejilla.
—Con mi cerebro y la belleza de Cat, el mundo será tuyo, cariño. Venga, vete a la cama.
Gretchel le había encendido la chimenea y le había mullido el colchón de plumas. Sansa se desnudó y se metió bajo las mantas.
«Esta noche no cantará —rezó—, porque Lord Nestor y los demás están en el castillo. No se atreverá.» Cerró los ojos.
En algún momento de la noche se despertó cuando el pequeño Robert se metió en su cama.
«Se me olvidó decirle a Lothor que lo volviera a encerrar.» Ya no tenía remedio, de modo que lo rodeó con un brazo.
—¿Robalito? Puedes quedarte, pero no te muevas mucho. Cierra los ojos y duerme, pequeño.
—Vale. —Se acurrucó contra ella y le apoyó la cabeza en el pecho—. Alayne... ¿Ahora eres tú mi mamá?
—Supongo que sí —respondió.
Mentir no era malo si se hacía con buena intención.
El salón retumbaba con los gritos ebrios de los Harlaw, todos ellos primos lejanos. Cada señor había colgado su estandarte detrás de los bancos que ocupaban sus hombres.
«Demasiado pocos —meditó Asha Greyjoy, que observaba desde arriba, en la galería—. Muy, muy pocos.» Los bancos estaban vacíos en tres cuartas partes.
Qarl
la Doncella
ya lo había dicho cuando el
Viento Negro
se aproximaba a puerto. Contó los barcoluengos amarrados al pie del castillo de su tío y apretó los labios.
—No han venido —señaló—. O al menos no han venido tantos como necesitábamos. —Era una verdad incontestable, pero Asha no se había atrevido a asentir allí, a la vista de su tripulación. No dudaba de su devoción, de la lealtad que la llevaría a morir por ella, pero hasta los hijos del hierro dudaban a la hora de desperdiciar su vida por una causa evidentemente perdida.
«¿Tan pocos amigos tengo?» Entre los estandartes vio el pez plateado de los Botley, el árbol de piedra de los Stonetree, el leviatán negro de los Volmark y la lazada de los Myre. Los demás representaban la guadaña de los Harlaw. La de Boremund estaba sobre campo azul claro; la de Hotho, circundada por una bordura almenada, y la del Caballero compartía un escudo cuartelado en cruz con el llamativo pavo real de la Casa de su madre. Hasta el estandarte de Sigfryd
Peloplata
mostraba dos guadañas enfrentadas en un campo tronchado. Sólo el de Lord Harlaw mostraba la sencilla guadaña de plata sobre campo de sable, negro como la noche, tal como había ondeado en los viejos tiempos. Rodrik, también llamado el Lector, el Señor de las Diez Torres, el Señor de Harlaw, Harlaw de Harlaw... y su tío más querido.
El asiento de Lord Rodrik permanecía desierto. Sobre él había colgadas dos guadañas de plata batida, tan grandes que hasta a un gigante le habría costado trabajo esgrimirlas, pero bajo ellas sólo se veían cojines desocupados. Asha no se había sorprendido. El banquete había terminado hacía rato; en los tablones montados sobre caballetes que hacían las veces de mesas sólo quedaban huesos y bandejas grasientas. Todos los demás estaban bebiendo, y a su tío Rodrik nunca le había agradado la compañía de borrachos pendencieros.
Se volvió hacia Tresdientes, una anciana de edad inimaginable que había administrado la casa de su tío desde que la llamaban Docedientes.
—¿Mi tío está con sus libros?
—Pues claro, como siempre. —Aquella mujer era de edad tan avanzada que, en cierta ocasión, un septón había dicho que debía de haber amamantado a la Vieja. Eso había sido en otros tiempos, cuando en las islas aún se toleraba la Fe. Lord Rodrik siempre había tenido septones en las Diez Torres, aunque no estaban allí para salvar su alma, sino para aprovechar sus libros—. Con los libros y con Botley. Iba con él.
El estandarte de Botley pendía también de la pared: un banco de peces plateados sobre campo verde claro, aunque Asha no había visto su
Aleta Veloz
entre los barcoluengos que habían llegado.
—Tenía entendido que mi tío Ojo de Cuervo había ordenado ahogar al viejo Sawane Botley.
—Este es Lord Tristifer Botley.
«Tris. —¿Qué habría sido de Harren, el hijo mayor de Sawane?—. No tardaré en averiguarlo. Va a ser una situación incómoda.» No veía a Tris Botley desde... No, era mejor que no pensara en aquello.
—¿Y mi señora madre?
—En la cama —replicó Tresdientes—, en la Torre de la Viuda.
«Por variar.»
La Torre de la Viuda recibía aquel nombre por su tía. Lady Gwynesse había regresado a casa para llorar a su difunto esposo, que había muerto en Isla Bella durante la primera rebelión de Balon Greyjoy.
—Sólo me quedaré hasta que cese el dolor que siento —le había dicho a su hermano, una frase que pasó a la historia—, aunque por derecho, Diez Torres me debería corresponder a mí: soy siete años mayor que tú.
Habían pasado muchos años desde entonces, y la viuda seguía allí, llorando y mascullando de cuando en cuando que el castillo debería ser suyo.
«Y ahora, Lord Rodrik tiene otra hermana viuda y medio demente bajo su techo —reflexionó Asha—. No me extraña que se refugie en los libros.»
Aún le costaba creer que la frágil y enfermiza Lady Alannys hubiera sobrevivido a su esposo, Lord Balon, que siempre había parecido tan fuerte y tan sano. Cuando zarpó para ir a la guerra, Asha temía que su madre muriera durante su ausencia. En ningún momento se le ocurrió que quien podía fallecer era su padre.
«El Dios Ahogado nos gasta bromas crueles, pero los hombres son más crueles todavía. —Una tormenta repentina y una cuerda rota habían precipitado a Balon Greyjoy hacia la muerte—. O eso dicen.»
Asha había visto a su madre por última vez cuando se detuvo en Diez Torres para aprovisionarse de agua dulce, de camino hacia el norte para atacar Bosquespeso. Alannys Harlaw nunca había poseído la belleza que tanto cantaban los bardos, pero a su hija le encantaba aquel rostro valeroso y fuerte, con los ojos llenos de alegría. Sin embargo, en su última visita, había encontrado a Lady Alannys sentada junto a la ventana, arrebujada entre mantas de piel, contemplando el mar con la mirada perdida.
«¿Es mi madre o su fantasma?», recordaba haber pensado mientras le daba un beso en la mejilla. La piel de la mujer era fina como un pergamino, y la larga cabellera se le había vuelto canosa. Aún quedaba cierto orgullo en su manera de erguir la cabeza, pero tenía los ojos turbios y apagados, y la boca le tembló cuando le preguntó por Theon.
—¿Me has traído a mi pequeñín? —le preguntó en esa ocasión.
Theon tenía diez años cuando se lo llevaron como rehén a Invernalia, y al parecer, por lo que a Lady Alannys respectaba, siempre tendría la misma edad.
—Theon no ha podido venir —tuvo que decirle Asha—. Mi padre lo ha enviado a saquear la Costa Pedregosa.
Lady Alannys no respondió. Se limitó a asentir con un movimiento pausado, pero era evidente que las palabras de su hija la habían herido en lo más profundo.
«Y ahora le tengo que decir que Theon ha muerto; tengo que clavarle otro puñal en el corazón. —Ya tenía hincados dos cuchillos; en sus hojas estaban escritas las palabras RODRIK y MARON, y más de una vez se retorcían durante las largas noches para causarle más dolor—. Iré a verla por la mañana», se prometió. El viaje había sido largo y agotador, y en aquel momento no tenía fuerzas para enfrentarse a su madre.