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Authors: Michio Kaku

Tags: #Divulgación Científica

Física de lo imposible (23 page)

BOOK: Física de lo imposible
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Además, los científicos creen que el universo podría estar salpicado de planetas errabundos que no dan vueltas alrededor de ninguna estrella. Debido a las fuerzas de la marea, cualquier luna que orbite alrededor de un planeta errabundo podría tener océanos líquidos bajo su cubierta de hielo, y con ello vida, pero sería imposible ver tales lunas con nuestros instrumentos, que dependen de la detección de la luz de una estrella madre.

Dado que el número de lunas probablemente sobrepasa con mucho al número de planetas en un sistema solar, y puesto que podría haber millones de planetas errabundos en la galaxia, el número de cuerpos astronómicos con formas de vida en el universo podría ser mucho mayor de lo que se creía antes.

Por otra parte, otros astrónomos han concluido, por diversas razones, que las probabilidades de vida en planetas dentro de la zona Rizos de Oro son probablemente mucho menores que las estimadas originalmente por Drake.

En primer lugar, simulaciones por ordenador muestran que la presencia de un planeta del tamaño de Júpiter en un sistema solar es necesaria para desviar y lanzar al espacio los cometas y meteoritos pasajeros; así se limpia continuamente un sistema solar y puede florecer la vida. Si Júpiter no existiera en nuestro sistema solar, la Tierra estaría bombardeada con meteoritos y cometas, lo que haría la vida imposible. El doctor George Wetherill, un astrónomo en el Instituto Carnegie en Washington D.C., considera que sin la presencia de Júpiter o Saturno en nuestro sistema solar, la Tierra habría sufrido un número de colisiones de asteroides mil veces mayor, y cada diez mil años ocurriría un enorme impacto amenazador para la vida (como el que destruyó a los dinosaurios hace 65 millones de años). «Es difícil imaginar cómo podría sobrevivir la vida a ese ataque», dice.
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En segundo lugar, nuestro planeta está agraciado con una gran Luna, que ayuda a estabilizar el giro de la Tierra. Extrapolando las leyes de la gravedad de Newton a millones de años, los científicos pueden demostrar que sin una gran Luna es muy probable que nuestro eje de giro se hubiera hecho inestable y la Tierra se tambaleara, lo que haría la vida imposible. El doctor Jacques Lasker, un astrónomo francés, estima que sin nuestra Luna el eje de la Tierra podría oscilar entre 0 y 54 grados, lo que precipitaría condiciones climáticas extremas incompatibles con la vida. De modo que la presencia de una gran luna tiene que ser incluida en las condiciones utilizadas para la ecuación de Drake. (El hecho de que Marte tenga dos lunas minúsculas, demasiado pequeñas para estabilizar su giro, significa que Marte quizá se haya tambaleado en el pasado lejano, y quizá vuelva a hacerlo en el futuro).
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En tercer lugar, pruebas geológicas recientes apuntan al hecho de que en muchos momentos en el pasado la vida en la Tierra estuvo a punto de extinguirse. Hace unos 2.000 millones de años la Tierra estaba prácticamente cubierta de hielo; era una Tierra «bola de nieve» que difícilmente podía albergar vida. En otras épocas, erupciones volcánicas e impactos de meteoritos podrían haber estado a punto de destruir toda la vida en la Tierra. De modo que la creación y la evolución de la vida es más frágil de lo que pensábamos en un principio.

En cuarto lugar, la vida inteligente también estaba prácticamente extinguida en el pasado. Hace unos 100.000 años tal vez había solo unos pocos cientos de miles de humanos, según las últimas pruebas de ADN. A diferencia de la mayoría de los animales dentro de una especie dada, que están separados por grandes distancias genéticas, los humanos son todos prácticamente iguales desde el punto de vista genético. Comparados con el reino animal, somos clones unos de otros. Este fenómeno solo puede explicarse si hubo «cuellos de botella» en nuestra historia en los que la mayor parte de la especie humana estaba casi extinguida. Por ejemplo, una gran erupción volcánica podría haber causado que el clima se enfriase repentinamente hasta casi acabar con la especie humana.

Hay aún otros accidentes fortuitos que fueron necesarios para crear vida en la Tierra, entre ellos:

  • Un campo magnético intenso
    . Esto es necesario para desviar los rayos cósmicos y la radiación que podrían destruir la vida en la Tierra.
  • Una moderada velocidad de rotación planetaria
    . Si la Tierra rotara con demasiada lentitud, la cara que se enfrenta al Sol estaría ardiente, mientras que la otra cara estaría gélida durante largos períodos de tiempo; si la Tierra rotara con demasiada rapidez, habría condiciones climáticas extremadamente violentas, como vientos y tormentas monstruosas.
  • Una localización que esté a la distancia correcta del centro de la galaxia
    . Si la Tierra estuviera demasiado cerca del centro de la galaxia Vía Láctea, recibiría una radiación peligrosa; si estuviera demasiado lejos del centro, nuestro planeta no tendría suficientes elementos pesados para crear moléculas de ADN y proteínas.

Por todas estas razones, los astrónomos creen ahora que la vida podría existir fuera de la zona Rizos de Oro en lunas o planetas errabundos, pero que las probabilidades de existencia de un planeta como la Tierra capaz de albergar vida dentro de la zona Rizos de Oro son mucho menores que lo que previamente se creía. En conjunto, la mayoría de las estimaciones basadas en las ecuaciones de Drake muestran que las probabilidades de encontrar civilización en la galaxia son probablemente menores de lo que se creía en un principio.

Como han señalado los profesores Peter Ward y Donald Brownlee: «Creemos que la vida en forma microbiana y sus equivalentes es muy común en el universo, quizá más común incluso de lo que Drake y Carl Sagan imaginaban. Sin embargo, es probable que la vida compleja —animales y plantas superiores— sea mucho más rara de lo que se suele suponer».
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De hecho, Ward y Brownlee dejan abierta la posibilidad de que la Tierra pueda ser única en la galaxia en albergar vida animal. (Aunque esta teoría pueda frenar la búsqueda de vida inteligente en nuestra galaxia, aún deja abierta la posibilidad de que exista vida en otras galaxias lejanas).

La búsqueda de planetas similares a la Tierra

La ecuación de Drake es, por supuesto, puramente hipotética. Por esto es por lo que la búsqueda de vida en el espacio exterior ha recibido un impulso desde el descubrimiento de planetas extrasolares. Lo que ha dificultado la investigación en planetas extrasolares es que son invisibles a cualquier telescopio, puesto que no emiten luz propia. Son, en general, de un millón a mil millones de veces más oscuros que la estrella madre.

Para encontrarlos, los astrónomos están obligados a analizar minúsculos vaivenes en la estrella madre, suponiendo que un gran planeta del tamaño de Júpiter sea capaz de alterar la órbita de la estrella. (Pensemos en un perro que se persigue la cola. De la misma manera, la estrella madre y su planeta del tamaño de Júpiter se «persiguen» mutuamente dando vueltas uno alrededor de otro. Un telescopio no puede ver el planeta de tamaño de Júpiter, que es oscuro, pero la estrella madre es claramente visible y parece oscilar de un lado a otro).

El primer auténtico planeta extrasolar fue encontrado en 1994 por el doctor Alexander Wolszczan de la Universidad del Estado de Pensilvania, que observó planetas dando vueltas alrededor de una estrella muerta, un pulsar rotatorio. Puesto que la estrella madre había explotado probablemente como una supernova, parecía probable que estos planetas estuvieran muertos y abrasados. Al año siguiente, dos astrónomos suizos, Michel Mayor y Didier Queloz, de Ginebra, anunciaron que habían descubierto un planeta mucho más prometedor, con una masa similar a la de Júpiter, orbitando en torno a la estrella 51 Pegasi. Inmediatamente después se abrieron las compuertas.

En los diez últimos años el número de planetas extrasolares encontrados ha aumentado a un ritmo acelerado. El geólogo Bruce Jakosky, de la Universidad de Colorado en Boulder, dice: «Este es un momento especial en la historia de la humanidad. Somos la primera generación que tiene una posibilidad realista de descubrir vida en otro planeta».
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Ninguno de los sistemas solares descubiertos hasta la fecha se parece al nuestro. De hecho, son completamente diferentes de nuestro sistema solar. Antes, los astrónomos pensaban que nuestro sistema solar era representativo de otros sistemas a lo largo del universo, con órbitas circulares y tres anillos de planetas rodeando a la estrella madre: un cinturón de planetas rocosos más próximos a la estrella, luego un cinturón de gigantes gaseosos, y finalmente un cinturón cometario de icebergs congelados.

Para su gran sorpresa, los astrónomos descubrieron que ninguno de los planetas en otros sistemas solares seguía esta simple regla. En particular, se esperaba que los planetas del tamaño de Júpiter se hallaran lejos de la estrella madre, pero en su lugar se encontró que muchos de ellos orbitan o bien muy próximos a la estrella madre (incluso en una órbita más cerrada que la de Mercurio) o en órbitas extremadamente elípticas. En cualquier caso, la existencia de un planeta pequeño similar a la Tierra orbitando en la zona Rizos de Oro sería imposible en una u otra situación. Si el planeta del tamaño de Júpiter orbitara demasiado cerca de la estrella madre, significaría que había migrado desde una gran distancia y se había acercado poco a poco en espiral al centro del sistema solar (probablemente debido a la fricción provocada por el polvo). En ese caso, el planeta del tamaño de Júpiter habría cruzado en algún momento la órbita del planeta más pequeño, de tamaño similar a la Tierra, y lo habría lanzado al espacio exterior. Y si el planeta del tamaño de Júpiter siguiera una órbita muy elíptica, tendría que atravesar regularmente la zona Rizos de Oro, lo que de nuevo haría que el planeta similar a la Tierra saliera lanzado al espacio.

Estos hallazgos eran decepcionantes para los cazadores de planetas y astrónomos que esperaban descubrir otros planetas similares a la Tierra; pero visto en retrospectiva eran de esperar. Nuestros instrumentos son tan toscos que solo detectan los planetas de tamaño de Júpiter más grandes y con movimiento más rápido, que son los que pueden tener un efecto medible en la estrella madre. De ahí que no sea sorprendente que los telescopios de hoy solo puedan detectar planetas enormes que se mueven rápidamente en el espacio. Si existe un gemelo exacto de nuestro sistema solar en el espacio exterior, probablemente nuestros instrumentos son demasiado toscos para encontrarlo.

Todo esto puede cambiar con el lanzamiento de
Corot
,
Kepler
y el
Terrestrial Planet Finder
, tres satélites diseñados para localizar varios centenares de planetas similares a la Tierra en el espacio. Los satélites
Corot
y
Kepler
, por ejemplo, examinarán la débil sombra que arrojaría un planeta similar a la Tierra cuando pasa por delante de la estrella madre, lo que reduce ligeramente la luz procedente de esta. Aunque el planeta similar a la Tierra no sería visible, la reducción de la luz de la estrella madre podría ser detectada por el satélite.

El satélite francés
Corot
(que en francés representa convección, rotación estelar y tránsitos planetarios) fue lanzado con éxito en diciembre de 2006 y representa un hito, la primera sonda espacial para buscar planetas extrasolares. Los científicos esperan encontrar entre diez y cuarenta planetas similares a la Tierra. Si lo hacen, los planetas serán probablemente rocosos, no gigantes gaseosos, y de tamaño solo unas pocas veces más grandes que la Tierra. Quizá Corot también sumará muchos planetas del tamaño de Júpiter a los ya encontrados en el espacio. «Corot podrá encontrar planetas extrasolares de todos los tamaños y naturalezas, contrariamente a lo que podemos hacer desde tierra en este momento», dice el astrónomo Claude Cátala. En general, los científicos esperan que el satélite explore hasta 120.000 estrellas.

Cualquier día, el
Corot
puede encontrar pruebas del primer planeta similar a la Tierra en el espacio, lo que sería un momento decisivo en la historia de la astronomía. En el futuro la gente quizá sufra un choque existencial al mirar al cielo nocturno y darse cuenta de que hay planetas ahí fuera que pueden albergar vida inteligente. Cuando miremos los cielos en el futuro, nos podríamos preguntar si alguien nos está devolviendo la mirada.

El satélite
Kepler
fue programado provisionalmente para ser lanzado a finales de 2008 por la NASA. Es tan sensible que puede detectar hasta centenares de planetas similares a la Tierra en el espacio exterior. Medirá el brillo de 100.000 estrellas para detectar el movimiento de cualquier planeta cuando atraviese la cara de la estrella. Durante los cuatro años que estará operativo,
Kepler
analizará y monitorizará miles de estrellas lejanas hasta 1.950 años luz de la Tierra. En su primer año en órbita, los científicos esperan que el satélite encuentre aproximadamente:

  • 50 planetas del mismo tamaño aproximado que la Tierra,
  • 185 planetas aproximadamente un 30 por ciento más grandes que la Tierra y
  • 640 planetas de unas 2,2 veces el tamaño de la Tierra.

El
Terrestrial Planet Fínder
puede tener una probabilidad aún mayor de encontrar planetas similares a la Tierra. Tras varios retrasos, su lanzamiento está programado tentativamente para 2014; analizará con gran exactitud unas 100 estrellas hasta una distancia de 45 años luz. Estará equipado con dos aparatos independientes para buscar planetas distantes. El primero es un coronógrafo, un telescopio especial que bloquea la luz de la estrella madre, reduciéndola en un factor de 1.000 millones. El telescopio será tres o cuatro veces más grande que el telescopio espacial Hubble y diez veces más preciso. El segundo aparato en el
Finder
es un interferómetro, que utiliza la interferencia de las ondas luminosas para cancelar la luz procedente de la estrella madre en un factor de un millón.

Mientras tanto, la Agencia Espacial Europea planea lanzar su propio buscador de planetas, el
Darwin
, que será puesto en órbita en 2015 o más tarde. Consistirá en tres telescopios espaciales, cada uno de unos 5 metros de diámetro, que vuelan en formación y actúan como un gran interferómetro. Su misión será también identificar planetas similares a la Tierra en el espacio.

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