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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Fronteras del infinito (24 page)

BOOK: Fronteras del infinito
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—No hay vergüenza en una retirada estratégica hacia mejores posiciones —murmuró a Taura cuando ella se balanceaba para volver a entrar al tubo negro de la columna—. Esto es un callejón sin salida. Tal vez, literalmente. —La duda que había en esos ojos dorados era extrañamente inquietante para Miles, un peso en su corazón.
Todavía no confías en mí, ¿eh? Bueno, tal vez los que han sido muy traicionados necesitan mayores pruebas para creer
.

—Sígueme, muchacha —murmuró en voz baja mientras se metía en el tubo—. Vamos a salir. —La duda de ella quedó oculta bajo las pestañas largas, pero de todos modos lo siguió, cerrando la trampilla detrás de los dos.

Con la linterna, el descenso apenas fue menos horrible que la subida hacia lo desconocido. No había otras salidas y poco después estaban otra vez de pie sobre la roca de la que habían partido. Miles controló el progreso del agua sobre la roca cerca del conducto que habían abierto mientras Taura bebía de nuevo. El agua corría en un reguero grasiento y estrecho ladera abajo y tenía toda la habitación para llenar, así que pasarían varios días antes de que la lagunita que iba formándose contra la pared inferior ofreciera alguna posibilidad estratégica, aunque siempre había esperanzas de que hiciera algo para minar los cimientos mismos.

Taura volvió a meterlo en el conducto.

—Deséame suerte —murmuró él por encima de su hombro, con la voz ahogada por el confinamiento estrecho.

—Adiós —dijo ella. Él no veía la expresión de su cara; no había ninguna en su voz.

—Hasta pronto —le corrigió con firmeza.

Unos minutos de lucha y violentas contorsiones lo llevaron de nuevo a la rejilla. Daba sobre una habitación oscura llena de cosas, tranquila y desocupada, con parte de los cimientos también.

El ruido de los alicates que mordían la rejilla parecía lo bastante fuerte como para atraer a toda la fuerza de seguridad de Ryoval pero no apareció nadie. Tal vez el jefe de Seguridad dormía para recuperarse de la droga. Un rasguido, que Miles no había producido con su cuerpo, hizo un eco en el conducto y Miles se quedó helado donde estaba. Pasó la linterna por un conducto que salía hacia un costado. Dos joyas rojas paralelas brillaron en respuesta, los ojos de una rata enorme. Pensó en atraparla y llevársela a Taura. No. Cuando volvieran al
Ariel
, le daría una buena cena de carne de vaca. Dos cenas de carne de vaca. La rata se salvó dando media vuelta y alejándose a toda velocidad.

Por fin la rejilla se partió y Miles se retorció para entrar en el depósito. ¿Qué hora sería? Tarde, muy tarde. La habitación daba a un corredor y en el suelo, al final, brillaba una de las trampillas con cerrojo que daban a los cimientos. El corazón de Miles se agitó, lleno de esperanza. Una vez que buscara a Taura, tenían que encontrar un vehículo para…

Ese cerrojo, como el primero, era manual, no había electrónica sofisticada que desarmar. Sin embargo, se cerraba automáticamente de nuevo si la bajaban. Miles la trabó, con los alicates antes de bajar por la escalera. Apuntó con la luz alrededor.

—¡Taura! —murmuró—. ¿Dónde estás?

No hubo respuesta inmediata; ningún ojo dorado que brillara en medio de la selva de pilares. Miles no quería gritar. Bajó los escalones y empezó un trote silencioso y rápido a través de la cámara mientras la piedra fría se tragaba el calor a través de sus calcetines y lo hacía desear sus botas perdidas.

Ella estaba sentada en silencio en la base de un pilar, con la cabeza de costado, sobre sus rodillas. Tenía la cara pensativa, triste. En realidad, no costaba mucho leer las sutilezas de sentimiento que había en sus rasgos felinos.

—Hora de partir, soldadita —dijo Miles.

Ella levantó la cabeza.

—¡Has vuelto!

—¿Y qué creías que iba a hacer? Claro que he vuelto. Tú eres mi recluta, ¿recuerdas?

Ella se rascó la cara con el dorso de una zarpa grande, una mano mejor dicho. Miles se corrigió con severidad. Taura se puso de pie, arriba y más y más.

—Supongo que sí. —Su boca apenas esbozó una sonrisa. Si uno no sabía lo que significaba esa expresión, podía asustarse bastante.

—Tengo una de las puertas abiertas. Tenemos que tratar de salir del edificio principal hacia las plataformas de embarque. He visto varios vehículos estacionados por allí. Qué importa un pequeño robo después de…

Con un crujido leve, la entrada de vehículos que daba afuera, ladera abajo hacia la derecha, empezó a abrirse lentamente. Una bocanada de aire frío y seco barrió la humedad del ambiente y un rectángulo estrecho de luz amarilla convirtió las sombras en luces azules. Los dos se taparon los ojos para protegerlos del brillo inesperado. En ese fulgor se formaron una docena de figuras de tela roja con las armas listas.

La mano de Taura estaba pegada a la de Miles. Corre, empezó a decir él y se mordió la boca para tragarse el grito. Nunca podrían correr más que un rayo de destructor nervioso, arma que por lo menos llevaban dos de los guardias. El aliento de Miles siseó a través de sus dientes. Estaba demasiado enfurecido hasta para insultar a su suerte. Habían estado tan
cerca

El jefe de Seguridad Moglia apareció entre las formas.

—¿Qué, todavía entero, Naismith? —sonrió con una mueca desagradable—. Nueve debe de haberse dado cuenta de que ya era hora de cooperar, ¿eh, Nueve?

Miles le apretó la mano con fuerza. Confiaba en que ella comprendiera el mensaje.
Espera
.

Ella levantó la cabeza,

—Supongo que sí —dijo con frialdad.

—Ya era hora —continuó Moglia—. Sé buena y te llevaremos arriba y te daremos el desayuno.

Bien
, expresó la mano de Miles. Ella lo miraba fijamente buscando sus órdenes ahora.

Moglia empujó a Miles con su bastón.

—En marcha, enano. Tus amigos han pagado el rescate. Algo sorprendente.

Miles también estaba sorprendido. Se movió hacia la salida, sosteniendo la mano de Taura. No la miró, hizo la posible para que nadie prestara atención al hecho evidente de que estaban… juntos, porque si nadie se daba cuenta, podrían seguir estándolo. Le soltó la mano apenas establecieron un ritmo de avance paralelo.

¿Qué mierda…?
, pensó Miles cuando emergieron a la aurora cegadora, por la rampa y luego a una capa resbaladiza de asfalto cubierta de escarcha brillante. Allí, frente a él, había un cuadro viviente de lo más extraño.

Bel Thorne y un soldado Dendarii, armados con bloqueadores, se movían inquietos… no eran prisioneros, ¿verdad? Había media docena de hombres armados con el uniforme verde de la Casa Fell, todos alerta, listos para la acción. Un camión flotador con el logo de Fell junto al borde del asfalto. Y Nicol, la cuadrúmana, envuelta en una piel blanca para protegerse del frío flotaba sobre su silla junto a un guardia de uniforme verde que la apuntaba con su bloqueador. La luz era gris dorada y fría como el sol que se elevaba sobre las montañas oscuras a la distancia, a través de las nubes.

—¿Ése es el hombre que quiere? —preguntó el capitán de la guardia de uniforme verde a Bel Thorne.

—Sí. —La cara de Thorne estaba pálida con una mezcla extraña de alivio e inquietud—. Almirante, ¿está usted bien? —le preguntó enseguida. Sus ojos se abrieron de par en par al ver a la extraña compañera de Miles— ¿Qué es eso?

—Es la recluta Taura, para entrenamiento —dijo Miles con firmeza esperando que 1) Bel comprendería los distintos significados que transmitía la frase y 2) los guardias de Ryoval no. Bel parecía de piedra por el asombro, así que, evidentemente, Miles había logrado transmitir por lo menos algo; el jefe de Seguridad Moglia los miraba lleno de sospechas pero sin entender mucho. Pero Miles era un problema del que Moglia esperaba librarse en poco tiempo y, por lo tanto, dejó sus sospechas de lado para negociar con la persona más importante: el capitán de guardia de Fell.

—¿Qué pasa aquí? —susurró Miles a Bel, deslizándose hacia él hasta que un guardia de rojo levantó su arma y meneó la cabeza. Moglia y el capitán de Fell estaba intercambiando datos electrónicos sobre un panel de informes con las cabezas juntas, evidentemente algo relacionado con documentación oficial.

—Cuando te perdimos anoche, me volví loco —Bel bajó la voz para hablar con Miles—. Un asalto frontal era imposible. Así que fui a ver al barón Fell para pedirle ayuda. Pero la ayuda que conseguí no fue la que esperaba. Fell y Ryoval cocinaron un acuerdo para intercambiar a Nicol por ti. Juro que descubrí los detalles hace apenas una hora —protestó al ver que Nicol lo miraba con una mueca de desprecio.

—Ya… ya veo. —Miles hizo una pausa—. ¿Y vamos a reembolsar lo que ella vale en dólares?


Señor
—dijo la voz de Bel, angustiada—,
no teníamos idea
de lo que te estaba pasando ahí dentro. Nos temíamos que Ryoval organizara un holocausto de torturas sutiles y obscenas contigo como estrella principal en cualquier momento. Como dice el comodoro Tung, cuando uno está en un terreno dudoso, hay que usar el ingenio.

Miles reconoció uno de los aforismos de Sun Tzu, los favoritos de Tung. Cuando tenía un mal día, Tung solía citar en chino al general muerto hacía cuatro mil años en chino. Cuando Tung estaba de buenas, traducía las citas. Miles miró a su alrededor, contando armas, hombres, equipo. La mayoría de los guardias de verde llevaban bloqueadores. Trece a… ¿tres? ¿Cuatro? Miró a Nicol. ¿Tal vez cinco?
Cuando la situación es desesperada
, aconsejaba Sun Tzu,
pelea
. ¿Podía ser más desesperada que en ese momento?

—Ah… —dijo Miles—. ¿Y qué diablos le hemos ofrecido al barón Fell a cambio de su extraordinaria buena voluntad? ¿O lo está haciendo por puro altruismo?

Bel lo miró, exasperado, después se aclaró la garganta.

—Le prometí que le contarías la verdad sobre el tratamiento de rejuvenecimiento de Beta.


Bel

Thorne se encogió de hombros con resignación.

—Confiaba en que una vez que te recuperáramos, pensaríamos en algo. Pero nunca supuse que ofrecería a Nicol, te lo juro.

Allá abajo, en el valle, Miles veía cómo se movía un punto sobre el brillo de un monorriel. El turno diurno de bioingenieros y técnicos, porteros y oficinistas y camareros iba a llegar pronto. Miles echó un vistazo al edificio blanco que los amenazaba desde arriba, se imaginó la escena que se desarrollaría en el tercer piso cuando los guardias desactivaran las alarmas y dejaran pasar a los técnicos a su trabajo y el primero que pasara la puerta oliera y arrugara la nariz mientras exclamaba: «¿Qué es ese olor pestilente?»

—¿Ya ha aparecido el técnico médico Vaughn en el
Ariel
? —preguntó a Bel.

—Hace menos de una hora.

—Sí, bueno… parece que no hacía falta matar a esa pantorrilla engordada, después de todo. Viene en el paquete. —Miles hizo un gesto hacia Taura.

Bel bajó la voz todavía más.

—¿Eso viene con nosotros?

—Puedes jurarlo. Vaughn no nos lo contó todo. Para decirlo sin exagerar. Ya te lo explicaré —agregó Miles en el momento en que los dos guardias dejaban de hablar entre sí. Moglia hizo girar su arma letal en el aire, apuntando a Miles—. Mientras tanto, has tenido un pequeño error de cálculo. Esto no es terreno dudoso, estamos en una situación
desesperada
. Nicol, quiero que sepas que los Dendarii no pagan rescates.

Nicol frunció el ceño, extrañada. Los ojos de Bel se abrieron de par en par mientras calculaba las posibilidades. Trece a tres, diría Miles.

—¿En serio? —se atragantó el capitán. Una señal sutil de la mano, cerca de la costura del pantalón y las tropas se pusieron alerta.

—Desesperada, desde todo punto de vista —reiteró Miles. Respiró hondo—. Ahora, ¡al ataque, Taura!

Miles se lanzó sobre Moglia, no tanto para quitarle el arma (no tenía demasiadas esperanzas al respecto) como para maniobrar y poner el cuerpo del jefe entre él y los tipos que tenían los destructores nerviosos. El soldado Dendarii, que evidentemente había prestado atención a todos los detalles, dejó caer un escudo antidestructor con el primer disparo de bloqueador y después se tiró al suelo para evitar la segunda onda de fuego. Bel acabó con el segundo de los hombres de los destructores nerviosos. Dos guardias de rojo apuntaban los bloqueadores contra el hermafrodita, que corría a toda velocidad, y de repente volaron por el aire cogidos por el cuello. Taura les golpeó las cabezas una contra otra, sin estilo pero con fuerza; ambos cayeron de cuatro patas, buscando las armas a tientas.

Los guardias verdes de Fell dudaron. No sabían contra quién disparar hasta que Nicol, con la cara angelical radiante, se lanzó hacia el cielo en la silla flotante y cayó sobre la cabeza de su guardia, que estaba distraído mirando la pelea. El hombre se desplomó. Nicol hizo volar la silla de lado para evitar un disparo de bloqueador de los verdes y después subió de nuevo. Taura levantó a un guardia de rojo y lo arrojó contra uno de verde y ambos cayeron entre un amasijo de brazos y piernas.

El soldado Dendarii se lanzó a un cuerpo a cuerpo sobre las tropas verdes para evitar los bloqueadores. Pero el capitán de Fell no quiso ceder ante esa maniobra y disparó igualmente, una maniobra inteligente teniendo los números a su favor. Moglia levantó el destructor contra el escudo de Miles y empezó a apretarlo mientras aullaba en el comunicador de muñeca, pidiendo refuerzos a Operaciones de Seguridad. Un guardia de verde gritó cuando Taura le arrancó el brazo de cuajo y lo arrojó por el aire contra otro soldado que le disparaba con su bloqueador.

Miles vio luces de colores en el aire. El capitán de Fell, que veía que Taura era el mayor peligro, dejó de disparar a Bel Thorne mientras Nicol aplastaba con la silla al último de los guardias de verde.

—¡Al camión flotante! —gritó Miles—. ¡Venga, al camión!

Bel le echó una mirada desesperada y saltó hacia el vehículo. Miles luchó como gato panza arriba contra la parálisis hasta que Moglia puso una mano en su bota, sacó un cuchillo fino y afilado y lo apoyó contra su cuello.

—¡Quieto! —le ladró—. Así está mejor…

Se enderezó en el silencio que lo rodeaba, y se dio cuenta de que acababa de dar la vuelta a una batalla que había estado perdiendo.

—¡Todo el mundo quieto! —Bel se quedó helado con la mano sobre la puerta del camión. Un par de hombres tendidos sobre el cemento se retorcieron y gimieron.

BOOK: Fronteras del infinito
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