Read Fuckowski - Memorias de un ingeniero Online
Authors: Alfredo de Hoces García-Galán
—¿Cuál es exactamente tu puesto? Parece que te encargas de todo, desarrollo, sistemas, soporte...
—Sí, mi puesto es Pito del Sereno. Pero en mi contrato pone Desarrollador Senior, si es lo que quieres saber —respondí.
—Eso. Yo quiero ser desarrollador.
A un matemático le resultaría fácil manejar la algoritmia, las funciones, los objetos. Un poco de lenguajes formales, otro de OOP, y ya podría empezar. El TCP/IP era otra historia. A alguien que había hecho un simple curso de ofimática no le iba a resultar fácil asimilar todo el tinglado. Código java que se ejecuta en un servidor, con objeto de crear HTLM que se envía a un cliente, normalmente incluyendo código javascript que se ejecutaría finalmente en el cliente quizá con referencias al servidor...
—¿Estás seguro? Mira que si no es una verdadera vocación, resulta igual de agradable que clavarte astillas debajo de las uñas...
—Ya será menos, con ese sueldo.
Ah. El sueldo. Sí, yo cobraba más que él. Pero no estaba seguro de que compensara.
Esa tarde le envié unos cuantos ficheros pdf de iniciación a la OOP, al TCP/IP, al J2EE. Si tienes alguna duda, no dudes en preguntar, le indiqué.
Parte 2
A los cuatro días ya me estaba tocando los cojones. Tuvimos una reunión de diseño, el manager y yo. Monchito vino "por si podía dar alguna sugerencia", y lo que dio fue un coñazo espantoso. Empezó a soltar improperios sobre robustez, dinamismo, flexibilidad, servidores, clientes, clusters... parecía que en vez de leerse mis pdfs se los hubiera metido por el culo.
Pero siempre que el gordo soltaba alguna de las suyas (montar un cluster en un solo PC, compartir carpetas del servidor a todo Internet), Monchito asentía sonriente.
Sí, sí, es una gran idea, oh, genial
... Me tocaba las narices, pero de pronto me imaginé a Monchito sentado en una mesa alta de una sola pata, con un traje rojo y los pies colgando, y al gordo engominado y vestido de frac metiéndole una mano por detrás de la cabeza para moverle la mandíbula.
Un cluster en una sola máquina es robusto, ¿verdad Monchito?
¡Claro jefe! ¡Robusto como mis piernas de formica!
Tuve que ir al servicio porque no me podía aguantar la risa. Quince minutos estuve allí dentro. Me relajaba, pensaba que se me había pasado, y cuando estaba a punto de entrar a la sala de reuniones me volvía a dar el ataque y tenía que volver al cuarto de baño. Cuatro veces tuve que repetir el proceso, y al entrar de nuevo a la reunión me forcé a pensar en la muerte de Chanquete para no descojonarme.
Cada vez que yo sacaba el destornillador lingüístico y desmontaba alguna de las subnormalidades del gordo, Monchito me miraba raro. Normal. Otro que pensaba que leyendo revistas de decoración de interiores ya podía codearse con arquitectos. Entendía que Monchito se lo estuviese pasando bien jugando a los programadores; yo me lo pasaba bien de niño jugando a detectives. Pero coño, ahora iba en serio, cobrábamos por ello. Además fijo que la mierda que él generase (y tal y como había empezado, iba a ser mucha) la acabaría limpiando yo. Total que me fastidiaba ser una vez más el aguafiestas, pero como dice el dicho, o follamos todos o tiramos la puta al río. Si yo tenía que programar de verdad, él también. Para payasadas ya teníamos el circo.
La reunión aún duro dos horas. Tuvo de todo: payasos, elefantes, trapecistas, un mago que de su sombrero sacaba mierda tras mierda, y como actuación estelar, el domador de Fuckowskis. Eso fue al final, cuando el gordo empezó a aplicarme sus correctivos de actitud; los viejos
todo es posible para un buen programador, hay que llegar a un compromiso entre calidad y valor, la técnica de Extreme Programming afirma que sólo hay que desarrollar lo que el cliente pide
. En resumen, hagamos una gran chapuza para salir del paso, rapidito, y no me digas que no lo puedes tener para ayer. Y yo que bueno, que sí, pero que el análisis funcional lo hace Rita que para eso le pagan.
Cuando acabó el número del domador, Monchito ya no me miraba raro. Me miraba por encima del hombro. Yo sé lo que pensaba: "el listillo éste, que se cree que yo no tengo ni puta idea". Salimos de allí. Yo me fui directo a limpiar las cagadas de los elefantes; Monchito y el gordo fueron a comprar algodón dulce para irse dando pedacitos el uno al otro disfrutando de su reciente idilio.
A la hora del almuerzo coincidimos en la cantina. Yo tenía algo que decirle a Monchito. Sabía que era un error, pero me sentía en la obligación.
—Te recomiendo, en esto de la programación, empezar desde abajo. Está bien leer, mantenerse al día, pero hay que picar mucho código para dominar ciertos conceptos, los problemas que pueden plantear uno u otro diseño, etc... Ah, y no le prestes demasiada atención al manager,
habla desde una perspectiva demasiado general
—qué bonito eufemismo para afirmar que en vez de cerebro, el gordo tenía una piedra pómez.
—Oh, no seas tan negativo; ahora estamos trabajando en el análisis de la versión 2.4 y él se va a encargar de codificar, así que no creo que sólo tenga una perspectiva general...
Espera. Demasiadas puñaladas para una sola frase. Primero, otro que me venía con el rollo del negativo. Luego, ¿
estamos trabajando
en el análisis? ¿Así de fácil? De tester a analista del tirón, sin picar una línea. Tan sólo tomando carrerilla y usando mi páncreas como potro de salto. Pues qué bien. Otro jefe más. Y encima el gordo iba a codificar. Hala, cachondeo. Mañana llamamos a Curro Romero, que venga vestido de luces a hacer las css.
Terminé de comer y me dispuse a volver a mi puesto de trabajo. La sobremesa siempre me la saltaba, prefería llevarme el café a mi mesa. Total, para quedarme en el gallinero cacareando prefería luego salir media hora antes y hacer algo constructivo, como sacar a mi perro por la playa, leer un libro o visitar a algún amigo (yo no había sustituido a mis amigos antiguos por amigos nuevos de dentro de la empresa; igual resultaba práctico pero no dejaba de ser una infidelidad. Además, me empeñaba en que mi vínculo con la empresa se limitase al salario; todo lo demás podía ser utilizado en tu contra).
Dejé a Monchito solo en la mesa. Él era de esas personas que preferían estar antes muertas que solas, así que se levantó y se llevó su taza de café consigo. Se acercó a la mesa de dos chavalas con las que yo nunca había hablado. Sabía que trabajaban en la sección de SAP. Eran de esas que habían estudiado informática para hacerse las intelectuales preocupadas por la nanotecnología y el derretimiento de los polos, y justificar así el hecho de no tener novio. Que eran feas, vaya.
Monchito hizo ademán de coger una de las sillas libres y dijo:
—Hola, guapísimas, ¿os importa tomar café
con un analista
? —lo dijo con retintín, como diciendo "os tengo que contar esto".
—¡Oh, por supuesto que no, analista! —le sonrieron—. ¿En que estás trabajando ahora?
Aquello era superior a mis fuerzas así que me apresuré a salir de allí antes de que el analista empezase a cacarear. ¿Por qué coño era tan fácil para algunos conseguir el reconocimiento social? Llegas, te auto proclamas, y listo. Yo llevaba allí un año partiéndome los cuernos para salvar proyectos y normalmente me miraban como diciendo "a ver que le pica ahora a éste". Me estaba equivocando en algo.
Parte 3
Salía de la cantina dispuesto a conseguir reconocimiento social. Abrí la puerta. Tres consultores estaban a punto de entrar.
—Por favor, dejad paso a un escritor —dije, y les guiñé un ojo.
—Yo no veo ninguno —dijo uno de ellos, y entró mientras yo sostenía la puerta. Los otros dos le siguieron.
Mal. Así no. Faltaba algo. Recordé a Monchito: hola guapísimas... Joder, claro. Había que dar algo a cambio.
Por el pasillo venía Ivón dando taconazos. Al cruzarnos le dije:
—Ivón, guapa...
—No tengo tiempo para crisis, Fuckowski.
Cojones. Claro, Ivón no era fea. Había que averiguar dónde le picaba al otro y rascarle ahí. Llamé al ascensor. Cuando se abrieron las puertas, Juanma estaba dentro. Era un tío que no llegaba al metro sesenta, y se había metido en un gimnasio para crecer al menos a lo ancho. Siempre iba con camisas de manga corta para lucir sus bíceps, que tampoco eran gran cosa. El tío era una piltrafa. Entonces lo vi claro. Entré al ascensor y dije:
—Aleja esos músculos, no vayas a quebrar mi frágil espíritu de escritor.
—¡Jajaja! —rió estrepitosamente—. Vaya, no sabía que fueras escritor ¿y sobre qué escribes?
—Más que nada chorradas de ascensor.
—Seguro que lo haces muy bien.
Lo había conseguido. ¡
Soy un ser social, soy un ser social
!, pensé.
Pues vaya mierda. Aquello era como hacer el sesenta y nueve con un travestí. Por una parte no se podía negar que daba cierto placer, pero por otra te comías una polla.
Se abrieron las puertas y ante mí quedó la enorme oficina. Éramos doscientos. En ese momento me pareció, más que nunca, una granja. Los que habían vuelto del almuerzo charlaban en sus cubículos.
Yo esto, yo lo otro, mi nuevo tal, mi nuevo cual...
Cacareaban y de vez en cuando ponían un huevo que se llevaba la empresa. Y seguían allí, rascándose los unos a los otros, dándose con los picos, quitándose insectos de debajo de las plumas.
Eso hacía la gente. Poner huevos y darle al pico. Rascarse el ego, hablar de ellos mismos, distorsionar su imagen en el espejo de los demás para gustarse a sí mismos. Por alguna razón a mí nunca me había picado el ego. Tenía mis defectos y mis virtudes, pero yo me gustaba sin necesidad de distorsión. De hecho cuando me distorsionaban era cuando más horroroso me veía.
Un momento. ¿Y si muchas de las parejas de las que se dicen super enamoradas que te cagas o sea te lo juro, en realidad se aman
a sí mismos
a través del otro? No quise profundizar en aquello. Aún conservaba la esperanza de formar, algún día, una familia mentalmente sana.
Me senté a mi mesa, me puse los auriculares, y el
Shine on your crazy diamond
de Pink Floyd se elevó por encima del cacareo. Empecé a cerrar ventanas del navegador, y quedó al descubierto la Intranet.
Concurso eslogan XNetCitizens. Introduce tu propuesta
. Escribí:
"Dichoso aquel que sólo le pica la curiosidad, porque podrá rascarse él solo".
Enviar
. Pink Floyd seguía cantando. Yo seguía siendo un ser antisocial.
Esa noche tuve un sueño espantoso. Iba al despacho del gordo a que me aclarase por qué me había mandado el análisis funcional en formato mp3. Al llegar a la puerta, oía voces.
Llámame otra vez analista, por favor. Claro, pero tu llámame manager. ¡Manager, que estás hecho un manager! ¡Eso tú, pedazo de analista!
Abrí la puerta de golpe y allí estaban el gordo y Monchito, en pelotas, cada uno sobándole la erecta polla al otro.
—¿¡PERO, QUÉ MARICONADA ES ÉSTA!? —grité desesperado.
El gordo le metió la mano a Monchito en el agujero de la cabeza, y le hizo decir:
—Oh, no seas tan negativo; sólo nos estamos masturbando. Tú también lo haces. Entonces me desperté, pensando:
no es lo mismo, no es lo mismo
...
Parte 4
Gané el segundo premio de eslóganes, y me tocó mucho los huevos. No sería el eslogan principal, pero aparecería en banners publicitarios. A la empresa le había parecido un ingenioso juego de palabras. Por una parte, mencionar el picor y la curiosidad atraería visitantes. Por otra, suavizaba el posible prejuicio acerca de los adictos al chat, dándole un toque intelectual en lugar de marginal, convirtiendo soledad en individualidad con el juego de palabras sólo/solo.
Hostia puta. Suelto una frase inspirada en la agradable sensación de la libertad, y se convierte en un reclamo para freakies.
Camuflar soledad marginal con individualidad intelectual. ¿Era eso lo que yo hacía? ¿Me había estado justificando todo el tiempo? ¿Qué diferencia hay entre emigrar y ser desterrado? Ante los ojos de los demás, quizás ninguna. Los motivos del emigrante eran excusas para el desterrado.
Me levanté de mi asiento y miré a mi alrededor. No, yo no había sido desterrado. Yo lo había elegido. Pasar media hora más en la cantina hablando de bíceps y de análisis de orina no me parecía una buena idea. Podía hacerlo, sólo era cuestión de averiguar qué le picaba a cada uno. En el ascensor lo había conseguido. Pero no me satisfacía, simplemente. Yo quería ganarme mis títulos con exámenes, no con chantajes ni intercambios de favores.
Me quedé allí, conmigo mismo y con mi música. Y puede que todo aquello no fuesen más que pajas mentales, pero bueno; me las hacía con mi propia polla.
No me relacionaba mucho con los demás. Pero yo al menos, cuando tenía una relación, era para hacer el amor. No para hacerme pajas.
Parte 1
Fui despertando poco a poco. La luz del atardecer se derramaba roja por entre las cortinas. Eché una mirada a mi alrededor. Mi apartamento, tal y como a mí me gustaba verlo: toda nuestra ropa desperdigada por el suelo, su minúsculo tanga al pie de la cama, varias latas de cerveza vacías; en la papelera, tres preservativos usados, cada uno con su nudo al extremo. Bueno, la verdad es que al tercero no le habría hecho falta el nudito, porque iba sin grumo.
Ella desnuda a mi lado. Luz de mis días, calor de mis noches, metro setenta de dulzura recubierto de rubia sedosa. Tenía un poco el chocho de oro, pero yo la quería; y ella a mí también. Estábamos muy compenetrados. Después de casi un año juntos ella conocía hasta la última de mis inquietudes, mis más profundos pensamientos, mis más íntimos deseos. Y viceversa: yo nunca tenía la más puta idea de por dónde me iba a salir ella al minuto siguiente.
Al principio me había esforzado en entenderla, buscar patrones, reglas, no sé, algo. A los tres meses decidí buscar retos más factibles, como averiguar el último decimal de PI.
Iba a ser un domingo de puta madre. Teníamos todo el día por delante, y yo no podía encontrarme más relajado. La noche había sido larga, íntima y sudorosa, una de esas noches de verano en las que al final, después de mucho amor, mucho sexo y mucha cerveza, el universo parecía ser como un flujo constante de alguna cálida sustancia en la que podías nadar eternamente.
Me levanté de la cama sigilosamente para no despertarla y fui al cuarto de baño. Me miré al espejo, me guiñé un ojo y me dije: "chaval, estás hecho un toro..." y luego mi ego y yo intentamos meternos en la ducha, pero mi ego no cabía así que entré yo solo.