Fuego Errante (36 page)

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Authors: Guy Gavriel Kay

Tags: #Aventuras, Fantástico

BOOK: Fuego Errante
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Shalhassan los dejó por la tarde en Seresh. Cruzaría hacia Cynan de inmediato. La beneficiosa y apacible luz del sol era una señal constante de la necesidad de darse prisa.

Torcieron hacia el norte en la carretera de Rhoden, y algunos hombres los acompañaron para verlos zarpar: entre ellos, Aileron y Na-Brendel de Daniloth. También Sharra, que volvería a Paras Derval con Aileron y esperaría allí el regreso del hermano. Vio a Teyrnon y Barak enfrascados en una conversación con Loren y Matt. Sólo estos últimos se iban a hacer a la mar; el mago más joven se quedaría con el rey. Todos, pensó Paul, se estaban separando poco a poco.

En realidad no podían hacer otra cosa.

Delante, no muy lejos, vio a Tegid dando botes en uno de los carros de combate de Cathal, y por un momento esa imagen lo hizo sonreír. Shalhassan, después de todo, era un ser humano, y tenía sentido del humor. Detrás del gordinflón cabalgaba Jaelle, también sola. Pensó por un momento en alcanzarla, pero no lo hizo; tenía demasiado en que pensar para intentar además excusarse ante la sacerdotisa. Podía adivinar cómo reaccionaria ella. Era, sin embargo, un poco sorprendente que ella los acompañara: las competencias de Dana llegaban hasta el mar y terminaban en él.

Eso lo llevó a reflexionar a quién competía lo que ahora comenzaba y a pensar en lo que él había dicho en el Consejo de la última mañana.

-Creo que podré arreglármelas en este asunto -había dicho con reposado tono el Dos Veces Nacido.

Reposado, si, pero un tanto temerario. Y ellos contarían con eso ahora.

Llegaron a Taerlindel a última hora de la tarde, todavía con la luz del sol, que se ponía en el mar. La brisa era salada y fresca, la marca estaba subiendo y las olas coronadas de blanco rompían a lo largo de las playas que se extendían hacia Seresh y hacia la desembocadura del río Saeren.

Frente a ellos se extendía el puerto de Taerlindel, orientado hacia el norte, protegido del viento y de la rompiente por un promontorio. Había algunas barquichuelas de pesca ancladas meciéndose en el agua, otras algo más grandes, y un solo barco, pintado de rojo y oro, que debía de ser el Prydwen.

En otro tiempo, le había dicho Loren, toda una flota había anclado en el puerto. Pero la última guerra con Cathal había diezmado los navíos de los dos países, y después de la tregua no habían vuelto a construirse más barcos. El mago le había explicado que, como Andarien se había convertido durante mil años en un yermo, ya no había necesidad de navegar hasta la bahía de Linden.

Algunas casas se alineaban junto al puerto, y algunas más en laspendientes de las colinas que ascendían desde el puerto. La ciudad estaba muy hermosa a la luz del atardecer. Sin embargo, Paul, sólo le echó una fugaz ojeada, antes de detener su caballo y dejar pasar a toda la retaguardia. Desde el camino que dominaba Taerlindel su mirada se dirigió, tan lejos como pudo, hacia el mar de color gris verdoso.

Dejaron que de nuevo brillara la luz de Atronel durante tres noches, para celebrar y honrar el retorno de la primavera. Ahora, al atardecer del cuarto día, Leyse de la Marca de Swan caminaba, vestida de blanco en honor del cisne blanco, Lauriel, junto a la resplandeciente figura de Ra-Tenniel; estaban solos, junto al lago Celyn, recogiendo sylvains, rojas y plateadas.

Entre las sombras entretejidas de Daniloth, sombras que torcían el tiempo por cauces desconocidos, nunca había habido invierno. El hechizo de Lathen el Tejedor de Nieblas había demostrado su poder frente al frío. Sin embargo, durante mucho tiempo, los lios habían observado desde los movedizos y confusos límites del País de las Sombras cómo caía la nieve sobre la Llanura y la yerma desolación de Andarien. Habían sido como una isla de mudos colores en un mundo de blanca maldad.

Pero ya no lo serían por más tiempo. El siempre valeroso Ra-Tenniel tomó la larga y delgada mano de Leyse -y por una vez ella permitió que lo hiciera- y la condujo más allá de las silenciosas sombras de Lathen, hacia los abiertos espacios donde el río confluía en el lago Celyn.

A la luz del crepúsculo, el lugar estaba lleno de encantos y serenidad. Junto al río crecían sauces y árboles de aum de hojas tempranas. El extendió su manto, verde como la piedra de vellin, sobre la yerba, y ella se sentó sobre él con los brazos llenos de sylvains. Tenía los ojos dotados como la luz del sol poniente y los cabellos del color del bronce bruñido.

Él la miró, y luego al sol, a los árboles de aum y a la tranquila corriente del río que fluía a sus pies. Con un tono cercano a la tristeza, como era propio en los lios alfar, elevó su voz en un lamento, por la destrucción de Andarien mil años atrás, entre el vespertino zumbido de las abejas y el ruido del agua al estrellarse contra las piedras.

Ella escuchaba con aire grave y los brazos cargados de flores, mientras él cantaba la larga balada de un largo dolor. El sol se estaba poniendo. En el crepúsculo, una ligera brisa agitaba sobre sus cabezas las hojas, cuando él acabó su canción. En el oeste, sobre el lugar por donde se había puesto el sol, brillaba una estrella solitaria, llamada desde hacía mucho tiempo Lauriel, asesinado por el negro Avaia durante el Bael Rangar. Durante largo rato estuvieron contemplándola; luego regresaron al País de las Sombras, desde donde las estrellas se veían más débiles.

Por encima de su hombro, Ra-Tenniel echó una mirada sobre Andarien. Entonces se detuvo, se dio la vuelta y volvió a mirar con la aguda vista de los lios alfar.

Siempre, desde el principio, la impaciencia de su odio había marcado los designios de Rakoth. El invierno que acababa de pasar era un punto de partida, terrible por sus implícitos e implacables propósitos de destrucción.

Pero el invierno había acabado por fin, y al mirar al norte con unos ojos cuyo color se iba transformando en violeta, Ra-Termiel, señor de los lios alfar, vio una oscura horda atravesando las ruinas de Andarien. Pero no se dirigían hacia ellos. En el momento en que Leyse se volvía también a mirar, el ejército de Rakoth torció hacia el este, rodeando Celyn para descender a través de Gwyrur a la Llanura.

Si hubiera esperado a que se hiciera de noche, Rakoth habría podido hacerlos pasar casi inadvertidos mientras cabalgaban bajo el novilunio No había esperado, y Ra-Tennicí dio las gracias por ello. Rápidamente él y Leyse regresaron a Atronel. Esa noche no elevaron al cielo su luz, no con el ejército de la Oscuridad tan cerca de su territorio. Se reunieron, en cambio, todos los notables de las Marcas en el montículo de Artonel. Como había esperado el rey, la valiente Galen se ofreció en seguida para ir a Celidon. Y tain bien, como había esperado Lydan, pese a lo cauteloso que podía ser, no permitió ~ue su hermana partiera sola. Se levantaron en cuanto Ra-Tennieí les dio permiso Este, sin embargo, los, detuvo con un gesto de la mano.

-Tendréis que daros prisa -dijo-, mucha prisa. Coged los raithen. Ya va siendo hora de que los caballos oro y plata de Danilorh sean vistos de nuevo en Fionavar.

Los ojos de Galen se volvieron azules, y poco después también los de su hermano. Luego partieron a caballo.

Con la ayuda de los que quedaban, Ra-Tenníeí hizo que el cristal de llamada envíara un aviso urgente para que el cristal de las habitaciones del soberano rey pudiera también avivarse

No fue culpa de ellos que aquella noche el soberano rey estuviera en Taerlindel y no pudiera responder a la llamada del cristal en llamas hasta la tarde del día siguiente.

No podía dormir. Muy entrada la noche, Paul salió de la casa de la madre de Kell junto al puerto. La luna, menguante, estaba alta y dejaba un rastro de plata en el mar. La marea estaba bajando y la arena se extendía hacia el promontorio. Soplaba el viento del norte. Sabía que hacía frío, pero él parecía ser todavía inmune al frío, tanto natural como sobrenatural. Era una de las pocas cosas que caracterizaban lo que ahora era. Eso, los cuervos, y la tácita y alerta presencia en su pulso.

Prydwen estaba apaciblemente anclado. Lo habían cargado a última hora de la tarde y el abuelo de Kell había afirmado que estaba listo para hacerse a la mar. A la luz de la luna la pintura dorada de su casco parecía plateada y brillaban las blancas velas recogidas.

Todo estaba en calma. Caminaba sobre el muelle de madera y, a excepción del chapoteo del mar contra los botes, sólo se oían sus pisadas. No había luces encendidas en Taerlindel. Sobre su cabeza brillaban las estrellas a pesar del resplandor de la luna.

Al alejarse del puerto, caminó por el malecón de piedra hasta el final y rebasó la última casa de la ciudad. Un sendero que torcía hacia el este seguía la curva de la bahía. Había bastante luz y decidió seguirlo. A unos doscientos pasos el camino dibujaba una cresta y luego descendía en dirección norte, y poco después, se encontró sobre la arena, en una larga playa abierta al mar.

El impulso y el susurro de las olas era más fuerte allí. Casi oía algo en ellas, pero ese casi no bastaba. Se quitó las botas y los calcetines, los dejó sobre la arena y siguió paseando. La arena estaba húmeda en los lugares donde había bajado la marea y las olas brillaban con un fosforescente color de plata. Sintió que el mar bañaba sus pies; sabía que el agua debía de estar fría, pero no lo notaba. Siguió caminando un poco más y luego se detuvo, con los tobillos hundidos, para sentirse presente pero sin atreverse a estarlo. Permaneció en pie muy tranquilo, tratando, aunque sin saber cómo, incluso entonces, de poner orden en quien era. Escuchó. No oía nada, sólo el profundo sonido del mar.

Y luego, en su interior, sintió el fluir de la sangre. Humedeció los labios y esperó; volvió a sentirlo. La tercera vez creyó que incluso tenía ritmo, que no era el del mar porque no venía del mar. Miró hacia las estrellas, pero no hacia la tierra.

¡Mornir!, rogó.

-¡Liranan! -gritó cuando sintió el cuarto impulso, mientras oía el estallido de un trueno en su propia voz.

Con el quinto impulso, gritó otra vez el nombre, y por última vez cuando el sexto impulso se desencadenó en su interior. Sin embargo, el séptimo golpe de sangre permaneció callado y expectante.

Mar adentro vio una ola blanca que se encrespaba mas alta que las demás que eran arrastradas por la marca. Cuando la ola chocó con la espuma de la rompiente y se precipitó, alta y brillante, oyó una voz que gritaba:

-¡Cógeme si puedes!

Y en su mente se zambulló tras el dios del mar.

El mar no estaba ni frío ni oscuro. Parecía haber luces por doquier, de pálido color; era como si se moviera entre constelaciones de estrellas sumergidas.

Algo brilló: un pez de plata. Lo siguió y el pez se volvió para esquivarlo. El se volvió también entre las estrellas marinas. Había corales en el fondo, verdes y azules, rosados y anaranjados, dorados. El pez de plata se deslizó bajo un arco de coral y, cuando llegó hasta allí, había desaparecido

Esperó. Sintió otro impulso.

-¡Liranan! -llamó y sintió que un enorme trueno se precipitaba en las profundidades

Cuando se apagaron los ecos, de nuevo vio al pez, ahora más grande, con los colores del arco iris y del coral resplandeciendo en sus aletas. Nadaba a toda velocidad, y él lo siguió.

Se dirigía hacia el fondo del mar, y él fue detrás. Se sumergieron más allá de las Imponentes amenazas que acechaban en las profundidades, donde las estrellas marinas eran más débiles y no llegaban los colores.

Luego ascendió como si se precipirara hacia la luz. Sobrepasó las estrellas sumergidas y surgió del agua con un salto inundado de luna; desde la playa, con los tobillos sumergidos en el agua, Paul lo vio brillar y caer.

Luego echó a correr, sin torcer el rumbo. Mar afuera huía de la voz del trueno. Y fue seguido. Se alejaron tanto del recuerdo de la tierra que Paul creyó oír en las olas el hilo de una melodía. Sintió miedo, pues adivinaba qué era lo que estaba oyendo. No volvió a llamarlo. Delante vio el pez de plata. Pensó en los muertos y en la extrema necesidad de los que aún vivían, logró alcanzar a Liranan en mar abierto y lo tocó mentalmente con un dedo.

-¡Te cogí! -dijo en voz alta, casi sin respiración, en la playa de donde no se había movido-. Ven y deja que hable contigo, hermano.

Entonces el dios adoptó su verdadera forma, se alzó sobre el mar plateado y avanzó hacia la playa, resplandeciente con el agua que le chorreaba. Cuando se hubo acercado, Paul se dio cuenta de que los chorros de agua eran el ropaje de Liranan, el vestido de su majestad, y con el agua chorreaban también los colores de las estrellas marinas y del coral.

-Me has llamado hermano -dijo el dios con una voz que silbaba como las olas a través de las rocas.

Llevaba una barba larga y blanca, y sus ojos tenían el mismo color que la luna.

-¿Cómo te has atrevido? ¡Dime cómo te llamas! -añadió.

-Tú ya sabes cómo me llamo -dijo Paul, sintiendo que el impulso interior había muerto.

Ahora hablaba con su propia voz.

-Sabes cómo me llamo, señor del mar -repitió-, de otro modo no habrías acudido a mi llamada.

-No hice tal cosa. Oí la voz de mi padre, pero ahora ya no la oigo. ¿Quién eres tú que puedes hablar con el trueno de Mórnir?

Paul avanzó con el reflujo de las olas y se encaró de pleno con la mirada del dios del mar.

-Soy Pwyll, señor del Árbol del Verano -dijo.

Liranan hizo que las olas del mar se rompieran en torno a los dos.

-Había oído hablar de eso -dijo el dios del mar-. Ahora ya entiendo.

Era muy alto. Era difícil distinguir si las chorreantes aguas de su vestidura estaban cayendo en el mar a sus pies o si se levantaban del mar, o ambas cosas a la vez. Era hermoso, terrible y poderoso.

-¿Qué quieres, pues? -dijo

-Por la mañana navegaremos a Cader Sedat -contestó Paul.

Del dios salió un sonido como el de las olas cuando chocan contra los escollos. Luego permaneció en silencio, mirando a Paul a la luz de la luna. Tras largo rato dijo:

-Es un lugar prohibido, hermano.

En su voz había un dejo de dolor, que Paul ya había oído antes en el mar.

-¿Acaso esa prohibición puede prevalecer sobre ti? -preguntó.

-No lo sé -dijo Liranan-, pero no me está permitido interferir en el Tapiz. Tampoco a los otros dioses. Dos Veces Nacido, tú deberías saberlo.

-Sí puedes en el caso de que seas llamado.

De nuevo se hizo el silencio, sólo roto por el murmullo sin fin del reflujo y de las olas.

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